Calé nuestro que estás en los
cielos...
Te juro, Alejandro, que lo
que me pasó con vos no va a volver a ocurrir.
Siempre quise conocerte. Y tuve muchas ocasiones.
Porque mi amigo Jorge Martin, ¿te acordás?, el que
bailaba como Fred Astaire, fatigaba con vos en la
Proveeduría de Aeronáutica, en la calle Maipú. Y
siempre me hablaba de vos y quería que nos
conociéramos. ¡Cómo son las cosas! uno cree que
siempre tiene tiempo para todo y de pronto... ¿Por
qué te apuraste tanto para irte? ¡Pudimos
encontrarnos tantas veces! Porque yo iba de
muchacho al cine Nobel, el de Beiró y Lope de
Vega, ¿sabés? Y pudo ser en el Monumental, o en el
Tango Bar, porque después que nos dejaste fui
averiguando de vos y supe de tu entrañable amor
por la banda roja de River ("nuestra sangre está
cruzada en tu blanco pabellón"...) y por Horacio
Salgán, y por Piazzolla. Pudimos habernos
encontrado, pero a vos se te ocurrió forzar el
distribuidor y te nos fuiste muy joven. Calé, muy
joven, igual que Abel Ianiro, que Juan Ángel
Cotta, que Wimpi. Es mucha ausencia. Calé...
—Si, creo que llegué a ser un buen dibujante.
Estaba destinado a. serlo. Mi abuelo fue un
excelente pintor y un gran maestro. Cuando se casó
hizo pintores a todos sus cuñados, que nunca
habían soñado con tener un pincel en las manos. Y
mamá, Juana Nicolás, fue una gran dibujante y
excelente pintora académica. Me parece que llegué
a dibujar bien, es cierto. Hubo un tiempo en que
me daba bronca que me tomaran por dibujante. Yo
quería escribir. Pero si en el staff de una
revista ms incluían para escribir, me daba bronca,
porque quería ser dibujante. Uno era así. Medio
rayado, como dicen por ahí ahora... Siempre creí
que mi fuerte eran los argumentos que ilustraba y
no le daba mucho corte al dibujo. Pero cuando
empezaron a llegarme cartas de gente valiosa
elogiando mi dibujo se me vino encima algo así
como un ataque de responsabilidad y quise ser
dibujante en serio. ¡No sabés lo que laburé!
Llegué a estar tres días seguidos, con noches y
todo, dibujando sin parar para aprender a dibujar
bien. Meta actemin, café y fasos. Dicen que a raíz
de eso el cuore... Y la gente me apreciaba por lo
que ya era como dibujante. Pera quise ser mejor. Y
me pasé de revoluciones. Yo siempre había tenido
una vida cómoda. Criado entre tías, un ejército de
tías que me adoraban y me daban todos los gustos.
Y me impusieron el estudio del dibujo, el piano y
el violín. Pero a mi lo único que me gustaba era
jugar al fútbol. ¡Cómo me gustaba la globa! Y la
movía bastante bien, no creas... Así tiré hasta
hacer la milicia. Había prometido empezar a
trabajar después del servicio militar, y en casa,
allá en Rosario, se lo tomaron en serio. Cuando
volví a la vida civil me pusieron en la estación
con una valija y un montón de mangos en el
bolsillo. Llegué a Buenos Aires, me instalé en una
pensión y me gasté hasta el último de esos mangos
yendo a oír a Salgán o a Pichuco en los boliches
de Corrientes. Llegué a saberme todas las maneras
de rajar de una pensión sin pagar. Después las
dibujé porque yo las había vivido. Cuando la
camisa se me rozaba en el cuello, la pintaba con
témpera blanca, y ¡a la noche!... Hoy estuve en
tu casita de Villa Real, Calé. Con María Ester, y
con Alejandro, y con Horacio. Todo está casi
igual. Pero no. Hay un piano que vos no conociste.
Siguen sin teléfono. ¡Para qué lo quieren! Si vos
no has de llamar para avisar que vas a llegar
tarde a comer. . . Y tus pibes son hombres, Calé.
Y en el barrio no son los hijos de Alejandro Del
Prado. Son los chicos de Calé. Y siguen yendo a la
misma canchita. Esa donde jugaban con vos ¿Te
acordás cuando llevaste a la canchita a
"Cuellito"? ¿Qué se habrá hecho de ese pibe? Era
de otro barrio, pero para vos lo que valía era que
jugaba lindo. Los pibes te querían, Calé. El día
que te fuiste hubo un desfile interminable de
pibes en tu velorio. Todos los reos de Villa Real
vinieron a decirte chau. ¡Cómo lamento no haberte
conocido más que por tus dibujos geniales! Porque
aunque te dé bronca tengo que decirte que de los
que dibujaron temas de Buenos Aires sos el mejor,
lejos. Tus dibujos son como el fútbol de
Pedernera. Sí, ya sé que te da bronca que te diga
eso, pero es lo que siento. Pero te decía que
lamento no haberte dado nunca la mano, porque
debés haber sido un tipazo de órdago. Se nota
cuando uno trata a tu compañera y a tus pibes. Se
adoran, cantan juntos, como vos les enseñaste.
