Reportaje al Cardenal Jean Danielou
"La iglesia camina, no corre"
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El jueves 20, invitado por la Archicofradía del Santísimo Sacramento de la Catedral metropolitana, recaló en el Aeropuerto de Ezeiza el cardenal francés Jean Danielou (67). Pocas veces los medios periodísticos vernáculos alentaron tantas expectativas en torno de la presencia en el país de una autoridad eclesiástica: es que el vasto curriculum ostentado por el presbítero galo justificó sobradamente el interés despertado por su visita. En 1929, tras doctorarse en Letras, ingresó en la Compañía de Jesús para ordenarse sacerdote nueve años más tarde. Un lapso que Danielou supo aprovechar buceando en los arcanos de la teología, disciplina que, desde entonces, acapararía con exclusividad todos sus esfuerzos. En la década del 50, sus estudios comenzaron a redituar los primeros frutos: entonces, junto a Congar y Lubac, se erigió en uno de los popes máximos de la Nouvelle Theologie, movimiento que propugnó la reinterpretación de determinados aspectos de la religión católica. El revuelo producido por los audaces planteos de la nueva corriente obligó a Danielou a resignar posiciones: desde entonces transitó caminos algo más tranquilos dentro de la estructura de la Iglesia.
El prestigio adquirido a través de sus numerosos ensayos le valió ser designado perito en el Concilio Vaticano II y, más recientemente, en 1969, la jerarquía de cardenal. Una circunstancia que no impidió a Danielou proseguir con una inveterada costumbre: encarar con franqueza el diálogo, y en muchos casos la polémica, con los más conspicuos representantes de diversas ideologías. Prueba de ello es el debate que, el año pasado, protagonizó ante las cámaras de la televisión francesa con el célebre comunista disidente Roger Garaudy.
Todo lo cual sirve, quizás, para explicar la inusual atención que concitó en Buenos Aires la llegada del cardenal francés. Un interés que se tradujo en la intensa actividad desplegada por Danielou en su primera semana de permanencia: conferencias, clases magistrales, oficios religiosos y reuniones con la prensa se repartieron las horas del atareado sacerdote. No obstante, el lunes 24 hizo un alto en su despliegue para recibir a SIETE DIAS en la mansión particular donde se aloja. Por espacio de dos horas, J.D. bosquejó un completo programa de los problemas que afronta la Iglesia Católica en el presente. A continuación, la síntesis de ese diálogo:
—¿Cuál es, a su entender, la misión de de Iglesia en este momento?
—Pienso que la misión de la Iglesia ha sido siempre la misma:
no ha cambiado en lo esencial: trasmitir el mensaje de Jesucristo. Creo asimismo que siempre ha ejercido influencia en los problemas propios de la civilización, en el dominio de la paz y de la justicia.
—¿Considera, entonces, que dicha misión es intemporal y no sufre ningún tipo de condicionamiento histórico?
—Al menos, en lo esencial, puede afirmarse que su misión no está condicionada por la historia. Evidentemente, la Iglesia tiene en cuenta las circunstancias históricas en su expresión; pero existen elementos permanentes que no varían con el correr del tiempo.
—¿De qué manera debe colaborar la Iglesia en la solución de los problemas sociales que afectan al mundo?
—Pienso que, en primer lugar, debe contribuir esclareciéndolos. Si se entiende por Iglesia su magisterio, los obispos y los sacerdotes, creo que ellos deben actuar recordando a los fieles los propósitos de la civilización. Si se habla de los laicos cristianos, no se puede obviar que ellos están comprometidos en la acción política y consideran que es el mejor medio para lograr sus propósitos. En ambos casos, lo absolutamente cristiano es el propósito que se persigue: los medios no constituyen lo esencial y pueden diferir completamente.
—¿Existe algún caso que justifique el enfrentamiento de la Iglesia con el orden establecido?
