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crónicas del siglo pasado

 


Lana Turner

 


Revistero

 


 


con Bob Topping

con Ray Milland





 

 

A los 55 años, la ex "muchacha del sweater" no se da por vencida, cuando de amores se trata. Próspera mujer de negocios, alejada de sus escándalos de otrora, ahora se siente sola y espera conocer pronto a su octavo marido.
"Bien, queridos, la mujer que pueda interpretar mi vida en una biografía cinematográfica no ha nacido todavía", se exaltó el 13 de abril —durante una inusual presentación "en vivo"— la otrora irresistible sirena de Hollywood. A los 55 años, exhibiendo una figura matronil, una atenuada red de patas de gallo alrededor de los ojos y el doble mentón que ya ni los trucos de maquillaje pueden disimular, Lana Turner se permitió esa ingenuidad verbal sabiendo de antemano que contaba con la simpatía y la complicidad de un público bien dispuesto.
No estaba muy errada. Los dos mil invitados que colmaban el Salón Municipal de la isla de Manhattan -sitio donde se desarrolló el evento- habían viajado desde ciudades tan distantes como Londres, Chicago y Miami para aplaudir a la que fuera rutilante "muchacha del sweater". De las legendarias damas de la pantalla que en ocasiones anteriores ya habían caminado por el mismo escenario —Joan Crawford, Bette Davis y Rosalind Russell— Lana fue la que cosechó la ovación más estruendosa. Cosas de la nostalgia, porque si bien fue la más bonita, sexy y escandalosa de ese famoso grupo, sus habilidades histriónicas no fueron más allá de la mediocridad exitista.
El responsable de estos shows revisionistas es un hábil publicista llamado John Springer, miembro de una suerte de club denominado FOOF (Friends of Old Films, o sea Amigos de las Películas Viejas). Él arrancó a la estrella de su semirretiro californiano donde cuida sus intereses invertidos en caballos de carrera y se apronta para afrontar un octavo matrimonio, por supuesto en caso de que encuentre el candidato ideal. "Hay una sola cosa que siempre me ha aterrado: la soledad —confiesa la ex diva—. No la soporto, es algo físico y me siento sola cuando no tengo alguien a quien amar. No es cómodo sufrir la soledad, estar incapacitada para hacerlo. Uno se pone a merced de los demás, se trasforma en esclava y víctima". Durante el transcurso del programa se proyectaron trozos de sus películas más populares, matizados con intervalos de amable charla, en los que Springer se cuidó muy bien de bucear en temas que ahora la estrella rechaza de plano: sus estrepitosos divorcios, una sucesión interminable de amantes y, sobre todo, el asesinato del gigoló y call boy Johnny Stompanato. En cambio se divirtió al público con anécdotas de filmación.
ESCÁNDALO CON DIVIDENDOS
Lana es actualmente, y tal vez sin proponérselo, una estrella de la televisión. Sus viejos films forman parte de las cinematecas televisivas de todo el mundo, la Argentina incluida. El año pasado el realizador italiano Daniele Pettinari —alentado sin duda por esta nueva consagración— anunció que partiría para los Estados Unidos con el propósito de entablar negociaciones con LT: estaba interesado en filmar la macabra historia que la cubrió de escándalo y culminó en un Viernes Santo con la muerte de Stompanato. Alto, atlético, morocho y adecuadamente siniestro, Johnny Stompanato —conocido también como Johnny Valentine, ex guardaespaldas del gángster Mickey Cohen y amigo de Zsa Zsa Gabor y June Allyson— se dedicó a disfrutar del dinero que ganaba la actriz y logró manejarle la vida a su antojo. Ella le temía, pero al mismo tiempo se desesperaba por tenerlo a su lado: "Lo adoraba. Para mí era como una enfermedad —reconocería más tarde—. Sabía quién era, cómo era, pero no podía separarme de él. Me dominaba completamente. A veces tenía la impresión de estar bajo el efecto de la hipnosis. Sólo las mujeres pueden comprender lo que quiero decir." El 4 de abril de 1958 ambos mantuvieron un desagradable altercado en la hermosa casa de estilo colonial de Beverly Hills que la actriz compartía con su única hija, Cheryl Christine Crane. Discutieron acaloradamente, y él la golpeó amenazándola con desfigurarla en caso de que ella se arriesgara a abandonarlo. Según algunas versiones, Cheryl buscó un cuchillo de cocina y apuñaló a Johnny para defender a su madre. Otros comentaristas aportaron datos más sórdidos: afirmaban que Cheryl —una quinceañera taciturna y rebelde— estaba enamorada del gángster y terriblemente celosa de la belleza y del asedio masculino que generaba la presencia materna. La prensa no escatimó detalles: "Me incliné sobre él y le levanté el sweater. Vi la sangre ... —relató más tarde Lana—. Traté de insuflarle aire en los pulmones por medio de la respiración boca a boca. Agonizaba ya, y poco después murió".
