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crónicas del siglo pasado

 

 

 

Los ases del espionaje moderno

 

 


Revistero

 


 


Eddie Chapman

Monsieur Jean

General Donovan

Elisabeth de Miribel

 

 

Eddie Chapman,. el de la "brigada de nitroglicerina"
EL coronel von Stupnagel le contestó que sí al joven inglés evadido de la cárcel de Jersey, que se había ofrecido como candidato al servicio secreto alemán. Hasta Stupnagel sabía quién era el joven alto, moreno, muy agilísimo: se trataba de Eddie Chapman, especialista en explosivos. Antes de la guerra, encabezando su "brigada de la nitroglicerina", había llevado a cabo 38 golpes en Londres y fuera de la capital inglesa. Sus hombres nunca habían disparado una sola vez sus armas. Chapman les había enseñado el arte de la preparación silenciosa. Para apresarlo, Scotland Yard debió organizar un grupo especial que recibió un nombre parecido al de su propia brigada: The gelignite squad.
Chapman fué capturado en Escocia. Consiguió escaparse y se refugió en las islas normandas, donde fué apresado nuevamente. Volvió a escaparse, pero, entre tanto, los alemanes habían ocupado esas islas. El nombre de Chapman era conocido. Su fama era malísima: para gozar de una libertad que podía satisfacer sus deseos naturales de riesgo y aventura, no vacilaba en ponerse al servicio de los alemanes. Para tal propósito, era necesario que los ingleses lo creyeran muerto. Se supo, en efecto, en Londres, que "un preso evadido de la cárcel de Jersey, Eddie Chapman, culpable de actos de sabotaje contra las tropas alemanas, había sido fusilado en Francia, en la fortaleza de Romainville".
"De tal modo, en 1941, se me dio por muerto, oficialmente", me dijo el mismo Chapman la otra noche, en su pequeño departamento del número dos del Montpellier Square, donde vive con su mujer, una dama de 37 años — tres años menor que él—, con cabellos platinados como se usaban hace veinte años, y que esperaba su primer hijo al fin de aquella semana. Chapman está escribiendo, para una editorial norteamericana, la historia de sus aventuras de postguerra a bordo del "Flamingo", la lancha fantasma que atracó en Savona y luego en Tolón, donde fué secuestrada por los franceses, por hacer contrabando con Tánger.
Prosiguió diciendo ingenuamente que hizo saltar su primera caja fuerte porque necesitaba dinero. "Uno comienza por dinero —agregó—, luego la cosa se transforma en vicio". Hoy día, Chapman admite que aun siente en sí mismo, a veces, aquel impulso. Parece que siente la nostalgia de un pasado conocido de todos pero olvidado oficialmente por la justicia inglesa. En efecto, mientras se hallaba al servicio de los alemanes, el mismo Chapman servía como agente británico en contra de los alemanes. Tal fué su redención.
—Pero cuando usted se ofreció a los alemanes —le pregunté—, ¿tenía ya la idea de servir a su país?
Esta es una parte de la vida de Chapman que quedará siempre en el misterio. Para ciertas cosas de su actuación, él debe respetar el secreto militar, pues correría el riesgo de perder su amnistía. Chapman es una curiosa personalidad que el War Office —el Ministerio de Guerra británico— reconoce oficialmente como un ex espía de Gran Bretaña. Por esta razón, hoy día, el ex espía es accesible y habla de su "golpe" durante la guerra, tranquilamente apoyado contra el hogar de su "living", con un vaso de cerveza en la mano. Chapman toma sólo cerveza. A mi me sirvió gin. Tiene el aspecto de un joven intelectual del barrio de Chelsea. Se viste como para jugar al golf. Alrededor del cuello tenía esa noche un pañuelo de seda.
