La intervención de los sindicatos metalúrgicos de
San Pablo, enérgicas medidas contra el capital que incluyen la
imposición de una tasa del 15 por ciento sobre las operaciones de
cambio y de un 10 por ciento sobre las bursátiles, y la exoneración
por razones disciplinarias del general nacionalista Antonio Andrade
Serpa forman el paquete de resoluciones de emergencia adoptado por
el gobierno del general Joao Baptista Figueiredo para capear, la
semana pasada, uno de los más violentos temporales desatados en el
ámbito económico social del Brasil durante los 16 años de gobierno
militar. En sólo cinco días, el proceso de apertura brasileño
soportó una nueva prueba de fuego que puso en tela de juicio la
viabilidad del proyecto castrense de democratización. Las embestidas
provinieron, esta vez, de varios flancos: la paralización de las
bolsas de valores de Río de Janeiro y Belo Horizonte en protesta por
las nuevas directivas monetarias, la turbulenta agitación
parlamentaria que exige la destitución del ministro de
Planificación. Antonio Delfim Netto, y la inmediata convocatoria de
una asamblea constituyente, y los golpes asestados por la Iglesia
brasileña —peligrosamente teñida de izquierdismo— al plan
gubernamental que pretende establecer un programa de planificación
familiar. Estos hechos, en este contexto, parecen demostrar que el
gobierno de Figueiredo no ejerce un control general de la situación.
La exoneración de Serpa —jefe de personal del Ejército— marca la
primera sanción a un general de cuatro estrellas y registra la
primera fisura en el aparato castrense. La medida fue adoptada luego
de un discurso no autorizado por el ministerio de Ejército, en el
que Serpa acusó a las empresas multinacionales de ejercer un
capitalismo salvaje y abogó por un golpe de timón que modifique
radicalmente el rumbo de la política económica del gobierno. Pero,
además, los problemas en el campo económico social volvieron a ser
campo fértil para que dirigentes populistas e izquierdistas
aprovecharan la situación y agitaran la paz con una oleada de
huelgas que paraliza, desde hace tres semanas, las principales
fábricas de automotores del país. La intervención gremial con la que
respondió el gobierno fue también aprovechada para desatar nuevos
brotes de violencia: varios obreros resultaron heridos en
enfrentamientos con la policía y el jefe del nuevo sindicalismo
brasileño, Luis Ignacio da Silva (Lula), se encuentra detenido y
deberá ser encuadrado en la severa ley de seguridad nacional, algo
de lo que seguramente sacará partido para revolver el ambiente
hacer su juego político. Este último hecho indica claramente a qué
resultados condujo una apertura democrática que englobó en forma
indiscriminada a los viejos elementos populistas cuya acción
provocó, en 1964, la irrupción castrense en el marco del poder
político. Pero no todo, sin embargo, es imputable a la injerencia
de esos elementos y a la atomización consiguiente de los partidos
políticos brasileños. Un índice inflacionario del 83 por ciento en
los últimos doce meses acusa un deterioro económico que ha forzado
al gobierno a exigir el 10 por ciento del monto recibido durante dos
años a todo capitalista que perciba más de 80 mil dólares anuales.
Si se tiene en cuenta la escalada inflacionaria sufrida por el
Brasil durante este último año. el interés estipulado significa, en
la práctica, un impuesto del 10 por ciento adicional a las
ganancias. Antonio Delfim Netto es la cabeza visible de ese
descalabro de la economía brasileña, imputable a un plan
desarrollista que no tuvo en cuenta la crisis petrolera y derrumbo
la estantería. Como para oscurecer aún más el panorama. la
Conferencia nacional de los obispos brasileños negó al gobierno todo
derecho a controlar la natalidad. "No se lucha eficazmente contra la
pobreza limitando la natalidad. Mas que programas de control de la
natalidad, lo que se espera del gobierno son medidas de política
económica con equitativa v justa distribución de la renta", dijeron
los obispos en su declaración, claramente tercermundista. Una
confirmación de la línea que se trazó parte de la Iglesia brasileña
a partir de Helder Cámara. Gerardo Poncela Revista Somos
25.04.1980
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