Fue entonces cuando ocurrió uno de esos fenómenos que de tiempo en tiempo se dan en Hollywood. Las actrices formadas en el aparato del star-system le temían al escándalo porque —de no ser paliado por un hábil agente de publicidad— significaba la brusca interrupción de una carrera y el alejamiento del público que confiaba en una imagen creada por el estudio. En el caso de la Turner, los ecos del homicidio sólo consiguieron aumentar en un 30 por ciento —según las estadísticas de la época— la asistencia de público a sus películas. Las imprudentes cartas de amor que le mandaba a Stompanato cuando se hallaban separados —plagadas de arrumacos escritos en castellano: el gángster era sucesivamente "papito", "chiquito", "muñequito", "hijo"— se ventilaron libremente en los tribunales y cimentaron su fama de mujer fatal. Esas cartas habían quedado en poder de la familia Stompanato, y el gángster Mickey Cohen decidió utilizarlas para vengar a Johnny. "Lo quería como a un hijo", sollozó Cohen ante el juez, pero la ley dictaminó que se trataba de un homicidio con atenuantes.
Dieciséis años más tarde, el director Pettinari insistía en recrear el caso Stompanato, pero LT pensó que aún después de ese lapso podía interpretarse a sí misma. Hasta el momento todo ha quedado en un proyecto. Hacia 1970 LT había intentado una rentree al estrellato probando fortuna en una tira televisiva, mas la serie se levantó por falta de interés. Es, que para Turner, la estrella, los días de vino y rosas habían llegado a su fin.
LA IMAGEN DEL "AMERICAN DREAM"
Julia Jean-Mildred Francés Turner, apodada Judy, nació el 8 de febrero de 1920 en Wallace, un pequeño pueblo minero de Ohio. Cuando cumplió diez años, su padre fue encontrado en una calle de San Francisco con el cráneo destrozado a golpes: lo habían matado para robarle un dinero ganado jugando a los dados. Tenía sólo 36 años, y esa muerte violenta fue el primer drama que marcó la vida de la futura estrella. "Era un gran tipo y yo lo adoraba —diría LT años más tarde—. Me parezco a él no sólo físicamente sino también en temperamento y aptitudes. Tenía una cierta alegría desprejuiciada combinada con la dureza necesaria para enfrentar las consecuencias. Era un peleador." Su hija heredó ese hedonismo y el espíritu de lucha para crearse una carrera en Hollywood, aunque ahora reconoce ser "una mujer desgraciada y hasta débil". En realidad la única debilidad que le acarreó muchos trastornos fue la de aceptar la compañía de personajes como Stompanato, porque en otros asuntos se mostraba impetuosa y dura. Todavía se comería en Hollywood una gresca descomunal que sostuvo con otra bellísima estrella de la Metro, Ava Gardner. "Fue un asunto de copas —confió una vez Robert Taylor, que presenció la disputa— no sólo porque ambas habían tomado demasiado esa noche sino que, además, se disputaron los favores del mismo barman, un morocho de tipo latino". La reconciliación llegó cuando optaron por compartirlo; fueron esos arteros latin lovers que pululaban por la noche de Hollywood los que apresuraron el deterioro profesional de ambas. Los cócteles hicieron el resto.
A los 15 años Judy tenía una excelente figura, pelo ondeado castaño-rojizo, enormes ojos azul-grisáceos, un cutis inmaculado y una hermosa sonrisa con hoyuelos en las mejillas. Para ese entonces ya formaba parte del elenco de extras del estudio Warner Brothers; más tarde se incorporaría definitivamente al elenco de Metro-Goldwyn-Mayer. El que más entusiasmaba por sus atributos físicos era su compañero Mickey Rooney. Fue su novio durante tres o cuatro meses y, para lograrlo, tuvo que disputársela a otro alumno de la escuela del estudio: Jackie Cooper. "Yo sabía que tenía buen busto —memoró Lana cuando ya había alcanzado el estrellato—, pero pensaba ingenuamente que todas las muchachas de mi edad lo tenían. También sabía que tenía un buen trasero, pero no se me ocurría pensar que mi 'derriere' (en esa época aún no conocía la palabra) fuera el foco de atención para un camarógrafo que ganaba 2.500 dólares semanales". Ella cobraba 50 a la semana, con aspiraciones de llegar a 75 —mucho más que su madre, empleada en un instituto de belleza— y le parecía que era una fortuna.
