VIOLENCIA NEGRA
Recordando con ira
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El asesinato de Martin Luther King, campeón de la no - violencia, desató en las ciudades norteamericanas una ola de muerte, pillaje e incendio, dando así comienzo prematuro al "verano violento" de las guerrillas urbanas de la gente de color, anunciado el año pasado por Rap Brown

"Si a alguien lo matan mientras participa de un movimiento destinado a salvar el alma de una nación, entonces no puede haber una muerte más redentora". Lo dijo Martin Luther King, poco antes de recibir el premio Nobel de la Paz, en 1964.
Cuatro años y cuatro meses después fue abatido de un balazo en el cuello, en la ciudad de Memphis, adonde había ido para organizar una marcha pacífica.
Su muerte parecía dar la razón a los extremistas Rap Brown y Floyd McKissick, que piensan que sólo la violencia puede oponerse eficazmente a los blancos segregacionistas, dispuestos por todos los medios a impedir la eliminación de las barreras raciales.
Desde 1955 King se había trasformado en el símbolo de la no-violencia. El 1º de diciembre de ese año una costurera negra de la ciudad de Montgomery, Alabama, subió a un ómnibus y tomó asiento. A medida que subían pasajeros blancos, los negros —por reglamento de la empresa de trasportes —debían ceder sus asientos.
Cuando el conductor del ómnibus le ordenó a Rosa Parks abandonar su asiento, ella se negó "porque me dolían los pies". Fue arrestada y multada en 10 dólares por su falta contra la disciplina.
Estalló la indignación, King acaudilló a los negros de Montgomery, quienes boicotearon a la empresa de trasportes y casi la hicieron quebrar. Durante largos días la totalidad de los negros de la ciudad anduvieron a pie, aunque tuvieran que recorrer largas distancias, hasta que los blancos cedieron y derogaron la denigrante ordenanza.
Fue el primer triunfo de la no-violencia negra.
Desde entonces creció, se multiplicaron las manifestaciones de gente de color dulce y apacible, que se dejaba aporrear por la policía con un sonrisa en los labios, que producía congestiones de tránsito con el simple expediente de sentarse en las calles, que marchó sobre Washington en el verano de 1963 —más de 200.000 personas— para provocar una cadena de acontecimientos que culminarían con la aprobación de decretos integracionistas que muchos comentaristas calificaron como "las mayores ventajas obtenidas por los negros desde la Guerra Civil".
El movimiento tuvo altibajos, sufrió rudos golpes físicos, pero ganó en prestigio cuando el brutal "Bull" Connor, el comisario de Birmingham, lanzó a sus policías contra los manifestantes. Todo el mundo civilizado protestó horrorizado contra el odio desenfrenado del "sheriff" sureño.
—El movimiento por los derechos civiles —dijo John Kennedy— tiene tanto que agradecerle a "Bull" Connor como a Abraham Lincoln.
Pero el mayor peligro no provenía de los bastones policiales sino de los propios negros. Las divisiones infinitas, las desconfianzas mutuas, minaron sus fuerzas. Ya para muchos hombres de color Luther King no era lo suficientemente fuerte; lo acusaban de ser un "Uncle Tom" (un domesticado saltimbanqui de los blancos); las frases' acuñadas por él mismo se le volvieron en contra:
"La palabra 'paciencia' es para el negro una tranquilizante talidomida, que engendra un monstruoso hijo de la frustración."
"La segregación es el resultado de una relación ilícita entre la injusticia y la intolerancia."
El SNICK (Students Non-Violent Coordinating Committee), dirigido primero por Stokely Carmichael y después por Rap Brown, preconizaba una violencia cada vez mayor. Los disturbios de Watts, Newark, Detroit, y otras ciudades fueron exacerbando los ánimos: los blancos se predisponían cada vez más a las represalias, los negros marchaban hacia la creación de la guerrilla urbana.
Las reformas a las legislaciones que separaban las razas se precipitaron. Los transportes abandonaron sus prejuicios rápidamente, las escuelas siguieron el mismo camino. George Wallace, gobernador de Alabama, quiso impedir —revólver en mano— que alumnos negros entraran en una escuela de blancos, y se vio obligado a capitular. Las piletas y los campos de deportes empezaron a aceptar la concurrencia de gente de color.