Tienen la pasión de la música y con la mamá
parecen tres hermanos. Se acuerdan de vos con
alegría. Con toda la alegría de vivir que les
inyectaste. Siguen la tuya, Calé. Y eso es lindo.
Porque a nuestra edad, vos y yo sabemos que a los
pibes lo único que se les puede dejar es una
lección de conducta. Y eso les dejaste vos. Te
juro que si los pudieras ver te sentirías
orgulloso de los tres. Tus dibujos son geniales,
pero lo mejor que hiciste en tu vida fueron María
Ester, y Horacio y Alejandro. —Siempre fueron
buenos pibes. Cuando llegaba Carnaval, como en
casa no había guita, los disfrazábamos de indios.
Y me pasaba el día entero pintando sus cuerpitos
desnudos con témpera, y les fabricaba con cartón
los escudos y las lanzas. Me divertía yo tanto
como ellos. Bueno, como te decía, quedé en la más
negra mishiadura. Pero de tanto andar entre los
músicos, para ganarme el puchero empecé a dibujar
avisos de publicidad de los bailes. No guardé ni
uno. Los tiraba todos. Como tiré muchos dibujos.
Si no hacía así me hubieran ahogado las montañas
de papeles. Porque yo era muy trabajador y
dibujaba rápido Bueno, los músicos me hicieron
ganar los primeros pesos como dibujante. Después
empecé a dibujar en la revista "Descamisada" y me
compraron la historieta "El Perrito Pistola" en un
diario. Yo estaba jugado. Lo único que sabía hacer
era dibujar. Nunca supe ni siquiera prepararme
café. Y por suerte empecé a trabajar
profesionalmente. Allá por el 47 entré en "Pobre
Diablo", junto con Landrú y Faruk. Pero siempre
tuve amigos dispuestos a jugarse una baza conmigo.
El amigo Juanca bancó una revista que se llamaba
"Sucedió con la farra". No tuvo una larga vida,
pero allí publicaba unos dibujos que llamaba
"Buenos Aires Íntimo". Divito los vio y me llamó a
"Rico Tipo". Así nació "Buenos Aires en camiseta".
Eso fue en 1951, por el tiempo en que me casé con
María Ester. ¡Qué gran tipo el Willie Divito! A
veces yo desaparecía, de puro vago no más, o
porque andaba detrás de alguna orquesta, y recibía
un telegrama que decía: "Sea buen chico y regrese
al hogar. Divito". Por eso no me moví nunca de
"Rico Tipo" aunque siempre andaban tentándome con
ofertas de más dinero. Siempre fuiste un
fanático, Calé. Fanático de la vida, fanático de
River, fanático de Salgán. Troilo te emocionaba
hasta lagrimear, Edmundo Rivero te apasionaba,
pero tu amor por Salgán rayaba en el fanatismo.
Vamos, no me lo discutas, que a tu hijo mayor le
pusiste Horacio por Salgán. ¿O no te acordás las
que hiciste cuando don Horacio disolvió su
orquesta y se fue a vivir a La Plata? Te
inscribiste como alumno de piano de él para estar
cerca suyo y convencerlo de que volviera. Y usabas
el teléfono del pobre señor Cuzzano, ahí en
Celographic, para llamar todos los días a La Plata
y cargarlo de culpa al Maestro para que formara
orquesta nuevamente. Hasta que te hizo caso. Y te
hiciste su representante, y para bancar los bailes
de don Horacio te metiste con los pocos manguitos
que tenias juntados para casarte. ¡Qué líos los
que hiciste! Vos que nunca pudiste entender cómo
se llenaba un formulario, confeccionando planillas
y órdenes de pago y contratos. Pero estaba Salgán
de por medio y vos en tu cuarto de soltero tenías
su foto sentado al piano y de tamaño natural.
¿Quién te paraba? Un fanático, eso fuiste siempre,
gracias a Dios. —¡Cómo me gustaba el tango y el
fútbol bien jugado! ¿Te acordes cómo la movían
Adolfo, y Moreno, y Elíseo Prado, y el Flaco
Rossi?... Pedernera fue como Piazzolla, ¿verdad?
Se adelantó veinte años a su época...
