Diagnóstico en extremo oriente
China abre el puño

Hoy se ha rasgado la Cortina de Bambú y ante Occidente aparece, en cifras y hechos, el gigante que podría dar el gran zarpazo.

 

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mecanizar el campo es la única salida, pero la tecnología se fue con los especialistas rusos


fuerza hidroeléctrica otro paso adelante


"la mejor arma para luchar contra los yanquis o el gorgojo son las ideas políticas de Mao"


Los "pioneros rojos" son los dirigentes de mañana, pero para la vieja guardia la mejor escuela de un comunista es la guerra. Antes se estudiaba inglés "para cuando derrotemos al enemigo", ¿para qué se enseña ruso?.


Comer bien no es privilegio de la élite: un dirigente gana un 10 por ciento más que un obrero


En el campo faltan brazos, los campesinos prefieren trabajar en la ciudad donde la vida moderna comienza a dar sus primeros pasos. Pocos descansan el domingo: miles de hombres se movilizan para el "trabajo voluntario".


Del "gran saldo adelante" quedan galpones vacíos y máquinas que sólo los rusos manejaban

 

 

La civilización de la era técnica ha dado muerte a un mito más: salvo para las moscas, los mendigos y los norteamericanos, China comunista ha dejado de ser "territorio prohibido" para todo el que no haya nacido a la sombra de la Gran Muralla. En la era de la conquista del cosmos no existe ciertamente térra incógnita: China yace indefensa, a merced de las cámaras fotográficas de los satélites que trazan órbitas sobre su vasta superficie.
Sin embargo sigue siendo verdad que, entre las comunidades cerradas del mundo, China es la que más estrechamente se repliega para cubrir con un manto de secretos su vida interior. Porque esa vida interior es una amenaza para el mundo. En los últimos años, China ha hecho frente, con diversos motivos, a sus vecinos más poderosos, India y Rusia; intervino política y militarmente en por lo menos dos guerras, que comprometían también al mundo occidental: Corea y Vietnam; ha apoyado abiertamente la subversión en su vecina Tailandia y exportado la guerra civil a regiones tan remotas como África y América Latina. Su pueblo, disciplinado y adoctrinado en la creencia de que "el capitalismo es el enemigo del hombre" se prepara cada día para el holocausto. Para prever las intenciones de este agresivo gigante y adoptar una política coherente ante él, Occidente ha puesto en vigencia hoy más que nunca la antigua máxima: "Conoce a tus enemigos". ¿Y qué puede saberse de una nación tan implacablemente hostil como sigilosa?

Por el ojo de la cerradura
Poco y mucho. Occidente no conoce todo lo que necesita conocer porque un misterio impenetrable cubre —aún para los mismos chinos— muchos de los aspectos fundamentales de la vida de su país. Pero al mismo tiempo, las agencias de inteligencia del mundo occidental saben de China mucho más que de cualquier otra nación, con la probable excepción de la Unión Soviética, y quizá como lo afirmó un experto norteamericano, "más que los mismos chinos".
El cultivo de la sinología contemporánea ha ingresado en una etapa de sorprendente prosperidad. Solamente en los Estados Unidos existen ya diez grande centros universitarios y cincuenta institutos menores dedicados a los estudios chinos, y se han realizado donaciones por más de 50 millones de dólares —aparte de los centenares que invierte el gobierno norteamericano— para financiar el desarrollo de tales especialidades. Observar a China se ha convertido en un prestigioso deporte intelectual y en el fundamento indispensable para la evolución de la política económica y militar de los países occidentales.
Y en realidad la cantidad de material acumulado en los últimos años es tan grande, que manejarlo clasificarlo y evaluarlo requiere una legión de expertos. PANORAMA y Time han apelado a treinta de los mejores especialistas de este y del otro lado del Atlántico; sus acuerdos y discrepancias trazan el complejo mapa de la China que conocemos e ignoramos, pero del análisis del material así obtenido surgen ciertas áreas de seguridad que constituyen los puntos principales de lo que se sabe hoy de China comunista.