Hasta la vivienda urbana, la última línea de defensa de la segregación, cedió, y aparecieron zonas francas en barrios que antaño no hubieran permitido jamás la presencia de un negro.
Pero nada parecía suficiente. Los líderes de color más extremistas anuncian que el verano de 1968 será aún más sangriento que el pasado. Clandestinamente, los negros, y abiertamente los blancos, se dedican a largas sesiones de práctica en el manejo de armas de fuego.
Luther King, siempre una carta fuerte de los moderados, se mostraba cada vez más pesimista:
—Cada vez hay menos esperanza.
En Chicago, que ya tiene una mezcla étnica bastante explosiva, se agrega un elemento más: en agosto (pleno verano allá) se realizará la Convención Nacional del Partido Demócrata. Se han extremado las precauciones; Richard Daley, el intendente, ha luchado a brazo partido para obtener fondos- federales para erradicación de la pobreza. Pero no tiene tiempo. Los agitadores profesionales vendrán de todas partes del país, y el suburbio pobre del South Side será un verdadero caldo de cultivo.
En Nueva York se trata de contener las crecientes cifras de ventas de armas por medio de decretos municipales, pero Nueva York es pequeño, y cuesta muy poco cruzar a un estado vecino para poder comprar todo un arsenal.
El año pasado el Senado agregó 2.800 millones de dólares al plan gubernamental contra la pobreza, y destinó todo el aumento a los planes sociales para los barrios negros.
Pero eso era antes de la muerte de Martin Luther King; eso era cuando un 83 por ciento de los negros (según una encuesta de la revista Fortune) se sentían interpretados por el gran predicador de la no-violencia, mientras que sólo un 25 por ciento apoyaba las técnicas incendiarias de Rap Brown.
Ahora la violencia ha abatido a la no-violencia; los agitadores tienen su chispa, provista por los propios blancos, y no la desaprovecharán.
Es que, paradójicamente, a medida que mejora la situación de la gente de color, aumenta su furia. Los pacíficos ciudadanos de clase media, que en un principio rechazaban los disturbios como obras de minorías vandálicas, se pliegan a la lucha.
El asistente social Charles Colding definió la situación:
—A medida que las cosas se ponían más y más candentes; a algunos policías se les dio por pegarles tiros a esos hogares de clase media estirada... Y entonces empezaron a despertarse, se dieron cuenta de que, por más que ellos estuvieran ganando dinero, viviendo bien y hablando como gente educada, no se diferenciaban en absoluto de nosotros ...
Una comisión investigadora del Congreso de los Estados Unidos interpreta que los disturbios del 67 fueron provocados por agitadores comunistas, agrupados en el Progressive Labour party (partido Laborista Progresista) y una serie de frentes con distintos nombres pero idénticos "slogans".
Sostiene el informe de la Comisión que los integrantes
de estas organizaciones subversivas, mediante volantes, folletos y discursos, tienden a despertar un odio tan feroz hacia la policía que una acción perfectamente correcta por parte de las fuerzas del orden aparece ante los ojos de los manifestantes como una verdadera masacre.
A la vez, la muerte del pacifista Luther King a manos de un blanco frenético, marca una dramática paradoja y un hecho límite: ¿el balazo en la cabeza del pastor King no es un balazo en la cabeza del movimiento pacifista negro norteamericano? ¿No es el tiro a quemarropa a la posibilidad de integración pacifista de la minoría negra norteamericana con la mayoría blanca de la nación?
Una hipótesis no es desdeñable: la gran nación del Norte puede quedar cristalizada —separada, dividida— en una nación de 200 millones de blancos por una parte; por la otra, y dentro de la Norteamérica próspera, existirá un país de 22 millones de negros que reclama violentamente su camino.
Stokely Carmichael —encarnizado enemigo de King— dijo palabras que pueden ser desolado epitafio o pavoroso vaticinio: "Mataron toda esperanza razonable".
Hugo A. Brown
Revista Panorama, mayo de 1964

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