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"Camperas negras" versión francesa de los "teddy-boys"
TAMBIÉN LAS CALLES DE PARÍS SIRVEN DE ESCENARIO PARA LAS PELEAS SANGRIENTAS QUE OPONEN A BANDAS RIVALES DE JÓVENES "REBELDES SIN CAUSA"
Por JOSÉ PAYEN

 



"TEDDY-BOYS" en Inglaterra, "hooligans" en Nueva York al igual que en Rusia, donde los llaman también "stiliaguines"; en Polonia, en Alemania, en Suecia, donde hace poco dieron nuevamente que hablar, las bandas juveniles han hecho su aparición en los barrios populares de París y sus alrededores. Allí los llaman los "camperas negras", (blousons noirs), pues el uniforme preferido que lucen tanto los muchachos como las chicas que las integran parece ser una campera de nailon o cuero negro que visten por encima de una remera verde o roja, sin olvidar el clásico pantalón "vaquero" bien sucio o simplemente desteñido, y unas botas cortas de cuero negro.
Hace unos cuantos años, especialmente en la época de la ocupación alemana o en seguida después de la última guerra, existía una especie muy distinta de "teddy - boys" franceses. Los llamaban "zazus" y pertenecían más bien a la clase media, mientras que los "camperas negras" de la actualidad se reclutan en los barrios periféricos, donde vive agolpada una población, en su mayor parte obrera. En cuanto a los antiguos "zazus", se han ido convirtiendo en "tramposos", esa curiosa especie presentada con bastante acierto por el realizador Marcel Carné en su película recientemente estrenada en Buenos Aires. Y los mismos "camperas negras" insisten en distinguirse de los "tramposos", a los que consideran como pequeños burgueses adictos al "rock and roll". A los "camperas negras" les gusta el tango —tal como se baila en los "dancings" parisienses— así como la música típicamente popular en París, es decir, la "musette".
Para ubicar mejor a los "camperas negras", diremos que a veces trabajan en fábricas, donde ganan salarios tan altos como los de sus propios padres. Muchos de ellos no trabajan durante el día, pero se dedican a actividades al margen de la ley, como el "chapardage", es decir, el hurto. Entre los últimos, los que tienen padres, les roban pequeñas sumas de dinero, mientras que otros "trabajan" de punguistas. Si bien no puede decirse de los "camperas negras" que se dedican al oficio de chulo, es cierto también que se aprovechan de las ganancias de las chicas que forman parte de sus bandas. Sin embargo, la mayor parte de esas chicas trabajan normalmente y entregan de buen grado su dinero a los muchachos que admiran, con los cuales bailan y que pelean en forma salvaje por ellas.
Las armas preferidas de los "camperas negras" son las cadenas de bicicleta —al igual que los "teddy-boys" del barrio londinense de Notting Hill, que cobraron fama el año pasado al atacar a negros residentes en el mismo barrio— así como también los cinturones de cuero. Pero las peleas callejeras en los alrededores de París no tienen el carácter racial que adquirieron en Londres. Los muchachos parisienses afirman que "los árabes (hay muchos argelinos residentes allí) ya tienen suficientes problemas con la policía para que nos metamos con ellos''.
Esas múltiples actividades no han suscitado alarma exagerada por parte de los poderes públicos. Sin embargo, últimamente los "camperas negras" no se han limitado a librar refriegas sangrientas entre bandas rivales de distintos barrios, sino que han llegado a molestar a inofensivos transeúntes, a saquear "bistros" y a atacar a inocentes mujeres, en la mejor tradición seguida aquí por nuestros tristemente célebres "patoteros". Ya no constituyen sólo un malestar permanente, sino, y cada vez más, un verdadero peligro público, sin llegar a los excesos registrados en la delincuencia juvenil norteamericana. Cabe preguntarse si esta ola de locura colectiva por parte de la juventud de numerosos países no es un resultado a largo plazo de las lecturas infantiles de "comics", cuya moda fué lanzada precisamente por los Estados Unidos, que tienen el lamentable privilegio de ostentar el más alto índice de delincuencia juvenil (según cifras oficiales, cada año comparecen ante los tribunales de menores alrededor de 265.000 jóvenes entre 7 y 27 años: es decir, el 1,2 % de los componentes de ese grupo de edad).
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