Epopeyas
El Ghetto de Varsovia: Un mes de infierno para defender el alma
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"Si usted los hubiera visto enfrente suyo, disponer como dioses de los seres humanos, decir éste sí, éste no, éste sí, éste no, decretar la muerte porque sí... No merecen perdón... Hasta contra las peores disciplinas uno termina rebelándose." La mujer que dice estas palabras vio a esos falsos dioses que vestían el uniforme de la Gestapo, de las SS. Tiene un rostro apacible, una mirada encendida, las manos regordetas.
Viene de un kibutz de Israel, donde habita con su marido y sus dos hijos. Está en Buenos Aires para recordar un fragmento de su pasado, para ofrecerlo como testimonio de un siglo en que todo ocurre demasiado rápido y en que todo se olvida demasiado rápido. A los 44 años, Jayke Grossman Orkin insiste con una frase cuyo sentido lleva grabado a fuego, a estupor: "Quien no recuerda el pasado, tendrá que vivirlo otra vez".
El viernes último se cumplió el 20º aniversario del levantamiento del Ghetto de Varsovia. Jayke Grossman Orkin fue una de las tres mujeres que se salvaron de aquel infierno; pero fue, también, una de las que combatieron y resistieron, de las que ayudaron a convertir la sublevación en algo más que una epopeya: en una exaltación espiritual.
Dos décadas vertiginosas se han agolpado desde entonces; la lucha de Varsovia salió de las crónicas, penetró en la historia, se transformó en un hito.
Está en las memorias de todos, en la memoria del mundo, que es la más fiel. Pero, inevitablemente, lo que perdura, lo que primero resalta, es el horror y no sus detalles, la barbarie y no sus minucias, la tragedia y no su desarrollo.
Hay una generación entera ausente de esos detalles y minucias, patrimonio de los libros y los documentales. La misma generación que hace un par de años se estremeció ante un film de montaje de Erwin Leisser: Mein Kampf, donde los segmentos del Ghetto de Varsovia descubrían, con un tinte goyesco, lacerante, una insospechada verdad.

Espectros y andrajos
Los judíos llegaron a Polonia en el siglo XIV; en setiembre de 1939, al estallar la guerra, sumaban más de 3.300.000. En abril de 1940, los nazis iniciaron sus planes de exterminio antisemita: fue cuando crearon el Ghetto de Lodz. La tarea continuó en Vilna, Grodno, Lublin, Wolkowisk, Bialystok, eslabones de una cadena de sometimiento que habría de concluir a mediados del 40, en que un muro de 2,44 metros de altura comenzó a construirse, en Varsovia, para cerrar una zona de 4 kilómetros de largo por 2,5 de ancho. En noviembre, la capital de Polonia tuvo también su Ghetto.
El día 15 se clausuraron las ocho puertas del reducto y se apostaron
guardias en cada una. Dentro, aislado, quedó medio millón de hombres y mujeres, ya despojados de sus bienes materiales y entregados al padecimiento y la angustia.
Bergman Borg, uno de esos prisioneros, sobreviviente de la masacre, relata lo siguiente: "Al principio, los nazis dividieron el Ghetto en dos partes. El Ghetto en sí y el Ghetto industrial. Todos teníamos que trabajar y el pago era, simplemente, seguir viviendo. La comida consistía en tres panes, algunos nabos y, a lo mejor, un poco de dulce. Así, miles murieron de hambre. Un día apareció en el cartel de noticias del Ghetto un aviso según el cual nos iban a mandar a un lugar mucho mejor. Unos cuantos lo creyeron, e incluso se ofrecieron para ir antes que los demás a ese lugar.
"Los llevaron junto con aquellos que no querían ir. Los hacinaron en camiones, que salieron rugiendo del Ghetto. Pocas semanas después, supimos que todos habían muerto en las cámaras de exterminación del bosque de Treblinka. Allí murieron mi mujer, mi hija y mi padre, un 20 de agosto. Unas 10.000 personas fueron arrancadas del seno de su familia. Un día llegué a mi casa y la encontré vacía. Los tres se habían ido en un camión".
Durante 1941 pereció, de inanición y de enfermedades, un diez por ciento de la población del Ghetto de Varsovia. La cifra total de muertes, desde noviembre de 1940 a abril de 1943, es de 96.000 personas. Las raciones suministradas por los alemanes debían alcanzar a 2.380 calorías diarias, según la norma establecida por ellos mismos. En 1941, las raciones nunca tuvieron más de 219 calorías. A fines de ese año, el sustento de la mayoría era un plato diario de sopa que, a menudo, se hacia con heno. Las epidemias de tifoidea y otras plagas se convirtieron en una ley.
He aquí una descripción de Stanislaw Rozycki en su diario clandestino de la época: "La población del Ghetto, se compone en su mayoría de espectros, apariciones míseras y andrajosas, como lastimeros restos de seres humanos. Por las calles, los niños chillan, lloran y mueren de hambre. Cantan, gritan, imploran temblando de frío, ya que carecen de vestido, calzado y hasta de ropa interior. Muchos están hinchados de hambre, desfigurados, casi exentos de vida. Muy temprano tropieza uno por todas las calles con los cadáveres de niños, mendigos, ancianos, jóvenes, mujeres".
Poco después de consumada la ocupación alemana de Varsovia empiezan los fusilamientos individuales; en abril del 42 se registran ejecuciones en masa, y en julio, los nazis emprenden una campaña en gran escala para destruir el reducto y sus ocupantes. Hasta 1943, se practican unas 300.000 deportaciones hacia los campos de concentración. El Día del Perdón de 1942 no hay más de 70.000 almas en el Ghetto de Varsovia: debido a la tremenda reducción de la población, los límites quedan acortados hasta formar una extensión de 950 por 200 metros.
Al mismo tiempo, los judíos comienzan a prepararse para resistir, para sublevarse. De julio de 1942 data la fundación de la Organización de Combatientes Judíos, dirigida por Mordéjai Anielewicz. La labor es difícil: sin embargo, se cumple: conseguir armas, municiones, falsificar documentos, conectarse con todos los ghettos, divulgar planes, hacer propaganda, cavar túneles y fosos, entrenarse.
Heinrich Himmler visita el Ghetto, de Varsovia en enero de 1943: "Hay que acelerar, hay que acelerar. Usted arrastra los pies", le dice a Juerguen Stropp, general de las SS. El 18, 200 gendarmes alemanes y 800 letones y lituanos, además de efectivos de la policía polaca, irrumpen en el Ghetto. Granadas de mano, disparos de pistolas, pedradas y ácidos reciben a los invasores, y se entabla una lucha de tres días, hasta que los nazis se retiran. Es la primera acción de resistencia armada. Poco tardaría en repetirse.
Stropp dispone de mil tanquistas, mil soldados de caballería, dos unidades de artillería, un destacamento de zapadores y policías polacos y lituanos. Los judíos se hallan en una aplastante inferioridad: un grupo de veinte combatientes, por ejemplo, sólo cuenta con dos fusiles, un revólver, una granada y unas bombas caseras que deben encenderse con fósforos.

