Michel Simon
Gruñidos de un genio insolente

Repentinamente el gigante se quitó la camisa y mostró el cuerpo burilado por los años; carraspeó y la voz brotó más gangosa que nunca sobre la papada fofa, gruñona: "¡Eh, no me quiero hacer el atleta!; sólo quiero mostrarle mis tatuajes". Allí se veían un barquito a vela, la cara de Marlene Dietrich, una botella de whisky: "Me los fue dibujando un ayudante de filmación, hace varios años; ¿verdad que son lindos?". Y la risa lo traicionó cuando, tras la imagen del protestón, se dejó ver una hilacha de ternura. Luego invitó a curiosear las plantas desbordantes en la galería de su mansión parisiense.



 

 

Ocurrió hace dos semanas; el personaje de rasgos simiescos —uno de los actores más significativos en todo el planeta— concedió entonces una entrevista exclusiva a Juan María Antuña, corresponsal de SIETE DÍAS en París. La charla tuvo lugar aprovechando el descanso que el divo, nacido en Suiza en 1896, se concede estos días en la residencia que instaló en las afueras de la capital francesa. Después de haber filmado 143 películas y representar 84 obras teatrales, el protagonista de 'El viejo y el niño' —rodada en 1968— y memorable intérprete de El muelle de las brumas, donde compartió brillos con Jean Gabin y Michele Morgan, desató su gracejo en una suerte de juego de la verdad. Como la confesión susurrada antes de tragar su cuarta dosis de calvados: "Sólo deseo retirarme a mi cabañita de La Ciotat, en Marsella, llevando a cuestas mi pornografía personal. También pescaría y cultivaría recuerdos, la sola vista de un escenario me provoca náuseas".
Este ginebrino que, paradójicamente, está considerado como una institución francesa equiparable a la torre Eiffel, tuvo un padre salchichero y una mamá costurera; "creo que así respeto las leyes de oro de la democracia, ¿acaso Abraham Lincoln no nació en una cabaña?", bromea. Tan modesto origen no le impidió destellar al lado de los más grandes directores galos, desde Jean Renoir y Marcel Carné hasta Jean Vigo, René Clair o Julien Duvivier; sin excluir "a los chicos de las últimas hornadas como Claude Berri y Jacques Poltrenaud. Pero, francamente, el cine de hoy me parece inferior al de preguerra porque está sujeto a las necesidades comerciales: guay de ellos si no incluyen una violación o un desnudo". Menea las manazas para aclarar que "no soy puritano, mon Dieu! Lo que ocurre es que todo eso es un falso erotismo; yo tengo una colección de films eróticos que escandalizaron a los mismos críticos suecos".
La primera película parlante del cine francés, Jean de la Lune, lo contó como principal animador.
Después interpretó "los roles más contradictorios: he sido obispo, diablo, asesino, proxeneta, padre de familia; una vez hasta hice de abuela, y otra fui una jovencita de 18 años. Y aunque me siento más ligado a 'El fin del día' porque la co-produje, no podría elegir entre todos esos papeles. Me interesa la enorme gama de locuras de la gente", farfulla socarrón.
Acusado sucesivamente de comunista —su casa fue allanada dieciséis veces por la Gestapo— y de colaboracionista nazi, detesta repetirse o convertirse en clisé de sí mismo. Por eso tal vez acaba de grabar dos canciones y se apronta para reanudar su labor con los realizadores más jóvenes a pesar "de que estoy harto, mon ami. Ellos me tienen miedo, me creen un monstruo intratable". No lo es: aunque desgrane insolencias y exabruptos, puede ser tan tierno como su creación del film 'La perra'.
El siguiente reportaje —que roza las cumbres del desparpajo— da testimonio de esas aristas jugosas, polémicas.

