Desde Ettore Fenderl —sabio e investigador italiano, especializado
en radiactividad e inventor del papel picado— hasta la princesa
bizantina que creó el tenedor, muchos son los genios que se
devanaron los sesos para patentar sus ocurrencias. Incluso hubo un
talento que diseñó el yo-yo
Como todo el mundo sabe, el
confort material de que se dispone en el orbe se debe a esos
extraños personajes que responden a la clasificación de
"inventores". Contra lo que se cree generalmente, no siempre se
trata de personajes chiflados, ensimismados en sus problemas
creativos. Y no siempre, por otra parte, todo lo que inventan es
útil ni está vinculado con el mejoramiento material o espiritual de
la vida cotidiana. Así, uno de esos inventos ambiguos, aunque
clásicos en todos los carnavales desde hace décadas, es el papel
picado. ¿A quién se le ocurrió desmenuzar en trocitos minúsculos
papel de colores para tirarlos a la cara de los alegres ciudadanos
que se divierten en el corso? Nada menos que a un solemne sabio
italiano, muerto en 1956 a los 104 años de edad: el ingeniero Ettore
Fenderl, quien había dedicado casi toda su vida a importantes
investigaciones sobre radiactividad, ingeniería y planes
reguladores. A pocos se les ha ocurrido, además, preguntarse cómo
nació el tenedor. La paternidad de este utensilio, hoy
imprescindible en casi todas las comidas, le corresponde a una
princesa bizantina que en el año 1098 casó en Venecia con el
patricio Pietro Afrícola Argilo. En la cena de bodas, el esposo, los
parientes y los amigos quedaron estupefactos cuando la vieron
llevarse a la boca un instrumento de dos puntas, finamente cincelado
en oro. Y ya que se alude a Bizancio, bien cabe recordar que el
poncho, esta prenda folklórica tan criolla, se originó en ese lugar,
en el siglo X, como indumento privativo de la liturgia cristiana.
Otro invento nimio pero que, como el papel picado ha alegrado a
millones de chicos y adultos, es el yo-yo. Su diseñador fue Donald
Duncan, muerto en 1971, quien basándose en un antiguo juego egipcio
le dio su actual forma. El mundo de los inventores suele ser
polémico y sujeto a sospechosas imitaciones cuando no a burlas del
azar, que hacen coincidir en tiempo dos creaciones separadas en el
espacio y pertenecientes a inventores distintos. Algo de esto pasó
con el dirigible, atribuido al conde alemán Zeppelin, quien le dio
nombre al curioso artefacto volador. Sin embargo, hacia 1970 estalló
un pequeño escándalo, porque en Colombia se divulgó la especie de
que el verdadero inventor del dirigible fue el general Carlos Alban,
abuelo del alcalde de Bogotá. Según la versión, Alban habría
diseñado la nave cuando era cónsul de Colombia en Hamburgo, y como
era amigo del conde Zeppelin, éste decidió financiar el proyecto
volando, inclusive en el primer aparato. Astutamente, el general
colombiano patentó su invento antes que su amigo germano, pero
luego, al ser asesinado en Panamá en 1902, su mérito fue ignorado
hasta su rescate hace cinco años. Una antología de inventos
curiosos puede deparar sorpresas: • El "timbre que ladra" es un
sistema de seguridad exhibido en 1964 en la Exposición Internacional
de Inventos y Nuevos Productos, periódicamente celebrada en Nueva
York. Su característica más singular es que imita a la perfección
los ladridos de un perro furioso. El extraño aparato parece haber
dado muy buenos resultados, mejores que el tradicional timbre de
alarma. • El "pentaciclo" se debe al japonés Yoshio Goto. Es un
artefacto compuesto por tres ruedas motoras y otras dos colocadas a
distinto nivel, que permite efectuar —al desplazar el centro de
gravedad con el movimiento del cuerpo— las más complicadas
maniobras. Según su inventor, es sumamente útil para tranquilizar
chicos nerviosos, que así se desahogan jugando con él. • El
brasileño Eugenio Tromboni Pellerano inventó un aparato para
exterminar murciélagos. El ingenio emite señales de llamada que por
su frecuencia sólo pueden captar los murciélagos y que son lanzadas
desde una estación de captura y exterminio. • En 1969 la General
Electric de los Estados Unidos construyó, por encargo del ejército
norteamericano, un caballo mecánico de tres metros de altura y 1.300
kilos de peso. Esta cabalgadura monstruosa, que puede ser manejada
por un jinete desde una especie de montura-cabina, avanza sobre sus
cuatro patas a una velocidad de ocho kilómetros por hora, retrocede
y es capaz de levantar con sus extremidades pesos de 230 kilos. El
aparato está destinado al trasporte de materiales pesados en
terrenos quebrados, a la exploración submarina e inclusive a la
exploración espacial.
UN POCO DE HISTORIA La primera
patente argentina data del 19 de diciembre de 1866 y se expidió a
nombre de Antonio Carcenac y Santiago Barrere. Se relacionaba con un
procedimiento para conservar cueros, grasas, lanas sucias y sebos. Al
pie del decreto que concede la patente puede verse la firma del
ministro del Interior de la época, Guillermo Rawson. A lo largo
de sus ciento cincuenta mil inventos, los argentinos han creado
cosas ya célebres en todo el mundo (como los planos sonoros, debidos
a José Juan Bertagni, la lapicera a bolilla, una invención de
Ladislao Biro que dio la vuelta al mundo) y otras no tan conocidas,
como una cosechadora de papas que recoge el tubérculo, lo
selecciona, lo limpia y lo embolsa, todo automáticamente Cabe
recordar también otros inventos notables, pero no utilizados
industrialmente todavía, como un aparato que graba la voz sobre
papel en vez de la clásica cinta, y el primer reloj parlante del
mundo, consistente en un aparatito sin esfera ni aguja, que da la
hora en alta voz. Otro argentino, Noel Litvin, acaba de inventar
una cerradura que está en vías de convertirlo en multimillonario: se
trata de una cerradura única en el mundo, inviolable, sin dientes,
con la cual se logran doce mil millones de variantes. Pero no hay
que hacerse demasiadas ilusiones: también los ladrones suelen ser
muy ingeniosos.
Revista Siete Días Ilustrados 09-05-1975
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