Después de su "ejecución", los alemanes lo llevaron a Nantes, donde lo adiestraron para el sabotaje. Le suministraron un código y una emisora de radio portátil, y lo lanzaron una noche en paracaídas sobre las llanuras del condado de Cambridge. En Wisbech, cerca de la vieja ciudad universitaria, hubiera tenido que volar las instalaciones de De Haviland: los aviones De Haviland eran una de las mayores preocupaciones del estado mayor alemán. Le habían prometido treinta mil libras esterlinas. El golpe tuvo éxito. Los reconocimientos alemanes y las fotografías aéreas confirmaron que el ala principal de las fábricas de Wisbech había sido destruida. El agente, que dependía del Diensteller Ast, había cumplido con su misión. El Diensteller Ast le ordenó a Chapman que volviera por Portugal y España. Antes de salir de Portugal, hubiera tenido que volar el barco inglés a bordo del cual tenía que viajar. Desde España, hubiera vuelto a Alemania con el correo diplomático alemán.
Pero los alemanes ignoraban que entre el lanzamiento en paracaídas sobre las llanuras del condado de Cambridge y la explosión de Wisbech había sucedido algo. Eddie Chapman había llamado desde un teléfono público al Ministerio de Guerra: había dado a conocer su identidad e impuesto una condición: si el gobierno británico hubiera olvidado las cuentas pendientes que él tenía con la justicia, el saboteador, el agente de Hitler, serviría a su país fielmente. Las autoridades inglesas asintieron, como había hecho von Stupnagel en Jersey. Y así el contragolpe fué preparado, pero sin que ninguno de los obreros que trabajaban en Wisbech tuviera la menor sospecha. Era preciso que todos, también los ingleses, estuviera convencidos de que las instalaciones habían saltado. Se hizo una leve modificación en los turnos de trabajo y en los horarios, para crear un leve paréntesis de tiempo, y así la maquinaria más importante fué rápidamente retirada por cuadrillas especializadas que no tenían nada que ver con el establecimiento. Después, una noche, Chapman entró en acción con sus explosivos. Tuvo que desafiar la vigilancia y los dispositivos de seguridad, como si todo se desenvolviera normalmente en Wisbech. Hasta hubiese podido dejar la vida en esa operación. Tal vez, en ese caso, se habría anunciado que un traidor al servicio del enemigo había resultado muerto por el fusil-ametralladora de un centinela. Los alemanes habrían perdido un agente. Los ingleses se habrían librado del compromiso de mantener una promesa con un criminal. Pero Chapman eludió la vigilancia e hizo saltar la fábrica, que, al día siguiente, presentaba sus paredes destrozadas.
Actualmente, Eddie Chapman escribe sus aventuras de postguerra, pero no es un escritor: la aparente tranquilidad burguesa de Montpellier Square oculta una nueva tentativa de rebelión contra la sociedad. "¿Una expedición a China?", pregunté. "No está excluida", contesta, y añade: "Quizás una empresa de cargas preciosas transportadas en avión. Harían falta buzos italianos". Pero Chapman nunca estará al frente de una organización corriente y normal. Ha intentado negocios en la Costa de Oro y fué expulsado. Intentó el contrabando en Tánger, donde esta actividad no es ilegal. Pero su pasado lo persiguió una vez más.
Aguarda ahora que el "Flamingo" ("Qué lindo barco", dice) sea dejado en libertad por las autoridades francesas. Las aventuras de Chapman no terminaron. El estallido de la guerra y el fin de ella no han marcado el pasaje de un período a otro de su vida. El primer golpe dado en Londres, cuando tenía 22 años, se le ha metido en la sangre. No se librará de él jamás. 


