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Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

REVISTERO
INTERNACIONAL


El otro viaje del Titanic
73 años después y a 4 mil metros de profundidad
provoca polémicas
revista Somos
septiembre 1985

un aporte de Riqui de Ituzaingó


 

 

 

Definición de Joseph Conrad: "El Titanic es como un Ritz flotante". Exacto. Aun sin los links de golf, las pistas de tenis y el rebaño de vacas con
que lo fue perfeccionando la leyenda, ni el Olympic, su transatlántico gemelo, lo aventajaba en lujo y confort. Tenía un comedor principal para 500 personas, salones, gimnasio, pileta de natación, diez puentes. Era enorme, con una altura de once pisos y la longitud de cuatro manzanas citadinas. De los 2.358 pasajeros al menos los 350 de primera clase parecían inobjetables: habían pagado sin pestañear (y a veces después de varias listas de espera) 22.000 francos por cada suite de lujo, diez de ellos eran millonarios reconocidos internacionalmente, como Benjamín Guggenheim, el rey del cobre. Hasta los perros que llevaban a bordo eran tan fastuosos como Kitty, el airedale de John Jacob Astor, nieto del rey de los hoteles, Sun-Yat-Sen, el pequinés de Henry Sleeper Harper o el bulldog francés campeón recién comprado en Londres por Robert W. Daniel.
El Titanic empezó su primero y único viaje en Southampton, el 10 de abril de 1912 (destino: Nueva York). Y lo empezó mal: el mismo día una maniobra del capitán Edward J. Smith, lobo de mar a punto de jubilarse, apenas logró evitar una colisión con el transatlántico norteamericano 'New York'. Después la navegación fue normal hasta la noche del domingo 14. A las 10.25, hora de Nueva York, la estación telegráfica de Cabo Race —extremo sudeste de la isla de Terranova— recibió un mensaje del Titanic: "Hemos tocado un iceberg a 41" 46 norte y 50° 14 oeste de Greenwich. Estamos en grave peligro. Envíen socorros".
El Carpathia, el Parisian, el Virginia, el Baltic y el Olympic también captaron el SOS. Dommage: el más cercano de ellos estaba a 170 millas y no podía llegar antes de siete horas.
El fastuoso Ritz flotante, por el que la White Star Une había pagado 4 millones de dólares, empezaba su tiempo de descuento. Hasta ese momento se lo había pensado insumergible (' 'Ni Dios lo puede hundir" era el slogan) porque contaba con un doble casco y compartimientos estancos que aseguraban la flotación aun cuando más de uno se llenara con agua. Y tan confiable como para que sólo hubiera a bordo botes salvavidas para 1.178 personas. Lo que nadie imaginó fue que el roce contra un témpano pudiera abrir un rumbo que inundara a varios compartimientos al mismo tiempo. El Titanic terminó en el fondo del mar, con un enorme tajo abierto en el costado. Murieron entonces 1.503 personas. Y se fue a pique una importante fortuna colectiva —algunos must: la colección de diamantes Beer, valuada en 7 millones de dólares, joyas varias y muchas por valor de otros 145 millones— que por décadas fascinó a los buscadores de tesoros. Uno de ellos: el millonario tejano Jack Grimm, personajete a quien la búsqueda del Titanic entre 1979 y 1981 le resultó tan infructuosa como los intentos de encontrar el Arca de Noe y el monstruo del Lago Ness. Cuatro años después el fastuoso y macabro cargamento del Titanic se rindió ante otros buscadores. Esta vez, sin fines de lucro. Se trató de una expedición científica franco-norteamericana, algo así como una coproducción entre el IFREMER (Instituto Francés de Investigación para la Explotación Marina), el National Geographic Magazine y el Instituto Oceanógrafico Norteamericano de Woods Hole, Massachusetts, al mando de Robert Ballard. Una primera expedición exploró el terreno durante 40 días, y mediante un sonar submarino llamado Suroit llegó casi a la evidencia de haber ubicado al Titanic. El 5 de agosto se les unió el Knorr, barco del Instituto Oceanógrafico Norteamericano dotado con un nuevo robot submarino, el Argo, que aportará la certidumbre definitiva. El mismo Ballard lo ha diseñado: es capaz de permanecer varias semanas recorriendo el suelo oceánico, operado por control remoto. Tiene cámara de tevé y una máquina fotográfica que desde el interior transmite imágenes al centro de operaciones en el buque control. El 1º de setiembre sucedió el milagro: en las imágenes se vio primero el casco inclinado sobre su costado izquierdo, después aparecieron en la pantalla de control botellas de vino, vajilla de plata, camas, baúles, bolsos. Las 12.000 fotos y los múltiples videofilmes habían localizado al Titanic. ¿Dónde? 800 kilómetros al sur de la ciudad de Saint John en Terranova, Canadá, a 4.000 metros de profundidad. Así terminaba la leyenda, y empezaban las polémicas. Los sobrevivientes se niegan a que los restos del Titanic sean sacados a la superficie, una actitud que el mismo Ballard sostiene. Lo suyo, por otra parte, ha sido de interés meramente científico y más que buscar al transatlántico fue probar la eficiencia del Argo que en dos años pasará a formar parte de la marina norteamericana y será destinado a exploraciones científicas y misiones confidenciales. En tanto, expertos londinenses especulan sobre cómo reflotar el Titanic. Se habla de bolsas de nailon colocadas bajo el barco e infladas con vaselina que convertirían a la nave en una gigantesca boya. Otro especialista, John Pierce, sugiere un rescate parecido, pero con bolsas inyectadas de hidrógeno. En realidad, ese sueño ya fue visto por decenas de espectadores, pero de cine: una película norteamericana de hace una década (excelente, de paso) narraba la reflotación del monstruo mediante un sistema similar. Pero, como Calderón de la Barca dixit, los sueños, sueños son. Otro fantasma, y no el menor a quién le corresponden los 330 millones de dólares que vale el tesoro del Titanic. Tanto la empresa White Star Line como la que asegurara los riesgos, no existen aunque una oficina de seguros, la Comercial Union británica, se titula descendiente de la que había extendido la póliza. Como se ve, el Ritz flotante ha empezado un nuevo capítulo de su breve, dramática vida. 
Vilma Colina 
Washington: Ana Barón