DE LAS HORMIGAS A MIMI
—¿Qué pide usted a la mujer y al hombre?
—A la mujer, que sea mujer. Y al hombre lo mismo; es decir, ¡que sea hombre, no mujer! (Lanza una tremenda risotada.) Es indispensable que las mujeres proyecten una sexualidad radiante, aunque no respondan del todo a los cánones habituales de belleza. La prueba: cuando yo tenía 22 años fui seducido por una vieja dama de 95. ¡Era tan seductora! He aquí una historia que, espero, devolverá las esperanzas a todas esas matronas. En cuanto a los hombres, ante todo: no mentir, ser francos y leales. Pero, por desgracia, mentimos siempre.
—¿Y en lo que hace a la actual ola de erotismo?
—Vea, la culpa (o el mérito) la tuvo en Francia esa superprostituta de Marthe Richard, que hizo cerrar los burdeles. Sin burdeles las costumbres se desordenan y los hombres se dedican a buscar, señoritas equívocas por la calle. Es por eso que las chicas se pasean semidesnudas; sin emocionar a nadie, dicho sea de paso. ¡Hoy se besa cada vez menos! Fíjese que son las mujeres estadounidenses las que inventaron la peor forma de erotismo: "Ver, pero no tocar"; después se divorcian de tres imbéciles, obtienen tres pensiones y viven como estrellas.
—Una opinión sobre la sociedad de nuestros días...
—¡Es para vomitar! La gente sólo se interesa en calcular sus impuestos. Pero no era mucho mejor en mis tiempos; me acuerdo que en 1919, con ayuda de unos prismáticos pude curiosear los restos del campo de batalla en La Roche aux Corbeaux: la parte francesa estaba en gran desorden, las trincheras alemanas eran una oda a la prolijidad. En Francia imperan el aburrimiento, el onanismo, la pereza. No ha cambiado nada.
—¿Qué es lo que más le desagrada?
—¡Humm!... Aparte de los magistrados, los documentos oficiales y las propinas, me adapto a casi todo. Con filosofía. Porque, como decía Auguste Forel, "el hombre es un animal fracasado. Está desprovisto de instinto y es el primero que desaparecerá. Inmediatamente partirán los animales del aire, luego los peces. Espero que quedarán las hormigas".
(Se levanta y a los trancos recorre la habitación. Levanta el teléfono interno para bramar: "¡Qué hace esa mucama que no trae el jamón! Bah, perdóname por el tono, pero que venga esa chiquilla". Las últimas palabras amenguan de golpe la furia aparente.) Entonces cuenta:
—Escuche esta historia; yo estaba en un hotel de Roma, en 1940, en pleno bombardeo. Me llevaban la comida a la habitación; siempre lo mismo, pez raya y un vaso de vino. Un día vi que la raya estaba cubierta de hormigas, y cada una transportaba un pequeño trocito para el invierno. Después de tres días yo pedí dos rayas: una para mí y otra para ellas. Contra los bombardeos, contra las leyes y el país, seguían acarreando su carga. ¿No es conmovedor? En cambio, los hombres: ellos matan a los inútiles, a los viejos y enfermos; basta ir a los asilos o a ciertos hogares muy respetables para darse cuenta. Un hombre vale menos que una hormiga.
—Si no tuviese miedo a ser descubierto por la policía, ¿sería capaz de matar?
—Totalmente incapaz. Mí padre era salchichero y me obligaba a matar los cerdos; yo quería matarme también, de puro horror. El cerdo sabe que se lo va a suprimir: está el que se arrodilla, y hasta suplica. A causa de los cerdos huí de Ginebra en 1912. ¡Pero no, miento: de buen grado mataría al director del teatro Grammont, con quien estoy en pleito! Experimentaría un placer terrible y luego pasaría un plácido fin de semana.
—¿Qué representa para usted el dinero?
—Poca cosa, pues mis mejores recuerdos provienen de mi época de escasez. Le voy a contar una anécdota que concierne a mi amigo Alphonse Alláis; frente a la farmacia en que trabajaba, en el Boulevard Bonne-Nouvelle, había un mingitorio público. Una hermosa tarde primaveral, Alphonse se encontró allí con un compinche que le dijo: "Tienes cara de contento". El respondió: "En efecto; sí fuera rico orinaría todo el tiempo". Para mí, el dinero es algo por el estilo. Y conste que no soy rico. Tampoco muy seductor, obviamente; y, sin embargo, a veces alguna amiga me despierta en plena noche poseída de una súbita pasión. Ellas deben saber que me he consagrado a la diosa Venus; es mi única política, mi única religión. Los unos abrazados a los otros: ¿no es una bella cadena de fidelidad?
—A propósito de cadenas, ¿qué opina de la televisión?
—La odio. Imagínese que durante la reciente emisión del programa 'Annie sur la deux' han osado cortarme la palabra. Son todos unos cobardes, unos bandidos. Se vive en medio de mentiras innobles. Yo siempre fui castigado por buscar la verdad.
—Volvamos a cosas más alegres. ¿Su primer amor?
—Físicamente comencé mi carrera amatoria a los doce años, pero mi debut sentimental lo viví a los dieciocho con una condiscípula de la escuela mixta. Nuestros padres interceptaron varias cartas, y en ese minuto terminó todo. Fue a partir de tal momento que me rebelé contra los adultos, rebelión que continuará hasta mi muerte. Pero la mujer de mi vida se llamaba Mimí: linda como una porcelana de Sajonia y con ojos inmensos; era lo que se da en llamar "una mujer de la vida", ¡y qué buena vida pasamos juntos! Durante tres años me mantuvo, me alimentó. Cuando íbamos a dormir dejaba su alianza y su dentadura postiza sobre la mesita de luz; un día se los olvidó en un hotel de Marsella, y me envió un telegrama desde París: "Envíame anillo y dientes. Mimí". Fue ella quien, pobrecita, pagó a dos matones a sueldo para asesinarme; me esperaron a la salida de la Comedia pero ni osaron tocarme; comprenda, mido 1,82 y he practicado boxeo. Al día siguiente, ella se sorprendió al verme sin un rasguño; yo le pregunté: "¿Cuánto les has dado?" "Trescientos francos para comenzar, y un resto igual para después del trabajito." Le expliqué que se había dejado estafar, entonces aulló: "¡Me las pagarán!". Qué mujer, Mimí: hace diez años le mandé una carta al convento donde se había retirado; me fue enviada de vuelta, sin explicaciones...