Héroe del espionaje alemán
DESDE hace algunos años los servicios informativos y las policías militares de una docena de países, incluidos, claro está, los "cuatro grandes", pueden descansar tranquilos. "Monsieur Jean", alias "Hastian", alias "el coronel Henri", en realidad Hugo Bleicher, de Tettnang, en Württemberg, se ha retirado a la vida privada. Ha instalado un pequeño comercio de cigarrería en Biberach, una pequeña ciudad provinciana situada al sudoeste de Ulm, a lo largo de las delicadas e indolentes riberas del Riss.
Herr Hugo, como lo llaman en el país, vende cigarros y escribe sus Memorias con el nombre de Erich Borchers, por cuenta del editor Adolf Sponholtz, de Hannover.
Sus libros, desde "Monsieur Jean", su autobiografía, a "La Chatte", novela de la vida real del espionaje, constituyen un negocio de librería. La venta de cigarros no es menos rendidora. Herr Hugo no quiere saber nada de aventuras. Está a punto de formalizar la compra de una granja en los alrededores de Biberach y quiere dejar transcurrir en santa paz los últimos veinte años de su existencia, los veinte años de los recuerdos. A los sesenta y cuatro cumplidos, Bleicher, alto, robusto, de perfil varonil y resuelto, con anteojos de intelectual, apenas si aparenta cincuenta. Desaparecieron los cabellos, que ya eran escasos entonces, cuando sus peligrosas misiones de París a Amsterdam, de Lyon a Tánger, de Cherburgo a Saint-Lo, con la bella y morena Suzanne al lado, la valerosa normanda que lo siguió durante todas sus peripecias, corriendo el riesgo de perder la vida a manos de la Gestapo o de sus compatriotas.
EL CORONEL HENRI
La última carta de Suzanne a Hugo está fechada el 3 de enero de 1950. En ella Suzanne hace un rápido análisis de los acontecimientos. Arrestado por el servicio inglés de contraespionaje cuando la liberación de París, Hugo había sido transferido a Francia para ser juzgado. Lo habían dejado en libertad en 1940 porque durante el proceso surgió claramente para los propios jueces que "Monsieur Jean" se había comportado como un caballero, no había atormentado a nadie, no había sido un fanático ni un faccioso, sino que se habla limitado a cumplir su propio deber militar. Es más, quedó demostrado que Bleicher había salvado de las garras de la Gestapo y del Sicherheitsdient (S.D.) a bastante gente. Entre la Gestapo de Himmler y la Abwehr, del almirante Canaris, los dos grandes servicios de espionaje rivales del Tercer Reich, siempre había existido enemistad. La primera recurría a procedimientos brutales y feroces, actuaba sin escrúpulos. No desdeñaba echar mano de auténticas bandas de facinerosos de la mala vida parisiense, reclutadas para las requisas en las casas de los "maquis'' y para el posterior interrogatorio a base de trompadas y puntapiés en las tibias de los desdichados detenidos. Una de estas bandas, capitaneada por un tal Henri Lafond y un tal Massuy, figuraba en las listas de pagos del Sturmbahnnführer Kieffer desde el otoño de 1942. "Monsieur Jean" había discutido violentamente entonces con Kieffer, echándole en cara que con sus procedimientos arrojaba descrédito sobre Alemania y los alemanes y que algún día se arrepentiría de sus malandanzas. Kieffer se rió de sus imputaciones. Indicó a Himmler que el sargento mayor Hugo Bleicher, de la Abwehr, padecía de francofilia. Pero, en Berlín, Canaris y el Estado Mayor estaban más que satisfechos con Bleicher, tanto como para confiarle tareas de tal responsabilidad que en cualquier otro sector de la Abwehr habrían correspondido a un oficial superior. Cuando los ingleses, en 1945, tuvieron por fin en sus manos a Bleicher, les costó creer que el "coronel Henri" y él fueran la misma persona. En Londres, los jefes del M.I.5, el servicio británico de contraespionaje, lo invitaron á escribir un informe técnico acerca de las innovaciones y de los hallazgos descubiertos por él para combatir a los "maquis" y los movimientos de resistencia adversaria. Tal vez pensaban en el Este los señores del M.I.5 y en la extrema izquierda. Hugo contestó:
—¡Aguarden algunos años, señores, y leerán mis libros.
Los ingleses lo dejaron marcharse de mala gana cuando llegó la requisitoria de la magistratura francesa para la extradición de Monsieur Jean. En el proceso, el testimonio de Suzanne y de varios "maquis" en su favor hizo caer a los Jueces de las nubes. En la celda número 1 de la rue des Saussaies, donde la policía parisiense había puesto a Hugo, penetró un buen día el comisario Du L. para interrogarlo. Faltó poco para que ambos se abrazaran. El apretón de manos fué cordialísimo; y eran aquellos tiempos en que sobre ambas orillas del Rin los recíprocos rencores estaban muy lejos de haberse apagado. El comisario admitió que Hugo se había comportado bien con él cuando Du L. se hallaba en la Resistencia.
