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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
INTERNACIONAL


Vuelve Halley
el cometa tan temido
revista Somos
marzo 1985

un aporte de Riqui de Ituzaingó


Isaac Asimov

 

 

Me casé con Janet el 30 de noviembre de 1973, y un par de semanas más tarde nos embarcamos en lo más parecido a una formal luna de miel. Realizamos un crucero de tres días en el Queen Elizabeth II, para ver el cometa Kohoutek.
Pero sucedió que el cielo estaba tapado y llovió continuamente, de modo que no vimos nada. Pero tampoco lo habríamos visto aunque el cielo hubiese estado despejado, pues el cometa incumplió su promesa y nunca brilló lo bastante como para ser advertido a simple vista. De todas formas no me importó. Dadas las circunstancias, lo pasamos muy bien de todos modos.
El propio Kohoutek estaba a bordo y tenía que dar una conferencia. Janet y yo entramos en el teatro con todos los demás.
Janet comentó:
—Es estupendo hacer un viaje en el que tú no tengas que trabajar ni pronunciar discursos y podamos limitarnos a escuchar cómodamente sentados, ¿no? . . .
Pero apenas había acabado de decir esto cuando el maestro de ceremonias dio la desagradable noticia de que, a fin de cuentas, no oiríamos a Kohoutek, porque estaba indispuesto y no podía salir de su camarote.
Un suave murmullo de contrariedad surgió del público, y Janet —que tiene un corazón más blando que la mantequilla— se compadeció de todos los presentes. Se puso en pie de un salto y gritó:
—Si ustedes lo desean, mi esposo, Isaac Asimov, puede hablarles de los cometas.
Me horroricé, pero el público parecía dispuesto a escuchar algo en vez de nada, y en un abrir y cerrar de ojos me encontré en el escenario, recibido con aplausos de bienvenida. Improvisé rápidamente una charla sobre los cometas, y después le dije a Janet:
—Creí que me habías dicho que era estupendo hacer un viaje en el que yo no tuviese que hablar.
—Si eres tu quien se ofrece a hacerlo, es distinto —me explicó.
Nos acercamos al momento en el que el cometa de Halley, o como suele decirse ahora, el cometa Halley, volverá a aparecer en el cielo. Debido a la posición relativa del cometa y la Tierra cuando pasó aquél, su aparición no será muy espectacular, pero creo que a pesar de ello merece un ensayo.
El cometa Halley es, por muchas razones, el más famoso de todos.
Ha estado apareciendo sobre el cielo de la Tierra cada setenta y cinco o setenta y seis años, durante un período de tiempo indefinido, pero con toda certeza desde 467 a. de J.C., en que fue registrado y descrito por primera vez. Designemos esta aparición como la N° 1.
No todas las apariciones posteriores fueron registradas. Por ejemplo, la N° 2 (391 a. de J.C.) y la N° 3 (315 a. de J.C.) están en blanco.
La primera aparición notable fue la N° 7 (11 a. de J.C), pues es posible que Jesús de Nazaret naciese en aquel tiempo o poco después. Por consiguiente, alguien ha sugerido que fue el cometa Halley el que dio origen a la tradición de la "Estrella de Belén".
Los cometas fueron considerados, generalmente, como prenuncios de desastres, y, cuando aparecía uno en el cielo, todo el mundo estaba seguro de que algo terrible iba a suceder. Y no se veían defraudados, porque siempre ocurría algo terrible. Desde luego, siempre ocurre algo terrible, aunque no haya ningún cometa en el cielo, pero nadie prestaba atención a esto. Prestársela habría sido algo racional, y, ¿quién quiere ser racional?
La clase de desastre augurado por un cometa solía ser la muerte de algún caudillo reinante (aunque, habida cuenta del carácter y de las virtudes de la mayoría de los caudillos, sigue siendo un misterio por qué se consideraba aquello tan desastroso).
Así, en el Julio César, de Shakespeare, Calpurnia advierte a César de los malos presagios del cielo, y le dice:

Si muere un pordiosero, no hay cometas; 
el cielo brilla cuando muere un príncipe.