—La Iglesia respeta el poder político en la medida en que se trata de un poder legítimo, y lo critica sólo cuando se cometen abusos de poder. Claro que en los casos en que se opone, solamente puede hacerlo de acuerdo a sus posibilidades. Fíjese si será riesgoso no medir las protestas que hasta las democracias populares cometen abusos de poder y envían a la cárcel a quienes se oponen al régimen. Por eso la Iglesia camina, no corre.
—¿Considera compatible el sistema capitalista con los principios cristianos?
—Si por sistema capitalista se entiende la propiedad privada de los medios de producción, el sistema es perfectamente compatible con el cristianismo. Pero si se habla de liberalismo económico, puedo decir que la Iglesia lo ha condenado siempre. La autonomía total otorgada al dinero es algo que no podemos dejar de censurar.
—¿Qué respuesta propone a los que deben padecer la violencia institucionalizada?
—La Iglesia sólo podría admitir la violencia en casos absolutamente extremos, pero de ninguna manera tal como la encaran actualmente algunas corrientes políticas, como medio normal de acción. A
quienes deben soportar esa situación, la Iglesia les exige que obren de acuerdo a medios legítimos, sin recurrir a la violencia. Aun aquellos que sostienen la necesidad de ciertas reformas sociales, como Helder Cámara, condenan el empleo de la violencia.
—Vale decir que existen situaciones en las que el empleo de la violencia está justificado.
—La Iglesia siempre ha admitido las guerras justas, pero ése no es el problema actual: el problema radica en la exaltación de la violencia cuando sería posible actuar por los medios legítimos que ofrece la democracia.

LOS BENEFICIOS DE LA CRISIS
—Dejando de lado las innovaciones operadas en la liturgia ¿qué cambios estructurales profundos significó el Concilio Vaticano II?
—Yo pienso que el Concilio no ha aportado ninguna modificación fundamental a la estructura de la Iglesia. Sólo ha reafirmado de manera más clara lo decretado por el Concilio Vaticano I.
—¿O sea que la división de los sacerdotes en pre y pos conciliares no tiene asidero?
—Para mí, no tiene sentido. Hay un solo clero.
—¿Tampoco tiene sentido la división en "conservadores" y "progresistas"?
—Siempre hubo sacerdotes más tradicionales y otros más modernos, pero es sólo una cuestión de modalidad, de temperamento.
—¿Dónde ubica a los sacerdotes del Tercer Mundo?
—Si bien no es una cuestión que yo conozca muy a fondo, pienso que están en una facción ciertamente progresista. Aunque reconozco en ellos una gran generosidad, creo que exageran su actuación política. Pienso que, en la mayoría de los casos, no tienen la competencia necesaria para intervenir en esos problemas: son cuestiones netamente realistas que exigen una idoneidad que no es la de los sacerdotes. Pero yo no protestaría contra los sacerdotes del Tercer Mundo en particular, sino contra aquellos que hacen demasiada política, aun cuando sean de mentalidad conservadora.
—¿Cree que la Iglesia está atravesando un período de crisis?
—Sí, y creo que la crisis es buena en tanto ayuda a encarar problemas nuevos. El problema de la Iglesia no reside en el peligro planteado por el avance de las ciencias y las trasformaciones sociales: el problema anida dentro de la Iglesia misma, en la medida que permite que se debilite la fe de los cristianos y de los mismos sacerdotes.
—¿A qué atribuye el hecho de que cada vez menos jóvenes opten por el sacerdocio?
—Los jóvenes suelen deslumbrarse con el sacerdocio como una posibilidad de intervenir en política; pero, a poco que lo piensan, se dan cuenta que para hacer política no hace falta ser sacerdote.
—¿Está de acuerdo con mantener el celibato sacerdotal?
—Totalmente de acuerdo. Pienso que es la expresión de una entrega total y concreta a Dios. El celibato es un verdadero testimonio que da el sacerdote del sentido de la existencia humana, el logro espiritual. En un mundo donde hay tantas miserias y sufrimientos, el sacerdote demuestra a través del celibato que bien puede no caerse en la tentación y la búsqueda de lo material.
—¿Cree que la Iglesia ha perdido predicamento entre los jóvenes?
