Vietnam
el juego de los elefantes y los conejos
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En marzo de 1954, las tropas del Vietmminh lanzaron el épico asedio de Dienbienphu, cesado el 7 de mayo con la derrota de las fuerzas francesas y su casi inmediato retiro de una zona donde habían luchado durante ocho años. Arnaud de Borchgrave, de Newsweek, cubrió aquella heroica operación; ahora, acaba de regresar de Vietnam y de hallar algunas similitudes y diferencias con 1954.

Es como si alguien hubiera plagiado un antiguo libreto cinematográfico. Los mismos exteriores, los mismos personajes. Tal vez los héroes sean un poco más altos, las muchachas un poco más bonitas y los villanos un poco más astutos. Pero el argumento, las situaciones y las viñetas resultan depresivamente familiares. La primera versión fue una producción de bajo costo (1 millón de dólares por día); la de hoy es una ostentosa extravagancia, y el dinero (36 millones diarios) ya ni cuenta. Aunque al observar la filmación y escuchar el diálogo, nadie puede dejar de decir: Déjá vu, déjá entendu.
Hoy, como doce años atrás, un oficial de alto rango y de cara curtida comunica las mismas peligrosas explicaciones a los corresponsales recién llegados: "Controlamos la mayoría del pueblo, y el Vietcong controla la mayoría del país". O: "Ellos dominan un 25 por ciento, nosotros dominamos otro 25 por ciento, y el resto es un territorio en disputa". En realidad, todo —habitantes y país— está en disputa; el enemigo puede atacar nuestros puntos vitales cuándo y dónde se le ocurra; nosotros podemos hacer lo propio.
En el mismo restaurante de Cholon, el mismo informante, doce años más viejo, documenta los escándalos que dañan el programa de importaciones norteamericanas, los arreglos tolerados que benefician a un puñado de elegidos, el tráfico ilegal en piastras ("Ciento veinte millones llevados por vietnamitas a los bancos europeos, en 1965", asegura), el nombre de las esposas de generales y coroneles vietnamitas que actúan como pantallas en los aventurados negocios de sus maridos, y las fortunas amasadas por los contratistas civiles de USA. Hace doce años, me hablaba de las fortunas amasadas por los empresarios franceses, del 'trafic des piastres' que convirtió a muchos funcionarios de París en rentistas.
Entonces, como hoy, el sistema de cobro de impuestos de la guerrilla, aun en el corazón de Saigón, es más eficaz que el del gobierno: se les pide a los almacenes y bares de la capital que entreguen un porcentaje fijo de su inventario a los centros de cobranza del Vietcong, y las compañías de camiones que transportan provisiones norteamericanas cargan a Estados Unidos los 30 dólares de peaje que imponen los comunistas en sus bloqueos camineros.
Entonces, como hoy, para contentar al gobierno de Saigón, se preparan mapas con manchas azules que crecen y manchas rojas que disminuyen. En cierta ocasión, cuando el régimen francés enfrentó una de sus periódicas crisis de gabinete por el problema indochino, el comandante general me mostró un mensaje urgente de París: "Es imperativo que monte una operación espectacular con el máximo de publicidad y el mínimo de pérdidas". Esta vez escuché a un jefe norteamericano, que regresaba de Washington, mostrar su preocupación ante las contrariedades que la guerra levanta entre la gente y en la Casa Blanca. "El Presidente —confió— piensa qué le dirá al pueblo si todos esos ataúdes siguen llegando a casa para la época de las elecciones."
De manera que, doce años más tarde, las consideraciones políticas domésticas todavía juegan un enorme papel inhibitorio en la prosecución de la guerra contra los comunistas. Hay que arrojar panfletos sobre los villorrios, antes de que la artillería pueda bombardear las áreas dominadas por el Vietcong, Y las guerrillas, a su vez, saben que los ataques de la artillería —que usualmente siguen a vuelos de reconocimiento en helicópteros— significan la preparación de una zona de aterrizaje.
