RICO TIPO
EL 16 DE NOVIEMBRE DE 1944 SE EDITABA EL PRIMER NUMERO DE RICO TIPO, REVISTA QUE DEJÓ DE APARECER HACE UN MES

29 AÑOS A MANDIBULA BATIENTE

Una recorrida por el humor de los años 40. Cómo nació el doctor Merengue. Los personajes defectuosos. La moda "a lo Divito". Las "Chicas" y sus polleras. Fúlmine y su fluido. La ventana de Wimpi.

Revista Rico Tipo
Divito
El jueves 16 de noviembre de 1944 una nueva publicación amanecía en los kioscos de Buenos Aires. No parecía una época propicia al humor. El mundo ardía en las postreras ofensivas de la Segunda Guerra; el país restañaba las heridas de San Juan, devastada por un terremoto y se debatía en una nueva crisis institucional: mientras el general Edelmiro J. Farrell reemplazaba a Ramírez en la primera magistratura, los argentinos discutían a un joven coronel, a cargo de dos carteras claves: Guerra y Trabajo. No había tiempo para chistes: sin embargo, a poco de aparecer, Rico Tipo superaba los 250 mil ejemplares. Su intuitivo creador, el dibujante José Antonio Guillermo Willy Divito, no se sorprendió por esa paradojal reacción de sus compatriotas que desde entonces festejaron semanalmente, a lo largo de casi tres décadas, las benévolas sátiras, los certeros impactos de los dibujantes y la reaparición de un humor costumbrista, ausente desde los tiempos lejanos de Caras y Caretas y P.B.T.
La competencia, claro, no era mucha: Patoruzú, creada por Dante Quinterno en 1936, que apareció como tira en Critica primero y en La Razón después, dedicada en su mayor parte a la narración de las aventuras del indio patagón y de su peculiar familia; la otra competidora que afrontó Divito —más próxima a su línea de humor— fue la revista Cascabel, dirigida por Emilio Villalba Welsh. Buena parte de su staff optó per trasladarse a la flamante Rico Tipo (entre otros, Chamico, César Bruto, Oski) y los tintineos de Cascabel comenzaron a apagarse, hasta acallar definitivamente en 1946. Por ese entonces, la publicación de Divito arañaba los 300 mil ejemplares.
Muchos se preguntan hoy —desaparecida también en septiembre último la inefable Rico Tipo— cuál fue la fórmula de su ininterrumpido éxito, circunscripto principalmente a la década 1945-1955. Un humor directo, para nada sofisticado, que caricaturizaba amablemente al argentino de ese tiempo, un elenco de agudos dibujantes, atentos a la actualidad, y un staff de escritores hábiles para hurgar en los tics de la porteñidad fue el cóctel que batió Willy Divito desde sus lujosas, ya legendarias oficinas de Diagonal Norte al 800. En el verano de 1969, poco antes de morir, Divito arriesgó otra interpretación ante Siete Días, compartiendo un whisky en la discothéque marplatense de su propiedad: "Creo que a los argentinos nos gusta vernos retratados en nuestros vicios y defectos —conjeturó—. Por eso muchas de nuestras tiras hacen humor a costa de las grandes instituciones defectuosas nacionales: Fallutelli, un traidor y trásfuga; el Timberio, de Liotta, un jugador descontrolado; Purapinta, de Ianiro, un fanfa que abunda entre les porteños; Pochita Morfoni, una gorda que retrata a muchas compatriotas; las dos caras de mi Doctor Merengue; la venenosa competencia de mis Chicas o la repugnante inoportunidad de Un amigo, sin contar al Fiaquini, de Mazzone, el Amarrotto, de Oski o el Desconfiacho de Toño Gallo".
Naturalmente, el humor de Rico Tipo no se agotaba en esta vasta colección de monstruitos: una buena excepción la constituían Pan de Dios, una creación del desaparecido Fantasío, el ubicuo Piantadino, de Mazzone, la tonta gracia de ese gordito llamado Bómbolo, que tomaba todo al pie de la letra, la estatuaria rigidez de Marmolín, del desaparecido caricaturista Ianiro, las geriátricas pasiones de El abuelo y los hermosos, agudos frescos del tempranamente desaparecido Calé, aquel del Buenos Aires en camiseta.

