JULIO VERNE AL DÍA
SE CUMPLEN SUS ULTIMAS PROFECÍAS: "20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO" Y, MUY PRONTO, "DE LA TIERRA A LA LUNA"
For DANIEL LELON
(Servicio fotográfico TIME - PARÍS - MATCH)





pie de fotos
-El vuelo del gato demuestra los efectos de la falta de gravedad. Este animal reproduce aquí el experimento sufrido el año pasado por la perrita Laika a bordo del Sputnik II. Científicos norteamericanos y soviéticos investigan paralelamente las implicaciones que para los seres vivientes tendrán la ausencia de gravedad y otros complejos problemas en los futuros viajes interplanetarios.
-Estas fotos fueron tomadas el 12 de agosto en el puerto inglés de Portland, donde el submarino entró después en su primer viaje transpolar. Aquí vemos la llegada del capitán Anderson en helicóptero a su regreso de Washington, después de haber sido condecorado por el presidente Eisenhower con la "Legión of Merit", la más alta condecoración militar de los EE.UU.  Los hombres de la tripulación lucirán en su pecho una cinta azul con la letra "N" de "Nautilus", como recuerdo de la hazaña.
-Este acelerador vertical de 9 metros de alto permite registrar las reacciones del ser humano al impacto producido por los movimientos hacia arriba y abajo descriptos por la columna central. Asimismo la plataforma puede girar a 300 revoluciones por minuto, mientras el "cobayo"  humano se halla sometido a violentas vibraciones. Este complicado artefacto pertenece al laboratorio médico-aeronáutico de la base aérea de Wright.
-En la cabecera de la mesa del salón de oficiales del submarino está el capitán William Anderson, comandante de a bordo y sucesor del legendario capitán Nemo de Julio Verne.Tiene 37 años. Los oficiales siguieron un año de estudios antes de pasar del submarino clásico al "Nautilus", a cuyo servicio no permanecerán más de dos años. Tampoco pueden tener más de 40 años de edad para servir a bordo de un submarino atómico. En la foto de abajo, los tripulantes asisten a una de las tantas funciones de cine que matizaron el largo viaje del primer submarino atómico.

 

LOS LECTORES de Julio Verne están de parabienes. En las últimas semanas han visto cumplirse otra de las tantas profecías formuladas por el novelista francés que vivió largos años (1828-1905) para dejarnos una impresionante serie de obras de invención dramática e instructiva tales como "La vuelta al mundo en 80 días", cuya versión cinematográfica se exhibe actualmente con gran éxito en Buenos Aires.
A medida que pasa el tiempo y a menos de un siglo de distancia, esas obras adquieren novísima actualidad. El mes pasado, en nombre del gobierno de Francia, el general de Gaulle podía escribir en una carta de felicitaciones al presidente Eisenhower: "Ha cumplido su destino el "Nautilus", del que generaciones de franceses aprendieron de antemano cuáles serían sus hazañas".
Sin ofender al actual jefe del gobierno francés, cabe señalar que no sólo se trata de generaciones de franceses sino también de generaciones de argentinos, dado el éxito del que gozan en estas tierras australes las obras inmortales del genial francés. De todos modos, al primer submarino atómico del mundo —cuyo nombre es un homenaje a la memoria del autor de "20.000 leguas de viaje submarino"— ha cumplido efectivamente su destino.
Hé aquí lo que escribía Julio Verne: "El "Nautilus" tomó una velocidad de 25 millas por hora, la velocidad de un tren expreso. Si la mantenía, le bastarían 40 horas para alcanzar el polo". Siguiendo la estela imaginaria del inolvidable capitán Nemo, el nuevo "Nautilus", al mando del joven capitán Anderson, ha unido las islas Hawai con el mar de Groenlandia, pasando bajo el casquete polar ártico, es decir, unas 8.800 millas, a un promedio de 47 kilómetros por hora. Esa velocidad es 7 kilómetros superior a la indicada por Julio Verne, en cuya época los trenes expresos no iban tan rápido como ahora.