El elemento sorpresa se sacrifica a menudo para restringir el número de bajas entre los civiles vietnamitas y las tropas norteamericanas. Como resultado, el Vietcong es alertado varias horas, o varios días, antes de que comience un operativo y sus soldados se encuentran muy lejos cuando los helicópteros descargan su remesa de efectivos. "No importa —responden los oficiales—. Igual mantenemos a Charlie en movimiento. Ya caerá muerto de cansancio." Pero hace dos décadas que Charlie, los guerrilleros comunistas, está en movimiento.
En esta visita presencié asaltos masivos y convencionales que, como los de doce años atrás, rindieron muy poco, además de aumentar la cifra de KIA (Killed In Action, muertos en acción), muchos de ellos civiles. Cuando las tropas norteamericanas capturaron sólo 18 armas por 314 cadáveres, como en el caso reciente de una batalla librada por infantes de Marina, se sabe instintivamente que los no combatientes se hallan entre los KIA anunciados en el boletín diario de Saigón. Y el mes pasado, durante la gigantesca Operación White Wing, oficiales de las Fuerzas Especiales (o "boinas verdes", con reconocidos prejuicios contra las tácticas clásicas) estimaron que matábamos o heríamos a diez civiles por cada guerrillero comunista.
En defensa de estas operaciones en gran escala, algunos observadores señalan la inaudita movilidad de las tropas de USA. Pero una vez fuera de sus helicópteros, los soldados norteamericanos son mucho menos móviles que los vietcong, que pueden avanzar 15 a 30 kilómetros diarios, inclusive a través de la Jungla montañosa. (Personalmente, cubrí de 3 a 7 kilómetros diarios, según el terreno.) Y a las 4 ó 5 de la tarde, las unidades que acompañé casi siempre hicieron un alto para pasar la noche y reabastecerse.
Junto con las tácticas convencionales, los ambiciosos planes de pacificación de Estados Unidos son otro eco del pasado. En teoría, parecen buenos, plenos de promesas, como los de los franceses hace doce años. Sin embargo, una recorrida por el frente los desvanece. Aunque muchos expertos afirman que "las cosas mejoran en el delta del Mekong", ninguna unidad norteamericana opera regularmente en esa región, que en su mayor parte está bajo el control de la guerrilla. Días atrás, un jefe de aldea se enorgulleció ante un equipo de la TV: "Este es el pueblo más pacificado de todo el delta". Antes de que pudiera añadir una palabra más, estalló un nutrido tiroteo en las cercanías.
Sin embargo, no todo es como solía ser; hay un lado más optimista. Hacia 1951, a pesar del formidable poderío desplegado por los franceses contra las fuerzas del Vietminh, que sólo poseían rifles caseros, granadas y armas capturadas a sus enemigos, presentí que los rebeldes ganarían. Porque, entonces, lo que se extendía por Vietnam como un incendio era una gran cruzada nacional.
Ya no. El fervor revolucionario está reducido a chispas, y existen evidencias abrumadoras de que el Vietcong se descorazona rápidamente bajo la maquinaria bélica norteamericana. Los raids aéreos, por ejemplo, suman 13.000 por mes, y pronto se duplicarán. En comparación, los franceses sólo tenían 150 aviones, y muchos se utilizaban para el apoyo terrestre y el transporte. Hoy, 1.600 helicópteros de USA trabajan contra el Vietcong; doce años atrás, los franceses disponían apenas de diez helicópteros en la región norte, donde se libraba la mayor parte de la lucha. En un solo día, la Fuerza Aérea norteamericana deja caer el doble de tonelaje del que diseminaron los franceses en los 57 días que duró el asedio a Dienbienphu.
Moraleja: los Estados Unidos superaron a los franceses en recursos militares. Sólo las municiones cuestan 210 millones de dólares mensuales. En 1965, las fuerzas norteamericanas en Vietnam dispararon 1.000 millones de cargadores de armas cortas; 89 millones de vainas de ametralladoras de mano; 5 millones de cohetes; 7 millones de granadas aéreas; 10 millones de granadas de mano; 10 millones de obuses de artillería y morteros; 2 millones de bombas. Los B52, con base en Guam, fueron modificados para transportar 108 bombas de 250 a 350 kilos cada una; hasta hoy, sus 200 vuelos insumieron unos 500 millones de dólares. Los estadísticos señalan que cuesta 375.000 dólares la muerte de un vietcong.
