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Don Bepi... el Papa campesino

VA a haber un nuevo santo en los altares: Pío X, el Papa que rigió desde agosto de 1903 hasta agosto de 1914 la Iglesia Católica. El proceso de canonización de Giuseppe Sarto, como se llamaba civilmente, o "Don Bepi", como le decían, ha terminado triunfalmente: un decreto pontificio ha certificado ya sus milagros.

Por Vicente Sanchez Ocaña

Revista Vea y Lea
1954

 


Giuseppe Sarto y su madre


Pío X en 1904 recibe al embajador español ante la Santa Sede

 

 

 

Será proclamado santo oficialmente por Pío XII en una ceremonia que se celebrará a fines de mayo en la plaza de San Pedro de Roma, a los 39 años y 9 meses de su tránsito.
Recordamos a continuación algunas noticias de su elevación al trono pontificio, realizada contra su voluntad y a despecho de sus protestas y súplicas. También hablamos de su vida y de su muerte. Pío X fué una de las primeras víctimas de la guerra de 1914-18. Se puede decir que la guerra lo mató tan claramente como si una bala de los combates de vanguardia le hubiera dado en el corazón. Fué, por lo demás, el único gran personaje del mundo al que la guerra mató: los que la provocaron siguieron viviendo.

COMO FUE PAPA
El conclave que se reunió a la muerte del Papa León XIII para elegirle sucesor —agosto de 1903— fué dramático.
Era el candidato de superior influencia, casi seguro de ser elegido Papa, el secretario de Estado de León XIII, cardenal Rampolla del Tindaro, el cual obtuvo, en efecto, en la primera votación, 24 votos, contra 17 del cardenal Gotti y unos pocos que se repartieron entre varios otros cardenales: Serafín Vanutelli, Agliardi, Sarto...
Este último, José Sarto, patriarca de Venecia, eclesiástico sin nombre, poder ni ambiciones, tan pobre que para pagarse el viaje de Venecia a Roma debió pedir 300 liras prestadas, se encogió de hombros al oír que cinco cardenales lo votaban:
—Algunos colegas se quieren divertir a mi costa.
En la segunda votación Rampolla lograba 29 votos, y Gotti, 16. José Sarto, ¡reunía 19!. No sólo a él sorprendían; muchos no se explicaban aquellos sufragios por un campesino desconocido.
Un cardenal francés —cuentan— interpeló, curioso, al oscuro Sarto.
Este movió la cabeza:
—No entiendo el francés, hermano.
—¿No entiende el francés?... "Ergo non est papabilis!". (¡Luego no es papable!).
Sarto asintió, fogosamente, en el único idioma de que disponía para las relaciones internacionales, el latín:
—"Verum est, eminentissime frater, non sum papabilis. Deo gratias!". (Es verdad, eminentísimo hermano, no soy papable. ¡Gracias a Dios!).
En aquel momento se produjo gran revuelo en el conclave. El cardenal Puzyna, príncipe-obispo de Cracovia, súbdito de Austria-Hungría, se puso en pie.
—Su Majestad Católica el emperador Francisco José —declaró— veta la elección para Sumo Pontífice de Su Eminencia el cardenal Rampolla del Tindaro. Estoy encargado de advertirlo.
Cayó un profundo silencio sobre la asamblea. El derecho a vetar la elevación de alguna persona a Papa, aunque discutido, parecía reconocerse tradicionalmente a tres potencias: España, Francia y Austria. ¿Por qué ahora vetaba Austria al cardenal Rampolla? Se decía que lo consideraba enemigo político...
Rampolla, muy pálido, se alzó a su vez:
—Deploro que se cometa un grave atentado a la libertad de la Iglesia... —Vaciló un instante. Luego, balbuciendo—: Respecto a mí, a mi humilde persona..., nada me podía suceder más honroso..., más agradable.
El conclave, por el momento, se inclinó ante el veto. Más bien reaccionó a favor del cardenal Rampolla, que en la votación, a cuyo comienzo Puzyna lo vetó en nombre del emperador Francisco José, había conservado los 29 votos de la anterior. Pero otros cardenales se iban agregando a los votantes que tuviera desde el principio el humilde José Sarto: consideraban que hacer Papa a aquel aldeano inocente era un modo de eludir el pleito político planteado por Austria; también de dar a la Iglesia un digno rector, porque todos coincidían en estimarlo piadoso y bonísimo. En el cuarto escrutinio, Rampolla tenía 30 votos y José Sarto 24. Después, Rampolla bajó a los 16 votos y Sarto subió a los 25...
Entonces José Sarto —"Don Bepi", como le llamaban en la tierra veneciana—, que hasta entonces no había tomado en serio los sufragios que lo señalaban, se espantó. Bruscamente comprendió que quizá lo eligieran Papa, que estaba "en peligro" serio de ser Papa... Con uno de sus movimientos rudos de aldeano se abrió paso entre las filas de cardenales y se arrojó de rodillas en medio del salón:
—¡No me elijan, hermanos, no me elijan! ¡Por caridad, no me elijan! Yo no soy capaz. No tengo inteligencia, ni estudios, ni educación...
Lloraba desconsolado.
Aquel esfuerzo del pobre "Don Bepi" por evitar la tiara se la impuso: los cardenales, conmovidos hasta el fondo del alma por un grito que no era comedia mundana ni juego diplomático, sino que brotaba sinceramente de un corazón humilde, se decidieron por él.
El obispo español Rafael Merry del Val, secretario accidental del conclave, fué en busca de Don Bepi, que había huido.
Lo halló en la capilla Paulina, solo, de rodillas ante un altar.
Merry del Val se arrodilló a su lado y principió a indicarle cómo era imposible que persistiera en la actitud que había adoptado; cómo debía abandonar sus escrúpulos, sus aprensiones. . .
"Don Bepi" se echó a llorar de nuevo:
—¡Háganme la caridad de dejarme! No piensen en mi. No entiendo de política... "Se date a me il papato, rovino tutto!. ..".
Merry del Val insistía.
"Don Bepi", no sabiendo ya cómo defenderse, alegó:
—Tengo muy mala salud: "moriró presto".
Era situarse en mal terreno para seguir resistiéndose. Merry del Val le replicó que un cristiano no podía vacilar en perder su vida sirviendo a la Iglesia, y él se quedó sin respuesta.
El conclave realizó la séptima votación, que iba a ser la última. Por José Sarto votaron 50 cardenales. Por Rampolla, 10. Por Gotti, 2.
Cuando el cardenal camarlengo le hizo la pregunta oficial de si aceptaba la elección, "Don Bepi" respondió con voz temblorosa: 
—Me someto a la voluntad de Dios. "Don Bepi" era Papa: Pío X