BAJO LA ADVOCACION DE FULMINE
No fue tarea fácil reconstruir este mundo divertido que alegró a los argentinos durante casi 30 años.
Todos los previsibles accesos a las colecciones de la revista se frustraren irremediablemente: las de la redacción están en depósito judicial, como consecuencia de la testamentería de Divito; la de la Biblioteca Nacional fue desterrada a lejanos, inaccesibles depósitos en Ezeiza; la tarea, en verdad, parecía puesta bajo la advocación de Fúlmine, ese jettatore pergeñado por Divito.
Por suerte, el nefasto fluido se disipó cuando Siete Días encontró al doctor Oscar Bevilacqua (se auto-define como un ex-gastroenterólogo dedicado a la historietología), quien, junto al dibujante Oswald, está preparando una Enciclopedia de la Historieta, con más de 8 mil títulos fichados. La erudición historietológica de Bevilacqua, robustecida con los cien primeros números que generosamente puso a disposición de Siete Días, permitió recrear ese jocundo fresco de la vida nacional, que podía adquirirse a sólo veinte centavos. (La inflación, claro, es una forma de la nostalgia: allá por el año 44. el doctor Merengue, cuando su compañera pide en el restaurante langosta de Chile, le grita al mozo: "¡Decile que se acabó, que la langosta cuesta 16 pesos y ando seco!".)
Ni siquiera los seudónimos podían sustraerse a la endiablada espiral inflacionaria: la sección Fuimos al cine, cuyo autor era inicialmente Uno cincuenta, tuvo, allá por el 46, un seudónimo algo más costoso: Dos pesos. En ambos casos, se trataba de Calki. Naturalmente los primeros números reservaban otras curiosidades que las meramente económicas. Estaba, por ejemplo, la corrosiva gracia de Chamico (el poeta Conrado Nalé Roxlo) cuya versátil prosa era capaz de disfrazarse imitando el estilo de los más variados escritores. Su sección 'A la manera de ...' se mimetizaba con los folletinistas del siglo XIX, los poetas modernistas y con no pocos vates contemporáneos. En el número 15, bajo el título de Desdenes Póstumos, imita al poeta Julio Herrera y Reissig: "Trémulo de pasión me acerqué a verte / ibórea y muda en la severa caja / donde el níveo fichú de tu mortaja / imponía las modas de la muerte. Blasfemando en el alma de mi suerte / me tambaleé, como arlequín de paja / y jugando mi última baraja / quise robarte una caricia inerte."
Menos poético, triscaba el humor de Billy Kerosene, seudónimo de Luis A. Reilly —jefe de publicidad de Rico Tipo— y creador de las andanzas de El petiso Badaracco, una veta costumbrista que transitaron también Rodolfo M. Taboada, con sus aguafuertes De la fauna porteña, Horacio S. Meyrialle (quien solía ampararse en los seudónimos de Yo y Mey), quien dio vida a una pareja de novios de la clase media porteña (Pichuca y yo), hostigados por el avispado Pocholo, hermanito de la novia. Por su parte, Luis de la Plaza animaba a otro pillo de la picaresca porteña: El gordo Villanueva, aquel de la indescifrable sanata que daba cuenta de su cargo: "Boroborommmm de la Nación".
En una línea más lunfardesca, el escritor Miguel Bavio Esquiú imponía su legendario Juan Mondiola (ver recuadro), sin lugar a dudas, el último de los compadritos de Buenos Aires.
El terreno del analfabetismo irremediable, casi militante, se repartía entre El ñato Desiderio ("Garrá lo libro que no muerden"), pergeñado por Manuel A. Meaños, y el desopilante César Bruto (escrito por Carlos Warnes e ilustrado por Oski), cuya macarrónica presa analizaba Los grandes inbento deste mundO (uno de ellos, el insedtisida) o informaba a través de las no muy ortodoxas columnas de Versos & Notisias (gran diario de todos los miercole). Uno de sus pronósticos meteorológicos decía: "El tienpo: Muy con ganas de enbromar con sus vientos, fríos, humedades, neblinas, serrasoneS y otras porquerías. Ayer hiso 43 grados en mi-sisipi y 22 bajO serO en estocolmO, lo cual indica que nadie está cómodo."