LA REPLICA AL "SPUTNIK"
"Hemos recobrado bajo el agua lo que habíamos perdido en el cielo. El "Nautilus" constituye nuestra réplica al Sputnik". Este fué uno de los primeros comentarios norteamericanos después del anuncio oficial de la hazaña cumplida por el submarino atómico. Bien podemos comprender esa satisfacción. Hace ya un año que el primer satélite artificial soviético hizo su aparición en el cielo, seguido muy pronto por otros dos cada vez más grandes, mientras que, por su parte, los científicos norteamericanos sólo podían lanzar sus "exploradores", cuyo tamaño resultaba bien modesto al lado de los "sputnik" rusos.
Siguiendo el ejemplo dado por los soviéticos, inmediatamente después del "Nautilus", otro submarino atómico norteamericano, el "Skate", repetía la hazaña unos días más tarde. En tanto, se comentaba un fracaso, ahora de los Soviets. Parece que el 1º de mayo último los científicos rusos trataron de lanzar un cohete a la Luna desde el norte del mar Caspio. El experimento no tuvo éxito, y los norteamericanos anunciaron, por su parte, que estaban listos para llevar a cabo su propia tentativa de alcanzar a nuestro satélite. Hasta que, el domingo 17 de agosto, se supo que también ellos habían fracasado, por culpa —aseguran— de una misteriosa interferencia radiofónica.
Lejos de desalentar a los especialistas, esos fracasos sólo sirvieron para afianzar su decisión de seguir adelante. En efecto, ya se habla de ambos lados de la "cortina de hierro" de nuevos intentos para el mes de septiembre. Una vez más, estaría a punto de convertirse en realidad otra de las profecías de Julio Verne, relatada en su libro "De la Tierra a la Luna". He aquí nuevamente los propios términos utilizados por el autor:
"Aquella empresa, bastante fútil en apariencia, de enviar una bala a la Luna, acababa de tener un resultado inmenso y cuyas consecuencias son incalculables".

EL GRAN SALTO HACIA EL FUTURO
Quizá resulte algo atrevido citar estas palabras escritas en el siglo pasado, en momentos en que aún el hombre no ha logrado alcanzar su nueva meta. Sin embargo, cabe recordar aquí que fué en los últimos años de ese mismo siglo XIX cuando el hombre hizo volar por primera vez un artefacto más pesado que el aire. Esa extraordinaria conquista del progreso técnico —todavía no se hablaba de tecnología— era el resultado de ambiciones milenarias y de numerosos esfuerzos fallidos, como los de Icaro, así como de hallazgo proféticos como los de un Leonardo. De todos modos, el hombre había demorado mucho tiempo en elevarse por sus propios medios en el aire.
Si bien desde el siglo XVIII —con los hermanos Montgolfier, inventores de los globos aerostáticos— el hombre había logrado sustraerse a la ley de Newton, todavía le faltaba mucho para llegar a desplazarse por el aire a su antojo y subir y bajar en forma suficientemente práctica para que el avión suplantara en gran parte al barco en los viajes transoceánicos.
A los 67 años del primer vuelo en "avión"; he aquí que el hombre, después de vencer tremendos obstáculos técnicos, se jacta de llegar a la Luna. Ya rusos y norteamericanos han lanzado al espacio seres vivientes como la perrita Laika y los ratones Micky & Co., y se alistan para enviar, "dentro de los próximos diez años", a seres humanos como tripulantes de las futuras astronaves. Ya no se trata de ciencia-ficción, sino de una de las más antiguas ciencias humanas, la medicina, aplicada al espacio.
Hasta hace sólo cinco años, muchos eran los especialistas convencidos de que pasarían generaciones enteras antes de que se convirtiera en realidad el vuelo del hombre por el espacio, por las condiciones sobrehumanas que requiere semejante empresa. En efecto, para sustraerse a la atracción terrestre, las futuras naves del espacio necesitarán desarrollar una velocidad de 40.000 kilómetros por hora, o sea diez veces superior a la alcanzada hasta ahora por un ser humano. Además, las astronaves necesitarán combustibles que ocupen muy poco espacio y duren mucho tiempo, así como sistemas de navegación que escapan a la mente común. Todo ello sin mencionar las condiciones de vida de los tripulantes, con sus debidas reservas de alimentos sólidos y líquidos, así como de oxígeno para la respiración humana y la combustión de los carburantes nuevos. Otro serio inconveniente es el problema que plantea la vuelta a la Tierra, con sus consiguientes riesgos de que se desintegre la astronave al entrar en la atmósfera terrestre a velocidades peligrosas.

