MARZO 10 AL 31, 1968
Estados Unidos: Cese de la escalada en Vietnam

 

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pie de fotos
-Johnson, Rusk: tres años de beligerancia no sirvieron de nada
-Wheeler, Westmoreland: duros
-Clifford: cambio de frente
-McPherson: tarea subterránea

 

 

 

 

Un año atrás, los Estados Unidos modificaban, en busca de la paz, el curso de la guerra en Vietnam. Charles Roberts, corresponsal de Newsweek en Washington, ha investigado los entretelones de aquel viraje; sus revelaciones alumbran un capítulo oscuro de la historia contemporánea.
El documento que yace en el escritorio de Dean Rusk es el borrador de un discurso que Lyndon Baines Johnson debe leer, por radio y televisión, 83 horas más tarde. Hay cinco rostros serios, tensos, alrededor de la mesa: el del propio Canciller y los de su colega de Defensa, Clark Clifford; William P. Bundy, asistente de Rusk; Walt Whitman Rostow, asesor de la Casa Blanca en asuntos de seguridad nacional; y Harry McPherson, consejero y amigo del Presidente.
Dan las diez de la mañana, ese jueves 28 de marzo de 1988, cuando los funcionarios abren el debate sobre el más belicista mensaje elaborado para Johnson en los tres años de la injusta guerra que él mismo desató en Vietnam. Se trata, en verdad, de la agresiva respuesta de los Estados Unidos a la ofensiva del Tet, lanzada a fines de enero por los líderes de Hanoi, cuyo empuje no perdonó siquiera el sacro edificio de la Embajada norteamericana en Saigón.
Si, en el plano militar, las operaciones comunistas han herido al fabuloso poderío de los ejércitos aliados (1.300.000 hombres) alejando la certeza de una victoria en el campo de batalla, en los Estados Unidos el revés siembra convulsiones psicológicas en todos los sectores. Durante meses, la Administración Johnson garantizó al pueblo que el enorme costo de vidas y dólares rendiría su fruto; de pronto, como un castillo de arena, tanta soberbia era aventada por los morteros enemigos. Esas jornadas de sorpresa y angustia iban a desembocar en la controversia de marzo 28 y en una fundamental decisión del Gobierno con asiento en Washington.

Triste cuadro
En los últimos días de febrero de 1968, el general Earle Wheeler —Jefe del Estado Mayor Conjunto— regresa de una gira de inspección a los frentes de Vietnam del Sur. En un almuerzo con Johnson, Wheeler pinta un triste —y secreto— cuadro de la situación; el General William Westmoreland, supremo Comandante en Vietnam, exige más hombres, más aviones, más barcos, más helicópteros. Aunque Wheeler no menciona cifras, el Presidente y Clifford, quien también participa de la entrevista, saben que el Pentágono desea solicitar 200.000 hombres y una masiva convocatoria de reservistas (ambas medidas costarán al Presupuesto un desembolso extra de 12.000 millones de dólares).
Johnson encarga a Clifford ;su primera tarea como Secretario de Defensa (tomó el cargo el 1º de marzo, en reemplazo de Robert Strange McNamara),: encabezar un grupo de trabajo destinado a planificar las ansias expuestas por el Alto Mando. El Pentágono recibe la noticia con agrado: Clifford era considerado más "halcón" que su predecesor. Otros cinco funcionarios integran el comité: Rusk, Wheeler, Rostow, Henry Fowler (Secretario del Tesoro) y Richard Helms, director del espionaje (CIA).
Al cabo de la primera semana de marzo, el Pentágono comienza a asombrarse de Clifford; en lugar de consentir sus aspiraciones, de aceptar sus ideas, el flamante Secretario es una duda viva, una fuente de difíciles preguntas. Wheeler debe admitir, el 10 que el aumento de tropas norteamericanas no ha modificado, en favor de, los Estados Unidos, el curso de la guerra, y que los bombardeos a Vietnarn del Norte tampoco consiguieron el objetivo previsto: anular la infiltración militar de Hanoi.
De la misma época data un enfriamiento de relaciones entre el Secretario y el Presidente. Uno de los testigos de aquellos hechos señala: "Lyndon Johnson quería que el sucesor de McNamara fuese un sólido partidario de su política en el Sudeste de Asia. Pero en sus charlas con él descubrió que Clifford objetaba esa política a la vista de los resultados. Así, después que McNamara criticó los bombardeos al Norte, Clifford empezaba a criticar las operaciones terrestres, la propia contienda en general".
En esos momentos, 12 de marzo, estalla el triunfo del pacifista Senador Eugene McCarthy en la consulta primaria de Nueva Hampshire. El estado de ánimo de Johnson puede verificarse en el discurso que pronuncia, el mismo 12, ante una reunión de veteranos de 1917-18: "Nunca abandonaremos nuestras responsabilidades", dice entonces. Disgustado con Clifford, deja de recibirlo a solas. El Secretario entra, por consiguiente, en una especie de conspiración; sigilosamente, forma lo que él llama su "grupo estratégico", que incluye al Subsecretario de Defensa, Paul Nitze; al de Interior, Phil Goulding, y a varios civiles del Pentágono. Cuentan con un aporte esencial: el de McPherson, cuya influencia sobre Johnson es notable; George Christian, el Secretario de Prensa, que también milita entre las palomas, se añade al bando de los "insurgentes".
La labor es ardua, hija de la cautela y la sutileza; Clifford mantiene informados a sus socios de la lenta campaña que lleva sobre el Presidente. Su fórmula no difiere de la que utiliza con el Alto Mando: preguntar, prever los desenlaces, trasmitir las dudas razonables. Acaso Lyndon Johnson fingió desagrado o ira ante las presiones del Secretario: ciertos observadores suponen que se hallaba tan desvalido frente al Pentágono, que sólo con la ayuda de su Gabinete le sería posible cambiar la marcha de la guerra y sondear la paz. Esos observadores afirman que Johnson —como la mayoría de los norteamericanos— descubrió en la ofensiva del Tet los errores de la escalada, la desgracia de haberse entregado con absoluta docilidad a la durísima línea del Pentágono. Habría resuelto, en consecuencia, aplacar la furia de la lucha en Vietnam.
Sea como fuere, los "halcones" se aprestaban al contraataque; en su regimiento, a las órdenes de Rusk, sirven Wheeler, Rostow y el general retirado Maxwell Taylor, ex Embajador en Saigón. El Subsecretario de Estado, Nicholas Katzenbach se pasa a las huestes de Clifford y es separado de las conferencias en la cumbre que sostiene Rusk; McPherson, a su vez, sufre un ostracismo similar, en tanto el Embajador Ellsworth Bunker, ganado para la causa belicista, bombardea a Johnson con solicitudes inspiradas por Westmoreland.

Menos bombas
El 18 de marzo, el Secretario de Defensa comunica a sus adictos: "El de hoy ha sido un pésimo día". Horas antes, en Minneapolis, al hablar en la Unión Nacional de Granjeros, Johnson habla declarado: "¡Venceremos! No se equivoquen". El 20, sin embargo, Clifford y McPherson sugieren al Presidente que ordene la reducción de los bombardeos hasta el Paralelo 20°. "Es una medida leve —arguye Clifford—. No nos cuesta nada y quizás obtengamos, de este modo, un gesto conciliador de la otra parte." Johnson envía copia de los memorándum a Bunker, Con la misión de que los enseñe al Presidente de Vietnam del Sur, Ngu-yen Van Thieu.
Clifford, alentado, da un paso más. En noviembre de 1967, el Presidente había convocado a una docena de "notables" para discutir la marcha de la guerra. Aconseja repetir la ceremonia, y Johnson otorga su conformidad: el 25 de marzo, una pléyade de ex gobernantes se reúne, a puertas cerradas, en el Departamento de Estado, sin la presencia de Johnson. Concurren, entre otros: Dean Acheson, Douglas Dillon, McGeorge Bundy, Henry Cabot Lodge, Ornar Bradley, Mattheu Ridgway, Taylor, Cirus Vance, George Ball. El resultado es pobre: impera la indefinición y la retórica.
Con todo, el 26, cuando el Presidente almuerza con ellos, Clifford se deleita al escuchar que "halcones" tan fieros como Acheson, Bundy, Cabot Lodge y Dillon solicitan prudencia, se muestran favorables a la desescalada. Sin embargo, el tiempo apremia: Johnson debe dirigirse al país el 31 de marzo y McPherson ya tiene terminado el esquema de un discurso belicista que le ha encargado el Presidente. Un ejemplar de ese esquema se encuentra, desde luego, en poder de Clark Clifford.
Johnson exige a los Secretarios de Estado y Defensa, que intercambien ideas sobre aquel borrador; el 28, las máscaras caen. Clifford, dramáticamente, expone su impresión: "El Presidente no puede leer esto. ¡Es pura guerra! No habla sino de mayores ataques y matanzas. Convierte al Presidente en un hombre que sólo aspira a la guerra, y no creo que él piense así". Todas las miradas se vuelven a Rusk; el Secretario permanece en silencio, como invitando a Clifford a que prosiga. Clifford habla durante una hora: no deben enviarse más tropas, no debe dañarse aún más la estabilidad del dólar ni alentar la inflación. "De lo contrario, dividiremos la Nación de manera irreparable", concluye. Pide, en fin, que cesen los bombardeos al Norte, hasta la altura del Paralelo 17°.
A las 3 de la tarde, Rusk se ve superado por los defensores de la tesis y concede: "Creo que el Presidente debería examinar otro borrador para su discurso". McPherson recuerda ahora: "Fue el instante más feliz de mi vida". A la noche, en su oficina de la Casa Blanca, acaba de redactar el nuevo mensaje y lo entrega a Johnson con una nota: "Esto es lo que sus consejeros estiman necesario. Harry". El texto, diametralmente opuesto al anterior, anuncia la limitación de los raids aéreos contra Vietnam del Norte y sugiere a las autoridades de Hanoi entablar formales conversaciones de paz.
El 29, McPherson es convocado por el Presidente, a fin de discutir el estilo de algunos pasajes. Ni él ni Clifford se sienten victoriosos todavía: el borrador circula entre todos los Secretarios y asesores vinculados con el tema, y los "insurgentes" aguardan, con inquietud, un asalto de los belicistas. El sábado 30, en mangas de camisa, Johnson corrige el texto sentado en los jardines de la Casa Blanca; por la noche, los interesados conocen la versión final del discurso: salvo enmiendas parciales, ha prevalecido la tesis de Clifford y sus aliados.
El 31 de marzo, un Johnson conmovido —sus ojos, de pronto, aparecen tocados por el llanto—, apagado, inunda las pantallas de la televisión norteamericana. Clifford, McPherson, Katzenbach, Nitze, contemplan con júbilo la disertación del Presidente. Pero les falta una sorpresa: las 175 palabras agregadas por el Presidente, al final del discurso, en las que renuncia a buscar o aceptar la candidatura del Partido Demócrata en las elecciones de noviembre. 
Copyright Newsweek, 1969.
PRIMERA PLANA
11 de marzo de 1969