Un régimen absoluto
A los 17 años de la derrota final de Chiang Kai-shek, el régimen comunista está sólidamente instalado en todo el territorio. La posibilidad de que el gobierno de Mao sea derrotado por un "golpe" interno, según el profesor Robert Scalapino de la Universidad de California, "parece remota, salvo que una guerra global, o una crisis imprevisible sacudieran las bases de China misma". Otros expertos opinan lo mismo. Los comunistas han unificado las provincias, centralizado la autoridad e impuesto una administración absolutista a la que no escapa ninguna faceta de las instituciones y la vida del país. La filosofía de Mao Tse-tung es que "todo poder político crece a punta de cañón". Y el cañón que garantiza su hegemonía está sólidamente en manos del Partido Comunista Chino, cuyos 19 millones de miembros lo convierten automáticamente en el más poderoso partido político del mundo. En la cima están encaramados Mao y sus colaboradores, que constituyen el Comité Permanente del Politburó, integrado por siete miembros, debajo están los doce titulares del Politburó propiamente dicho, y luego los 94 del Comité Central. Desde allí, el partido se ramifica en decenas de miles de secciones locales, cuya vigilancia alcanza cada manzana de cada ciudad y cada casa en cada aldea campesina. Nada escapa a la vigilancia del partido, y las directivas bajan rápidamente de la cumbre hasta los últimos eslabones, movilizando íntegramente todos los recursos humanos y materiales de acuerdo a la planificación central.

El brazo armado
Las fuerzas armadas regulares de China comunista, con 2.700.000 hombres electivos, pueden compararse en número con los 2.900.000 de los Estados Unidos y los 3.000.000 de la Unión Soviética, pero su armamento es anticuado si se lo enfrenta con el equipo normal de los soldados norteamericanos o soviéticos. El ejército —1,8 millones de hombres distribuidos en 35 cuerpos (110 divisiones) está bien entrenado y posee buenas armas cortas, pero adolece de graves fallas en cuanto a transportes, mantenimiento, servicios, comunicaciones y sanidad. Existe además un cuerpo de policía que cuenta con un millón de hombres aproximadamente y una milicia compuesta de 20 millones más, muchos de los cuales son jóvenes veteranos de la guerra de Corea y otros combatieron contra los japoneses y el Kuomingtang.
No es improbable que, aún con estos problemas, el ejército chino pudiera defenderse de una invasión, luchando en su propio territorio, pero, en las condiciones actuales, difícilmente saldría airoso de una excursión prolongada fuera de sus fronteras.
Le sigue en número la fuerza aérea, con 175.000 hombres y 2.500 aviones. La mayoría de los jets empero no están en condiciones de hacer frente a los actuales aparatos rusos o norteamericanos de la "generación Mach 1,5". La marina de guerra resulta aun más rudimentaria, de acuerdo con los niveles de una gran potencia: 140.000 hombres, de 30 a 50 submarinos diesel construidos en Rusia, un submarino lanza-cohetes, unos pocos destructores y una flotilla de juncos motorizados.
Pese a las tres explosiones experimentales realizadas hasta hoy, la capacidad nuclear china es todavía elemental. Alrededor de 1300 ingenieros y 50 hombres de ciencia están trabajando en "la bomba" y se estima que para 1967 tendrán entre diez y veinte cargas detonables. Pero no habrá en China proyectiles balísticos intercontinentales capaces de transportarlas por lo menos hasta 1970, y a menos que se realice un esfuerzo particularmente desesperado, no existirá una infraestructura técnica capaz de garantizar la llegada de la bomba a su blanco antes de 1985.

Las entrañas del monstruo
La economía sigue siendo un laberinto indescifrable. Pero el producto bruto nacional, que crece a ritmo seguro, se estima en 70 mil millones de dólares. Cifra que de todos modos no resiste comparación con los 71 mil millones del Japón, los 86 de Gran Bretaña o los 714 de los Estados Unidos. Luego de una rápida expansión en la primera década de gobierno revolucionario, en la que el producto bruto alcanzó a 85 mil millones de dólares —1959—, la economía retrocedió paradójicamente debido al "gran salto adelante", aventurado plan de industrialización acelerada que fracasó en medio del desbarajuste estatizante.
El profesor Alexander Eckstein de la Universidad de Michigan sostiene que el "gran salto" le "costó a la economía diez años de retraso en su desarrollo". Los últimos años revelan síntomas de recuperación, pero el nivel actual apenas si se acerca al de 1957. Un índice del caos económico es el número de vehículos automotores, que en todo el país no alcanza a 240.000, en Japón existen 5.800.000, en Rusia 4.400.000, en nuestro país 1.700.000 y en Australia, por tomar un ejemplo ridículamente absurdo 830.000, casi cuatro veces más.
China continental sigue siendo un país subdesarrollado cuya economía apenas basta para proporcionar un nivel de supervivencia a su población. Su principal actividad productora es la agricultura, y su tecnología rural no ha evolucionado radicalmente en los últimos cien años. Solamente para poder mantenerse a la par con el crecimiento demográfico, el régimen de Mao necesita aumentar la producción alimentaria en un 3 por ciento anual, lo que cuesta un enorme esfuerzo y sacrificios en otros sectores. La concentración de fuerzas en la producción de alimentos ha originado una fuerte disminución del crecimiento industrial, y la suspensión de la ayuda rusa y el elevado costo de la tecnología nuclear han sido severos golpes para la economía.

