Historia de una casita

En 1923 Le Corbusier construyó, para sus padres, una casita sencilla, barata y revolucionaria. El consejo municipal la consideró un "crimen de lesa natura" y prohibió que fuera imitada. Hoy es lugar de peregrinación y de estudio para los arquitectos y artistas de todo el mundo.
Por SEBASTIÁN DEL CERRO

 

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La fachada norte de la casa paterna, cubierta por chapas de hierro galvanizado, tiene un raro efecto. La puerta de entrada se halla detrás de la mata de hortensias.

 

 

COMO la historia parece ficción, debemos empezar: había una vez... Había un terreno junto al lago Leman. Alrededor, se escalonaban formando terrazas, miles de kilómetros de viña, en una obra secular. A un lado se tendían las aguas del lago. Más allá un horizonte de montañas y, por el otro lado, un antiguo camino de pastores. El terreno dormía, metido en la belleza del paisaje. Esperaba al mago desencantador que supiera descubrirlo y lo despertara con una casa sobre su lomo.
Un día de 1923, desde lo alto de la colina, un hombre lo descubrió. Era un hombre que sabía mirar y que deseaba construir una casita "para abrigar los viejos días de su padre y de su madre, después de una vida de trabajo". Era el joven arquitecto Le Corbusier.

EL ARQUITECTO DE LA FELICIDAD
Pocos han tenido en su profesión tanta influencia cómo Le Corbusier, y pocos han sufrido tantas críticas.
Nacido en Suiza, hijo de un relojero, es ciudadano francés desde 1930. Hoy tiene 67 años y conserva todo el ardor revolucionario de su juventud. En 1914 Le Corbusier dibujó el plano de lo que consideraba una vivienda moderna. Toda la arquitectura del siglo XX iba a girar dentro de esas líneas. Construyó la Unidad de Marsella, uno de los más discutidos ensayos de viviendas colectivas. Ha construido una ciudad en la India, un ministerio en Moscú, otra ciudad en Bizerta, un barrio en Chile, edificios varios en Ginebra y Londres, iglesias en Francia y Estados Unidos, el ministerio de Educación en Río de Janeiro, barrios modernos en otras
ciudades del Brasil. Bogotá crece urbanísticamente según planos suyos, y la zona moderna de Méjico ha recogido sus ideas. En nuestra ciudad de La Plata hay una casa sobre proyecto de Le Corbusier.
¿Cómo empezó todo? Quizás aquel día que Le Corbusier encontró, al arquitecto Grasset comentando con amargura:
—La arquitectura muere anquilosada por el academicismo.
—¿No hay ninguna esperanza?
—Sí, todo puede salvarse con un nuevo material que comienza a difundirse. Se hacen cajones de madera, se ponen hierros y se deja correr el hormigón: esto se llama el hormigón armado. Y con esto se hace lo que se quiere.
¡Nada imposible con el hormigón armado! Le Corbusier iba a hacer realidad la frase del maestro.
Alguna vez dijo: "París es un monstruo" y luchó por una vivienda aireada, cercana al sol y a la naturaleza. Desafió la hostilidad de los intereses, de la rutina y hasta del Parlamento. Cuando llegó a Nueva York, en 1935, los periodistas le preguntaron su opinión sobre los rascacielos de la ciudad. Le Corbusier no vaciló en lanzar una afirmación desafiante:
—Son demasiado pequeños, pero más grandes que sus arquitectos...
A su estudio instalado en el corazón de París, frente a la plaza del Bon-Marché, acudieron en 1954 doscientos arquitectos llegados de todas partes del mundo para recoger sus orientaciones. Ellas eran fáciles de resumir: una vida más sana, más simple, más completa. Ciudades sin hollín y sin mugre para elevar al hombre.
Le Corbusier es un constructor. Su gran voluntad, su enorme idealismo sirven a un sueño, o lo que hasta hace algunos lustros parecía solamente sueño: la ciudad blanca y radiante, rodeada de parques y jardines. Le Corbusier ama al hombre y pocos maestros han sido tan amados e injuriados. Pero por sobre toda circunstancia puede llamársele visionario de la ciudad futura, arquitecto de la felicidad.