El calvario
El 19 de abril, por la noche, se abre el calvario. Varios destacamentos de las SS y la Gestapo, con carros blindados, se internan en el Ghetto; otra vez son rechazados: varios muertos, 24 heridos y dos tanques anulados constituyen las bajas de los alemanes. La batalla se acentúa y la artillería nazi hace estragos. Es una guerra: los bandos en pugna hasta emiten boletines cotidianos.
Este es el Nº 5, del 22 de abril, de la Organización de Combatientes Judíos: "El Ghetto ha estado envuelto todo el día en una espesa nube de humo, que a cada hora se intensificaba. Indudablemente, los alemanes, convencidos de su incapacidad de vencer la resistencia en una lucha abierta, se decidieron hacerlo con ayuda de la humareda. Son ya miles las mujeres y los niños que murieron quemados en las casas. Muchos han salido con sus ropas envueltas en llamas, como antorchas vivientes".
El 23, los nazis dividen el Ghetto en 24 distritos; las acciones judías deben limitarse a la guerrilla, que se prolonga hasta el 16 de mayo, en que se pone fin a la campaña principal. No obstante, la lucha continúa con choques esporádicos: entre las ruinas —porque el Ghetto es un reguero de escombros — se mantiene la resistencia.
El parte de Stropp del 16 de mayo consigna que el número de judíos apresados y caídos en el combate llega a 56.065. Para sofocar el levantamiento los nazis tienen que destruir 631 fosos y todos los edificios del reducto, salvo 8, los únicos que quedaron en pie. Un mes de sostenido heroísmo sella, así, la culminación del aniquilamiento de las comunidades judías del este de Europa.
El ejemplo de Varsovia se propagó a los otros ghettos de Polonia, mientras los sobrevivientes mueren en las cámaras de gas, en las prisiones o retornan a la lucha. De Varsovia escapa Jayke Grossman Orkin, y en Bialystok la vuelve a sorprender, el 14 de agosto, la represión nazi. Allí está con su madre: la resistencia es mucho más breve que en Varsovia; los alemanes esta vez emplean aviones, después de ordenar a la población judía que se alojara en un sector donde las casas son de madera. En Bialystock también se llega a la guerrilla durante noches interminables. Jayke Grossman Orkin consiguió huir nuevamente, pero su madre termina en un campo de concentración.

Recordar: Una obligación
En la campaña de organización de la resistencia, le cupo un papel preponderante. Aprovechando sus facciones, que en ningún momento denotan su raza, Jayke Grossman adoptó el seudónimo de Alina Voronovich y se convirtió en agente de enlace entre los ghettos. Cada misión, obviamente, era un reto al peligro, una invitación a la muerte, desde burlar a la Gestapo, contrabandear armas, llevar mensajes y hasta participar de la contienda.
Su aporte no se cerró en la ensangrentada Polonia ni concluyó tras las matanzas de 1943: siguió la lucha clandestina y, firmada la paz, la rehabilitación de las víctimas de la guerra, la construcción de Israel. Jayke Grossman Orkin formó un hogar, fue candidata a una banca en la Cámara de Diputados y ha escrito dos libros sobre sus experiencias. El más divulgado: Los clandestinos.
Jayke Grossman dijo a PRIMERA PLANA que no se explica cómo el pueblo alemán pudo permanecer tan ciego frente al salvajismo de sus dirigentes. "A pesar de todo, hoy sigue el peor camino: trata de olvidar, y lo importante ahora es reflexionar."
Respecto de otros temas, Jayke Grossman confiesa una profunda admiración por Thomas Mann, "sobre todo, sus novelas bíblicas". No parece extraño que rechace a Dostoiewsky: "Sus personajes son anormales, patéticos, negros". Ni que considere eficaces a las obras de Sartre, Camus, Simone de Beauvoir.
No ha visto Noche y niebla, el lírico documental de Alain Resnais sobre los campos de concentración, ni los films de Leisser ni los de los nuevos creadores polacos. Tampoco le hacen falta para "recordar", una actitud que, lo repite, es fundamental.
Ella misma lo explica, metaforizando: "Es fácil relatar lo que viví, ahora, fumando un cigarrillo, rodeada de afecto. Aunque por más fácil que sea, nunca podré trasmitirlo bien. Me faltan palabras. Entrevistarse con la muerte es algo que cuesta mucho describir".
23 de abril de 1963
PRIMERA PLANA

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