Vivir día a día
Sin embargo ya nadie se muere literalmente de hambre en China, y el promedio de la población está mejor que hace cinco años y mucho mejor que hace cincuenta. Aún cuando el nivel se mantenga bajo, el pueblo parece bien alimentado, vestido y saludable. Las cuotas de racionamiento siguen siendo muy estrictas: 2000 calorías diarias, dos vestidos o el equivalente de dos metros de tela anuales, un pan de jabón por mes. Tanto los salarios como los precios se mantienen bajos y estables. Un aprendiz gana el equivalente de 8 dólares mensuales, los obreros calificados 2 un ingeniero alcanza a 80 y un alto dirigente del partido 100. Pero medio kilo de carne de cerdo cuesta 24 centavos de dólar, un kilo de azúcar 50 y uno de arroz 10. La vivienda también es barata: un cuarto de soltero cuesta un dólar y medio o menos por mes, aunque las comodidades sean espartanas. El estado ha embestido contra toda clase de especuladores y aprovechadores de los vericuetos de la economía de consumo pero junto con los mendigos, la prostitución y los estafadores ha desaparecido, según Lorenz Stucki -un periodista alemán y viejo conocedor de China- "toda la magia y la fascinación de Oriente. La vida —agrega— se ha convertido en un aburrimiento abismal".

El engranaje central
Es lo que sucede cuando la vida de toda una nación se supedita al aparato de un estado al que se aferra una camarilla inamovible. Mao Tse-tung está en su septuagésimo tercer año de vida y su salud es cada vez más precaria. La edad promedio del Politburó es 66 años, la del Comité Central 60. El profesor Doak Bennett, prominente sinólogo de la Universidad de Columbia afirma: "Estas cifras permiten prever con toda certeza que todo el grupo dirigente desaparecerá en los próximos años y los resultados se harán sentir en todas las esferas de la vida nacional". Las ideas conductoras también resultan viejas. Prácticamente todos los grandes personajes son revolucionarios de la vieja ola, que participaron en la Gran Marcha, la retirada estratégica de más de 10.000 kilómetros, que el Ejército Rojo efectuó ante el avance de las tropas de Chiang Kai-shek y los japoneses en el invierno de 1934 al 35. Padecen todavía del "complejo de Yenan" —una carencia en la adhesión absoluta y rígida a los métodos que emplearon, para sobrevivir en la montañosa provincia del noroeste, y para alcanzar posteriormente el poder.
Algunos dirigentes chinos tienen, sin embargo, serias dudas sobre el actual curso de su política, que conduce a un creciente aislamiento. Pertenecen a la "nueva generación" que se enfrenta día a día con los problemas de la administración del país. Pero Mao no comprende ni simpatiza con sus inquietudes y ya ha anunciado que solo podrán ser sus sucesores quienes sostengan sin hesitaciones el evangelio maoísta. Los candidatos con más probabilidades parecen ser Chan Yi, ministro de relaciones exteriores, Teng Hsiao-ping, secretario general del Partido, y Lin Piao, ministro de defensa. Llegará el momento, sin embargo, en que una generación más joven llegue al poder, y los expertos en cuestiones chinas tienen la esperanza de que esos hombres sean más sensibles a los problemas del desarrollo interno y menos intratables que los actuales dirigentes. El empuje de la nueva generación contra los cuadros de la "vieja guardia" se manifiesta en la lucha por la sucesión de Mao. Han caído cabezas como la de Peng Chen, alcalde de Pekín, que parecían instituciones nacionales. Otras figuras que vegetaban en la sombra han salido a relucir. La vieja guardia sostiene aún la doctrina de la revolución permanente. La lucha de clases no ha terminado, a pesar de la toma del poder. El conflicto con Rusia es una arma en manos de los reaccionarios para detener al proletariado, y a la vieja guardia —que en 1958 combatió el descontento campesino con la colectivización drástica de la propiedad rural— ha lanzado ahora la "proletarización" violenta de los intelectuales. Lin Piao y Chen Pota, director del diario oficial del Partido, son sus ejecutores.