En el año 837 de nuestra Era. Ludovico Pío gobernaba el Imperio franco. Era un emperador bienintencionado, pero incompetente por completo, cuyo reinado fue un desastre, a pesar de ser hijo de Carlomagno. Tenía entonces cincuenta y ocho años de edad, y llevaba reinando veinticinco. Dado el promedio de vida de aquella época, nadie se habría sorprendido caso de fallecer entonces de muerte natural.
Sin embargo, aquel año hizo su aparición N° 18 el cometa Halley, y todo el mundo creyó que la muerte de Ludovico era inminente. En realidad, murió al cabo de cuatro años, pero esto fue considerado como una confirmación del presagio del cometa.
La aparición N° 21 se produjo en 1066, precisamente cuando Guillermo de Normandía se preparaba para invadir Inglaterra y Harold de Wessex se disponía a rechazar la invasión. Era una situación en la que el cometa no podía perder. Sería desastre para un bando o para el otro. Como todos sabemos, el desastre fue para Harold, que murió en la batalla de Hastings. Guillermo conquistó Inglaterra y estableció un linaje de monarcas que han permanecido desde entonces en el trono, por lo cual el cometa no fue ningún desastre para él ni para su estirpe.
La aparición N° 26 se produjo en 1456, y el cometa Halley demostró su habilidad de predecir retrospectivamente. Los turcos otomanos habían tomado Constantinopla en 1453. y esto fue tal vez considerado como una catástrofe que amenazaba a toda la cristiandad (aunque, por aquel entonces, Constantinopla no era más que una sombra de lo que había sido antaño, y su pérdida sólo tenía un valor simbólico).
No obstante, la caída de Constantinopla no pareció un desastre oficial hasta que apareció el cometa. Entonces se produjo el pánico y un incesante toque de campanas y rezo de oraciones.
La siguiente aparición, la N° 27, se produjo en 1532, cuando, por primera vez fue saludado por algo más que gritos de pánico. Un astrólogo italiano, Girolamo Fracastoro (1483-1553), y un astrónomo austríaco, Peter Apiano (1495-1552) advirtieron que la cola del cometa apuntaba en dirección contraria al Sol. Cuando pasó por delante de éste, la cola cambió de dirección, pero siguió apuntando en dirección contraria al Sol. Fue la primera observación científica que consta en relación con los cometas.
La aparición N° 29 se produjo en 1682, y fue entonces observada por un joven astrónomo inglés, Edmund Halley (1656-1742). Halley, que era buen amigo de Isaac Newton (1642-1727), estaba empeñado en persuadir a éste de que escribiese un libro que sistematizase sus nociones. Cuando la Real Academia se mostró reacia a publicar el volumen —el libro científico más grande que jamás se había escrito—, sólo porque era probable que causase controversias, Halley lo publicó por su cuenta en 1687. (Se dio el caso de que había heredado dinero en
1684, al morir su padre asesinado.)
El libro de Newton contenía, entre otras cosas, su ley de la gravitación universal, que explicaba los movimientos de los planetas alrededor del Sol y los satélites alrededor de los planetas.
¿No podían explicar también el movimiento de los cometas y sus aparentemente imprevisibles y erráticas apariciones, y eliminar de una vez y para siempre los estúpidos e infundados pánicos engendrados por tales apariciones?
Halley siguió cuidadosamente el curso tomado en el cielo por el cometa de 1682 y lo comparó con los seguidos por otros cometas, según las
informaciones que se habían conservado. En 1705, había establecido el curso de unas dos docenas de cometas, y le llamó la atención el hecho de que los de 1456, 1532, 1607 y 1682 hubiesen seguido aproximadamente el mismo curso y aparecido a intervalos de unos setenta y cinco años.
Por primera vez, a alguien se le ocurrió pensar que los diferentes cometas podían ser, en realidad, distintas apariciones periódicas del mismo cometa. Halley sugirió esto con referencia a aquellos cometas: que era uno solo y seguía una órbita fija alrededor del Sol, y volvería a aparecer en 1758.
Aunque Halley vivió hasta la avanzada edad de ochenta y seis años, no pudo ver si su predicción era confirmada o no, y tuvo que soportar bromas muy pesadas por parte de aquellos que pensaban que tratar de predecir la llegada de los cometas era una pretensión risible. Pero Halley tenía razón. El día de Navidad de 1758 pudo verse un cometa que se acercaba y, a principios de 1759, resplandeció sobre el cielo de la Tierra. A partir de entonces fue conocido como el cometa de Halley: fue su aparición N°30.
La aparición N° 31 se produjo en 1835. Fue el año en que nació Samuel Langhorn Clemens (Mark Twain). Al final de su vida, cuando los desastres familiares le habían quebrantado y sumido en la depresión y la amargura, dijo repetidamente que había venido al mundo con el cometa y se marcharía con él. Acertó. El cometa volvió a resplandecer, en su aparición N° 32, cuando murió, en 1910. Podríais pensar que una vez establecida la órbita de al menos algunos cometas y demostrado que sus apariciones son respuesta automática a las exactas predicciones de la ley de la gravedad, los cometas fueron considerados generalmente con serenidad, con admiración y no con miedo.
Pero no fue así. Resultó que los astrónomos pensaron que el cometa Halley se acercaría lo bastante a la Tierra, para que ésta pasase a través de su cola, e inmediatamente un número increíble de almas sencillas puso el grito en el cielo creyendo que la Tierra sería destruida. Al menos —insistían— los gases nocivos de la cola del cometa envenenarían la atmósfera terrestre. Y había gases nocivos en la cola del cometa, pero ésta era tan tenue, que un millón de kilómetros cúbicos de su cola contenía menos gases de los que producía un automóvil.
Sin embargo, era inútil tratar de explicarlo, porque con ello se apelaba a aquella vieja y horrible condición de racionalidad. Además, los malos vientos soplan bien para algunos. Muchos truhanes emprendedores ganaron bonitas sumas vendiendo a los peatones "píldoras contra el cometa", diciéndoles que les protegería contra todos los efectos perniciosos del cometa. En cierto modo no hubo engaño, pues los que compraron las píldoras no sufrieron daño alguno a causa del cometa.
Ahora se acerca la aparición N° 33 y estoy completamente convencido de que, antes de que llegue el cometa, se producirán nuevas predicciones de que California será engullida por el mar, por lo cual muchas personas buscarán tierras más altas. 

 

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