A pesar de haber comenzado su
carrera atómica con retraso y en condiciones desventajosas, la
República Popular China se ha convertido en tercera potencia nuclear
superando a Gran Bretaña y Francia. Informe exclusivo sobre los
hitos de ese desarrollo
"Dicen que los soviéticos
temen a China. Pero, ¿de qué se asustan tanto? La bomba atómica
china es apenas de este tamaño", y el presidente Mao Tsé-tung
levantó su magro y reumático dedo meñique. "En cambio, la bomba de
la URSS es así de grande", y mostró su grueso pulgar de ancha base
bajo la uña espatulada. "Si la bomba de la URSS se agrega a la de
los Estados Unidos, juntas resultan de este tamaño", y enarboló la
masa de sus dos pulgares estrechamente unidos. "Entonces, ¿qué puede
el meñique contra dos pulgares?"
Ese día, 18 de diciembre de 1970, Mao desgranaba su alegoría atómica
de típico sabor rural chino, frente a uno de sus escasísimos amigos
occidentales, el periodista Edgard Snow (un estadounidense no
comunista que durante casi cuatro décadas, hasta su reciente muerte,
bregó por explicar al Oeste "la verdad" sobre China Roja). El amo de
Pekín no intentaba entonces ningún bluff-, reconocía sinceramente la
debilidad nuclear china comparada con el poderío atómico —separado o
conjunto— de las dos superpotencias. Esa confesión de Mao, aún hoy,
sigue siendo válida: según los expertos, el stock atómico chino es
pequeño y crece con relativa lentitud; sobre todo, los científicos
maoístas aún enfrentarían serios problemas con los cohetes que deben
trasportar la carga nuclear hacia su objetivo, en especial si el
blanco está a larga distancia. En suma: el "meñique" atómico chino
podría ser aplastado por cualquiera de los dos "pulgares", el
soviético o el estadounidense. Sin embargo, queda en pie el hecho
asombroso de que la República Popular China se ha convertido en la
tercera potencia nuclear, superando a Gran Bretaña y a Francia, pese
a haber iniciado la carrera hacia el dominio de las "armas
apocalípticas" mucho más tarde y con notables desventajas. La actual
posición china en el selecto "club atómico" fue conquistada en
tiempo record, quemando etapas a toda velocidad: el 16 de octubre de
1964 estalló la primera bomba A; el 17 de junio de 1967 detonó la
primera bomba H; algo antes, el 27 de octubre de 1966, se lanzó
exitosamente el primer cohete de alcance medio dotado de carga
atómica; el primer satélite chino, puesto en órbita el 3 de abril de
1970, demostró un insospechado progreso en cohetería, aplicable
tanto a la puja espacial como a la terrorífica competencia atómica.
Soviéticos y occidentales por igual reaccionaron con desmesurada
ansiedad frente a los acelerados logros nucleares chinos, y no
faltaron desaforados alarmistas de ambos bandos que incitaron a
destruir el incipiente poder nuclear maoísta "antes de que fuera
demasiado tarde". La coyuntura actual, predominantemente negociadora
y pragmática, acalló bastante las vociferaciones de alarma,
permitiendo un análisis más objetivo y tranquilizador del verdadero
poderío nuclear detentado por "el dragón chino": si bien tiene
dientes atómicos, se trataría aún de una dentición "de primera
infancia". Pero no por eso los ojos de estadistas y estrategas
occidentales y soviéticos dejan de fijarse en una región clave para
el desarrollo de la fuerza nuclear china: el Sinkiang.
LA
CUNA DEL DRAGON NUCLEAR Esta semidespoblada y gigantesca
provincia (un millón seiscientos mil kilómetros cuadrados),
proyectada en el extremo sudoccidental de China y adherida por
vastas fronteras a territorio de la URSS, durante largo tiempo
fue objeto de la codicia de los zares. Los disturbios de la guerra
civil china despertaron en Stalin las avideces que otrora acuciaran
a los amos coronados de la Santa Rusia. Es muy lógico: la provincia
de Sinkiang tiene a la vez grandes potencialidades agrícolas, una
sorprendente variedad y abundancia de minerales —desde hierro hasta
wolfram y tungsteno—, y fabulosas reservas de petróleo (unas 850
millones de toneladas), que por sí solas engolosinarían a cualquier
potencia expansionista. Pero después de las bombas de Hiroshima y
Nagasaki, el Sinkiang adquirió una relevancia aún más extraordinaria
al detectarse en su territorio una increíble riqueza en uranio. El
territorio, convertido en una pieza clave del poderío atómico,
agudizó muy pronto la codicia soviética; paralelamente, se
robustecía la voluntad china de llegar a ser única dueña del uranio,
y de convertir al Sinkiang en su propia base de experimentación
nuclear. No sorprenden, pues, los desvelos de Pekín por cuidar y
controlar tan privilegiada provincia. A comienzos de 1949, cuando ya
los comunistas de Mao estaban superando ampliamente a los
nacionalistas de Chiang Kaishek, Stalin —receloso de los rojos
chinos— sugirió al "señor de la guerra", cuyas bandas armadas
dominaban en Sinkiang, que lo declarara estado independiente bajo
protección rusa. La tentación era grande, pues entonces la provincia
estaba habitada casi exclusivamente por unos cuatro millones de
uighurs, musulmanes de estirpe turca, quienes se sentían mucho más
afines con sus "hermanos de enfrente", ubicados en vastas regiones
soviéticas limítrofes, que con los chinos. Si bien el plan de
Stalin fracasó, Pekín no lo olvidaría. Al instaurarse la República
Popular, debió permitir que la URSS, bajo cobertura de dos
"consorcios" sino-soviéticos, usufructuara a voluntad el uranio del
Sinkiang. Pero cuando logró el control absoluto de la provincia, a
comienzos de 1955, inició una política de "sinización" a marchas
forzadas. En la actualidad, unos cinco o seis millones de colonos
chinos han sido instalados en el territorio de los uighurs, para
evitar todo afán secesionista. Por lo demás, la provincia ofrece
condiciones estratégicas perfectas: entre las fuertes barricadas de
las montañas de Tien Shan y Kunlun, se extiende un desierto total,
el de Takla Mahan, donde caen algunas gotas de lluvia veinte días
por año, y en cuyo extremo se sitúa el lago semidesecado de Lop Nor,
fantasmagórico pantano salitroso de unos dos mil quinientos
kilómetros cuadrados. Precisamente en Lop Nor los chinos han erigido
su base de experimentación nuclear; a las defensas naturales de las
montañas han agregado la custodia de lo más selecto del ejército
maoísta, las "Águilas Negras", unos cien mil soldados. Resulta
curioso señalar que, recientemente, un profesor alemán, Hubert
Daunich, afirmó que el Sinkiang es la cuna de todos los pueblos
indoeuropeos, que se derramaron luego hasta las tibiezas
mediterráneas y los hielos escandinavos; además en el Sinkiang se
habría originado la compleja mitología griega, con Zeus tonante a la
cabeza, e incluyendo a seres tan fabulosos como Hércules y sus doce
legendarios trabajos. Pero, más importante que tales
reconstrucciones hipotéticas del pasado, resulta el hecho verídico y
formidable del presente: allí se forjaron las primeras generaciones
atómicas chinas. Revista Siete Días Ilustrados 01.05.1972
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17.06.1967, China hace estallar su primera bomba
termonuclear |
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Chau Chung-yao, experto en rayos gamma y coautor de la bomba
H.
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