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crónicas del siglo pasado

 

Mejor alianzas que órdenes
Por VICENTE SÁNCHEZ-OCAÑA


Giusepe Segni aparece recibiendo el cordial saludo de Adone Zoli, el que, al encarar un gabinete con la sola participación demócrata cristiana, dependerá del apoyo de los grupos monárquicos y neofascistas, quebrando así la línea marcada por De Gasperi


Revistero

 


 


Pierre Pflimlin, jefe de la bancada demócrata cristiana en la Asamblea francesa, es considerado un perito financiero, y su designación para formar gobierno sirvió para subrayar la preocupación mayor de Francia en estos momentos, que es precisamente su creciente déficit económico


Guy Mollet dialoga con Paul Ramadier durante la que habría de ser su última intervención desde la bancada reservada al gobierno en la Asamblea francesa. Mollet, que había logrado el apoyo conservador por su política de "mano dura" en Argelia, fué derribado por sus aliados cuando intentó aumentar los impuestos


René Pleven realizó una "misión informativa" con vistas a la integración de un nuevo gobierno para Francia, pero tropezó con una firme negativa de los socialistas, quienes consideraron que si el grupo parlamentario conservador había derribado al gabinete Mollet, a él correspondía aceptar al responsabilidad gubernativa

 

 

DIVERSOS países de Europa han estado desde que terminó la guerra gobernados por alianzas o confederaciones de partidos. Han existido o aun existen esas uniones circunstanciales en Alemania Occidental, en Bélgica, en los Países Bajos. Singularmente en Italia y Francia. Ni Francia ni Italia conocieron un gobierno uniforme desde que estuvo asegurado un régimen de paz.
Después de la segunda guerra mundial y las transformaciones políticas que experimentó a continuación Italia, el país ha estado gobernado por una coalición de partidos en la cual han figurado cuatro:
El Demócrata Cristiano, el Liberal, el Social Demócrata y el Republicano.
Francia, en condiciones políticas de fraccionamiento análogo, ha vivido tras la guerra guiada por bloques semejantes, de grupos diversos. Los que más han figurado en ellos son:
El Socialismo (SFIO) o Sección Francesa de la Internacional Obrera; el M.R.P. o Movimiento Republicano Popular, es decir, los demócratas cristianos; el viejo Partido Radical, o Radical Socialista, la clásica izquierda republicana, y los Independientes, que se denominan de ese modo acaso por eludir su verdadera significación conservadora.
La combinación ministerial de Italia, últimamente presidida por el demócrata cristiano Antonio Segni, y la de Francia, cuyo jefe en el líder socialista Guy Mollet, han caído casi al mismo tiempo. Las dos se habían formado de diferente modo y actuado y organizado de distinta manera, puesto que la proporción de las fuerzas no era igual ni parecida siquiera.
El Partido Demócrata Cristiano de Italia, que dirigía Alcides De Gasperi, fué el más fuerte de la península desde 1945 hasta hoy.
En cierta época —después de las elecciones triunfales de 1948, por ejemplo— poseía la mayoría absoluta del Parlamento, juntando él solo más votos que todos los demás partidos juntos.
Ahora mismo —mediados de 1957— tiene notable superioridad numérica sobre el Comunismo y el Socialismo, los otros grupos del Parlamento que le siguen.
Los demócratas cristianos pudieron haber gobernado solos o con ayuda de las fracciones de extrema derecha, neofascistas y monárquicos; han preferido siempre, obedeciendo a una tendencia que De Gasperi marcó desde el principio, proceder aliados a fuerzas del centro: el Partido Social Demócrata, el Liberal y el Republicano.
Tan estrecha fué la unión de la Democracia Cristiana, la Socialdemocracia, el Partido Liberal y el Republicano, y duró tanto tiempo, que solían llamar a la alianza el Cuadripartido, considerándola como un régimen característico.
Naturalmente, las influencias en el Cuadripartido no podían alcanzar la misma importancia.
Presidía la sección la Democracia Cristiana, con superior fuerza. Pero ni el Partido Republicano, apenas sin votos, dejaba de ser considerado. El Partido liberal, con escasos parlamentarios, pero gran historia, era uno de los guías del Cuadripartido, y sus querellas con la Socialdemocracia de Saragat y Romita mantenían a la formación gobernaste en cortés pero fundamental discordia.

EN FRANCIA 
En la alianza que gobernó a Francia desde 1947, no se destacaba una mayoría con tan gran ventaja como la Democracia Cristiana de Italia.
El Movimiento Republicano Popular y el Socialismo son dos fuerzas de aproximadamente 100 diputados cada una.
Los "independientes" o derechistas representan sobre poco más o menos otros 120 diputados.
Algunos menos y muy variables, los radicales.
Con tales fuerzas y acaso ciertos diputados sueltos, que cambiaban de partido —los del fracasado grupo De Gaulle mudaron mucho últimamente—, se sostenían los gobiernos.
La oposición la formaban los comunistas, 120 diputados con exceso invariablemente contrarios al gobierno; los de Poujade, cincuenta derechistas y hasta sospechosos de fascismo, según sus enemigos, cuya hostilidad principal eran las contribuciones, y ciertos parlamentarios volubles que giraban de la derecha a la izquierda o de la izquierda a la derecha, según su humor o sus conveniencias.

MENOS EL COMUNISMO
Se percibe con mucha claridad que las fuerzas gobernantes y las contrarias no estaban separadas por diferencias doctrinales profundas, con una sola excepción.
Tanto en Francia como en Italia únicamente resultan irreconciliables los comunistas y los demás partidos.
Los comunistas mantienen tesis que a los demás parecen escandalosas. Algunos dicen antinacionales.
El general De Gaulle los llamó "separatistas", estimándolos ajenos a los intereses de Francia, sometidos ante todo a la dirección de una fuerza no francesa.
Excluyendo este caso extremo del comunismo, con el cual la colaboración se ha vuelto imposible, no hay inconveniente en que gobiernen juntos los más dispares partidos de la derecha intransigente a la izquierda acentuada de Italia y Francia. El clericalismo y el anticlericalismo, los sistemas de contribuciones distintos y otras cuestiones así, que hacia principios de siglo apartaban a los políticos, un Caillaux, un Clemenceau, un Giolitti, un Crespi, etc., parece como que se hayan borrado del todo. No es solo que no los separen con facilidad; diríase que hoy se las mira como manías y antiguallas ridículas.
Lejos de sentirse opuestos a trabajar unidos y a ayudarse en el gobierno, los grupos políticos se muestran inclinados a reunir fuerzas y a marchar de acuerdo.
En Italia concretamente hemos visto recurrir a colaboraciones de partidos en teoría adversarios aun en el caso en que materialmente no hacía falta la colaboración para seguir adelante.

REACCIÓN
¿Es una reacción contra la dictadura, el partido único y las otras exageraciones de que padecieron el fascismo, la unificación completa, el nazismo y el totalitarismo algunos años atrás?
Hoy los partidos se resisten a mandar solos, en ningún caso.
Asusta gobernar con un grupo único y un único partido. Se está dispuesto a escuchar a confederados y a atenderlos.
Podría decirse que da miedo quedarse sin compañía, con las responsabilidades del poder, y que la carga resulta demasiado pesada para que la lleve un partido solo.
¿No tendrá algún defecto esa tendencia italiana y francesa actual de compartir con tanta facilidad el mando?
Hay desde luego quienes piensan que el gobernante debe propender a asumir el gobierno con exclusiva, como antes parecía obligado... 
En el régimen liberal quizá no sea siempre fácil, según muchas veces se hace evidente.
Además, los largos años de dictadura y regímenes "providenciales", después de tantos "enviados de Dios", descubrir nombres normales y sencillos como un De Gasperi o un Blum que desconfíen de sus fuerzas y no estén seguros de poder hacerlo todo perfectamente ellos solos resulta simpático.
Se explica que al cabo de varios lustros de emitir dogmas sus mandones, en varios solares de mando no quede mucha afición a los dogmas.
Las alianzas y uniones son una fórmula, a nuestro juicio, mejor que la loca receta totalitaria, como lo demuestra que lleve diez años o doce sirviendo eficazmente en Alemania, Francia e Italia. No es infalible y sin tropiezos de todos modos. Al revés, la facilidad de la comunicación entre adversarios puede multiplicar las causas de divergencia y querellas menudas. Pero fundamentalmente vale para entenderse en ciertas cuestiones que son o se consideran de interés capital.
El problema de Argelia, por ejemplo, sobre el cual no entramos a opinar, indudablemente ha permitido al gobierno Mollet sobrevivir durante un periodo excepcional en la IV República Francesa, gracias a una especie de "Unión Sagrada" que ha sostenido juntos a socialistas, independientes, republicanos populares, degaullistas y bastantes radicales, contra comunistas y radicales del grupo Mendes-France. Los primeros, resueltos a conservar a Argelia; los segundos, dispuestos a escuchar las reclamaciones árabes.
La defensa del régimen democrático, que valió de ayuda moral a la Democracia Cristiana de Italia en los mejores tiempos de De Gasperi, cuando le sobraban votos, ha continuado valiéndole autoridad y crédito bajo Gronchi y Segni y ha consentido a Zoli por lo menos aventurar sus primeros pasos apoyado en la Democracia Cristiana, nada más.
No puede considerarse seguro que se sostenga.
Por ahora a Zoli le faltan anos pocos votos pasa resistir sin ayuda de la Socialdemocracia y los liberales.
Podría lograr la asistencia de algunos monárquicos o neofascistas inseguros.
En último término podría extinguirse pacíficamente en nuevas elecciones, a las que verosímilmente aspira... Al parecer, la gestión de la Democracia Cristiana y el Cuadripartido está enteramente agotada en la fórmula Segni y se trata de hallarle sustitución en algún nuevo arbitrio conciliatorio, que pudiera llevar hasta más allá del centro político y social —partidos republicano y liberal— la acción del gobierno.
La resolución de la crisis de Francia resulta más complicada —ya se ve— que la de Italia. El presidente Coty tropieza con dificultades para salvar el obstáculo económico-financiero que hizo caer a Guy Mollet y su ministerio socialista.
¿Tal vez una situación de democristianos e conservadores consiguiera encontrar las facilidades que a Mollet le faltaron?
Y ¿se resignarían los socialistas mejor a la resistencia de los independientes-burgueses en esta ocasión?...
Son quebraderos de cabeza que traen los tratos y conciliaciones. Incómodos, sin duda. Pero ciertamente más humanos y aceptables que el
"ordeno y mando" de los dictadores y los hombres "providenciales".
revista vea y lea 
junio 1957