Los expertos en crear las nuevas caras del estudio la estudiaron cuidadosamente y llegaron a la conclusión de que la materia prima era de excelente calidad; sólo se limitaron a levantarle la línea del nacimiento del pelo sobre la frente y a aclarárselo. El equipo de publicidad de la Metro se afanaba por buscar una sucesora de Jean Harlow, una mujer que enloqueciera —en la ficción— a galanes del calibre de Clark Gable. Promocionada como "la muchacha del sweater". Lana fue puesta a prueba con otras aspirantes al estrellato como Jane Wyman y Ann Sheridan.
Desde la adolescencia la vida amorosa de Lana era tan complicada y obviamente tan satisfactoria que comenzó a tomar más importancia que su carrera. Siempre tuvo hombres a su alrededor, y el aspecto físico de ellos era lo que más le importaba. "Digámoslo de una vez —se sinceraba sin prejuicios—: lo físico me atrae en primer lugar. Si, además, una llega a conocer el corazón y el alma de un hombre, es como agregar crema a un delicioso bizcochuelo". Según uno de sus ex maridos era "básicamente una romántica; quería que su vida sentimental se jugara como una escena de un film romántico de Hollywood, pero con mucho amor. Para ella el amor es muy importante y nunca tiene demasiado. Está formada por dos personas: por un lado, una nena mimada, y por otro, un ser casi animal, primitivo.
El día de su vigésimo cumpleaños, Lana salió a dar una vuelta en auto con un ocasional compañero de filmación, el clarinetista Artie Shaw. Culto, cínico, excelente profesional, Shaw era la antítesis de los galanes melosos con mirada soñadora. "Ni siquiera es buen mozo", pensó ella, interesada de antemano en la apostura física. Artie no pensaba lo mismo de su compañera: "Ella era realmente el Sueño Americano, increíblemente hermosa y, a pesar de eso, genuinamente preocupada por otras cosas. Según dijo, quería tener hijos y un hogar. Entonces pensé: ¿por qué no? El casamiento podría tener éxito".
Sin meditarlo más se escaparon a Las Vegas donde un adormilado juez de paz llevó a cabo una sencilla ceremonia. Con el tiempo, Las Vegas se trasformaría en un segundo hogar para la estrella, una ciudad donde uno puede bailar y jugar a la ruleta mientras espera el decreto de divorcio para reincidir al día siguiente en otra boda apresurada. Shaw, supuestamente, esperaba que Lana cocinara y se dedicara a las tareas domésticas, entre filmaciones. Pero ella ya ganaba mil dólares semanales, y él unos 150 mil al año, de manera que la casa quedó en manos de la servidumbre. El matrimonio duró algo más de cuatro meses; según Lana la gota que colmó el vaso de la relación conyugal fue una escena doméstica en que Artie le tiró un par de zapatos por la cabeza, agregando "y no te olvides de lustrarlos".
El cantante Tony Martin —siempre alerta cuando se trataba de mujeres bonitas— ya ocupaba su lugar en la fila de espera para alejarla de su desasosiego. Pero la relación se enfrió muy pronto. Lana, como muchas otras personalidades de Hollywood, vivía la vida de la imagen que proyectaba. El estudio la alentaba para que lo hiciera extravagantemente. Sus amigos comentaban que los roles jugados en la pantalla se mezclaban peligrosamente con su vida personal. La estrella no perdía el tiempo y se dedicaba a recorrer night-clubs de moda del brazo —y no por melómana— del director de orquesta Tommy Dorsey, de los bateristas Buddy Rich y Gene Krupa, del multimillonario Howard Hughes, y de los actores Victor Mature y Robert Stack. El clarinetista Shaw no la había olvidado, y hasta pensó casarse nuevamente con ella, "pero al recordar sus cien pares de zapatos y sus tonterías verbales recapacité", explicó al periodismo.
HOLLYWOOD O EL CAMINO DE LA PERDICIÓN
Artie Shaw —de quien hoy podría decirse que era un antigalán— no fue por cierto el primer gran amor de Lana Turner —ni el de Ava Gardner, ¡quién diría!, con quien se casaría más tarde— pero se trasformó en una especie de detonador que impulsó a la estrella a legalizar, por medio del matrimonio, siete aventuras espaciadas a lo largo de su carrera, ubicadas entre correrías extramatrimoniales. Los agraciados fueron, por orden de aparición y siguiendo al músico: Josef Stephen Crane —un caballero de Indiana venido a menos y padre de su hija Cheryl, nacida el 25 de julio de 1943—; el millonario y deportista Bob Topping; el fallecido actor Lex Barker (el único Tarzán dipsómano de la serie); los hombres de negocios Fred May y Robert Eaton, y un ignoto hipnotizador conocido como Ronald Dante.