EN EL PRINCIPIO FUE EL PLANO
Cuando en 1923 Le Corbusier descubrió aquel terreno junto al lago Leman, llevaba un papel en el bolsillo: era un plano. Allí estaba dibujado lo que él llamó "la máquina de habitar", con todos los detalles previstos en la superficie mínima para cada función. Comodidades simples, añejas costumbres —respetadas aún con soluciones innovadoras—, belleza, y un total ajustado a posibilidades económicas modestas.
El anciano Le Corbusier había inculcado en sus hijos el amor a la naturaleza. Después de haber pasado su vida en la ruda montaña del Jura, donde el áspero clima fatiga a los más resistentes, merecía que sus últimos años transcurrieran en la paz de un retiro. Su mujer, Marie Charlotte, también deseaba un refugio tranquilo donde gozar esa segunda luna de miel en que los esposos viejos arremansan el trajín de la existencia. Para ellos, el hijo arquitecto había pensado una vivienda ejemplar.
Hallado el terreno, el proyecto se le ajustó "como la mano en el guante". Y con esa minúscula construcción (apenas 60 metros cubiertos) se ponía en práctica un nuevo concepto de la casa para vivir.

UN LOTE EN EL PARAÍSO
Con 300 metros junto al lago Leman, Le Corbusier les compró a sus padres uno de los horizontes más bellos del mundo. Y no solamente eso: también adquirió sol, espacio, verdor, alegría.
La casa iba a tener un lago a cuatro metros de la ventana, por el sur. Hacia el norte, la carretera a cuatro metros de la puerta. Alrededor, el paisaje es tan abrumador que siente la necesidad de retacearlo y rodea con paredes al pequeño jardín. "Para que el paisaje cuente —dice— hay que limitarlo, dimensionarlo por una decisión radical: tapar los horizontes elevando muros y no revelarlo más que por su interrupción en puntos estratégicos. Súbitamente el muro se detiene y el espectáculo surge: luz, espacio, esta agua y esas montañas...".
El efecto, una vez realizada la obra, resulta mágico. Esa pared del sur, que además crea sombra y frescura, está perforada por un ventanal cuadrado a cuyo borde inferior se adosa una mesa rectangular de piedra. Dos sillas, el tronco y las frondas de una paulownia centenaria, unos cántaros de barro y todas las flores del jardín, completan un rincón de maravilla.
Por la parte que mira al lago, la casa tiene una ventana de 11 metros de ancho. Le Corbusier opina alegremente que esa ventana "le da clase" a la casita. Pero naturalmente, debía sorprender. Este elemento, que en la arquitectura actual pasa a primer plano, hasta confundirse con las paredes vidriadas, en aquel tiempo daba sus primeros estirones. "Es una innovación constructiva —dice Le Corbusier— concebida para el papel posible de una ventanas resultar el actor primordial de la casa. Instalar la proporción dentro de ella, en el lugar más decisivo: alto de la repisa, alto del dintel, solución dada a la cortina...". Y no teme asegurar que un buen proyecto debe tener comienzo en la varilla de las cortinas.

COMIENZA LA BATALLA
La distribución de la casita es tan sencilla, el presupuesto tan insignificante, que el constructor no la toma en serio. El espíritu cómodo y rutinario se rebela contra las formas audaces y combate fingiendo menospreciarlas. Lo que no es vigilado directamente por Le Corbusier, acusa luego fallas que deben ser subsanadas y entonces el escándalo de los timoratos debió llegar a las nubes.
La fachada norte, que no resultó satisfactoria, fué cubierta con chapas de hierro galvanizado. Con esto no solamente se lograba protección, sino que el efecto visual, inesperadamente agradable, recordaba una novedad introducida por entonces: las carlingas de aluminio en los aviones.
También el interior resulta extraño: las paredes casi no cuentan, y no se siente la necesidad de puertas. Mediante una sabia y sencillísima distribución, en la cual penetra luz por los cuatro costados, se logra una amplísima sala de estar, un dormitorio para los dueños, una pieza de huéspedes con salida directa al jardín y hacia un extremo todas las dependencias: cocina, lavandería, baño, guardarropa. Además, la escalera para subir al techo, que tiene un encanto especial.
Sobre la losa de hormigón armado, se echaron 15 a 20 centímetros de tierra. De allí, en vez de grietas, humedad y otras terribles consecuencias previstas; por los agoreros constructores, y gracias a los pájaros y al viento, surgió otro jardín. Según las estaciones, el techo se cubría de pasto o flores, de geranios silvestres y cierta vez, milagrosamente, de myosotis azules. Al mismo tiempo, esa pequeña vegetación proporcionaba el mejor aislamiento del calor y del frío.
Otra ventaja: desde el antepecho que rodea la terraza, con sólo asomar la mirada, se puede viajar imaginariamente por el lago, sobre ese barco encantado de inmóvil derrotero. Utilidad, sencillez y fantasía...
Hay otros mil detalles simples y amables, para hacer la vida cómoda y alegre. El sol que penetra a raudales por una alta claraboya, dibujando la sombra de los cántaros que adornan una repisa... La buena bodeguita subterránea para añejar el jugo de las vides... Hasta el perro tiene un camino para divertirse entre los árboles del jardín.
Queda materializado una vez más por Le Corbusier un ideal de su arquitectura: la casa simple, económica y bonita, adaptada a la función para la cual ha sido concebida.

