Su séptimo film está terminado. Es decisivo y él tal vez lo
presiente. Decisivo para saber si Stanley Kubrick sigue siendo
—además de un técnico virtuoso— un hombre que quiere hacer cine
comprometido o una víctima de los engranajes de la industria, un
nombre que se aguará en las crónicas y las historias. Una
posibilidad es que ese film terminado, 'Dr. Strangelove or how I
learned to stop worrying and love the bomb' (Dr. Strangelove o cómo
aprendí a despreocuparme y amar la bomba), que se rodó en Inglaterra
con Peter Sellers a la cabeza del elenco, hable de una inclinación
por la comedia psicológica que Kubrick inauguró en Lolita. Algo
es cierto: Kubrick ha roto los marcos de una independencia
cinematográfica que lo erigió, hace un lustro, en la figura más
apasionante de la nueva hornada de realizadores norteamericanos. Fue
el único capaz de producir una obra de la magnitud polémica de La
patrulla infernal y conmover a su país, escandalizar a Europa y
obtener un artículo elogioso de Michelangelo Antonioni. Son triunfos
que iban precedidos de una necesaria mención, la edad de Kubrick en
aquel entonces: 29 años. Hasta ese momento, era el arquetipo del
cineasta puro, interesado por servir y servirse de un arte
generalmente corrupto. Después, la imagen varió un tanto, pero dejó
un resquicio para que Kubrick pudiera tener su desquite, claudicar
definitivamente o emerger de sus propias cenizas. Nadie ha visto Dr.
Strangelove o nadie ha hecho comentario alguno. Pero conviene
aceptar la premisa de Kubrick todavía debe estar buscando su
verdadero camino. En todo caso, tiene que apresurarse: dentro de
unos meses cumplirá 35 años; el cine o la industria nunca esperan
demasiado. ¿Qué ocurrió con Stanley Kubrick? ¿Fue La patrulla
infernal solamente una casualidad, una contingencia fortuita?
Conviene revisar su carrera para establecer que no. Y eso, desde el
momento en que Kubrick —nacido en Nueva York, en julio de 1928— se
apasionó por la vocación de su padre, la fotografía, y no por su
profesión, la medicina.
Un aprendiz de cineasta
Cuando estudiaba en la Taft High School tenía en su poder algunos
premios obtenidos en exposiciones fotográficas. A los 17 años, la
revista Look le compró unas placas; tiempo después, lo colocó en su
staff de fotógrafos y lo hizo viajar por casi todo el mundo; sus
reportajes se tornaron famosos. Hacia 1950, Kubrick estaba
considerado como uno de los mejores fotógrafos de los Estados
Unidos: eso habría de comprobarse en todas sus películas. En 1951, Kubrick tenía en sus
manos 4.000 dólares y un ansia inexorable de hacer cine; parece
lógico que sus dos primeros films hayan sido cortos metrajes y de
tipo periodístico: • Day of fight (Día de combate) describía en
quince minutos las horas de un boxeador, anteriores a una gran
pelea. Kubrick revendió la película, pero ésta se esfumó en los
circuitos de exhibición. No hay noticias, por lo menos, del eco que
tuvo. Tampoco las hay de las siguiente producción. • The flying
padre (El sacerdote volador) mostraba a un cura de Harding County,
en Nueva México, que visitaba su extensa parroquia piloteando un
avión. En ese momento de 1951 y ante la inoperancia de sus dos
tentativas, Kubrick conoció a Joseph Burstyn, un distribuidor que
había llevado a los Estados Unidos Roma, ciudad abierta; Paisá;
Ladrones de bicicletas, y que le pidió un largo metraje. Kubrick ya
no pertenecía a la redacción de Look ni tenía dinero; le costó
varios meses conseguir productores, varios meses de persuasión y
largas veladas porque los productores eran miembros de su familia.