Adentrarse en la vida sentimental de la Turner significa recorrer una guía social de Hollywood en su época de oro: también figuran allí Peter Lawford, Robert Hutton, Rory Calhoun, Turhan Bey, John Hodiak y Frank Sinatra, entre muchos otros. La fama de tenorio de Sinatra ya se extendía por toda California en esos días y por supuesto, su amistad con Lana dio bastante que hablar. "Solían protagonizar escenas románticas en el auto de él —recuerda Albert O'Henry, un publicista de Hollywood que escribió un chismoso relato sobre la estrella—, mientras estaba estacionado, por supuesto. Era muy extraño, si se tiene en cuenta que ambos tenían camarines donde ocultarse, pero creo que eso les resultaba romántico". En octubre de 1946 los rumores de que Lana era la tercera en discordia en el divorcio de Frank Sinatra y Nancy Barbato bordearon el escándalo. Hasta el semanario Newsweek se ocupó del caso: "Los rumores de un romance con Lana Turner se estrellaron contra el silencio guardado por La voz (Sinatra) y la llorosa estrella. Ella declaró: jamás en toda mi vida destruí un hogar". Esa muletilla la repetiría docenas de veces ante la desesperación de su jefe de prensa.
En 1946 Lana era una de las diez mujeres mejor pagadas de los Estados Unidos. Ganaba 226 mil dólares anuales —el equivalente de medio millón de dólares actuales—, y aunque los impuestos eran muy elevados vivía como una potentada. Había filmado mucho y junto a grandes figuras (Las Follies de Ziegfield, Ligeramente peligrosa, El matrimonio es asunto privado y El hombre y la bestia, se contaban entre las más importantes hasta ese momento) sin lograr una creación de verdadera relevancia. Fue entonces cuando los productores decidieron trabajar en la novela de James M. Cain, El cartero llama dos veces, filmada con anterioridad en Francia y en Italia (Obsesión, protagonizada por Clara Calamai y Massimo Girotti y dirigida por Luchino Visconti). La acompañó John Garfield en ese relato de ribetes policiales que parecía haber sido escrito para ella. Es el drama de una mujer joven, hermosa y venal casada con un viejo y trastornada por un amante mucho más joven. El film es uno de los pocos en la trayectoria de la estrella que ha soportado bien el paso del tiempo; es memorable por varias razones: resultó un ejercicio estilizado y tenso, muy al estilo de la novela, y la aparición de la diva quedará grabada para siempre en el folklore cinematográfico. Lucía el pelo rubio platinado casi blanco, tenía la piel bronceada y vestía totalmente de blanco o de negro.
Hubo también una evidente armonía entre ella y John Garfield. Juntos llegaron a proyectar exitosamente un aura de pasión incontrolada. El productor y el director Tay Garnett pensaron que la ropa blanca atemperaría la sensualidad latente de la estrella y les evitaría problemas con el Código Hayes, un censor siempre alerta en aquellos tiempos. 
El cartero llama dos veces hizo ganar dinero al estudio y a su estrella, que se encargaba de gastarlo a manos llenas, por lo general en viajes. En cuanto conocía a algún seductor, ignoto o notorio, hacía las valijas y desaparecía con él rumbo a Acapulco, uno de sus escondites favoritos. Fueron muchos los periodistas que entonces le preguntaban si para ella había existido el verdadero amor. Las respuestas eran siempre desganadas, o simplemente la actriz dejaba caer el interrogante en el vacío y no contestaba. Sin embargo, hace seis años, apestillada por la prensa en uno de sus tantos viajes a Europa, Lana aseveró que ese hombre había existido y era nada menos que Tyrone Power. "Fue el hombre que más amé. No nos casamos, pero nuestra historia fue bellísima —confesó muy emocionada—. Conocí la verdadera ternura sólo cuando estuve a su lado." En el momento en que estas declaraciones se publicaron, ya hacía años que el actor había muerto, pero los memoriosos saben que —aunque Ty era en verdad "un muchacho adorable"—, la relación con la estrella resultó tan tórrida como breve. Lana lo siguió a sol y a sombra, convencida de que en algún momento se casarían, pero el escurridizo Tyrone la abandonó por Gene Tierney, con la que filmaba El filo de la navaja. Gene alentaba las mismas ilusiones cuando TP cortó bruscamente la relación para caer en los brazos de Linda Christian, ganadora por knock-out. Ella fue la que finalmente logró la ambición secreta de Lana: lo arrastró al altar en Roma, en un matrimonio religioso para recordar. Durante las dos horas en que Lana fue otra vez el centro de atracción de una multitud, quizás haya pensado en esa cabalgata enloquecida de actores, músicos, amantes latinos, sujetos de avería y también —¿por qué no?— de hombres que la quisieron sinceramente y aguantaron durante algún tiempo una relación que les imponía estar más tiempo en las boites de moda que en su propia casa. Es duro olvidar treinta años de conquistas y batallas heroicas para trasformarse por fin en una ejecutiva, en espera de un octavo matrimonio que le dé paz a su soledad. Es que todavía le sobra vitalidad. 
revista siete días ilustrados
05/1975