Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

 

Dedicó a los gatos sus crónicas teatrales
Paul Leautaud era considerado el escritor más cínico de la literatura francesa. Había hablado mal de todo el mundo, desde Gide a Mallarmé y desde Apollinaire a Flaubert.
por Lorenzo Bocchi


Revistero

 


 


 

 

EN 1942, cuando las redacciones de los periódicos se hallaban consagradas casi por entero a glosar comunicados relativos a la "defensa elástica" y al racionamiento del azúcar, llegó la noticia del fallecimiento del septuagenario Paul Leautaud y los necrólogos de circunstancias se apresuraron a preparar abultadas notas, por más que se tratase de un ilustre desconocido. La noticia fué desmentida algunos días más tarde. Le preguntaron al interesado si, además del hecho de hallarse todavía del lado de acá de la cortina de mármol, se sentía satisfecho por los elogios que se le habían tributado en ocasión de su "muerte". ,
—No, no lo estoy —contestó—, particularmente por los errores gramaticales y las imperfecciones de estilo que hallé en ellos.
En aquella época era conocido como Maurice Boissard. Así firmaba sus criticas teatrales en el Mercure de France. Durante casi treinta años había hablado de todo, raramente de las comedias que se veía obligado a juzgar. En rigor se divirtió mucho leyendo las distintas necrologías, y puso también lo suyo. Se preparó un jocoso epitafio:
—Yace aquí Paul Leautaud —más conocido como Maurice Boissard—. Siempre dispuesto a un buen "brulote".
Cuando lo "enterraron" algunos dijeron: "Demasiado pronto", pero para sus adentros muchos pensaron: "Demasiado tarde".
Cuando hace algo más de un mes circuló la versión de que Leautaud, ya con ochenta y cuatro años a cuestas, había muerto, en las redacciones se demostró mayor prudencia. La mayor parte de los periódicos no publicó en seguida la información, por más que ya no se tratase de un ilustre desconocido, sino de una personalidad del tout Paris, una de las curiosidades de la Ville Lumiére, como Sartre, como Cocteau, como Mauriac, fotografiado, reporteado, perseguido.
La milagrosa metamorfosis habíase operado en 1949, por medio de la radiotelefonía. A un cronista literario se le había ocurrido la idea de llevar a aquel amianto bilioso frente al micrófono y hacerlo charlar un poco de todo. El público se había entusiasmado. Había descubierto un ejemplar de zoológico, un hombre que decía lo que pensaba. Fué un éxito. El público reclamó nuevas audiciones. Fué así como la serie de reportajes radiotelefónicos se extendió a Claudel, a Colette, a Blaise Cendran, a Mauriac Había sido necesario casi medio siglo para despachar los mil ejemplares de la novelita que Leautaud había dado a la prensa en 1993, Le petit ami.
En la época, de sus reportajes radiotelefónicos, un ejemplar de lujo de la novela, subastada en el Hotel Drouot, alcanzó el precio de 70.000 francos.
Esta vez murió de veras. Su última broma: preparó las cosas de manera que la noticia de su muerte sólo fué conocida tres días después de ocurrida, en el siglo de la radiotelefonía y de la TV. Había escrito: "¿Hay un solo escritor que no piense en su propia muerte como una suprema ocasión de publicidad?". "Qué clase de curiosidad, cuando se está tan estúpidamente encerrados en una casa, y en la imposibilidad de leer los recortes de la prensa". En los primeros días de enero lo habían convencido de que abandonase su "cueva" de Fontenay-Aux-Roses para retirarse a "La Vallée-Aux-Loups", la hermosa residencia de Chateaubriand convertida en sanatorio. Durante años había vivido en aquella casucha de la campiña parisiense, preparándose él mismo la comida y cuidando de su ropa, peleando con el dueño de casa y con los vecinos, viviendo como inflexible misógino y misántropo en compañía de gatos y perros recogidos en la calle. En el "jardín" cubierto de yuyos se hallaban enterradas las 450 bestias que hablan poblado su soledad. En 1914 había tenido en su casa 98 gatos, 12 perros, una cabra y una oca henchida de dignidad. Hasta el año pasado había tenido consigo una monita, que terminó también en el cementerio doméstico. "A mis gatos, a mis perros, a la memoria de sus compañeros que me dejaron —se lee en la primera página de su Théatre de Maurice Boissard— dedico estas crónicas que fueron escritas en su compañía, para mí la mejor de todas".