EL NAVEGANTE DEL ESPACIO
He aquí la descripción de semejante vuelo, reproducida de la revista "Time": "Dentro de la ojiva de un cohete de tres pisos, un hombre se halla tendido de espaldas, con las rodillas a la altura del pecho, aguardando la explosión que ha de lanzarlo al espacio. Estallido. El estrépito se lo traga. Una intensa vibración recorre su cuerpo envuelto en una especie de caparazón que al mismo lo sujeta. Sube hacia el cielo oscuro donde los rayos del sol no iluminan, donde no existe altura ni arriba ni abajo y donde, si se deja distraer un instante, las fuerzas irresistibles del cosmos lo destruirán.
"La tracción de las fuerzas de gravedad (mucho más poderosas que la de la Tierra) producidas por la aceleración del cohete acumula una tremenda presión sobre el hombre del espacio cuyo peso normal (unos 70 kilos) se multiplica por diez. Sobre la capa externa de su habitáculo, que se aleja de la Tierra a 40.000 kilómetros por hora, la fricción de la atmósfera engendra temperaturas de más de 800 grados. Más allá de la atmósfera, la temperatura exterior alcanza casi el cero absoluto (-273°). Quedó atrás la presión atmosférica normal que es la que impide que los órganos internos del hombre exploten como una bomba de sangre.
"Desde el cielo —de color negro azulado salvo miríadas de puntos brillantes formados por las estrellas que ya no centellean, la luz de la Tierra envuelta en tinieblas y el disco blanco del sol— alrededor, arriba y abajo, invisibles partículas de radiación cósmica perforan el cohete del espacio y acribillan al piloto, sin hacerle o no daño, ¿quién sabe? Ya el viajero del espacio no tiene peso y se halla en un estado extraterrenal en que puede lastimarse a sí mismo con movimientos normales de sus músculos. No puede fumar por el riesgo del fuego y la posible explosión. La presión en el habitáculo es tan baja que no puede silbar siquiera para animarse. Una tremenda amenaza invade su mente, a medida que una sensación de soledad desconocida por los habitantes de la Tierra pone en peligro su equilibrio mental".
Aquí nos hallamos en el umbral del terror, pues le falta al hombre del espacio la base fundamental en que descansa toda nuestra civilización, es decir, la tierra misma. El submarino atómico puede deslizarse bajo el casquete polar ártico. Los aviones supersónicos pueden volar a velocidades literalmente detonantes. Marinos y aviadores conservan como punto de referencia a la buena y vieja Tierra. Pero cuando se tarta del viaje al espacio, todo cambia.

EL "RECORDMAN" DE LA ALTURA
De ahí el interés extraordinario con que se encara desde hace varios años lo que se llama ya la medicina del espacio. Esa nueva especialidad requiere ante todo imaginación. En ella trabajan médicos militares y civiles en distintas bases aéreas y navales de los Estados Unidos.
El experimento realizado en agosto del año pasado por el mayor David G. Simons —permaneció 32 horas en el espacio sentado en la barquilla de su globo estratosférico— entraba en una serie de pruebas llevadas a cabo por los médicos norteamericanos del espacio. Simons es médico de aviación y encargado especialmente del estudio del comportamiento de seres vivientes en el espacio. Dio el ejemplo al llegar él mismo a una altura jamás alcanzada hasta entonces por el hombre: 35.700 metros, y desde su hazaña sigue investigando en la materia, pero en tierra y con instrumentos especiales.
Todo el mundo recuerda el "viaje" de ocho días que hicieron varios aviadores norteamericanos en una cabina que figuraba el habitáculo de los futuros tripulantes de cohetes interplanetarios. Otros numerosos experimentos se llevan a cabo, sin que se les dé la misma publicidad. Los especialistas registran interesantes datos que les permiten hacerse una idea de lo que ha de ser el viaje al espacio y de sus necesidades en cuanto a vestimenta, atmósfera, falta de peso, temperatura, alimentación, etc. Asimismo, encaran los posibles efectos de los rayos cósmicos y de la aislación.
No podemos entrar en detalles al respecto en este artículo, pero nos limitaremos a señalar que la vestimenta del viajero interplanetario constará de varias capas superpuestas, sin olvidar el ya clásico casco de material plástico. El oxígeno de la cabina será renovado químicamente y se mantendrá una presión constante. Los efectos de la aceleración serán compensados en su mayor parte por el organismo del tripulante, así como los de la falta de gravedad. Un adiestramiento especial asegurará la perfecta condición física de los candidatos al viaje, que habrán de resistir también los efectos de los cambios de temperatura.
Los tripulantes comerán alimentos sólidos en forma de pastas espesas que exprimirán directamente de bolsas de plástico en su boca, pero experimentarán más dificultades para absorber líquidos y luego para evacuar sus necesidades. Finalmente, quedan por resolver los problemas planteados por el bombardeo de partículas cósmicas y la terrible soledad generadora de depresión, como lo demostraron los recientes experimentos en tierra.

QUEDA MUCHO POR HACER
La verdad es que quedan todavía muchos problemas por resolver antes de que el hombre se arriesgue en el espacio. Los soviéticos han podida registrar datos con el viaje de la Laika, pues la perrita siguió viviendo varios días en su habitáculo del "Sputnik II". Asimismo, los norteamericanos pudieron anotar las reacciones de sus ratones antes de perderlos en el Atlántico.
En los Estados Unidos, los especialistas han de probar primero las reacciones de monos chimpancés antes de atreverse a lanzar cohetes tripulados por hombres. Afirma el coronel Stapp, jefe del laboratorio médico-aeronáutico de Wright: "Cuando hayamos tenido éxito tres veces seguidas con los monos, sólo entonces podremos pensar en lanzar a un hombre".
04/09/1958