Estaba escrito
En 1898 un autor norteamericano cuasi desconocido llamado Morgan Robertson tramó una novela sobre un transatlántico fabuloso, el mayor de los construidos hasta entonces. Robertson cargó su barco de ricos y famosos despreocupados y lo hizo perderse en una fría noche de abril después de chocar con un iceberg. De acuerdo con la filosofía del autor, el relato demostraba de alguna manera la inutilidad y lo perecedero de los bienes materiales. Y nada casualmente el libro se tituló Futility cuando ese mismo año lo editó M. F. Mansfield.
Catorce años más tarde una compañía naviera británica, la White Star Line construyó un vapor muy parecido al de la novela de Robertson. El nuevo transatlántico desplazaba 66.000 toneladas: el de Robertson, 70.000. El barco verdadero tenía una longitud de 882.5 pies (unos 265 metros); el de la novela, 800. Ambos monstruos tenían tres hélices y sus máquinas de 50.000 caballos de fuerza les daban una velocidad de 24 a 25 nudos por hora. Ambos podían llevar a bordo unas tres mil personas y disponían de suficientes botes salvavidas para sólo una fracción de ese número.
El 10 de abril de 19i2 el barco verdadero zarpó de Southampton rumbo a Nueva York. Entre su cargamento había un libro de características inusuales: un ejemplar del Ruhaiyat de Ornar Khayyam con la cubierta recamada de diamantes y una lista de pasajeros cuyo valor colectivo subía dólares más, dólares menos, a los 250 millones. Durante el viaje este barco también tropezó con un iceberg y se hundió en una fría noche de abril. Robertson llamó Titán a su barco; la White Star Line llamó al suyo Titanic. Nadie podría negar que con tales presagios éste último venía muy mal aspectado. La historia de la navegación (y seguramente ninguna otra historia) anotó en su bitácora un caso semejante de premonición. Se ignora cuántos pasajeros habían leído Futility. pero es de imaginar que no muchos: lo escrito por Robertson bastaba para ahuyentar al menos supersticioso de los viajeros. Desde luego, se ignora también cuántos habrán desistido de comprar su pasaje tras haber devorado la vida y muerte del imaginario Titán.
V. C.