¡Piazzolla!... Yo iba a sus ensayos y me sometía a
veces los arreglos. Tenía fe en mi oído. Y yo
tenía mucho oído para la música, de verdad. Yo era
un músico, no un dibujante. Te cantaba hasta una
sexta voz sin saber música. Y cantaba con Horacio
y con Alejandro. ¿Seguirán cantando todavía?
Seguro que sí. Me gustaba la milonga. Todo lo que
tuviera que ver con los palcos musiqueros. Nunca
iban al centro ni sábados ni domingos, pero en la
semana la noche era toda mía. También me gustaba
el cine. Llegamos a ir con María Ester a tres
cines distintos en un mismo día. Con Horacito en
brazos. Nos queríamos mucho. ¡Pobres pibes!... Los
dejé sin padre tan pronto... Yo, que no podía
estar dos horas seguidas lejos de ellos. Con
Horacio charlábamos horas seguidas y María Ester
se ponía celosa, pobre Negra. Y nos íbamos los
tres juntos a patear en "la canchita" y volvíamos
sucios, embarrados, pero felices. Y María Ester
chivaba un poco, pero era la que ponía un poco de
orden. ¡Se vivía bien en esa casa de le calle
Ramón Lista! No te la cambio por el mejor palacio
de Avenida Libertador. Mangos siempre faltaban,
pero sobraba todo eso que no se puede comprar con
guita... Pero en el 63 se acabó todo. El cuore,
dijeron. Justo cuando había empezado a cuidarme,
dijo basta. Estaban terminando el cortometraje
"Buenos Aires en camiseta" con mis dibujos. No
alcancé a verla toda. Vi solamente la versión
muda. A mí me gustaba para la voz que relata la de
Jorge Raúl Batallé, que era locutor y que me dicen
que ahora canta en el Grupo Vocal Argentino. Le
hablé, y él entonces me dijo que yo le marcara los
tonos tal como leería los textos yo. Pero no
alcancé a escucharlo. Y lo hizo con tu mismo
tono pausado. Ese que usabas constantemente
preocupado porque la gente te comprendiera bien. Y
llenabas tu charla de comparaciones para hacerlo
todo más claro. Me cuentan que era común verte a
vos conversando con un grupo rodeándote. Cuando
María Ester vio el cortometraje no pudo aguantar
las lágrimas Porque Batallé había aprendido tu
tono, tu cadencia y la película parece dicha por
vos. ¡Cuánta gente empezó a enterarse de que
habías pasado por esta ciudad como un mágico
pájaro alegre después de haber visto la película!
Todos esos "¡intelectuales", los de la cultura de
sobaco, que no leían "Rico Tipo" porque era mersa,
supieron así que un tal Calé había dibujado a
Buenos Aires. Y la dibujaste como nadie,
Alejandro. Con ese profundo amor, con esa ternura
sin límites para el prójimo que movía todos los
actos de tu vida. Te digo, como tipo que sabe lo
que dice, que estudiar la caligrafía de tus
dibujos es un placer para quienes estamos en el
bendito oficio del plumín y la tinta china. Aparte
de su argumento, frondoso de humor tierno,
profundamente psicológico y aleccionador, tus
dibujos son fascinantes. Supe que de puro
perfeccionista llegaste a realizarlos en papel
transparente, para después calcarlos sobre la
cartulina, porque querías darle a la gente tu
trabajo de la mejor forma posible. Y buscaste la
perfección de la forma fanáticamente como lo
hiciste todo. Hasta quebrarte. Nos regalaste todo
lo mejor que tenías, Calé. Hasta nos regalaste la
vida de Alejandro Del Prado. . . Siempre
decías: "Cuando muere un dibujante me da no sé
qué. Siento una cosa distinta. Es diferente. . ."
A nosotros nos pasó lo mismo cuando tu cuore dijo
basta y emprendiste el Gran Viaje. Pero estás
aquí. Nunca quisiste firmar de otra forma que con
el seudónimo familiar de Calé —todo porque tu
viejo trabajaba en Calé y Alexandre y a vos te
habían llamado Alejandro— porque decías que
guardabas el apellido Del Prado para tus hijos. Te
juro, Calé, que ellos en su maravillosa juventud
le han dado lustre. Pero están orgullosos de ser
los hijos de Calé. Deseo de todo corazón que allí
donde estés haya lápices y plumines y cartulinas,
y que en lugar de arpas te acune mañana, tarde y
noche, la música de Horacio Salgán, el bandoneón
de Pichuco y Piazzolla y la voz de Edmundo Rivero
o de Fiorentino. Y que tengas una número cinco
para darle unos toquecitos de vez en cuando. Amén.
Revista Gente y la Actualidad 25.02.1971
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