Hitler: Sólo necesito dar una orden y de la noche
a la mañana todos esos espantapájaros de la frontera habrán
desaparecido. ¿O cree usted, por ventura, que me pueden detener
siquiera por media hora? Quién sabe, quizás caiga sobre Viena como
tormenta de primavera. Entonces tendrán ustedes algunas experiencias
interesantes. De buen grado le ahorraría esto que va a costar muchas
vidas a los habitantes de Austria. ¡A las tropas seguirán las S. A.
y la Legión! Nadie podrá impedir las venganzas, ni siquiera yo.
Schuschnigg: Comprendo que usted puede entrar en Austria. No estamos
solos en el mundo y ello probablemente significará la guerra.
Hitler: ¡No hay nadie en el mundo que pueda obstaculizar mis
decisiones! ¿Italia, herr Schuschnigg? La situación con Mussolini es
clara: con Italia nos hallamos en los términos más íntimos posibles.
¿Inglaterra? No levantará un dedo por Austria... ¿Y Francia? Hace
dos años, cuando entramos en Renania con un puñado de batallones...
en ese momento, sí, yo arriesgaba mucho. Si Francia hubiese marchado
entonces sobre Renania, tendríamos que haber emprendido la
retirada... ¡Pero ahora es demasiado tarde para que París pueda
hacer algo! El 12 de febrero de 1938, ocho días después de haber
asumido el comando supremo de las fuerzas armadas germanas, Hitler
había decidido lanzarse sobre Austria con la excusa de destruir las
defensas levantadas en el límite con Alemania. Esa tarde, en
Berchtesgaden, el canciller austríaco Herr von Schuschnigg —según
recordó en sus memorias "Ein Requiem in Rol-Weiss-Rot" y en los
documentos del juicio de Nuremberg— tuvo que inclinarse ante el
ultimátum redactado por Papen y Ribbentrop, que exigían el
nombramiento del nazi Seyss-Inquart como ministro de Seguridad en el
gabinete de Viena, amnistía general para todos los nazis austríacos
detenidos por el asesinato del canciller Dollfus, en julio de 1934,
e incorporación del Partido Nazi Austríaco al Frente Patriótico
auspiciado por el gobierno. Hitler tenía dos razones para
absorber a Austria: esa cabecera de puente le abriría las puertas de
Checoslovaquia y, posteriormente, los portales más amplios de Europa
sudoriental. Desde el asesinato de Dollfus, cometido por la sección
austríaca del Partido Nazi, el III Reich no cesó de promover
subversiones en el gobierno independiente de Viena mediante
intrigas, fuerza y dinero, y Papen había seguido escrupulosamente
las instrucciones del Füehrer de mantener cordiales relaciones para
intentar el reconocimiento oficial del Partido Nazi Austríaco que
crecía a medida que Hitler cosechaba éxitos en los cuatro confines
de Europa. Pero en los primeros meses de 1938 se estaban
produciendo cambios decisivos en las alianzas y valores europeos: la
línea Sigfrido colocó frente a Francia una barrera de acero y
cemento que, al parecer, demandaría enormes sacrificios a los
soldados franceses que pretendieran atravesarla. La puerta de
Occidente estaba cerrada, y Mussolini había sido empujado al sistema
alemán por sanciones tan ineficaces que sólo habían servido para
encolerizarlo sin disminuir su poder: "Los hombres se vengan de los
daños pequeños pero no de los daños graves", había reflexionado el
Duce recreando una frase de Maquiavelo. A las 5.30 de la
madrugada del sábado 11 de marzo, casi un mes después de su
entrevista con Hitler, Schuschnigg fue sobresaltado por una llamada
telefónica que anunciaba: "Hace una hora se cerró la frontera
alemana en Salzburgo, se retiraron los funcionarios de la aduana
alemana y se cortaron las comunicaciones telefónicas". El próximo
mensaje que llegó a la cancillería austríaca era de su cónsul en
Múnich: "El ejército alemán fue movilizado. Su destino es
Austria..." Seyss-Inquart había pedido la urgente convocatoria de un
plebiscito que colocaría en el gobierno al Partido Nazi legalizado.
Un ultimátum, para apresurar el proceso, pretendía la renuncia del
canciller y la designación de Seyss-Inquart en un plazo de dos horas
como condición para impedir la operación Otto. En la noche del
sábado 12, la procesión de antorchas del Partido Nazi, preparada
para recibir a los conquistadores, sólo pudo pasear en andas a tres
soldados bávaros que llegaron por tren: los tanques Panzer se habían
atorado en el camino de Linz a Viena y sólo en las primeras horas
del domingo 12 pudieron llegar a la capital austríaca, donde Hitler
había montado una fastuosa 'mise en scéne' para celebrar el Anschhtg
(anexión), la primera columna de un imperio que se desmoronaría
siete años después. Pág. 34 - 10 de marzo de 1971 - CONFIRMADO
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