El viernes 7 de mayo, en Toulouse, luego de 16 minutos de vuelo a
2.330 kilómetros por hora, Georges Pompidou fue contundente: "Cómo
se podría imaginar que la humanidad diera un paso atrás, ante un
progreso espectacular y de carácter pacífico". Esgrimiendo lo obvio,
el Presidente francés intentaba convencer a los miles de escépticos
gascones que, con las manos en los bolsillos y apuntando la nariz al
cielo, se habían cuestionado los beneficios que les traería la
maravilla técnica que atronaba en sus oídos. Es que el Concorde,
un avión supersónico para transportar pasajeros, es capaz de crear
las opiniones más contradictorias. Muchos, como el líder liberal
Jean-Jacques Servan-Schreiber, no justifican el gasto que ya a
mediados del 68 sobrepasaba los once mil millones de francos. Otros,
con el ex Primer Ministro Antoine Pinay a la cabeza, lo ven como una
buena inversión. En cuanto a los sindicatos, apoyaron el proyecto
desde el primer momento pues constituía una fuente de trabajo para
muchos asalariados. Incluso De Gaulle osciló entre los extremos,
para terminar perdiendo su entusiasmo cuando las cifras treparon en
forma sorprendente. Sin embargo, fue uno de los grandes anhelos de
Monsieur le General. Pero hubo otros que se preocuparon mucho
más: si todo había comenzado con un simple acuerdo franco-británico
el 28 de noviembre de 1962, el viaje que el Presidente realizara
desde París hasta la antigua capital del Languedoc era un
espaldarazo definitivo. "Él Gobierno —aseguró Pompidou— está
decidido a continuar el esfuerzo hasta el final." Mientras tanto,
Estados Unidos tuvo que ser un mudo espectador al que se le
planteaban muchos enigmas. El SST, una máquina Boeing de
similares características con la que los norteamericanos soñaron
alguna vez, tuvo que ser reconsiderado. Tres veces consecutivas el
Senado rechazó los pedidos de financiación. La última, ocurrida el
20 de este mes, parece ser la palabra final de Washington. El
argumento fuerte lo constituyó el ruido de los motores. Las ondas
sonoras sobrepasan los 112 decibeles, es decir, el máximo permitido
en los aeropuertos estadounidenses. Además, este tipo de reactor
quema demasiado oxígeno: en un instante, el equivalente a la
respiración de un millón de seres humanos. Claro está que, en el
futuro, a pesar de la hipersensibilidad auditiva, escucharán un
rugido made in Europa. En su defecto tendrán que comprar el Tupolev
144, fabricado por los rusos.
TRABAJOSOS PROTOTIPOS Sud
Aviation y British Aircraft Corporation (BAC) fueron las firmas
encargadas de realizar el proyecto en conjunto. Para los motores,
reactores Olympus 593, se recurrió a la SNECMA (Sociedad Nacional de
Estudio y Construcción de Motores de Avión) y a la Bristol Siddeley
Engines. Luego de siete años, el 1° de octubre del 69 el Concorde
franqueó la barrera del sonido, con nueve minutos de velocidad
supersónica sostenida. Su trompa basculante, que al decolar y
durante el aterrizaje baja para permitir una mejor visión de la
pista, funcionó a la perfección. André Turcat, piloto de prueba
de la compañía francesa de aviación, suspiró satisfecho: "Por fin el
gran pájaro vuela, y puedo afirmar que lo hace muy bien. Responde a
la mínima exigencia con docilidad". Acababa de bajar del 001,
prototipo desarrollado en su país. Brian Trubsha, un veterano de la
RAF —Real Fuerza Aérea—, luego de comandar algunos días después el
002, se refirió a él con la habitual flema británica. "Excelente...
parece mágico", fue su lacónico comentario. Quizás ambos quedaron
atrapados por una sensación que muy pocos llegarán a tener por
ahora. En el momento del despegue, la fuerza total de propulsión
había alcanzado los 63.500 kilos, una potencia superior a la de .un
buque transatlántico. Es decir, la necesaria para poder elevar las
166,5 toneladas de acero, aluminio y titanio, las 86
correspondientes al carburante, y los 132 pasajeros, peso total de
la versión definitiva del coloso. La solidez de su construcción
pretende limitar al máximo los gastos de mantenimiento e
inmovilización del aparato, que en este caso resultaría carísimo. El
artefacto está concebido para una duración de 45.000 horas sin
reparaciones mayores, algo así como el equivalente a 12 ó 15 años.
Antes del primer vuelo comercial del Concorde, 30.000 horas de
ensayo en tierra le permitirán un buen margen de seguridad. Las
pruebas de banco de los motores Olympus y de su sistema de eyección
se realizan en cuatro centros técnicos: la División Bristol de la
Rolls-Royce, el Centro de Ensayos de la SNECMA, el National Gas
Turbine Establishment y el Centro de Ensayos de Propulsores (CEP) de
Saclay. Es indudable que este tipo de vehículo aéreo está todavía
un poco lejos de la posibilidad de comercialización, más aún de ser
incorporado a las líneas aéreas del mundo. Sin embargo el primer
vuelo del Tupolev 144 y de los prototipos 001 y 002 marcan una etapa
en la comunicación. Con una distancia de dos meses entre las pruebas, ambos proyectos significan un avance bastante difícil de
superar. Sobretodo, en un plano en el que la recuperación del
tiempo perdido no es fácil de conseguir. 22 • PRIMERA PLANA Nº
435 • 1/VI/71
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