MARZO 23, 1919:
Nacimiento del Fascismo

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Son cuarenta y cinco. Todos ellos han combatido en la Gran Guerra; también el orador que les da la bienvenida, pero él no formó parte de los 'arditi', las famosas tropas de choque. Avanza la tarde sobre la piazza San Sepolcro, en Milán, el 23 de marzo de 1919, en el viejo local —el Círculo de Defensa de los Intereses Industriales, Mercantiles y Agrícolas— la voz de aquel hombre sale como una llamarada de su boca enorme, de su carota desafiante.
Benito Amilcare Andrea Mussolini está por cumplir los 36 años. Oriundo de Dovia, localidad de la Romaña, sus nombres de pila fueron un homenaje que su padre, un cerrajero, quiso tributar al revolucionario mexicano Benito Juárez, al anarquista Amilcare Cipriani y a Andrea Costa, uno de los fundadores del Partido Socialista Italiano. Maestro diplomado, como su madre, pudieron más los sueños de Alessandro Mussolini: el hijo no sólo habría de sumarse a la batalla ideológica del siglo; la política, a cuyo ejercicio se entregó de lleno desde 1908, terminó por regalarle el poder, la gloria y las balas del fusilamiento.
En 1912, el Partido Socialista encargaba a Mussolini la dirección del diario Avanti, que se edita en Milán; en poco tiempo, el joven periodista y líder gremial había descollado entre los militantes del ala ortodoxa. Con todo, en las elecciones de 1913 —las primeras que se celebran bajo la fresca ley de sufragio universal— los votantes de Forli, donde inició su carrera pública, le niegan un escaño municipal.
En 1914, un artículo contra las posiciones neutralistas que defiende el socialismo, le cuesta la expulsión. En noviembre, ayudado por un núcleo de industriales, lanza Il Popólo d'Italia, en Milán, y desde las nuevas columnas preconiza la intervención de su país en la contienda europea.
'Bersagliero" del 11º Regimiento, cae herido en 1916: "Me enorgullezco -exagera en su Diario de Campaña- de haber enrojecido la tierra patria con mi sangre, en cumplimiento de mi sagrado y peligroso deber". En realidad, todo se debió al estallido de una granada, durante un ejercicio practicado en la retaguardia. Nunca volvería al frente, de donde apenas trajo los galones de cabo; su mejor arma era, sin duda, la palabra.
Tenía, es cierto, el Popolo; le faltaba, sin embargo, una masa adicta, una caja de resonancia más visible y fiel que los lectores de su hoja. El Tratado de Versalles, en 1919, le sirve de pretexto para salir m la búsqueda de seguidores, para dibujar su ascenso al poder. Un enorme descontento recorre Italia: las grandes potencias no le han adjudicado Dalmacia ni el Fiume, y los nacionalistas arden de indignación.
Los obreros se lamentan de sus bajos salarios y reiteran las huelgas y los choques con la Policia. Los soldados y oficiales licenciados no encuentran trabajo ni se readaptan a la vida civil; los empresarios y los terratenientes intuyen, asustados, un golpe bolchevique; los políticos, en fin, conducen el destino de Italia aferrados a sus intereses, sin genio ni destreza. Es el caldo de cultivo para los hombres fuertes", y Benito Mussolini surge como el más fuerte de los hombres.
El mitin en piazza San Sepolcro —convocado para crear un movimiento opuesto a "las fuerzas del mal que amenazan destruir las tradiciones de nuestra patria"— es un éxito. Al alba del 24 de marzo, siguen los discursos; cuando la asamblea se disuelve, sus participantes dejan fundado el Fascio di Combattimento (Grupo de Combate) . El acta consta de 119 firmas, entre ellas, la de Arturo Toscanini; ocho, meses después, los adherentes al fascismo son 50.000. 
primera plana
25 de marzo de 1969