El resultado se llamó Fear and desire (Miedo y deseo), rodado a un
costo de 50.000 dólares en 1953. Fear and desire no se proyectó
nunca en Buenos Aires ni fuera de los Estados Unidos, donde recibió
elogios; el tema pertenece a Howard Sackler y es la historia de
cuatro soldados abandonados detrás de las líneas enemigas, en una
guerra y un ejército imaginarios. Burstyn distribuyó la película,
pero el fracaso ante el público fue rotundo. A Kubrick ya empezaban
a no desalentarlo las derrotas. Solamente así se decidió a buscar
otra vez, entre sus familiares, a los financistas para The killer's
kiss (El beso del asesino), filmada en 1955 y que pudo verse en
Montevideo bajo el título de 'Marcado para morir'. La anécdota es
sencilla: el romance de un boxeador derrotado y una muchacha que
trabaja en un salón de baile y a la que pretende el patrón. Como en
Fear and desire, la idea y el libreto constituyen una excusa sobre
la que Kubrick opera sus búsquedas. O, dicho de otra manera, los
libretos son débiles porque Kubrick estaba más interesado en
aprender a decir que en decir, porque todavía no sabia elegir,
porque todavía lo domina el fotógrafo. Estas dos primeras
expresiones de Kubrick son muestras de artesanía, tanteos en busca
de un lenguaje propio con el cual poder hablar más tarde y hablar
con propiedad. 'Marcado para morir' congrega los típicos elementos
del film amateur: bajo costo, actores desconocidos (fueron tomados
de la TV) y un director que se reparte entre el guión, la
realización, la cámara y la mesa de montaje. Sin embargo, ciertas
secuencias asombraron: el match de boxeo, una persecución por
azoteas, una pelea — hacha contra harpón— en un depósito de
maniquíes. Y, sobre todo, la riqueza visual con que Kubrick se
servía de las calles de Nueva York donde encontró la escenografía.
Con Marcado para morir, Kubrick logró un triunfo financiero: la
empresa United Artists lo adquirió para distribuirlo.
Detrás de John Huston 1956. Un joven productor,
James Harris, que intentaba "evadirse de la televisión y hacer algo
que se aislara, violentamente, del conformismo de Hollywood", entra
en un cine para ver The killer's kiss. "Un amigo me la recomendó.
Sabia que yo necesitaba un director de talento, pero poco conocido.
Kubrick —me dijo— es el hombre que Ud. necesita". The killer's kiss
me pareció una película malograda, una especie de bric-a-brac, pero
simpático por sus ambiciones." James Harris —tiene la misma edad que
Kubrick— consiguió 200.000 dólares de la United Artists para iniciar
las operaciones de la Harris-Kubrick Films Corporation; agregó otros
120.000 dólares e intuyó, con su colaborador, que una película
policial sería una garantía mayor para la marcha de la sociedad.
Juntos eligieron una novela de Lionel White que contaba un asalto
cometido contra un hipódromo, y se permitieron algunos progresos: un
actor conocido, Sterling Hayden, en el tope del elenco; un fotógrafo
del oficio, Lucien Ballard. "Fue mi primer trabajo verdadero como
profesional", ha señalado Kubrick, si bien sólo contó con 20 días de
filmación y otros 20 para la edición. The killing (Casta de
malditos) agrandó el nombre de su realizador en el extranjero. Fue
un notable ejercicio de estilo, en la mejor tradición del género
policial, con una influencia marcada de John Huston (Mientras la
ciudad duerme y, en el desenlace, El tesoro de la Sierra Madre).
Kubrick no era, aún, el dueño de su lenguaje cinematográfico; tenía
que recurrir a un relator en off y a un accidentado mecanismo
narrativo. Pero el film encerraba un derroche de soluciones visuales
y una inspección aguda, humana, del mundo de la delincuencia. El
equilibrio perfecto entre tema y realización, el acceso de Kubrick
al compromiso con su obra, sobrevino en seguida: Paths of glory (La
patrulla infernal), que requirió un presupuesto escaso: 900.000
dólares. Kubrick recordó un libro de Humprey Cobb —oscuro autor que
alcanzó, al publicarlo en 1935, el nivel de los best-sellers— donde
se novelizaba un hecho ocurrido en 1915, en el frente francés: el
fusilamiento de cuatro soldados inocentes, acusados de cobardía, al
fallar un ataque contra una posición alemana, ataque descabellado
desde el principio. Fue difícil encontrar fondos para el film.
Ninguna compañía quería patrocinar una obra tan explosiva, y fue
necesario llegar hasta Kirk Douglas, interesarlo por el papel
principal y abrir, con su nombre y 350.000 dólares por él aportados,
el interés de las empresas. Francia negó autorización para que el
film se rodase en su territorio y terminaría boicoteando la
posterior exhibición. Hubo que ir a Munich y sus alrededores y
convencer al equipo técnico —enteramente alemán— de que si Kubrick
se mezclaba en toda la labor del estudio no era por desplazar a
nadie, sino porque así actuaba siempre.
Una obra maestra
"El film carece de mensaje. No está a favor ni en contra de los
militares. A lo sumo, está contra la guerra que puede colocar a los
hombres en las peores situaciones de conciencia", comentó Kubrick.