Finalmente, el ex general de los S. S. Schellengerg, quien había tomado en febrero de 1944 el pleno dominio del contraespionaje militar de la Abwehr, por orden de Hitler y de Himmler, quienes ya no confiaban más en Canaris, fué careado con "Monsieur Jean". Schellengerg aseguraba que tenía sentimientos antihitlerianos. Bleicher no dijo una palabra, ni a favor de él ni en contra. A pesar de que odiaba a los hombres de Himmler, pensó que en ese caso lo mejor para un alemán era callarse.
Para Suzanne las cosas anduvieron peor. De los 120 testigos llamados durante su juicio, sólo uno o dos se atrevieron a decir que había sido la amante de Bleicher, y nada más. Entre los franceses de la Resistencia y los franceses "colaboracionistas", en esa época, el odio era tan fuerte aún que entre franceses y alemanes en general. Suzanne fué condenada a tres años de prisión, cien mil francos de multa, la confiscación de los bienes y la supresión de los derechos civiles por cierto tiempo.
Entre los testigos, Suzanne tuvo la amarga sorpresa de reconocer a la rubia, pero ya casi ciega y enferma del corazón, Mathilde Carree, conocida por el nombre de "la Chatte" (la Gata). Los parisienses se acordaban de la enigmática "Chatte" al lado de "Monsieur Jean" y de Suzanne en el bar del restaurante "Chez Madeleine", que era uno, de los lugares preferidos de la Abwehr alemana durante la ocupación. "La Chatte" había sido el golpe psicológico más difícil en toda la carrera de "Monsieur Jean". Hugo había conseguido "trasplantarla" en las filas de una de las organizaciones más temibles del espionaje adversario, la "lnteralliée". a fin de conocer con más de una semana de anticipación todas las iniciativas tomadas por su primer dirigente, el polaco Román Czerniawski, alias Armand Valenty, y por sus sucesores. La amante de Armand, Renée Borní, era terriblemente celosa de "la Chatte" y contribuyó a hacerla atrapar, pero era demasiado tarde. "La Chatte" ya había delatado a los alemanes a unos treinta de los hombres claves de la red de la "lnteralliée".
El 27 de febrero de 1942 "la Chatte" se había presentado en Londres al cuartel general del M.I.5 al mismo tiempo que Pierre de Vomécourt, uno de los jefes de la "lnteralliée", y había creído salvarse al hacer revelaciones sobre la actividad de Bleicher y su red de la Abwehr y del S. D. en París. En cambio, la verdad era la contraria. "La Chatte" continuaba pasando a los ingleses, como las había pasado a la "Interalliée", noticias falsas, pero verosímiles, fabricadas por la fértil imaginación de ""Monsieur Jean" y radiotelegrafiadas por éste u otro agente de una red de más de 400 personas, cuya mitad tenia la confianza de la Abwehr.
El 1º de julio del mismo año, las sospechas de la celosa Renée Borní y del mismo Armand, quien se encontraba en Inglaterra, indujeron al coronel Tom Green, del Intelligence Service, a atrapar a "la Chatte". El 8 de enero de 1949, Mathilde Carree, nacida Bélard, en condenada a muerte por un tribunal parisiense por alta traición. La señora Bélard, su madre, se desmayó en el tribunal. Fierre de Vomécourt, antes en tanto se había transformado en uno de los hombres de confianza del general De Bénouville, jefe del servicio de informaciones militares del general De Gaulle en Francia y hoy diputado independiente de derecha en la Asamblea Nacional, estalló en sollozos. Pierre no sabe todavía hasta qué punto "la Chatte" trabajó para "Monsieur Jean" y hasta qué punto lo traicionó a él y a la Resistencia francesa.
La táctica de Bleicher para lo que en jerga de espionaje se llama "la intoxicación" de los servicios adversarios no había sido inventada en un día. Era el fruto de la experiencia y de la paciencia. Monsieur Jean la había transformado en un arte. De 1925 a 1928, había sido representante de una firma exportadora de Hamburgo en Tetuán, Marruecos español. Hablaba y habla francés y castellano sin acento, un inglés correcto pero un poco gutural, así como un italiano un poco germánico pero comprensible. Bleicher no se hallaba todavía al servicio de la Abwehr, por supuesto. El 20 de agosto de 1939, le llegó a Hamburgo una carta circular reservada de la Cámara de Comercio e Industria que invitaba a las firmas asociadas a hacer conocer los nombres de sus dirigentes que conocían bien los idiomas extranjeros para ser contratados, "en el servicio oficial de la censura postal".
LA BANDA "LISIANA"
Se trataba de una estratagema de la Abwehr para reclutar nuevos elementos para la policía militar secreta (G.F.P.) en los territorios que los ejércitos alemanes se preparaban a invadir. Después de un aprendizaje en la escuela de la G.F.P. en Duisburgo, Bleicher, con el grado de sargento mayor, fué enviado a Saint-Lo y luego a Cherburgo, donde pasó a las ordenes de la tercera sección de la tercera rara de la Abwehr, el llamado "Referat-III-F". Era la tarea más delicada y difícil: "intoxicar" los servicios adversarios, llenarlos de agentes dobles para terminar destruyéndolos.