Guerra submarina
Dura pugna legal por los tesoros del Titanic.
Veinte días después de la aparición de los despojos del Titanic a 4.300 metros de profundidad y a 900 kilómetros de Terranova (la primera señal la captó el sonar vídeo Arga, operado desde el buque norteamericano Knorr el 1º de septiembre), algo está claro: no habrá paz para los 1.503 muertos. Se supone que las mohosas cajas fuertes del monstruo guardan entre 5 y 300 millones de dólares en alhajas, sin contar la vajilla de porcelana china, la platería y el valor potencial de cualquier chuchería testigo de la tragedia (14 de abril de 1912). Y nadie sabe de quién son los tesoros, aunque los postulantes hagan cola. El petrolero texano Jack Grimm se inflamó: "Desde 1979 gasté 2 millones de dólares en tres expediciones. Lo encontraron gracias a que abrí el camino, de modo que esta fortuna es mía". Otro reclamo partió de la Commercial Union (Londres), compañía de seguros, que está en manos de los herederos de la famosa Lloyd's, que extendió la póliza del primer —y último— viaje del Titanic. Pero en realidad la Commercial era sólo una de las cinco compañías que reaseguraba a Lloyd's, además de 50 suscriptores privados que también entraron en el negocio de cubrir al barco que 'ni Dios puede hundir', como se decía en su bullanguera cubierta. Dick Outhaite, heredero del presidente de los suscriptores privados, también reclama derechos absolutos sobre el casco y sus tesoros. Será difícil inclinar la balanza: en 73 años, unos y otros perdieron sus archivos. Mientras tanto, la Cunard Line (británica) contempla el pleito en silencio: en 1934 compró en paquete todos los barcos de lujo de su también british competidora White Star Line (que construyó y regenteó el Titanic para competir a nudo partido con el Mauritania), y eso le adjudicaría sólidos derechos sobre casco y petates.
Desatado el vendaval, la mitológica galería Sotheby's no perdió tiempo en probar que es la única dueña del Rubuyat (Omar Khayyam) tachonado de rubíes y esmeraldas que acaso todavía duerma en una de las cajas fuertes. La avalancha de cazadores no tardará, sobre todo después del informe del experto francés en derecho marítimo, Xavier de Roux, oráculo mayor de los naufragios: "El Titanic está a 900 kilómetros de la costa. No hay duda de que se hundió en aguas internacionales. En este caso se aplica la Ley del Salvataje: nadie tiene soberanía, de modo que el primero que lo reflota es el dueño de todo". Sin embargo, reflotarlo suena a utopía. Jean Jerry, jefe francés de la expedición que lo encontró, fue tajante: "A más de 4.000 metros y 73 años después, es imposible mover ese casco. Sin contar que moverlo costaría tanto como poner un hombre en la luna". Su diagnóstico tiene eufóricos refutadores: John Pierce (un cazador que atrapó parte del Lusitania y reflotó el Rainbow Warrior de los ecologistas del grupo Greenpeace) sugiere levantarlo con bolsas de lona infladas, o bien inyectarle nitrógeno líquido que al congelarse convertirá al caso en un iceberg artificial, y Tony Wakefizld —veterano aventurero— insiste en meter miles de toneladas de cera en la panza del barco para erigirlo en gigantesca boya. Delirios aparte, el científico Robert Ballard (jefe norteamericano de la Expedición Titanic) espera el próximo verano para bajar hasta el casco con el submarino Alvin (7,60 de largo, 72 horas de autonomía, un brazo mecánico capaz de abrir una botella de champagne sin romper el corcho, tres tripulantes) y recoger lo que pueda. Es posible que entonces se tope con su colega (y competidor) francés Nautile, no menos perfecto y capaz de revolotear alrededor del Titanic durante 130 horas a despecho de la oscuridad, la casi total falta de oxígeno y las corrientes desconocidas. A esa pelea submarina habrá que sumarle, claro, los reclamos de los sobrevivientes cuando digan "'Esas joyas son mías". Amén de las expediciones pirata y de cuanta marejada levante el ilustre muerto. Lo dicho: no habrá paz para los muertos.
Alfredo Serra
París: Silvina Lanús 
Nueva York: Adriana Siero

Las fotos
La otra guerra se libró por las fotos del Titanic en el fondo del mar. El equipo de sonar video del petit submarino Argo tomó 12.000 fotos. Con su venta a los medios periodísticos, el Instituto Francés de Investigación Marina (IFREMER) pensaba pagar parte de la expedición y hasta ganar algunos francos. Según dicen sus responsables, con ese objetivo firmó un contrato con la Deep Ocean Salvatage System (norteamericana), que dirige Robert Bailar. Pero la Wood's Hale Oceanographic Institute —donde también trabaja Ballard— repartió varias fotos gratis a distintos medios del mundo, "y de ese modo quedó roto el contrato", se quejó Jean Louis Miche, uno de los jefes de la parte francesa de la expedición que descubrió los restos del Titanic.