WIMPI: PROCER RIOPLATENSE
Por supuesto, la fecunda vena humorística de Warnes no se agotaba en César Bruto: ya como Napoleón Verdadero cronicaba las increíbles historias de Lío Traslío, o como Tomás Elvino Blanco regenteaba un rincón sentimental titulado Flechas de Cupido, animado por un singular tono lírico. Una buena muestra es Otelo: "El lunes le di a mi esposa / cuarenta y seis garrotazos / porque, al subir al tranvía, / miró a un tipo de soslayo. / El martes le hice saltar / cuatro dientes de los sanos / porque, al abrir la ventana, / miró un poco para abajo. / El miércoles le encajé / otra gran tunda de palos / porque tardó tres minutos / cuando fue a comprarme el diario. / Y por causas similares, / el jueves, viernes y sábado / le molí bien las costillas / con instrumentos pesados. / ¡Ay, amigazo, les celos! / ¡Los celos me están matando!".
De esa época primigenia —sin duda la más gloriosa de la revista— datan las Andanzas de Ño Bildigerno, firmadas por Fernando Ochoa pero escritas —según informó el periodista y antologista de humor Luis Alberto Murray— por el poeta Claudio Martínez Paiva. También desfilaron por las páginas de Rico Tipo el caudaloso Abel Santa Cruz, el periodista Américo Barrios, Mariano Juliá y —ya en años más cercanos— Faruk (que adaptaba tangos en una sección llamada Andá a Cantarle a Gardel), Lalo Rey, Gius, Cerino y Acido Nítrico. También el primitivo staff de dibujantes albergó en épocas más o menos recientes a Landrú, a Quino y Bróccoli (cuando aún no eran padres de Mafalda y Juan y el preguntón), Garaycochea, Aboy (experto en humor negro, como Drácula), Suar, Mannken, Sídoli, Guerrero y muchos más que se pierden en el anonimato de las fugaces colaboraciones.
Y claro, a poco de haber llegado al país, no podía estar ausente ese prócer del humor rioplatense llamado Arthur García Núñez en la cédula y Wimpi en el corazón de algunas generaciones de argentinos. Su impar Ventana a la calle se abrió en las páginas de Rico Tipo, echando la gracia precisamente por la ventana, construyendo un humor destinado más bien a hacer pensar que a hacer reír. Quizás convenga reproducir una de esas colaboraciones. Servirá para entender qué es el humor. Y para entender también las causas de ese monopolio porteño de la gracia ejercido per una revista semanal a lo largo de treinta años. Dice Wimpi: "A uno, a veces, le da rabia —claro que sin que se note— cuando oye decir, del tipo que se ríe de todo: —¡Qué humorista!
"Confunde al humorista con el cómico, al humorista con el satírico. Al humorista, en una palabra, con el payaso o con el resentido. El cómico, al reír, se burla. El satírico, al reír, se venga. El humorista, al sonreír, compadece. Es el único que mantiene intacta, adentro, la gracia de una ternura.
"Cuando el cómico trabaja en un diario y lo mandan a que entreviste a un personaje, viene riéndose de la prosopopeya, del énfasis, de la fatuidad del personaje y escribe lo que el personaje le dijo. El satírico llega diciendo que el personaje es un animal. El humorista, en cambio, escribe lo que el personaje tendría que haberle dicho de no haber constituido, como pasa casi siempre, una metáfora. Y su humorismo consiste en haberse dado cuenta de lo que luego sólo se dan cuenta, al leerlo, los que son tan humoristas como él.
"El personaje, en cambio, leerá eso seriamente. El humorista baja más hondo que nadie, llega más lejos que nadie y ríe sin lastimar. No ríe, como el resentido, de lo que tiene otro y sólo porque él no lo tiene. Ríe, antes bien, de un disfraz bajo el cual su simpatía descubre la forma pura. El disfraz que suele ponerse el tipo cuando, inadvirtiendo la importancia que le ha sido concedida, quiere inventarse otra y queda pagando. . .".

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EL PRIMER JUAN MONDIOLA
Uno de los grandes hits de Rico Tipo fue —qué duda cabe— el Juan Mondiola creado por el escritor Miguel Ángel Bavio Esquiú. Su estereotipada figura de compadrito — imaginada por el dibujante Pedro Seguí— resulta hoy anacrónica y trasnochada, tanto como su avispada estrategia para eludir todo intento de matrimonio. Aún en esos años del 40, su sombrero requintado, su lengue blanco inicialado y su abombillado pantalón fantasía, eran mas afines con los guapos cuchilleros que apuntalaban las rosadas esquinas de Borges que con ese mundo inquieto y cambiante, sacudido por la bomba atómica de Hiroshima. Pero Juan Mondiola, ajeno a la fisión nuclear, atesoraba golosas aventuras en "milongas" improbables, donde se sacaba a bailar a las mujeres con el dedo, como quien disca el 9 en un imaginario teléfono.
Lo que sigue es su Opus I, publicado en la primera edición de Rico Tipo, el 16 de noviembre de 1944, bajo el promisorio titulo de Lección de amor.