Durante todo el año 1940 y la primera mitad del año 1941 hubo poco trabajo para los hombres de Bleicher. Las dificultades y las preocupaciones comenzaron con la Resistencia. Bleicher consiguió de sus superiores la autorización are crear la banda "lisiana", una red de "maquis" auténticos que comprendía de entrada unos cincuenta militantes falso que gozaban de la absoluta confianza del supuesto coronel Henri. El principal agente doble de la "lisiana" se llamaba sencillamente Kiki .Al ejemplo de la "lisiana", durante los tres años siguientes, Bleicher creó la "Leopoldo" en Bélgica, la "Aurora" en Holanda, la "Archiduque" en Francia así como organizaciones de menor importancia. Kiki fué condenado a muerte juntamente con otro francés al servicio de Bleicher, Roger Bardet, inmediatamente después de la guerra.
Durante casi dos años y medio, los ingleses enviaron a la "lisiana" armas, víveres, radios clandestinas, mensajes cifrados y códigos, así como algunos de sus mejores agentes secretos, sin saber que detrás de la "lisiana" no estaba la Resistencia, sino la sonrisa socarrona y el cráneo pelado de Monsieur Jean. Uno de los ingleses, "Bob", fué atrapado por Bleicher en el hotel de Estrasburgo en París, después de dos meses pasados volando trenes y depósitos de combustibles. La Gestapo se había alarmado y había dicho a Bleicher: "¿Y qué hace? ¿Lo detiene o no?". Kiki le preguntó a Bleicher. "¿Por qué atrapamos a Bob tan pronto? ¿Porque lo exige la Gestapo?". Hugo le contestó en tono seco: "No, lo arrestemos porque Bob es un individualista, actúa por su cuenta, sin reparar en las órdenes y los consejos de los jefes de la "lisiana", que son mis órdenes. Bob se ha vuelto fastidioso".
Aun hoy día, Hugo se pregunta por qué el almirante Canaris en persona le dio la orden, en abril de 1942, de "convertir" al famoso jefe de la "Interalliée", el polaco Armand, que se encontraba encerrado desde el mes de noviembre de 1941 en la cárcel de Fresnes, a veinte kilómetros de París. Probablemente, en las intenciones de Canaris, quien buscaba entonces un contacto en el grado más elevado con el Intelligence Service en Suecia para preparar después el atentado contra Hitler, estaba la de enviar de vuelta a Armand del otro lado de la Mancha como prueba de buena voluntad.
HÉROE FUGITIVO
En realidad, a Monsieur Jean no le disgustaba la operación Armand, pues le suministraba, después de todo, un medio de utilizar en su propia red de agentes dobles a cierto número de elementos de la "Interalliée", después de haberlos debidamente "convertido". Bleicher comenzó sus tentativas con Armand, alias Román Czerniawski. Las condiciones de Armand eran inaceptables aún para Canaris. Exigía que cien o más de sus colegas y agentes de la "Interalliée" arrestados y encarcelados por los alemanes serán considerados como prisioneros de guerra con todos los derechos que comprende la convención de Ginebra, sin juicio ni proceso penal de ninguna clase. Exigía una promesa escrita del estado mayor alemán según, la cual después de la paz, y en caso de victoria del Eje, Polonia fuera tratada como una nación "independiente y soberana".
Bleicher comunicó a Armand el "no" de Canaris. En junio de 1941, Rusia, invadida por Hitler, había entrado en el número de las potencias enemigas. Bleicher insistió en los sentimientos tradicionalmente antirrusos de los polacos. 
Finalmente, Armand se dejó convencer. Iba a refugiarse en San Sebastián. Pero ¿cómo sacarlo de la cárcel? ¿Cómo nacer saber a los amigos de Armand que él se había escapado y no que la Abwhr lo había liberado a cambio de un doble juego? A mitad de la carretera que va de Fresnes a París, a una hora determinada, el coronel Henri hizo estacionar de través un gran camión de su dependencia. "¿Tiene usted seguro de vida?", le preguntó el chófer, "Ia vohl", contestó éste, cuadrándose. Llevaba también a un agente al que sabia poco leal, es decir, que estaba en contacto con algunos elementos de la "Interalliée" de origen polaco en Tolosa.
Acompañado por éstos, con una falsa orden de comparencia, en un coche blindado seguido por su propio Citroen, con un chófer de confianza, Monsieur Jean fué a buscar a Armand. Llegado a la altura del camión, con un violento golpe en el volante, el coche blindado fué a dar en el vehículo parado. El choque fué grave. El chófer del camión sufrió contusiones y una conmoción cerebral de segundo grado. Monsieur Jean se fracturó un brazo, pero Armand consiguió escaparse. Al día siguiente, en Tolosa, entre los hombres de la Resistencia, todos aplaudían al héroe fugitivo. Los elementos de la "Interalliée" que se hallaban encarcelados cumpliendo con las órdenes de Armand, pasaron casi todos a las filas de Monsieur Jean, mientras Armand, con su amiga, se dirigía por España hacia Inglaterra.