A pesar de esta sangría económica, abundan frutos buenos. Hubo un tiempo en que un guerrillero desertor era tan exótico como una victoria gubernamental. Hoy, sobran los desertores: de 13 por día, en junio de 1965, a 80. Por primera vez, el espionaje funciona. Y cada desertor o prisionero trasmite el mismo mensaje: los vietcong sufren.
Muchos de ellos atribuyen esta decepción a la constante pesadilla del hostigamiento: ataques aéreos, miles de minas del tamaño de una bolita que infestan la ruta de Ho Chi Minh, proyectiles teledirigidos que caen sobre camiones recalentados o sobre el fuego de un campamento, bombardeos de los B52 que derrumban túneles cuya construcción demandó años, y fuerzan a los guerrilleros a cavar cada vez más hondo; y defoliación masiva. Confesión de un desertor: "Estábamos físicamente extenuados, siempre en movimiento. Los períodos de descanso en los vivacs entrañaban un ataque aéreo. Dormíamos poco y comíamos alimentos fríos durante semanas, porque las fogatas significaban la muerte instantánea".
Quedan menos parajes seguros para el enemigo. Acompañé a un batallón de la Primera División de Infantería, que, explotando un truco de espionaje, fue trasladado en helicóptero hasta cerca de un campamento del Vietcong, en el famoso Triángulo de Hierro. Nos recibió una lluvia de disparos de armas cortas, que pronto silenció una andanada aérea. Luego nos trasladamos a un túnel y a un complejo bunker que, según contó un prisionero, el Vietcong usaba sin inconvenientes desde tres años atrás. Descubrimos un aula subterránea, veintenas de documentos, un sistema para hablar al público, pilas de uniformes nuevos, y un hospital de veinte camas, con cloroformo ruso, suturas francesas, drogas norteamericanas y moderno instrumental quirúrgico, incluyendo un sofisticado arsenal de utensilios para operaciones de cerebro. Este tipo de acciones se desarrolla en todo Vietnam del Sur. Las zonas "C" y "D", vecinas a Saigón, los bosques de Ho Bo y la selva de U Minh, privilegiados santuarios de antaño, son hoy golpeados a diario.
Además, mientras se incrementa la presión bélica, el Vietcong ignora una de las reglas básicas de la guerrilla: ganar el respeto y la lealtad de la población campesina. Con más frecuencia ya, los prisioneros informan que los batallones comunistas no se preocupan por tener consideraciones. Los "impuestos" exigidos por el Vietcong aumentaron diez veces en los últimos dos años; el servicio militar voluntario quedó descartado y la conscripción es obligatoria para todos los campesinos de 17 a 45 años, al mismo tiempo que crece la recluta de jóvenes de 15 a 16 años. Tales tácticas indican que los comunistas comienzan a desesperar. Uno de sus slogans: "Únase a nosotros y sea un héroe, o aguarde hasta que triunfemos y sométase a juicio como traidor".
También se deteriora el entrenamiento; antes, los soldados escalaban posiciones desde las unidades de la guerrilla hasta las fuerzas regionales y, finalmente, hasta las unidades de primera línea. Ahora, muchos desertan por lo que describen como "interferencia" de los batallones norvietnamitas y un "mejor tratamiento" otorgado a las unidades regulares del Norte. A su vez, ciertas tropas traídas del Norte renuncian porque advierten que, pese a los desastres de la guerra, las condiciones de vida en el Sur son mejores que las de su tierra.
Así, se va mellando el apoyo popular al Vietcong. Por ejemplo, los lugareños culpan a la guerrilla, y no a los Estados Unidos, de transformar sus hogares en un blanco para la artillería y la aviación. Algunos observadores creen que los líderes de Hanoi pronto pueden decidir que ha llegado el momento de dedicarse a la guerrilla en pequeña escala, la peor de dominar; estiman que el Vietcong abandonará gradualmente todas las medidas represivas que dañan su imagen —terrorismo, conscripción obligatoria, impuestos, asesinatos— y tratará de formar un frente popular, con todos los vietnamitas, contra "la ocupación imperialista".