ESCRIBÍA CON UNA PLUMA DE GANSO A LA LUZ DE UNA VELA
Hasta el final siguió escribiendo su famoso Journal. En 1939 había ya acumulado diez mil páginas, escritas cada noche a la luz de una vela y con una pluma de ganso. No debía aparecer hasta después de su muerte. Se decía que muchos de sus admiradores que seguían sus lecciones de cinismo aguardaban impacientes su fallecimiento para poder leer ese famoso documento. Han sido publicados dos volúmenes correspondientes a los años que van de 1893 a 1909 y algunos fragmentos en revistas literarias.
—Hay veces en que escribir me causa repugnancia, cuando pienso en la cantidad de asnos por los que puedo ser leído —expresó un buen día este cuidadoso contador tardío de sus propias reacciones, impresiones y aventuras. En 1948 había entregado a una amiga un sobre con una inscripción: "Deceso". Contenía sus últimas disposiciones. "No avisen a nadie, no inviten a nadie, ni siquiera a mi hermano. No hagan ningún gasto. Quiero ser cremado sin flores, sin atavíos. La urna conteniendo mis cenizas debe ser depositada en el nicho que adquirí en el viejo cementerio de Chatenay Malabry. Sobre mi tumba esta inscripción: "Paul Leautaud, escritor francés, 1872..." Siempre se había precipitado a la cabecera de los amigos moribundos para documentarse acerca del espectáculo de la muerte. Se había convertido en especialista. Su página sobre la muerte de Charles Louis Philippe es una página de antología. Y se retiró de esa ceremonia rezongando:
—Un perro vivo vale más que un escritor muerto.
En su casa había dejado enfermo y necesitado de sus cuidados a uno de sus innumerables compañeros de cuatro patas. Cuando murió su padre, el martes de carnaval de 1903, le endilgó la siguiente oración fúnebre: "¡Qué extraña idea disfrazarse de muerto en un día como éste!".

SU VIDA FUE UNA REBELIÓN CONTINUA
"No me atraen los grandes sentimientos: el respeto, la admiración, el patrimonio, la religión; el amor. Sólo me intereso por mi propia persona." Leautaud era implacablemente cínico. Probablemente la razón de esta rebelión constante deba buscarse en su infancia: una madre de costumbres ligeras que lo abandona a los tres días de su nacimiento y que, cuando vuelve a encontrarlo, a los dieciocho años, se comporta con él como si fuese una antigua amante. Y un padre libertino e indiferente a los problemas de ese niño crecido entre las faldas y los alejandrinos de la Comedie Française.
Era un ogro en todo sentido.
—No necesito la compañía de nadie: una habitación desnuda, un buen sillón, silencio, algunas velas y material para escribir. La compañía la llevo en la cabeza —decía. Su ambición: "Ser apreciado por un reducido número de personas e ignorado por los imbéciles". Se metía con todo el mundo. Flaubert, el gran estilista, era para él un "ebanista literario".
"Voy a escribirle a Gide para darle lecciones de estilo: inicia todas sus frases con un pero". 
"Mallarmé comenzó su oración fúnebre a Verlaine diciendo: La tumba ama el silencio, y siguió hablando durante una hora. Compone sus poesías buscando las palabras en el diccionario".
Admiraba a Heine porque cuando le preguntaron en su techo de muerte si le quedaba todavía aliento para silbar contestó:
—No, ni siquiera para silbar las comedias de Scribe.
Dijo también: "La guerra no ha matado todavía bastantes imbéciles", frente a los despojos del poeta Apollinaire, víctima de la primera guerra mundial. El patriotismo lo enfurecía. Había vestido el uniforme militar una sola mañana, del año 14. En la euforia conformista de la segunda postguerra, siempre por espíritu de contradicción, se vanaglorió de haberse desempeñado como "cicerone" de los primeros alemanes llegados a París en 1940.
—Lindo, ¿verdad? —había repetido a esos "turistas" no gratos.
Por reacción contra el espectáculo de tantos colegas suyos haciendo cola frente al instituto germánico durante la ocupación, demostraba después de la liberación cierta nostalgia por las nostálgicas canciones de los soldados alemanes. Se lo perdonaron todo.
Probablemente "El Anciano Terrible" de la literatura francesa no era más que un gran tímido. Y cuando uno es tímido se defiende como puede. Aunque sea con un Journal de quince mil páginas escritas con tinta corrosiva.

revista vea y lea
04/1956