¡BASTA DE JOROBAR!
Parece ganarlo la melancolía. Cierra los ojos y echa a cantar, o algo que se le asemeja, una letra inevitablemente protestona: "La culpa es de los fracasados / si uno se siente mal sobre el barco, / si tú nos haces hinchar la piel / la culpa es de los fracasados". En seguida explica: "La canción actual me desconcierta pero grabé dos; ésta, titulada 'Les faillots' (los fracasados), y otra llamada Montpamo (Montparnasse). No sé si será a causa del canturreo, pero ahora recuerdo a Jeanne, de dieciséis años, a quien saqué de la prostitución; yo acababa de llegar a París y ella vestía minifalda; ya entonces, ¡imagínese! Le di dos mil francos, y cuando se evaporaron ella me anunció simplemente que volvería a hacer la calle. La dejé y cada uno se fue por su lado, pero una tarde fui citado por la policía acusado de proxenetismo. Yo, un rufián; ¡qué gloria!".
—¿Y qué hizo antes de iniciarse como actor?
—En 1912 fui danzarín acrobático, bailaba en Montreuil sous Bois con la madre de Edith Piaf. Ella cantaba canciones sentimentales vestida de negro; no tenía ningún éxito. También he sido profesor de boxeo, pero no un traficante de hombres como otros managers, ¡que quede muy claro! Uno de mis alumnos ganó varios campeonatos europeos y otro se hizo notar diez años seguidos en Suiza, donde llego a ser campeón. Pero es un deporte horrible; a André Simet, mi campeón, tuvieron que sacarle el estómago y murió a causa de eso. Es uno de mis grandes remordimientos. Mis primeras lecturas fueron Nick Carter y las aventuras de Buffalo Bill: representaban la justicia, los malos castigados y los buenos recompensados. Después, la realidad de lo que es la magistratura me hizo disgustar con el globo terrestre. Quizá fui también un pionero de las drogas; he probado casi todas: el opio, la morfina, la cocaína, sin olvidar el tabaco y el alcohol. Pero la más maravillosa fue el haschisch; la descubrí en Estambul, en 1924: Un comerciante turco me vendió un objeto y cuando quise pagarle me sorprendió diciendo: "Guarde el dinero, su compra me honra". Pero a la puerta un muchacho me esperaba con la factura y me explicó: "El señor Fahdul no le cobra porque ha tomado haschisch". Para él todo se volvía maravilloso, me encontraba bello y quería darme cosas.
—¿Cómo terminó esa etapa?
—Me asusté mucho en una oportunidad en que intenté saltar por la ventana, y cuando comprobé que me sentía peor a cada minuto. Así que le di todas mis provisiones al gran dramaturgo y poeta Antonin Artaud, recomendándole tomar muy poquito, apenas la punta de un cuchillo. Debió excederse, y murió hundido en la locura. Otro remordimiento más.
—¿Ama a la juventud?
—Me apasiona, es mi única esperanza. No hace mucho, en París, hablé con jóvenes de quince años; me, hicieron preguntas inteligentes. Pero los arrancadores de adoquines, cuando los sucesos políticos de mayo de 1968, no son de la misma raza que esos jóvenes. Los chicos que robaron y devastaron mí casa son los que obligarán a instituir un régimen de fuerza, una dictadura militar. Porque esto va a concluir así, ya verá: hay dos juventudes, la buena y la otra.
—¿Qué piensa de la guerra?
—Posiblemente sea el único remedio que nos quede para obtener la paz.
—Hábleme de su hijo.
—Nos detestamos. Existen cosas terribles entre nosotros; ahora tiene 53 años y yo soy abuelo. Un día mi mujer me dijo: "Quiero un chico". Y yo lo hice, eso es todo. Pero no piense que no tengo alma: siempre consideré a las mujeres como una religión, y ellas lo saben. Por eso querría ser enterrado al lado de Rosa, una putain asesinada cobardemente. Hablando de religión, verá: soy ateo, pero creo en otra vida; con mi padre tuve más contacto estando vivo que muerto. El día de su muerte, cinco golondrinas volaron en su cuarto, en Ginebra, lanzando gritos alegres. Fue como un signo mágico.
—¿Cuál es su última película?
—Aún está inédita, se llama Blanche (Blanca) y allí seré un señor del siglo XIII. Es mi siglo preferido: encuentro ridículos los viajes a la Luna, son cosas para deslumhrar a viejas porteras. A mí, déjenme con mis monos y mis loros, que sólo saben decir tres cosas: "La Marsellesa", "M....." y "¡Basta de jorobar!".

revista siete días ilustrados
26/07/1971