Empero, otros sospechan que las fuerzas comunistas se rehacen, alejándose de los focos de peligro, a la espera de una nueva ofensiva que coincida con la época de los monzones. Planes similares se arruinaron en 1965 gracias al fulminante esfuerzo norteamericano, pero las cargadas nubes del monzón en las áreas montañosas podrían deteriorar todo el concepto de movilidad aérea: durante una operación, semanas atrás, la Primera División Aerotransportada estuvo paralizada 48 horas por la lluvia y un cielo encapotado. También se dificultarían los bombardeos aéreos. Desde el punto de vista del Vietcong, entonces, los monzones (noviembre) serían el momento ideal para lanzar un espectacular ataque contra las posiciones de USA.
Sin embargo, las tropas norteamericanas afrontan problemas más inmediatos. Para mantener una proporción de 5 a 1 sobre los comunistas —lo mínimo en la lucha de guerrillas—, debería contarse con el doble de los 250.000 soldados estacionados hoy en Vietnam. Al parecer, dichas fuerzas quizá no sumen 400.000 hombreé a fines de 1966; y, si se llega a esa cifra, surgen otras complicaciones dignas de análisis.
Para un visitante de Vietnam resulta asombroso el número relativamente pequeño de soldados comprometidos en las ofensivas. La escala del apoyo logístico de USA requiere tanto personal de respaldo, que la cuota de 5 a 1 existe sólo en teoría. Para llevarla a la práctica, en términos de tropas de Combate y de acuerdo con la actual marcha de la contienda, se necesitaría no menos de un millón de norteamericanos. Tener al Vietcong a raya, como hasta ahora, demanda medio millón, o sea la capacidad de poner 20 a 30 batallones en operativos simultáneos. Y, puesto que por lo menos la mitad de as unidades de combate normalmente tomarían tiempo libre para descanso y recuperación, deberíamos contar con unos 60 batallones de combate, más su enjundioso respaldo.
Hay quienes suponen que este tipo de "escalonamiento" es lo que Hanoi intenta provocar multiplicando sus propias fuerzas en el Sur. Porque, desde el punto de vista comunista, de tal modo se aceleraría el colapso del frente político interno en USA y se volvería más ignominiosa una eventual retirada norteamericana. Aunque sólo fuera por razones domésticas, este "escalonamiento" masivo parece aún improbable.
Pero según lo que vi en cinco acciones libradas en diferentes partes del país, es difícil creer que 300.000 ó 400.000 norteamericanos puedan quebrar la espalda del Vietcong. Los Estados Unidos abandonaron toda pretensión de luchar contra una banda de rebeldes; y las operaciones de ofensiva convencional son descriptas, incluso por quienes las comandan, como un juego de elefantes que persiguen conejos. Lo que lograron nuestros elefantes es arrancar a los conejos de sus madrigueras y túneles; aunque las "trampas" tendidas en los regimientos nortvietnamitas y del Vietcong rara vez atrapan algo.
Si bien la aviación y la artillería no ganarán la guerra, la han hecho "imperdible". Pueden obligar a las guerrillas a refugiarse en la selva y la montaña, se permiten el lujo de ganar los "corazones y mentes" de la población, para seguir adelanté. Los comunistas favorecen esta guerra de desgaste, convencidos de que nos cansaremos primero; pero pocos expertos admiten que el Vietcong soportará mucho tiempo el agotador castigo.
Lo cual no significa que la guerra tendrá un final prematuro. El período de tres años, mencionado en Washington como el necesario para vencer, parece alocadamente optimista. Cinco a siete años es un término más realista, descontando que China no entre en el conflicto. Mientras Hanoi suscriba la intransigente línea de Pekín, no hay esperanzas de una solución negociada. Las tratativas, de hecho, podrían colocar a USA en una embarazosa situación, pues Hanoi sabe que cualquier conferencia de paz enfurecería al aliado de USA, Vietnam del Sur. La posibilidad de un gobierno de coalición también es anatema en Saigón: si Hanoi optara por la paz y anunciara que todo cuanto desea es una parte en el gobierno de Vietnam del Sur, se tornaría obvio que nada hay en el Sur —organizaciones, partidos— capaz de coligarse.
No sólo el Frente de Liberación (cuyo ejército es el Vietcong) constituye la única fuerza política disciplinada en Vietnam del Sur, sino que no hay otro partido político digno de mención.
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PRIMERA PLANA
29.03.1966

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