"Sé lo que digo", declaró a los periodistas el
diputado socialdemócrata Antonio de Carvalho, en la escalinata del
parlamento de Brasilia. "'En mi estado de Minas Gerais, el destino
de nuestras propiedades rurales está ligado al mandato del
presidente. Si el señor Goulart permite que las confisquen,
confiscaremos su mandato." A su vez, el coronel Altino Machado,
presidente de la Unión de Exportadores Agrícolas de la región de
Gobernador Valadares, en el mismo estado, expresó: "El código civil
garantiza el derecho de propiedad y, por consiguiente, el derecho a
defender lo que nos pertenece con las armas en la mano". Estos
fueron los más audaces desafíos que hayan lanzado los terratenientes
brasileños contra el orden constitucional en su país. Siguieron en
pocas horas a la firma de un convenio entre la SUPRA
(Superintendencia de Reforma Agraria) y los tres ministros
militares, por el cual las fuerzas armadas prestarían apoyo a las
expropiaciones. El acuerdo se firmó en el palacio Laranjeiras, en
presencia del primer magistrado, a quien la prensa conservadora
señala como "el gran culpable". Los ministros militares —asegura—
son amigos de Goulart y apoyan su política, que consistiría en
"comprar votos" por medio de las propiedades que se "confiscan'.
Pero el ejército, y sobre todo las otras dos armas, estarían poco
dispuestos a dejarse complicar en esa maniobra. El parlamento
brasileño demora intencionadamente la discusión de un proyecto de
reforma agraria enviado per el gobierno, pero no pudo menos que
aprobar una ley que autoriza la expropiación de ciertas propiedades,
en la proximidad de carreteras y demás obras públicas costeadas por
el erario federal. Las asociaciones de terratenientes denuncian la
inconstitucionalidad de la ley, que admite el pago con bonos; pero
aún antes de que la Corte se pronuncie, se han armado para repeler
por la fuerza a los funcionarios de la SUPBA. A desarmarlos tiende
el convenio con los ministros militares. Pero Goulart está
amenazado también por la impaciencia de los sin tierra. Días
pasados, el ministro de Guerra, general Jair Dantas Ribeiras, debió
estacionar tropas con ametralladoras en Laranjeiras —donde reside el
presidente cuando se halla en Río— porque centenares de campesinos
amenazaron con ocupar el palacio Entre tanto, en diversas regiones
del país, las ligas agrarias organizadas por el agitador castrista
Francisco Juliao lanzan invasiones en masa contra latifundios cuya
expropiación no consta en la ley aprobada. La "guerra agraria"
comenzó formalmente a mediados de enero, cuando hombres de Juliao se
apoderaron de una vasta hacienda de la riquísima familia Ribeiro
Coutinho. El administrador fue secuestrado; los "camponeses"
(campesinos) le colgaron una campanilla al cuello y lo obligaron a
bailar ante ellos; llegó la policía y comenzó el tiroteo: 14
muertos. El gobernador del estado de Paraiba exigió al gobierno
federal que garantizase el orden. Está claro que, si estos hechos
continúan, si el movimiento se extiende, las fuerzas armadas tendrán
que intervenir, con o sin venia de los ministros militares. Esa era,
sin duda, la situación que preveía el diputado Carvalho cuando habló
de "confiscar el mandato" presidencial. Esta situación se asemeja
curiosamente a la del Perú, donde la mayoría de apristas y
conservadores discute sus propios proyectos de reforma agraria para
no considerar el del gobierno, no obstante las intimaciones del
presidente Belaúnde, quien insinúa el dilema: reforma o revolución.
Belaúnde pide también a los campesinos que desistan de ocupar
tierras por la fuerza, porque con ello favorecen la política de sus
enemigos. El ex primer ministro Pedro Beltrán, desde su diario "La
Prensa", denuncia diariamente una conjuración comunista; el ministro
de gobierno Juan Languasco, que fue redactor de "La Prensa", echa
mano a cuanto depósito de armas y cuanto grupo subversivo encuentra,
pero insiste en que el gobierno no pedirá las leyes represivas que
el Congreso le propone. Languasco proviene del departamento de
Piura, en el norte, una de las dos regiones principales donde se
libra la "guerra agraria" peruana —la otra es el Cuzco, en el sur—,
y la oposición no le deja olvidar que su antecesor, Oscar Trelles,
cayó precisamente a propósito de la cuestión agraria: los hombres de
Haya y de Odria votaron una moción de censura y lo obligaron a
retirarse. Trelles, que tenía rango de primer ministro, admitió, en
su carta de renuncia, que existe actividad comunista, pero dijo
también que las fuerzas conservadoras se sirven de ella para jaquear
al gobierno y llevar el país a un colapso constitucional. Las
luchas agrarias tienen una antiquísima tradición en el país de los
"comuneros". Hace dos semanas, cuando 15.000 campesinos —en su mayor
parte indígenas— se desplegaron en abanico sobre San Juan de
Catacaos, en el valle de Piura, y ocuparon 12.000 hectáreas al grito
de "¡Viva Belaúnde!", dijeron que estaban reivindicando tierras de
sus antepasados del siglo XVI, "usurpadas por la violencia o con
argucias legalistas". Primera Plana 18.02.1964
Ir Arriba
|
|
|