Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

LAS PICARDIAS DEL SEÑOR MORDILLO
A partir de este número, SIETE DIAS frecuentará, en exclusividad para Latinoamérica, los excepcionales trabajos del dibujante porteño -radicado en París- Guillermo Mordillo.
Avaladas por un amplio prestigio en toda Europa, esas ilustraciones acceden así, de modo permanente, al público argentino

Hagan lo que hagan, estos hombrecitos —o mujercitas, según los casos— aparecerán encarnando las situaciones más insólitas sin perder su aire deliciosamente torpe e ingenuo, y sin embargo casi iracundo. Nunca llegarán a convertirse en héroes pero los emularán a cada paso, exhibiendo la hilacha desopilante, la tierna vulnerabilidad, las migajas de frescura escondidas en el homo competitivus del siglo XX. Blancos y regordetes, reducidos a su perfil más desnudo, tales personajes logran sobrevivir en un universo donde reina la picardía de altísimo nivel. También, el desamparo frente a la naturaleza o a las junglas de ladrillo. Para no dilatar más el suspenso, conviene decir que se trata de los mordillitos: un patronímico que designa, desde su encumbramiento internacional en las páginas de las principales publicaciones europeas, a las criaturas de un dibujante argentino radicado hace rato en París. Y que, aunque célebres y cotizadas en toda Europa, continúan ignoradas en la Argentina.
Fue la semana última, durante su fugaz paso por Buenos Aires, que SIETE DIAS concertó un convenio exclusivo con el padre de tales irreverencias: Guillermo Mordillo (nacido 38 años atrás en el barrio porteño de Villa Pueyrredón y afincado hace tres lustros en el extranjero, esposo de la española —naturalizada francesa— Amparo y padre de "un demonio de 10 meses que se llama Sebastián") publicará aquí sus fulgores a todo color o en juguetona tinta china, sus homúnculos tan serios como Buster Keaton, pero que eluden todo falso intelectualismo o cháchara dramática. Lo real y contundente es que SIETE DIAS pasa a ser la única revista latinoamericana que recobra, ero permanencia, al autor disputado por las prestigiosas Paris Match, Adam, Luí y Marie-Claire, de Francia; la germana Stern, las suizas Annabelle e lllustrée, más una ristra de editoriales escandinavas, balcánicas y del mismo Japón.

TODOS LOS HUMANOS, EL HUMANO
Cierto mordillito nada apolíneo —para ser francos, tan amorfo como un saco de papas— acomete con indiferencia una tarea absurda, ciclópea: nada menos que levantar ladrillo a ladrillo una cordillera montañosa equiparada, así, con una prosaica obra de albañilería. Otro, náufrago y sentado sobre un minúsculo islote, fantasea su máximo ideal: que ese promontorio perdido en mitad del océano fuera en realidad la rodilla de una hermosísima muchacha
rodeada de algas y espuma. "Mis personajes son siempre el mismo, sin ser exactamente iguales", se entusiasma G.M., mientras blande una taza de café. Los describe con la cariñosa lucidez del padre ante su hijo: "Por lo general están envueltos en empresas bastante cretinas, como suele ocurrimos a todos nosotros, ¿no? Hay en ellos mucho de soledad, de inconformismo", abunda.
Soledad y obstinada rebeldía que alcanzan un registro apoteótico en esa pareja que, luego de arrancar el tallo de una flor, comprueba cómo el planeta se desinfla por el orificio: al fin quedarán abrazados sobre la arrugada esfera. En casi todos los casos los mordillos carecen de ojos y boca; hablan sólo por excepción, "aunque no niego la posibilidad de que en cualquier momento alguno se rebele y diga una pequeña frase", discurre su progenitor acariciándose la barba rubia. "Además —explica— ¿se dio cuenta cómo aparecen en segundo plano, pequeñitos contra un decorado inmenso? Es que cada hombre es una isla; todavía vivimos masticados por la indiferencia y la incomprensión". Tal vez por eso en su pincel fuljan tantos náufragos; pero con una salvedad: "Al principio los dibujaba solitarios, después de casarme les agregué una mujer, y ahora es toda la familia chapoteando en el mar".
Antes, Mordillo había acumulado esos datos que a veces se llaman biografía y otras veces "curriculum". Tras dos años de estudio en el Instituto Grafotécnico de Buenos Aires cosechó un diploma de ilustrador, gráfico libros de cuentos infantiles y narraciones para una editorial, y en sociedad con otro dibujante regenteó hacia 1950 una empresa filmadora que produjo cortos publicitarios. Finalmente se fue, pero "por ninguna razón particular: un amigo me invitó a ir a Perú, donde me quedé desde 1955 al 60". Tres años en Nueva York, primero como ayudante de animación de los estudios Paramount en las películas del impertérrito Popeye, y luego como diseñador de tarjetas humorísticas en una firma impresora, fueron el preludio de su recalada en París, en setiembre de 1963. Y también de lo que él considera "la tarea más importante que he realizado hasta ahora en mi vida, un trabajo humorístico de validez universal, sin textos superfluos, cuyos antihéroes aprietan pero no estrangulan suscitando además un cierto misterio". El que surge de esos contornos empeñados en desmitificar las ideas aparentemente más sólidas: "Creo que soy uno de los primeros humoristas que dibujó a la mujer decididamente fea —bromea G.M.—; pero es que, al fin de cuentas, todos los humanos somos tan parecidos... A una figura turbadoramente informe le agrego los pechos y ya queda identificada como mujer". Por cierto, tales atrevimientos suelen deparar consecuencias inesperadas: "Todo el mundo quiere conocer a mi señora, para ver si se parece en algo a mi personaje masculino-femenino; ¡por suerte, no tiene nada que ver!"
A tiempo de pasear nostálgicamente por una calle de la Capital, Mordillo confiesa que "en ocasiones lo último que pienso es el chiste; primero nace el deseo más vago de dibujar un paisaje o una selva exuberante". Minutos después pueden surgir allí el presunto Tarzán y la Jane que, encaramados en una rama, miran aburridos la pantallita de televisión empotrada en otra horqueta, y donde se ve... una serie de Tarzán. También cuenta su admiración por los humoristas franceses Sempé, Bosc, André François y Chaval, más sus compatriotas Copi, Oski y Quino. Aunque en el pináculo brilla el gran Steinberg, "que es cien dibujantes al mismo tiempo".
Hoy, el ilustrador que decorará muchas páginas de SIETE DIAS se apresta a editar en Francia y Nueva York un libro exclusivamente de imágenes: se titulará El galeón y es la colorida fábula de un barco pirata. Crown Publishers, otra editora neoyorquina, lanzará en setiembre una selección especial de sus chistes. En Dusseldorf, Alemania, realizaron una campaña publicitaria con su personaje, "que en definitiva quizá sea siempre el mismo y con el que participé en la Quinta Bienal de Dibujo Humorístico de Italia, en setiembre de 1969, en carácter de fuera de concurso y entre 120 representantes de todo el mundo. ¿Sabe? Es posible que yo sienta que todavía estamos viviendo en la prehistoria. ¿Qué nos importa si muere gente en Biafra, si alguien no come? Por eso añoro la naturaleza, y con mi mujer soñamos una casa sin muebles: por ahora, me limito a no usar reloj ni alianza, y es claro que tampoco televisión o automóvil. Así, poco a poco, puede ser que el hombre ascienda hasta el grado de animal". Ilusiones y deslumbramientos que cobran realidad a partir de esta semana —aunque su autor ya esté de regreso en París— y desde la página siguiente.
Revista Siete Días Ilustrados
01.02.1971

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba