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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


La mafia en el banquillo

Revista Somos
19 de febrero de 1986

un aporte de Riqui de Ituzaingó


 

 

 

El proceso del siglo ya comenzó en Italia. Hay más de 400 imputados. Varios capos respondieron por primera vez ante la justicia por su crímenes.
Las cifras explican, por sí solas, por qué lo llaman el maxiproceso del siglo contra la Mafia. Cuatrocientos setenta y cuatro imputados de los cuales están presentes 208: los restantes se encuentran fugitivos de la justicia. Más de 300 abogados defensores que recibirán globalmente, como honorarios, una cifra cercana a los cinco millones de dólares. Treinta celdas blindadas en una gigantesca sala de audiencias, construida en la cárcel palermitana del Ucciardone, que requirió una inversión de casi tres millones de dólares. 500 carabineros que mantienen el orden dentro de la sala, mientras otros 4.000 controlan Palermo. Frente a la corte que preside Alfonso Giordano (un juez de 57 años, apasionado de la historia y practicante de yoga) se sentó el lunes 10 la plana mayor de "Cosa Nostra", la terrible multinacional del delito que factura anualmente 7.500 millones de dólares provenientes, en su gran mayoría, del tráfico de estupefacientes. Un business enorme, el más colosal del que se tenga memoria, cuyo facturado es mayor que los de General Electric, Standard Oil, General Motors y U. S. Steel juntos.
Los nombres traen reminiscencias de antiguas y tenebrosas historias de sangre y exterminio. Enfundado en un impecable equipo de gimnasia, fumando desdeñoso y cínico, apareció Luciano Liggio, ex capo absoluto de Corleone en la cárcel desde 1974, situación que no le impidió seguir manejando los hilos del tráfico de droga y acceder al control absoluto de la cúspide mafiosa. Sólo fugazmente pudo verse a Pippo Caló, el tesorero de la Mafia y uno de sus máximos cerebros. En cambio, no le mezquinó su sonrisa a los fotógrafos el tenebroso Giuseppe Bono: se dice que es el máximo responsable del tráfico de heroína entre Palermo y Nueva York,y que era el hombre de mayor confianza del asesinado Carmine Galante (alias Lillo the Cigar), uno de los más temidos capos de Cosa Nostra. Quien no se vio fue Gerlando Alberti: miembro de la Mafia perdedora, intentaron dos veces envenenarlo en la cárcel. Algunos dicen que ha enloquecido. Otros sotienen que se trata sólo de una estratagema para engañar a los jueces.
Pero no están Michele y Pino Greco, máximos exponentes de la terrible "cosca" de Ciaculli (un barrio de Palermo), considerados los mandantes de por lo menos diez asesinatos de alto nivel, empezando por el del general Carlo Dalla Chiesa. También faltan Salvatore Riina, brazo derecho de Liggio, y Bernardo Provenzano, hombre clave del clan de los corleoneses: están escondidos, igual que otros 160 boss y gregarios fugitivos de la policía.
Pero es el comienzo, sin duda. En realidad, el punto de partida se remonta a septiembre de 1984, cuando un DC 10 de Alitalia atravesaba el océano Atlántico, procedente de Brasil, llevando en la fila número 10, esposado y extraditado a Italia, al ex boss Tommasso Buscetta, alias Don Masino. Cuentan que en un determinado momento llamó al juez Giovanni Falcone —el máximo fiscal del proceso del Ucciardone— y le dijo que estaba dispuesto a cantar. Y lo hizo durante meses, en estremecedoras revelaciones que, volcadas en 10.767 páginas instructorias, constituyen la más impresionante radiografía de la Mafia y de su poder económico, financiero y militar.
Por ejemplo, ahora se sabe que la Mafia es una organización hermética y piramidal, con las familias o coscas en la base, formadas por los hombres de honor, los capos y los soldados. Más arriba de las familias, en la pirámide, está la llamada Comisión, integrada por los boss de familias contiguas, que decide la organización y operatividad de las actividades delictivas, con el tráfico de droga como prioridad absoluta.
Lo que todavía está envuelto en el misterio es el tercer nivel de la pirámide, la cúpula de la misma, la llamada Supercomisión, compuesta por los jefes de las distintas Comisiones provinciales. Se presume que allí, en ese nivel, se entrelazan los intereses mafiosos con los políticos y los económicos. Esto lo había entendido muy bien el general Dalla Chiesa. Por eso escribió: "Hay políticos que están metidos hasta el cuello''. Y por eso, quizá sobre todo por eso, lo asesinaron con su joven esposa Emanuela, en septiembre de 1982.
Buscetta pertenecía a una alianza mafiosa que había estado representada, a través del boss Gaetano Badalamenti, en la Comisión de Palermo que también integraban Rima, el capo corleonés hoy fugitivo, y Stefano Bontade, exponente del barrio de Monreale. El triunvirato operaba con la bendición de los dos más viejos y respetados boss de boss: Rosario Di Maggio y Luciano Liggio, cuyo poder seguía incólume pese a estar en la cárcel.
Pero hacia 1977-78 se empezó a notar una fractura entre Riina y el dúo Badalamenti-Bontade. Detrás del primero, bendecido por Liggio, se comenzaron a alinear varias familias caracterizadas por su combatividad y por su inocultable intención de pasar a monopolizar el business de la droga, cada vez más grande y tentador: son los Greco, patrones indiscutidos de Ciaculli, otro barrio de Palermo. Su alianza con los corleoneses de Riina y de Bernardo Provenzano prenuncia la sangrienta guerra mafiosa del período 1980-83. Tanto Michele (alias el Papa) como Salvatore Greco (alias el Senador) viven ya por entonces en la clandestinidad, pero desde ella mueven los hilos, ordenan crímenes y condicionan el poder mafioso.
Hacia 1979 muere el patriarca Rosario Di Maggio, el máximo garante de la alianza Badalamenti-Bontade a la que pertenece Buscetta, quien por entonces ya operaba desde Brasil. Di Maggio, para sorpresa de muchos, muere de infarto, en su lecho de enfermo, y no bajo las balas de sus enemigos. Pero antes de expirar —boss de boss y jefe indiscutido de un grupo de familias que representaba a la vieja mafia— entregó el bastón de mando a su sobrino, el joven Salvatore Inzerillo, primo de John Gambino, cerebro de Cosa Nostra que desde Nueva York controlaba la parte más importante del tráfico internacional de cocaína.
La elección del viejo Di Maggio no pudo ser más equivocada. Inzerillo (alias Totuccio) se reveló torpe y arrogante, incapaz de comprender que el business de la droga había adquirido una dimensión que sólo aceptaba una administración managerial. Para jaquearlo, Riina, los Greco y los corleoneses ordenaron varios asesinatos que, atribuidos a Inzerillo, lo pusieron en serias dificultades.
Pero hay un error decisivo de Totuccio: es incapaz de manejar debidamente el falso secuestro de Michele Sindona, el banquero de Patti con fuertes conexiones mafiosas. Se lo había encomendado nada menos que el clan Gambino, desde Nueva York. Descubierta la verdad por la policía italiana, la pista llevaría a Liccio Gelli a la logia Propaganda Due. La suerte de Inzerillo quedó sellada el 12 de julio de 1979 en el restaurante Joe and Mary's, de Nueva York: una ráfaga de ametralladora masacró a Carmine Galante, el boss de los bajofondos neoyorquinos, conocido como Lillo the Cigar por el infaltable cigarro que le colgaba de los labios. Muerto su último protector, Salvatore Inzerillo empezó la cuenta regresiva. Con él, los Badalamenti, los Bontade, los Buscetta.
En sólo tres años, al precio de casi 600 muertos, el poder mafioso cambió de manos. Uno a uno, bajo el fuego de la 'lupara', una escopeta de caño recortado que provoca un agujero grande como un puño cerrado, los miembros de estas coscas empezaron a caer. El 5 de mayo de 1981 fue masacrado Totuccio.
Desde su escondite de Brasil, impotente, Tommasso Buscetta asistió al exterminio de su familia. Sus amigos estaban bajo tierra. Por eso, todo hace suponer que su vendetta (confesar todo lo que sabía sobre la Mafia) fue plasmada aquel 25 de octubre de 1983, cuando cayó en manos de la policía brasileña.
Si veintiocho meses después la plana mayor de la Mafia está entre rejas y se apresta a escuchar el veredicto de la justicia, se debe en gran parte a las confesiones de Buscetta y de otros pentiti (arrepentidos) como el pistolero Salvatore Contorno, hoy en Estados Unidos, y el empresario Stefano Calzetta. Pero también el trabajo que realizó en Palermo entre 1981 y 1982, hasta su asesinato, el general Dalla Chiesa.
Cuando asesinaron en la vía Carini de Palermo al general Dalla Chiesa, manos anónimas y piadosas colocaron allí un ramo de flores y un cartel donde habían escrito: "Aquí murió la esperanza de los palermitanos honestos''. El maxiproceso del Ucciardone demuestra que, como el Ave Fénix, esa esperanza ha renacido en las ansias de justicia de esos mismos palermitanos. 
Bruno Passareili
(Corresponsal en Italia)
Fotos: Gamma