Racismo en USA
Los "spirituals" dominaron los ladridos de los perros de policía
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A fines de semana el presidente Kennedy se vio obligado a cancelar su viaje a Birmingham, Alabama.
Tres días antes, las tropas federales habían penetrado en ese estado, uno de los últimos reductos de la segregación racial.
Las instrucciones eran: no intervenir, mientras las fuerzas locales puedan conservar el orden. El jefe de la Casa Blanca había telegrafiado al gobernador George C. Wallace: se trata de "ayudar a la población local a lograr y mantener una solución pacifica y razonable". Pero buena parte de los habitantes blancos de Birmingham no parecían dispuestos a consentir, pacíficamente, el restablecimiento de la razón. Desde tiempos inmemoriales, los problemas raciales no pertenecen a esa esfera.
El gobernador Wallace protestaba enérgicamente: "Los agitadores deseaban el envío de tropas federales, y la declaración (de la Casa Blanca) no hace sino agravar las cosas y tornar candente la situación". Todo consistía en saber quiénes eran los agitadores: si los que trataban de imponer en Alabama el cumplimiento de las leyes federales anti-segregacionistas, o quienes insistían en la defensa de los derechos estaduales. La prensa de Nueva York sobreentendía que quienes hicieron inevitable la expedición de tropas federales eran, justamente, quienes pensaban como el gobernador Wallace.

Con aire de "spiritual"
Los disturbios comenzaron hace un mes y medio. La consigna fue impartida por el pastor Luther King y la SCLC (Southern Christian Leadership Conference). Día tras día, miles de negros se concentraban en el templo, no para el servicio religioso, sino para verdaderos mítines políticos. Los oradores trepaban al pulpito para arengar a la
multitud impaciente. "Hemos sido esclavos durante dos siglos", decían. "Ha llegado el tiempo de la libertad: los pueblos de África han conquistado su libertad. ¿Seremos les únicos negros del siglo XX satisfechos con su servidumbre?"
El entusiasmo llegó a su colmo cuando el comediante de color, Dicky Gregory, ridiculizó, con su arte mímica, los esfuerzos del gobernador, su policía y los bomberos por oponer cordones callejeros a los manifestantes negros. "Más de mil de nuestros camaradas —dijo— han sido llevados a la cárcel. Es preciso que esos hermanos nuestros sean liberados y que nosotros ocupemos su lugar. ¿Están ustedes dispuestos?". "Sí", aulló la multitud.
Luego, con ritmo de "spiritual", entonó un himno: "Freedom, I see freedom in the air" (Libertad, veo la libertad en el aire). Continuaron con otro: "Keep on walking" (Seguid avanzando). Y muchos más. Entre tanto, las sirenas y los ladridos de los perros de la policía —que rodeaba el templo— rompían la bronca melodía sureña.
La manifestación salió a la calle y sé hizo arrestar a los pocos pasos. Los colegiales negros —niños y niñas— formaban escuadrones de cincuenta personas. Algunos de ellos no tenían seis años. Llevaban carteles que exigían el fin de la segregación racial en los restaurantes y otros lugares públicos. Detenidos sin violencia, subían tranquilamente a las camionetas policiales y continuaban cantando sus himnos. Más de 900 fueron a la cárcel.
El gobernador había ordenado a sus hombre que fueran corteses, "para no dar ningún pretexto a los yanquis" (norteamericanos del Norte). Decenas de fotógrafos y camarógrafos espiaban la oportunidad de registrar escenas de violencia. "Kennedy necesita, para invadirnos, que rompamos alguna cabeza de negro", amonestaba la prensa de Alabama.

Un profesor "borracho"
La táctica del pastor King —cuya amistad con Kennedy suscita habitualmente el furor de ésa misma prensa— consistía en llenar las cárceles, de modo que en algún momento el gobierno estadual se viera forzado a abrirlas. Todo había comenzado cuando los estudiantes de la universidad para negros de Savanah, casi unánimemente, renunciaron en protesta por la expulsión de dos estudiantes, quienes hicieron circular una petición para obtener el regreso de un profesor blanco de tendencia integracionista, Christophe Cleveland. El rector lo había despedido por "borracho".
Finalmente, los comerciantes blancos firmaron un acuerdo privado con el pastor King: las ordenanzas no se modificaban, pero los negros serían admitidos en los mismos negocios que los blancos, si cumplían ciertas condiciones.
Pero el gobernador y el jefe de policía, Eugene O'Connor, que esperaban sacar ventajas políticas de su hostilidad a la integración, manifestaron que no eran partes en ese acuerdo.
Desde luego, cuando los parroquianos blancos trataban de impedir, por su cuenta, que los negros tomaran asiento entre ellos, la policía recibió orden de "proteger al agredido", que jamás era blanco. Pero así comenzaron a multiplicarse las escenas de violencia, que debían ofrecer al gobierno federal el pretexto para enviar soldados.
Por otra parte, las autoridades judiciales, que intentaban aplicar la ley de vagancia a los colegiales, optaron, más tarde, par imponer a sus padres unas multas de 20 dólares, y después de unos días los pusieron en libertad sin cobrarlas. Varios niños habían sido mordidos por los perros de la policía.
La presencia de Kennedy en Alabama respondía al propósito de indicar claramente a todos los estados del Sur que, cualquiera sea la reacción de los parlamentarios demócratas del Sur, el gobierno federal no toleraría ninguna infracción a las leyes integracionistas y a los fallos de la Suprema Corte de Justicia. Ya sus antecesores, Truman y Eisenhower, habían adoptado medidas análogas. Pero la unidad y la decisión de los negros no se mantienen después de cada victoria, y el enemigo aprovecha su cansancio para restablecer la situación anterior. Uno por uno, sus posibilidades de resistencia son nulas.
Sin embargo, la Asociación por el Progreso de la Gente de Color consigna, en su boletines, el continuo afianzamiento de sus reivindicaciones. En esta generación —declara— el "problema negro" dejará de existir en los Estados Unidos. La existencia de veinte naciones africanas en las Naciones Unidas constituye un hecho aún más eficiente que, veinte años atrás, la camaradería de armas entre blancos y negros en los diversos teatros de guerra. En todo caso, sólo algunos centenares de ciudadanos norteamericanos atendieron hasta ahora al llamado de algún grupo que propone el regreso a la patria de origen. El norteamericano negro se siente, antes que nada, ciudadano de los Estados Unidos y lucha por obtener todos su derechos. Una lucha en la cual, siempre, encuentra al gobierno de Estados Unidos a su lado.
Revista Primera Plana
21 de mayo de 1963

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