Cuando los muchachos tienen un lío sentimental me vienen a ver enseguida. Se me tiran al bofe. ¿Sabe por qué? ¡Porque no ignoran que en materia de polleras mi foja de servicios y mis años de pescante me otorgan una autoridad indiscutible! Y porque, además, están seguros de que mis profundos conocimientos servirán para que desasne a más de cuatro melones que en ese renglón viven todavía en la edad de piedra.
Usted dudará de lo que le digo.
Y a lo mejor se sigue riendo. Lo perdono porque evidentemente usted es un náufrago. No me conoce.
Y no sabe los puntos que calzo, ni tiene idea de las robustas boletas que me tengo hechas.
Dirá usted que no se necesita tanta música para acercarse a un churro, sobre todo en esta época en que andan tan ligeras de ropa como de vergüenza. Pero usted larga ese bolazo porque olvida que es en el pique donde se ganan muchas carreras.
Sé perfectamente bien que arrimar la chata es fácil; pero lo bravo es poner el número desde el vamos. Empezar bien. Ganarle de salida el lado flaco. O el gordo, si usted prefiere. Créame, hijito, que esa habilidad, esa carpeta, no se logran sino con condiciones naturales y muchos años de ejercicio honrado de la profesión.
Además, no nos olvidemos de otra cosa; que no todo se reduce a una arrimada simple. Al fin de cuentas, cuando la carrera es fácil ganan hasta los grasas. Pero no es eso lo que yo digo. Pongamos ejemplos más bravos: usted está en una confitería o en el cine. De repente, una mujer que va con la madre o una persona de respeto —femenina, se entiende—, le pone los puntos. Por algunas miradas ardorosas y la insistencia de la dama usted se da cuenta de que ya están las mandarinas a bordo. ¿Me quiere decir qué hace? ¿Cómo resuelve esa situación?
¡Me jugaría tres a uno a que usted la embarra! Y que, o pierde el asunto, o hace tanto escombro que aviva a la ladera. ¡Y palabra de honor que es un crimen perderse una pichincha de esas! ¡No hay derecho!
Con toda seguridad en un trance así usted se dedica a mirar al churro con cara de carnero degollado. La mira y la remira. Hasta que la mujer se levanta y sale con la javie. Fija nacional que usted también se levanta y la sigue a prudente distancia, queriendo hacerse el discreto. Hasta que en una de esas la madre de la criatura chista a un auto, suben y lo dejan a usted con su mejor cara de salame.
¿Se ríe usted? ¿Vio que yo sabía lo que le decía? ¿Y vio cómo se pierde una bolada flor? ¿Eso es mala suerte? ¿Oí le ocurre porque anda en la mala? ¡No, hijito: eso le pasa porque todavía está verde! ¡Y no se chive ni le dé vueltas al asunto porque es como yo le digo! ¡Póngale la firma!
En cambio, fíjese bien cómo actúo yo en una ocasión así. Tranquilino, sin hacer yuyo, sin espantar a la canosa y sin llamar la atención, agarro un papelito y saco un lápiz. A todo esto, cuando el budín palpita lo que se le viene, parece como si le empezaran a andar hormigas por el cuerpo. ¡La curiosidad la devora!
Además del número de teléfono y la hora de llamada, le pongo dos o tres palabritas dulces. Hay que preferir elogiarle algo que la mina tenga muy lindo. Pueden ser los ojos, el pelo, o cualquier otra cosa.
Y cuando está todo listo y bien doblado el papel, recién la miro de nuevo haciéndole seña de que se lo quiero entregar.
¡Me como un kilo de gofio si el churro no se levanta para ir al teléfono, para que le pase el pelpa!
Y si usted no es melón de nacimiento, de esa maniobra puede sacar mucho para el trato futuro. Porque si la mujer se demora en agarrarlo o se abatata, es bolo que se trata de una percanta poco carrereada; pero si en cambio actúa con cancha y ella misma le facilita el pase, ¡no tenga duda de que ese asado no se le quema!