BILL DONOVAN
descubrió los secretos de la embajada "Alpha"


SADIE Cohen, en su pequeño comercio de cajas de seguridad de segunda mano situado en la Tercera Avenida de Nueva York, meditaba en un atardecer ya remoto acerca de las alternativas de la guerra y sobre su ventura personal: había sido liberado poco antes de Sing Sing, se daba cuenta de la notable abundancia de papel monada puesta en circulación en el mercado a consecuencia de las fuertes órdenes de provisión colocadas por el gobierno en las industrias, y acariciaba fantasiosos proyectos, cuando se presentó ante él un joven recién llegado de Washington, un fulano que hablaba con acento británico y que le espetó una rara charla. Sadie Cohen no era un ciudadano ejemplar, se había hecho de renombre como forzador de cajas de hierro, pero odiaba a los "nazis"; a su manera se sentía buen patriota y contestó al visitante, apelando de vez en cuando a una que otra palabra en "iddish": 
—Por la descripción que usted me hace comprendo que se trata de una caja de seguridad Vilton modelo 1925. Tenga este martillo de goma, es uno de los que utilizan los batidores de oro, y dígale a su novia que se lo oculte en el seno y alecciónela para que dé un golpe violento, un golpe con toda su fuerza sobre la manija de la caja de seguridad. No hará ningún ruido. La caja no podrá volver a abrirse y entonces la embajada llamara a la Vilton para que mande a alguien a arreglarla y la Vilton me mandará a mí, bien entendido, siempre que ustedes adopten las providencias necesarias. Yo repararé el mecanismo y les aseguro que volveré con la combinación, las llaves, con todo lo que es necesario para abrir esa caja de seguridad cada vez que ustedes lo deseen. Pero no quiero ser retribuido. Si se proponen ustedes pagar por ese servicio búsquense a otro.
El pequeño judío, pálido y barrigón, no podía imaginarse que al poco tiempo habría puesto en peligro todo el servicio de contraespionaje norteamericano, complicándola en la empresa más extraordinaria y paradójica del Office of Strategic Services.
El Office of Strategic Services había sido creado, o mejor dicho, inventado, por un solo hombre, el entonces coronel William Joseph Donovan, contra la opinión del Ejército, de la Marina y del Federal Bureau of Investigation: Donovan, un abogado de Nueva York, ex oficial varias veces condecorado en la primera guerra mundial, republicano, enemigo de Roosevelt, había sido enviado por el propio F. D. Roosevelt a "echar una ojeada en Europa" y había regresado con dos ideas bien claras en su mente: la primera era que Gran Bretaña resistiría la "blitzkrieg", y la segunda que los Estados Unidos debían disponer de su propio Intelligence Service.
El Office of Strategic Services inició su actividad en el verano de 1941, en una oficina de una sola habitación, con una sola persona que no tenía ni siquiera una secretaria. En 1945, Donovan, llegado a general, tenía a sus órdenes doce mil hombres, contaba con agentes en el estado mayor alemán, en la Gestapo y en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Ribbentrop, ejercía su actividad de contraespionaje, de propaganda y de guerra clandestina en todas partes donde se hallaban tropas norteamericanas; en Europa, en el Pacífico, en casi todos los países del mundo. Todavía hoy mismo es imposible conocer el detalle de las infinitas empresas prodigiosas llevadas a feliz término por los hombres de Donovan, pero indudablemente una de las más curiosas entre las pocas conocidas es la que tuvo por escenario a Washington y que fué desacreditada, no por el enemigo, sino por los mismos norteamericanos.
Por aquella época, Donovan tenia muchas razones para sospechar que una importante embajada europea hiciera juego doble y transmitiese a Alemania informaciones de excepcional importancia, como, por lo demás lo hacía también, aunque en escala menor, la embajada de la Francia de Vichy. Pero mientras la mayoría de los diplomáticos franceses colaboraba secretamente con los Estados Unidos, otra embajada, que llamaremos "Alpha", resultaba impenetrable y cada día más peligrosa. Era indispensable hacer algo para descubrir, si no para destruir, esa organización de espionaje. Donovan partía del supuesto de que es siempre posible, si realmente se lo quiere, saber todo de todos en cualquier parte del mundo y trazó un plan más bien complejo pero aparentemente infalible, comenzando por enviar una señora G. a contratar alojamiento en una pensión de Connecticut Avenue donde residían los empleados de la embajada Alpha. La señora G. no tenía otra misión que la de hacerse amiga de esas chicas y descubrir cuáles eran sus ambiciones. Bien pronto estuvo en condiciones de informar a Donovan de que la secretaria de un consejero de la embajada Alpha soñaba con realizar en los Estados Unidos una carrera como "businesswoman"; se llamaba Ella, tenía treinta años, no quería casarse y le gustaba viajar.
Allen Dulles, entonces, por cuenta de Donovan, entabló contacto con el presidente de una gran sociedad con sede en la capital, le preguntó si estaba dispuesto a emplear, con el único propósito de servir a la patria, a una chica tal y cual, dictándole de vez en cuando cartas en lenguaje "Alpha". Concertados los detalles necesarios, Dulles hizo publicar en el "New York Times" el siguiente anuncio: "Búscase capaz, eficiente señorita, posibilidad rápida carrera en gran empresa, que conozca perfectamente inglés y lengua Alpha, dispuesta a viajar. Sueldo inicial 400 dólares mensuales. Escribir "New York Times 374508". Un domingo por la tarde, mientras las chicas de Alpha tomaban el té con la señora G., se dieron a conversar, como lo hacían a menudo, de su porvenir, y la sentirá G. dijo con aire indiferente: "A propósito. Ella, ¿no has visto en el "Times" un anuncio que parece hecho para ti?". 