LA CASITA SE ENFERMÓ
'"Las casas también atrapan la tos convulsa", comenta Le Corbusier. Un golpe de tos produce en la casita una resquebrajadura vertical cuya causa averigua con inquietud. No es nada grave: una travesura del lago vecino.
Ocurre que el nivel de las aguas cambia según las estaciones: la bodega subterránea había resultado una especie de bote, que "flotó" más arriba cuando el nivel era más alto, y el cuerpo de cemento armado se partió por la mitad. Al bajar las aguas, retomó su lugar. A todas las construcciones cercanas al lago les ocurría lo mismo, pero la grieta ofrecía un aspecto triste y Le Corbusier lo subsanó con picardía: tapó el defecto con planchas de aluminio, liviano y flexible, que agregó una nota más a la brillante simpatía de la casa.
Veinte años después de concluida la casa, en ella quedaba solamente la madre. El padre no alcanzó a gozar su pequeño paraíso terrenal más que el último de sus años. Le Corbusier hijo hace una visita que es casi una peregrinación enamorada. De ella trae un cuaderno de dibujos.
Uno de ellos representa una anciana de mirada perdida en el recuerdo. Al fondo, una lejanía de la casita, con su lago y su telón de cumbres. Una luna de sombra celeste y un sol de roja lumbrarada, en simultáneo cenit, coronan a la madre que yergue la cabeza en altiva paz interior. Al pie, el artista escribe: "A los 91 años, Marie Charlotte Amélie Jeanne-res-Perret reina sobre el sol, la luna, los montes, el lago y el hogar, rodeada de la admiración afectuosa de sus hijos".

EL CRIMEN
Es común que los espíritus estrechos, apegados a la comodidad que brinda la monotonía, vean fantasmas temibles en cualquier manifestación original. Así como la empresa constructora, habituada a proyectos rutinarios, se inquieta y desconfía frente a las innovaciones, ante las audaces concepciones de Le Corbusier comenzaron a temblar los fabricantes. ¿A dónde irían a parar los materiales usados hasta entonces, si las casas empezaban a cambiar las tejas de laboriosa colocación, por un puñado de tierra y un jardín renovado por el viento? ¿Qué se haría de los marcos, de las puertas, de las ventanas comunes, con este raro sistema de aberturas? Acomodarse a la novedad era riesgo. Además, todo eso significaba una revolución cuyo éxito no estaba todavía asegurado. El comerciante es conservador por naturaleza.
Y el funcionario municipal —sobre todo en provincias— también. La casita de Le Corbusier, prueba arquitectónica de solidaridad humana y cariño filial, pareció un ejemplo funesto al Consejo Municipal del pueblo vecino. Se decidió evitar su repetición.
Con un solo párrafo y un título como lápida, nos lo relata Le Corbusier: "El crimen. Cuando esta casita estuvo terminada, en 1924, y mi padre y mi madre pudieron instalarse en ella, el Consejo Municipal de una comuna próxima se reunió y considerando que tal arquitectura constituía, de hecho, "un crimen de lesa natura", temiendo además que ella tuviera algún émulo (¿quién sabe?), prohibió para siempre que fuera imitada...". Nada más.
Nos queda en los labios la sonrisa de ironía lecorbusiana: ¿cuál es el crimen? ¿La casa? ¿O bien esa medida que tal vez arrebató la comodidad, la salud y la dicha a tanta buena gente del lugar...
Hoy el temible adefesio es lugar de peregrinación y de estudio.
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12/1955