COMO VIVIÓ
El aldeano que aquella mañana de agosto de 1903 fué elegido Sumo Pontífice era uno de los más extraordinarios casos de bondad que se han conocido.
Extraordinario, no por su panteísmo, sino justamente por lo contrario: por la sencillez, la facilidad, la comodidad, diríamos, con que José Sarto era bueno y generoso. Parecía, con los instintos egoístas naturales como amputados, un ser que hubiera repartido entre sus prójimos el conjunto de ambiciones y pretensiones que entran a formar el yo. Su interés vital, en vez de atender fundamentalmente a su persona, como es corriente, estaba vuelto hacia los demás: "Don Bepi", que nunca sentía necesidades propias, sentía las ajenas constantemente.
Era de una familia campesina paupérrima —su padre, alguacil del ayuntamiento en el lugar de Riese, tenía de salario media lira al día— y fué durante muchos años cura de pueblo mal retribuido. Es decir, que sus recursos personales resultaban insuficientes, pues cuando lo hicieron obispo de Mantua o patriarca de Venecia, en vez de ayudar a vivir a docenas de personas, como antes, se aplicó a sostener a centenares y su presupuesto continuó siendo una catástrofe.
—Da lo que tiene, sin detenerse a reflexionar ni a calcular. ¡Da sin medida! —se quejaba uno de sus familiares, en Venecia.
Su caridad era efectivamente un impulso instantáneo al que se abandonaba, sin precaución.
Una vez, en Mantua, a un noble arruinado que le imploraba socorro, le entregó una estatua de marfil que estaba sobre la mesa de su despacho; una joya.
—Hoy —le explicó— sólo contamos en el obispado con tres liras, pero por esta pieza le darán más de empeño.
El menesteroso estaba sorprendido: 
—¡Es una obra de arte, señor obispo! —protestó—. Vale mucho.
—Bueno; cuide de que en el "Monte" se la tasen bien.
Monseñor Sarto, "Don Bepi", había llegado a ser casi un perito en la tasación de objetos, ropas y prendas de todas clases, además de hábil negociador y maniobrero en compras y ventas, a fuerza de frecuentar "Montes de Piedad" (Bancos Municipales) y casas de préstamos... Para entregar el importe de los préstamos a la gente necesitada, desde luego. "Don Bepi" empeñaba sus muebles y sus ropas tan temerariamente que a veces en su casa no había sillas para sentarse y él no tenía zapatos. El conde de Melgar, que fué en Venecia secretario del pretendiente al trono de España, Carlos VII, amigo del patriarca Sarto, cuenta en sus Memorias:
"El anillo patriarcal y el pectoral del cardenal Sarto eran regalo de la madre de don Carlos. Periódicamente el abate Perosi, que luego se reveló músico genial y que era secretario particular de S. E., venía a mi despacho a decirme:
"—Ya están las joyas en el Monte de la Piedad. ¿Quiere usted decírselo al príncipe?
"—Déme la papeleta de empeño —le replicaba yo.
"Me la daba, y yo subía a entregársela a don Carlos, que inmediatamente hacía desempeñar aquellos objetos—"
El conde de Melgar agrega:
"—El mismo camino que el anillo y el pectoral habían llevado los colchones del patriarca, que yo vi en el Monte de Piedad."
A su palacio patriarcal le llamaban "La Heladera", por el frío que durante el invierno debía soportarse: jamás se encendía una chimenea. Algunas veces le propusieron hacerlo. Pero el patriarca Sarto se indignaba:
—Hay Dios sabe cuántas chimeneas. Para mantenerlas todas sería menester gastar 400 liras mensuales. ¿Vamos a robar 400 liras a los pobres por disfrutar nosotros de un poco de calorcito?
"Don Bepi", que en la cumbre de su carrera, obispo de Mantua o cardenal y patriarca de Venecia, empeñaba sus colchones, vivía arrecido y andaba con los zapatos rotos muchos días, siendo coadjutor de Tombolo o arcipreste en Salzano, se había quedado sin comer por darle las pocas provisiones de su despensa a gente hambrienta.
"Vino con la sotana rota —decían de él en Salzano— y se marchó sin camisa".
Interpretar la caridad y en general la bondad de Pío X como una especie de blandura linfática sería calumniarlo mucho. Era un hombre de claro juicio, de fuerte voluntad y con un vigoroso temperamento, más bien inclinado a la independencia y hasta al autoritarismo... ¡Son éstas características justamente las que en su proceso de canonización le ha reprochado el "abogado del diablo"!
Cuando fué canciller en la curia de Treviso, se enfadaba con los seminaristas demasiado rezadores:
—¡No hay que rezar tanto; basta rezar con alma! Dios está fuera de la iglesia también. ¡Y con la gente pobre, en los tugurios y en los hospitales!
Un veterano de la guardia suiza del Vaticano, que vive todavía, refiere que la primera noche que Pío X pasó en el Palacio apareció de pronto en la ventana de su dormitorio, en camisa, voceándole a él que como centinela circulaba con ruido por el patio de abajo:
—Pero, hijo, ¿qué haces?
El soldado, confuso, indicó que hacía la guardia.
—¡Vete a la cama! —gritó de nuevo el Papa—. ¡Así dormirás tú y me dejarás dormir a mí!
Pero de las pompas vaticanas, la que le resultó absolutamente insoportable fué la costumbre de que el Sumo Pontífice comiera solo.
—Todos sus antecesores —le explicaron— han comido solos, Padre Santo.
—¡Ah!, ¿sí? ¿Y Nuestro Señor Jesucristo? —rugió "Don Bepi"—. ¿Cenaba solo Cristo? ¿Cenaba solo?
Descargando un puñetazo sobre la mesa, sentenció:
—¿Sabéis lo que os digo? ¡Que yo no comeré solo! Solos comen los perros; los cristianos, no.
Este hombre al que la Iglesia va a declarar santo y al que cuantos le conocieron respetaban ya como una de las figuras mas bellas de nuestro tiempo, cayó con los primeros soldados de la guerra de 1914-18.