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DIVITO: SU HUMOR Y SUS CRIATURAS
Los que no penetraron más allá de su atezada, broncínea epidermis, suelen afirmar que Willy Divito era un despreocupado playboy, amante de los deportes náuticos, de los viajes, del sol, de los barcos embotellados, de las cerámicas y amante propiamente dicho. Todo eso es cierto, pero no es todo. Divito fue además un perspicaz, agudísimo observador de costumbres: sus muñecos, en su mayoría, responden a una tipología nacional. Muchos, tomados de la realidad. Otros, anticipando a la realidad. Tal, el caso de las Chicas. Cuando las publicó en Patoruzú (antes lo había hecho en Critica), Dante Quinterno solía reconvenirlo: "¿Dónde ha visto usted una muchacha con una cintura tan angosta, con los cabellos sueltos y la pollera tan corta?". Poco tiempo después, esas chicas existían, de carne y hueso y en la calle. (Hay quienes afirman que Divito se marchó de Patoruzú dando un portazo porque le alargaban las polleras a sus Chicas.) También los hombres fueron sensibles a las creaciones de su lápiz. Los trajes entallados, cruzados, con dos largas hileras de botones, pantalón bombilla y alta bocamanga, proliferaron en la década del '40 al '50 y sólo fueron desalojados por el advenimiento de los petiteros, como se denominaba a una fauna que tenía su epicentro en el Petit Café, de Santa Fe y Callao. La moda "a lo Divito" se propagó velozmente y su creador figuró como tal en El libro de la moda, publicado en Barcelona, una lujosa edición dedicada a los devaneos modisteriles femeninos.
Si en el caso de las Chicas la naturaleza imitó al arte con El otro yo del doctor Merengue aconteció exactamente a la inversa. Un día, cuando Divito tenía 23 años, estaba en el hipódromo con un amigo. A la tercera carrera, Divito le presta veinte pesos. En la sexta, los papeles se invierten. Divito no tenía para un boleto cuando ve venir a su amigo alborozado, blandiendo varios billetes de cien y de cincuenta. "¡Viejo —cuenta el ganancioso—, la pegué! Acerté con el 3 en la cuarta y con el 8 en la quinta. Ahora le voy a jugar veinticinco al T..." Pero ni se le pasó por la imaginación devolverle a Divito los veinte pesos para que siguiera jugando.
"Era amigo mío —recordó Divito ante el periodista Silvestre Otazu, de la desaparecida revista Aquí está—. Pero no tanto que me atreviese a reclamarle su deuda. Pero lo que interiormente le estaba diciendo no era para repetirlo. Aquel día nació el doctor Merengue. Este vino al mundo un año después. Fue un parto difícil. Le daba vueltas en mi cabeza sin atinar a representar gráficamente «al otro yo». Pensaba en una voz que salía, en un cartelito y en mil otros expedientes, hasta que se me ocurrió crear esa especie de «materia astral», de la que hablan los espiritistas."
Merengue es un personaje netamente porteño, con ese pulcro, impecable atuendo que se desvanecía ya en los años '50, cuando los argentinos comenzaban a abandonar su almidonada solemnidad, a adoptar otros colores que el gris o el azul oscuro. La popular historieta tuvo acogida en muchos países de América y de Europa, sobre todo en Italia. En cambio —según contó Divito—, en los Estados Unidos no entendían a este atildado, cortés y acaudalado ciudadano, en cuyas entretelas alienta un violento, impulsivo, veleidoso personaje convenientemente reprimido. "Ellos no tienen esas represiones", aventuró.
Divito había nacido en Buenos Aires en 1914. A los 17 años publica su primer trabajo en 'Páginas de Columna'. Tiene 20 años cuando aparece en Patoruzú su primera historieta: Oscar dientes de leche (un tigrecito de fiero aspecto y buen corazón). Por ese tiempo, y en la misma revista, aparece su Enemigo del hombre, quien, al mudarse a Rico Tipo se trasforma en Un amigo. A sus historietas célebres (Fallutelli, Fúlmine, Merengue, Pochita Morfoni, Bómbolo) hay que añadir otras que no tuvieron tanta resonancia: Gracielita, El abuelo (un anticipo de los emprendedores ancianos remozados por la jeringa rumana), Hércu Sansonacho, Chanta Ejecutivo y Mala Gamba. Creó también algunas secciones fijas muy festejadas: La verdad de la milanesa, No somos nada, Lo que veo en Buenos Aires, Dramas mínimos, Suele ocurrir, Hacé memoria, viejo (donde se divertía a costa de conflictos generacionales entre padres e hijos) y sus muy recordados Temas porteños.
Cuando en ese invierno de 1969 murió en Brasil buscando el sol —siempre huía de los fríos inviernos—, se apagó también la vida de esos inolvidables muñecos que duermen —quién lo duda— en ese apacible limbo de los personajes de historieta, junto a Trifón y Sisebuta, a Sonaste Maneco, junto a Periquita y a Chiquito Abner, en un divertido, eterno sueño.

Revista Siete Días Ilustrados
19-11-1973
Revista Rico Tipo
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