Una semana después, Ella comenzaba a prestar servicios en la gran empresa y la embajada Alpha empleaba a otra chica presentada por Ella, pero en realidad recomendada por la señora G. Con el mismo sistema o con medios semejantes, en poco más de un mes, Donovan lograba reemplazar con sus agentes todas las empleadas de la embajada Alpha y de otras dos embajadas en Washington. Eran apenas los comienzos de una aventura más peligrosa que mandar una docena de agentes al comando supremo de Hitler, porque Donovan sabía muy bien que la violación de una embajada extranjera, tan pronto como fuese descubierta, habría provocado un incidente internacional de inauditas proporciones y sobre el que se concitarían las iras del presidente y del general Marshall.
EL SECRETO DE LOS CÓDIGOS
De todos modos, ya estaba bien encaminado y había obtenido, entre otras, la colaboración de una rica pareja de Filadelfia, Sidney y Sarah Black, que disponían de un departamento en Washington en el Wardman Park Hotel y que habían consentido de buen grado en ofrecer recepciones, fiestas y comidas en honor de los diplomáticos de Alpha. Las "girls" de Donovan suministraban desde la embajada de Alpha copias de cartas y de documentos pero redactados en clave, y las claves y las máquinas para traducir los telegramas en código eran custodiadas celosamente por los funcionarios y guardadas en una caja de seguridad Vilton en el despacho del consejero.
Para lograr apoderarse de esos códigos, Donovan apeló a la ayuda de Sadie Cohen. La secretaria del consejero dio el martillazo a la manija de la caja de hierro, la empresa Vilton mandó a Cohen a repararla y una noche N., a la hora H.. mientras todo el personal se hallaba en el Wardman Park, entretenido por los Black, los agentes del O.S.S. entraron en la embajada, hicieron que Cohen abriese la caja de seguridad, retiraron todo su contenido y en una habitación especialmente preparada en los alrededores, en una hora y media, los expertos de Donovan obtuvieron más de mil fotografías de documentos y descubrieron el secreto de las claves, para después volver a poner todo en la caja de seguridad. La operación resultó brillante y las informaciones recogidas por Donovan en esa incursión nocturna preciosísimas. Pero no se había terminado: la embajada Alpha todos los meses cambiaba la clave, y todos los meses los Black debían ofrecer una gran fiesta a los de Alpha. Sadie Cohen debía volver a abrir la caja de seguridad y todo el trabajo debía ser hecho de nuevo desde el principio. Durante tres meses no ocurrieron incidentes. La cuarta vez, y apenas los agentes de Donovan habían entrado en la embajada, oyeron los alaridos de las sirenas y desde una ventana vieron que el edificio era iluminado por potentes reflectores, mientras en la calle se agrupaban automóviles y docenas de hombres a la carrera rodeaban la embajada: cuando lo recuerdan, Donovan y Dulles tiemblan, todavía hoy día, por más que los hombres hubiesen logrado huir a través del jardín y evitado, ser arrestados por parte de los agentes del Federal Bureau of Inveftigation.
J. Edgar Hoover había querido vengarse: el jefe del F.B.I., en más de una oportunidad, había hecho presente al presidente y al estado mayor que Donovan debía haber limitado su actividad a los teatros de guerra, dejando en paz a Washington, que era coto de caza de Hoover. Donovan, por su parte, sostenía que las embajadas eran territorio "exterior" y por consiguiente entraban en su dominio. Había surgido de ahí un conflicto que después condujo al desastroso incidente que acabamos de narrar. Si los agentes de Donovan hubiesen sido descubiertos en flagrante actividad, el presidente Roosevelt se habría visto obligado a destituir a Donovan y a disolver el O.S.S.
Donovan había sido, apodado "el loco Bill" desde que un general de estado mayor, para burlarse de él, le había dicho: "¿Por qué, en lugar de derrochar tantas energías, no vas a Berlín y matas a Hitler? Después, todo resultaría más sencillo". Bill había contestado: "Es una buena idea. ¿Por qué no probamos?". Si no lo hubiera contenido Allen Dulles, revelándole ciertas informaciones recogidas en Suiza, Donovan se hubiera arrojado en paracaídas sobre Alemania.
En seguida después de la guerra, William Donovan regresó a su bufete con sus socios de Leisure-Newton-Lumbard and Irvine, al número 2 de Wall Street, en Nueva York, pero durante unos meses siguió trasladándose a Washington casi todas las semanas para convencer a los senadores que hicieran resurgir el O.S.S., que había sido disuelto en seguida, para explicar la necesidad de disponer de una organización de contraespionaje y para estimular a las fuerzas armadas a reunir y coordinar sus servicios de informaciones en lo que después se convirtió en la Central Intelligence Agency.
Donovan ha vuelto a ejercer como abogado, y después de haber llevado durante algunos años una de las existencias más aventureras, parece sentirse muy feliz en su plácida vida de ciudadano corriente: su casa, su despacho de abogado donde diariamente discute argumentos jurídicos y' financieros, y el retorno a su departamento a las 18, para un "drink" con su mujer antes de la cena. Así hasta hace un año, en que fué nombrado embajador en Tailandia, cargo que renunció hace un par de meses aduciendo como excusa sus 72 años y la necesidad de descanso. Ahora sólo quiere viajar. 



