Ava Gardner
A los 40 años, el último monstruo sagrado de la historia del cine
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Ha vivido siempre a contrapelo, insultando a los poderosos y embriagándose en las ciudades puritanas. Durante diez años peleó por ser un gran mito del cine, pero acabó siendo un gran mito fuera del cine. Cuando va a una corrida de toros le gritan Go Home desde las populares; cuando se empeña en ser desdeñosa con los aristócratas, la duquesa de Alba sale a su encuentro y la abraza en público. La única pasión violenta que le queda es el whisky: bebe de dos a tres botellas por día. En un periódico de Málaga alguien aventuró que quizá fuese una endemoniada. Tiene más defensores y detractores que nadie. Sólo le pesa estar sola.
Esta Ava Gardner nació en Smithfield, Carolina del Sur, el 24 de diciembre de 1922. Su padre era un cultivador de tabaco, y en las tierras sudistas, donde la belleza no se admite si no es sofisticada, lánguida, de aire europeo, Ava fije siempre una labriega fracasada. Cuando se marchó a Nueva York, en 1937, refugiándose en el cuartucho habitado por su hermana y por su cuñado fotógrafo, tuvo dificultades en las tiendas por el sucio dialecto que hablaba. Hay constancias de que, en 1939, fue contratada por la Metro gracias a un par de fotografías. Pero al llegar a Hollywood y abrir la boca, engendró su primer escándalo.
Debió retornar a Smithfield. Allí permaneció 3 meses trabajando como dactilógrafa, por un sueldo de diez dólares semanales. Harta de la rutina, marchó a Hollywood por su cuenta y consiguió que la Metro le pagase una maestra de dicción y otra de arte dramático. Louis B. Mayer, por esos años, dijo que "Ava tenía el cuerpo más clamoroso del cine". Fue por ese cuerpo o por el acento sudista que ella se obstinaba en no perder, que Mickey Rooney se derrumbó literalmente a sus pies y la arrastró al matrimonio, justo cuando su nombre (el de Rooney) figuraba a la cabeza de los money-makers. El actor estaba obligado por contrato a no casarse: su fama dependía entonces casi enteramente del personaje de Andy Hardy, un adolescente para quien la candidez y la soltería eran indispensables. En la pelea, Ava resultó más fuerte.
Pero no por demasiado tiempo. Al año ya estaba divorciada de Rooney, sin que esta unión (tildada de falsa por ella misma) la rescatase de los segundos papeles a que parecía condenada. Poco tiempo después, tentó suerte con Artie Shaw. A los once meses, abominó públicamente de él: "Tengo la impresión de haberme casado con un clarinete", dijo.
Se hizo bruscamente famosa en 1946, cuando Robert Siodmak la incluyó en el reparto de 'Los asesinos'. Poco a poco, fue asumiendo desde entonces la jerarquía de un mito a través de obras en las que, misteriosamente, había reflejos de su propia naturaleza: Venus era una mujer (1948), La caja de Pandora (1951), Las nieves del Kllimanjaro (1952) y, sobre todo, Mogambo (1954, de John Ford) y La condesa descalza (1954, Joseph L. Mankiewicz). A esa altura estaba casada con Frank Sinatra (un matrimonio de 5 años, quebrado porque "Frankie tiene un carácter violento, y con el mío solamente basta"); la crítica francesa la asfixiaba de elogios, caía en éxtasis ante cada uno de sus movimientos: "Es la más hermosa trágica de la pantalla", escribía, en 1957, Yves Boisset; "Ava, la imperial", recitaba, en 1950, Jacques Doniol-Valcroze. Para que la exégesis estuviera a la altura de la nueva diosa, la revista "Cahiers du cinéma" le consagró un número especial y aseguró que cualquiera de sus desplazamientos "valía más que todos los films realizados por Pudovkin y por todos los Ladrones de bicicletas del mundo". Quizá Ava advirtió entonces que había creado un gigantesco mal entendido, quizá recordó que "los periodistas la asqueaban", y en un rapto de desprendimiento abandonó el cine y empezó a vivir su vida.

La abeja reina
Desde 1956 inició un interminable recorrido por África, Madrid, Roma y Melbourne, sin detenerse en ninguna parte. Hace apenas un par de años resolvió afincarse en España, "porque aquí las pecadoras hermosas y ricas suscitamos respeto".
Se ha dicho que todas sus fugas, sus escándalos y sus rebeliones son episodios de una constante búsqueda, una búsqueda de sí misma o de seres a quienes amar. No se la ve más que de noche; es una especie de lechuza despótica que detesta el dinero y confiesa horror por la vida. Lee insaciablemente un solo libro, 'El paraíso perdido', de Milton, y vaya donde vaya, arrastra en sus valijas ocho ediciones de ese poema.
Sus tres últimos films han sido abrumadoras catástrofes: El sol también sale (1957), La maja desnuda (1958), El ángel vestía de rojo (1960). Hace unos meses, Blake Edwards la contrató como protagonista de The Pink Panther (La pantera rosa), pero casi inmediatamente la reemplazó por Claudia Cardinale después de haberse visto envuelto en dos de sus escándalos. Con mayor paciencia y más sentido de la aventura, Nicholas Ray la retuvo en sus 55 días en Pekín: esta obra implicará el retorno de Ava al cine, tras dos años de tempestuoso silencio.
Ella ha jurado que jamás volverá a su país ni a Inglaterra: "En esos lugares sólo aceptan a las pecadoras cuando son hipócritas o cuando presiden algún club de beneficencia. Yo no tengo por qué hacerles el juego". Sin embargo, mucha gente la vio llorar en un night-club madrileño sobre las espaldas de un torero, el 8 de marzo pasado. La vio llorar y la oyó decir que lo único que esperaba de la vida era ser la mujer de un campesino de Smithfield, la madre de 5 pequeños labriegos. Quizá no se equivoque, quizá debió ser eso por encima de cualquier otra cosa. Ahora debe contentarse con arrastrar una tormentosa fama de monstruo sagrado, con aceptarse a sí misma como la última de las grandes divas engendradas por el cine.
Página 43 - PRIMERA PLANA
21 de mayo 1963

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