—Es posible: el problema principal de los cristianos es el resultado de haber descuidado el dominio de la cultura para dedicarse con exclusividad al plano de la acción. La Iglesia no tiene en la actualidad la influencia que tenía en el terreno del pensamiento. Pero el fenómeno es general; los jóvenes parecen haber abandonado a los grandes maestros del pensamiento: Nietzsche, Sartre, Marx...
—O sea que, a su juicio, la crisis de la Iglesia es intelectual.
—Sí.

JUVENTUD, DIVINO TESORO
—¿Cuáles son, en resumen, los problemas que afronta la juventud actual?
—La juventud es muy generosa y está dotada de grandes cualidades. El problema es que vive en una sociedad que, de alguna manera, la corrompe. La sociedad actual oscila entre dos polos igualmente condenables: búsqueda excesiva del dinero y ateísmo.
—¿Qué opinión le merecen los jóvenes que canalizan su disconformismo a través de la violencia, las drogas, o asumen actitudes tales como el hippismo?
—Creo que hay una suerte de insatisfacción que los empuja a esas formas de vida: es que la sociedad de hoy no está capacitada para crear un verdadero ideal que los atraiga. Sin embargo, creo que la violencia y las drogas son sólo deformaciones religiosas en busca de lo auténtico. Creo que hay una vuelta a Jesús que se manifiesta especialmente en los jóvenes norteamericanos y franceses: he observado que ellos rechazan la sociedad materialista, ya sea capitalista o comunista. Determinación que los llevará a buscar cada vez más en Cristo el ideal que anhelan.
—¿Qué opina de las relaciones prematrimoniales ?
—La Iglesia las condena y pienso que tiene razón: solamente en el matrimonio debe producirse la entrega total de los que se aman. El período de noviazgo ha sido esencial en la historia del amor y debe ser diferente al estado matrimonial. Mientras la Iglesia defienda el amor en su bondad y nobleza, está defendiendo algo muy precioso; sobre todo en este momento en que el sexualismo, el erotismo y la degradación del amor están a la orden del día.
—¿Podría explicar qué motivó su polémica con Garaudy?
—Me invitaron a un debate por televisión y yo mismo lo propuse porque lo considero un individuo muy inteligente y me sentía muy bien dispuesto para discutir con él. Curiosamente, Garaudy no planteó la polémica en el terreno político-social, si no que prefirió discutir acerca de la concepción del hombre. Es que, precisamente, en la diferente concepción del ser humano se fundan las dos grandes corrientes humanísticas de nuestra época: marxismo y cristianismo.
—¿A qué se debe su particular interés por dialogar con representantes de otras religiones?
—Considero que todas son valederas en tanto plantean la búsqueda de Dios. Además, todas las religiones son superiores al ateísmo. Pienso que todas tienen una tarea común que cumplir. En primer lugar, la búsqueda de la paz: hoy se utilizan frecuentemente las religiones para la guerra, como en los casos de Irlanda, Israel y Biafra. En segundo lugar, deben trabajar por la libertad religiosa: hay muchos países donde la segregación de cultos constituye un problema grave.
—¿Qué opina de la apertura de Occidente hacia Oriente evidenciada por la visita de Nixon a Pekín?
—Para mí, es fundamental que exista relación entre Oriente y Occidente. En tal sentido, estoy completamente de acuerdo con la apertura aunque ignoro los resultados que pueda arrojar.
—¿Cuáles son los peligros mayores que afronta la Iglesia?
—En primer lugar, el modernismo teológico que altera los postulados básicos de la religión; en segundo término, la disminución de la vida interior, la contemplación y la vida sacramental. Y, por último, una carencia de amor y respeto por la jerarquía eclesiástica que lleva a la subversión de los sacerdotes dentro de la Iglesia.
—¿Existe alguna diferencia entre el actual cardenal Danielou y el que en su momento condujera el movimiento de la Nouvelle Theologie?
—Yo siempre soy el mismo.
Revista Siete Días Ilustrados
01.05.1972

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Jean Danielou
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