Es la manera más amplia de entender un film finalmente pacifista,
ubicado en una tradición a la que contribuyeron La gran ilusión, de
Jean Renoir; Cuatro de infantería, de Pabst; Sin novedad en el
frente, de Milestone. La adaptación de Kubrick y Calder
Willingham de la novela de Cobb indicaba, no obstante, la necesidad
de polémica que presidía a 'La patrulla'. Deliberadamente, se
adjudica al coronel Dax la defensa de los acusados, que en la obra
original toma otro oficial. Ocurre que Dax es un civil y manda las
fuerzas que fracasaron en el asalto; de ese modo, Kubrick deposita
todas las culpas en los militares de carrera. También faltan en
la novela, entre otras, la escena final de la película. Dax regresa
al acantonamiento y oye a sus soldados riendo y bebiendo en la
taberna. Hay un momento de duda: él viene de defender a sus
camaradas, de verlos perecer ante el pelotón de fusileros. De
pronto, en la taberna, una muchacha alemana sube a la tarima y
comienza a cantar una canción folklórica. Es otro idioma, pero los
soldados se conmueven, lagrimean. En la guerra —ya lo sugería
Renoir—, el espíritu de los que luchan no se fija en la frontera, La
humanidad no admite divisiones. Paths of glory (el título es
irónico: significa "Senderos de gloria"; otra ironía: comienza con
"La Marsellesa" como fondo musical) fue aclamada en las ciudades
europeas donde se autorizó su exhibición. Antonioni escribió: "Es un
film muy serio, una acusación contra el absurdo de quienes hacen la
guerra y olvidan que hay valores humanos más fuertes que la guerra".
En la Argentina hubo que posponer su estreno una semana, ante una
protesta de la embajada francesa. A la dureza y profundidad del
tema, Kubrick unía una realización impecable, desde la recreación de
época (uniformes, trincheras) hasta los continuos prodigios de
encuadre y montaje: nunca el cine había mostrado el horror de un
combate como en la secuencia del ataque, durante la cual el propio
Kubrick operó una cámara armada con 'pancinor'. Nunca un
fusilamiento había alcanzado las dimensiones trágicas del que
incluye Paths of glory. Los mismos comentaristas franceses
recibieron la película con ditirambos. Sin embargo, el patriotismo
pudo más. Un crítico tan inteligente como André Bazin reprochó
errores: los militares saludaban a la norteamericana, descubiertos,
o los galones de las mangas eran demasiado anchos... En poco tiempo,
Paths of glory se convirtió en un excelente negocio: al año de
exhibición había producido dos millones de dólares de ganancias.
Desde entonces, la actividad de Kubrick fue celosamente vigilada.
Contratado por la MGM para que eligiera un argumento en su
biblioteca y lo dirigiera, se fue a los 40 días después de adaptar
una pieza de Stefan Zweig. Se le ofreció, entonces, la realización
de One-Eyed Jacks (El rostro impenetrable) que, finalmente, dirigió
Marión Brando. Kirk Douglas estaba interpretando Spartacus
(Espartaco) y, cuando se retiró Anthony Mann, llamó a Kubrick. La
oportunidad no era despreciable: otro tema controvertido; un
libretista —Dalton Trumbo— de regreso del ostracismo decretado por
Mac Carthy y la posibilidad de experimentar con el color y la
pantalla ancha. Espartaco (1960) convenció sólo en su faz
técnica: era una superproducción y debía pagar tributo a esa
categoría. A pesar de todo, resultaba un coloso consistente, un
enemigo de los Ben-Hur y Los diez mandamientos. Kubrick sorprendió,
a renglón seguido, al anunciar que había comprado los derechos de
Lolita y, más adelante, que había conseguido convencer a Vladimir
Nabokov para que escribiera la adaptación. "Me interesan las
psicologías de los personajes", declaró en 1961 cuando viajó a
Inglaterra para rodarla. Lolita reinició su sociedad con James
Harris, pero fue una película frustrada, un juego espeso que no
mejoraba la fragilidad de Nabokov, un melodrama mellado por la
debutante Sue Lyon. Lolita volvió a decir que Kubrick necesitaba
temas polémicos, que todavía no tenía claro su porvenir y que, en
todo caso, la novela de Nabokov no llegó a sacudirlo. "Los films
deben ocuparse de las emociones y reflejar la fragmentación de la
experiencia", sostiene Kubrick. El hecho de que filme tan poco
explica que quiere pensar en cada empresa que acomete, que quiere
terminar de encontrarse sin tomar el camino fácil y que computa sus
errores. Dr. Strangelove, una sátira contemporánea, puede ser el
término medio que anda persiguiendo Kubrick, entre la denuncia
paroxistica de La patrulla infernal y la especulación intimista de
Lolita. PRIMERA PLANA 7 de mayo de 1963
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Stanley Kubrick
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