LA MATA HARI que se hizo monja

NOGENT-sur-Marne es un precioso pueblo situado a unos diez kilómetros de París. Durante el verano las riberas del rio hormiguean de gente al igual que Cannes y Deauville. Sobre las aguas perezosas del Marne se deslizan canoas, laneras y pédalos" (canoas con pedales). Grupos de pescadores silenciosos esperan fumando el pique improbable. No faltan las hosterías. Los "dancings" hacen buenos negocios. Los
altoparlantes vuelvan hacia los veraneantes las últimas canciones de Charles Trenet
Casi aislado del resto del mundo, lejos del rumor de las bocinas, hay un convento situado en la periferia de Nogent-sur-Marne. Se sabe que hay en ese convento monjas de clausura, pero, por supuesto, nadie las ve nunca ni nadie las oye. Hacia la noche, cuando los veraneantes se han vuelto a París, un gran silencio se extiende sobre el río y los campos circundantes, mientras un sonido de órgano llega del convento. Y la gente dice: "Son las hermanas que rezan antes de ir a dormir".
Entre las monjas de Nogent-sur-Marne vivió hasta el mes pasado una de las mujeres más sorprendentes que se hayan revelado durante la última guerra. Se llama Elisabeth de Miribel No tiene más de 35 años. Cuando estalló la guerra tenia veinte años y se encontraba en Londres en calidad de miembro de una misión económica dirigida por Paul Morand. Elisabeth es descendiente del famoso mariscal Mac Mahon, nieta del general de Miribel e hija del coronel de Miribel. Es llena de gracia. Tiene grandes ojos pardos, suaves e irónicos. Ha cursado estudios superiores y fué campeona de natación y de tenis. Ahora se halla en un país de montañas: Suiza. Los médicos dicen que está muy enferma.
Elisabeth se enteró de la entrada de los alemanes en París mientras se estaba lavando un par de medias en una habitación del Borwood Hotel, en Maida Vale, Londres.
Hacia mediados de junio de 1940, el general de Gaulle llegó a Londres, juntamente con su edecán Courcel. Elisabeth fué presentada al general, y dos días después, escribiendo a máquina con un solo dedo, copiaba el "discurso histórico" del general, que iba a incitar a Francia al desquite. "Francia ha perdido una batalla, no ha perdido la guerra", dictaba el general caminando a largos pasos en el departamento que había alquilado en Seumour Street.
Elisabeth, que no sabía tomar dictado de taquigrafía, le decía: "Un poco más despacio, comandante, un poco más despacio". En aquellos días de junio, "Francia libre" estaba representada por tres personas: de Gaulle, Elisabeth de Miribel y el edecán Courcel. Como medio de propaganda no tenían más que una vieja máquina de escribir.
A los veinte años, Elisabeth se sentía lista para la "gran cruzada". Durante la noche preparaba planos de transmisiones radiofónicas, que luego los ingleses desechaban, regularmente, porque eran demasiado audaces. La estudiante que jugaba al tenis y nadaba en la pileta cubierta de "Molitor" en París ya había desaparecido. Elisabeth se había convertido en la primera dama de la Resistencia.
ACCIONES INVEROSÍMILES 
En el mes de agosto partió para el Canadá con la misión de organizar un movimiento degaullista. Allí encontró un ambiente desalentador. Todos los franceses a los que entrevistaba le parecían ya resignados a la derrota. Y ella, con sus grandes ojos muy abiertos, repetía: "Francia ha perdido una batalla, no ha perdido la guerra". Pero la gente se encogía de hombros y la dejaba plantada, convencida de que era inútil perder el tiempo con ella.
En 1941, de Gaulle necesitaba mandar a Francia a una persona extremadamente hábil y de suma confianza. Elisabeth le dijo: "Voy yo". Se hizo lanzar en paracaídas, durante la noche, sobre la región de Nevers. El fin de la misión era alentar a los primeros "maquis" que ya comenzaban a molestar los movimientos de las tropas alemanas. Elisabeth supo infundirles tal espíritu de emulación que en los quince días que pasó con los maquis, se registraron acciones casi inverosímiles.
Más de una vez, Elisabeth arriesgó su vida. El comando alemán había prometido cien mil francos a quien la atrapara "viva o muerta". Pero la suerte, en aquella época, estaba con ella y nunca le pasó nada.
En 1943, Elisabeth desembarcó en Argel. El general de Gaulle le confió la dirección del servicio de informaciones del gobierno provisional Pero ella prefería moverse y arriesgarse antes de pegar estampillas y hacer llamadas telefónicas. Pidió partir para la campaña de Italia y vistió el uniforme de corresponsal de guerra. En el momento en que las divisiones acorazadas de Patton estaban por llegar a París, Elisabeth fué transferida a Francia y llegó con los primeros soldados norteamericanos a la plaza de la Concordia.
Después de la guerra, de Gaulle se dio cuenta de que era más fácil hablar desde Radio Londres que hacer frente al complejo juego político. Después de dos años de mal gobierno, el general se marchó, dando un portazo. Elisabeth se quedó sola, defendiendo sus propias ilusiones.
Se le dio un puesto en el Quai d'Orsay, en el llamado "cuadro lateral", como para recompensarla por los servicios prestados al país. Pero ella se sentía morir en las oficinas polvorientas del ministerio, entre los informes aburridos de las cancillerías. Habían terminado los tiempos de las grandes emociones, y Elisabeth experimentó en sí misma un gran vacío. Tuvo la sospecha de que las luchas por "un mundo mejor" eran vanas. Así, pues, un domingo, se presentó en un convento de padres dominicos donde se daban cursos de estudios teológicos.
DESEO DE LIBERTAD
El día en que los diarios publicaron la noticia de su retiro en un convento, los amigos de Elisabeth se preguntaron "cómo había podido dar semejante paso". La última noche, antes de tomar el velo, Elisabeth había hecho una sensacional aparición en un baile de disfraz y había parecido casi feliz.
Sus amigos más cercanos trataron de verla y se dirigieron a Nogent-sur-Marne. Pero Elisabeth no quiso recibirlos. Les mandó decir a través de las rejas: "Déjenme en paz; oraré también por ustedes".
Nadie más habló de Elisabeth. El "Journal Officiel" publicó cuatro líneas para anunciar que la secretaria Elisabeth de Miribel era radiada de las listas del Quai d'Orsay. Durante cinco anos, su nombre fué casi olvidado.
Luego, hace unas semanas, se supo que Elisabeth había abandonado su celda de Nogent-sur-Marne y había salido para Suiza. Las malas lenguas dijeron que "era de preverse" y que una mujer de su temperamento no hubiera podido resistir más tiempo el duro régimen de la separación. Pero también es cierto que Elisabeth salió del convento en un estado de tremenda postración. Los médicos le dijeron sin rodeos: "Si usted no sale de aquí, si no recupera su libertad, su salud se quebrantará irremediablemente".
Ahora, en el pequeño pueblo de montaña, en Suiza, Elisabeth de Miribel busca un equilibrio, o más bien una nueva fe en que creer. Es muy probable que, como de Gaulle y los que han luchado en la Resistencia, Elisabeth se sienta angustiada porque Francia "no la necesite más".
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1954