La caja de sorpresas
Pese a todo lo que se sabe acerca de China Comunista, los expertos son los primeros en reconocer lo mucho que se ignora —y que debería conocerse por razones de seguridad. Por ejemplo, no se sabe casi nada del mecanismo que siguen las decisiones tomadas por Mao. El papel de sus colaboradores inmediatos ha sido vagamente diagramado a partir de lo que dejan saber las agencias oficiales. Pero no se sabe con certeza quienes son los que mandan y quienes los que obedecen. Ni siquiera es seguro que Mao gobierne por medio de úcases irrevocables o de que hasta cierta instancia haya la posibilidad de crítica y consulta.
La información más difícil de obtener es la que se refiere a la organización de los cuadros superiores y medios del partido, y en cuanto a los dirigentes, solo se dispone de escasísimos datos biográficos. Habría que saber más sobre las estructuras de la agricultura y poder estudiar cifras más realistas de la economía en general. La relación entre las fuerzas de producción y las necesidades reales se basa en las cifras de población. El crecimiento anual de la población está calculado en quince millones y el volumen total en 750. Pero estas cifras son dudosas y la mayoría de los expertos admite que la población puede haber crecido hasta los 800 millones o no haber excedido los 600, en los últimos diez años.

Los propietarios del futuro
El exquisito deporte de observar las fases del gigante se hará aun más atractivo cuando desaparezcan los viejos líderes y entren en escena los cerebros más jóvenes. Ha dicho el profesor Lucian Pye: "Pese a que no cabe la menor duda de que el comunismo continuará en el poder en China por muchos años todavía, es indudable que en la próxima década habrá cambios fundamentales". Existen indicios importantes que no escapan a la atención de los observadores occidentales y que permiten obtener ya conclusiones premonitorias. Es previsible que, como sucedió en Rusia cuando la nueva ola de tecnócratas entrenados en las escuelas del Partido, el ingreso de nuevos elementos en las estructuras de decisión produzca una avalancha de noticias relativas a todos los sectores de la vida de China. Los jóvenes tecnócratas están tendiendo sus cabeceras de puente y el malestar que ello provoca se expresa en "purgas" severas directivas emanadas de la cúspide de la conducción.
Cabe preguntarse si los nuevos hombres, agobiados por los opresivos problemas internos, retrocederán ante el esfuerzo norteamericano en Vietnam, buscarán un "acuerdo" con Rusia. Tal vez —pero son solo esperanzas— adopten una postura internacional menos inflamada y se vuelvan menos inexorables en los "puntos muertos" de su política exterior como Formosa o la SEATO.
Si bien nadie está seguro de que la nueva generación de líderes chinos sea más moderada que la actual élite maoísta, es necesario planear el futuro pensando más en la próxima generación que en el régimen actual. Estados Unidos comenzó a revisar su política hacia China Comunista, mucho antes que las sesiones públicas organizadas por el senador Fulbright en la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara Alta atrajeran la atención mundial sobre el problema, y pese a que la expresión "contención sin aislamiento" solo recientemente se ha puesto de moda en Washington y en las Naciones Unidas hace un tiempo ya que los Estados Unidos siguen esa política. Si China se aísla es por su culpa, creen muchos; hace tiempo ya que las puertas de las Naciones Unidas se habrían abierto, si China renunciara a la revolución internacional. Estados Unidos, en cambio, aun cuando sostiene su firme posición en el Vietnam, ha intentado varias aperturas de comunicación: China rechazó reiteradamente la oferta norteamericana de intercambiar periodistas, estudiantes y observadores.
Toda política respecto a China es necesariamente una política a largo plazo. Si hasta ahora los acercamientos occidentales no han proporcionado resultados positivos, los expertos sostienen sin embargo que no por eso se debe renunciar al esfuerzo. El profesor Barnett describe el proceso como una "paulatina operación envolvente destinada a integrar a China cada vez más dentro de las relaciones internacionales. John Lindberck, de la Universidad de Harvard, dice que "Una de nuestras obligaciones como ciudadanos del mundo es ayudar a China a volverse más sofisticada". En otras palabras: de pocas cosas se puede decir con más certeza que dependa el futuro de Occidente como del deporte de la sinología. De pocas más que de la vigilancia y la contención.
revista panorama
agosto 1966