COMO MURIÓ
Fué exactamente un muerto de guerra.
Pareció como si partiera acompañando a los infelices soldados mártires de agosto de 1914; los pobres soldaditos alemanes, belgas, rusos, franceses, austríacos, ingleses y servios sacrificados.
Desde que estalló la contienda a principios de agosto de 1914, Pío X se sumió en gran postración. Su médico, sabiendo que el corazón le flaqueaba, tenía miedo y le pedía que no se dejara vencer por el abatimiento.
—¡No puedo! —respondía él—. No puedo. ¡Mueren tantos hombres! ... Yo habría debido evitarlo...
¡El bendito "Don Bepi" estaba a punto de cargarse las culpas de Pedro de Servia, el emperador de Austria, el zar Nicolás, el kaiser Guillermo, el presidente Poincaré y el almirantazgo británico!
La tarde del 19 de agosto, sintiendo que le abandonaban las fuerzas, hizo llamar a su sacerdote de Estado, el cardenal Merry del Val, y se despidió de él. Estaba sereno, tranquilo, y en sus ojos brillaba "una luz extremadamente dulce".
El doctor Marchiafava describe su tránsito:
"El Papa recibió los sacramentos con gozo sereno. Conmovido, lloró un momento. Luego trazó lentamente con la fatigada mano la señal de la cruz. Su venerable cabeza blanca reposaba suavemente. Sus ojos tenían no sé qué luminosa belleza... Le coloqué en las manos un crucifijo; murmuró algunas silabas incomprensibles. Volvió la mirada hacia la ventana. Expiró. Jamás he visto muerte más serena. Era la 1.20 del jueves 20 de agosto de 1914."
Así concluyó su jornada en la tierra el Papa Pío X, el cura aldeano "Don Bepi".
Ya no podía seguir en un mundo entenebrecido por diurnos venenosos, que se iba quedando hasta sin cielo que mirar. Principiaban 50 meses de guerra furiosa, durante la cual iban a ser asesinados, mutilados y martirizados 20 millones de adolescentes. Venían Stalin y la Cheka. Venían Hitler y la Gestapo. Venía otra guerra de seis años con 60 millones de muertos y con 100 millones de criaturas sin patria, sin casa y sin amparo, reducidas a una condición sub-humana. Venía la "era" atómica. Venía Hiroshima...
¿Qué habría sido de "Don Bepi" en tal infierno?