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Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

REVISTERO
INTERNACIONAL


Plácido, siete años después

revista Mercado
9 de agosto 1979

un aporte de Riqui de Ituzaingó


 

 

 

La presencia de Plácido Domingo en Buenos Aires, a siete años de su primera visita, estremeció el ambiente operístico porteño. El Colón volvió a vestirse de fiesta; el público, que acudió en forma masiva a las funciones, premió con interminables ovaciones su interpretación de Dick Johnson en "La Fanciulla del West". Domingo, calificado como uno de los grandes representantes de su cuerda en este siglo, se considera a sí mismo por sobre todas las cosas un músico que eligió al canto como su medio de expresión, aunque también incursiona esporádicamente en la dirección orquestal. Su carrera, comenzada a muy temprana edad, le permitió acceder a los más renombrados escenarios del mundo, junto a los grandes de la lírica universal. Domingo alcanzó a cantar, en sus comienzos, con Lily Pons, que se despedía de los escenarios; también compartió roles con Renata Tebaldi, Joan Sutherland, Montserrat Caballé, Birgitt Nilsson, Sherrill Milnes y Piero Cappuccilli, entre otros. Con 38 años, lleva sobre sus espaldas más de 1.400 representaciones líricas y entre sus proyectos figuran la grabación de un disco dedicado al tango acompañado en piano por Daniel Barenboim.
Su debut en el Teatro Colón se produjo en 1972, cuando llegó a Buenos Aires para cantar "La forza del destino", de Giuseppe Verdi. "De aquellas funciones me han quedado los mejores recuerdos, por eso ansiaba retornar lo antes posible a la Argentina", indica. Sin embargo, pasaron siete años durante los cuales el público argentino sólo pudo verlo en esporádicas apariciones televisivas. Se recuerda una versión del "Réquiem", de Verdi, en la que Domingo compartía los papeles solistas con Martina Arroyo y Ruggero Raimondi y era dirigido por Leonard Bernstein. Recientemente también apareció fugazmente en una de las ediciones de "Los grandes de la música", por Canal 2, dedicada a célebres arias de ópera.
Cuando su vuelta parecía poco probable hasta dentro de varios años (el Colón había anunciado ya tres temporadas sin su nombre se produjo una circunstancia fortuita que concluyó las tratativas. El tenor italiano Giorgio Casellato Lamberti, que había tenido un desafortunado percance durante la primera representación de "I due Foscari", aún no estaba completamente repuesto de la traqueitis que lo afectó, por lo que se creyó que en esas condiciones sería demasiado peso para él afrontar cinco funciones de "La Fanciulla del West". Las autoridades del Teatro Colón se enteraron, por medio del reggisseur Piero Faggioni, de que Domingo tenía un hueco de una semana en su programación. Se sabe que en Europa la mayoría de los cantantes tiene su agenda ocupada hasta 1984 y 1985. Llamado telefónico mediante, a sólo diecinueve días de la primera función, las gestiones culminaron exitosamente, se comprometió Domingo a cantar en las funciones de abono. Las tres restantes estarían a cargo de Casellato Lamberti, que dicho sea de paso sufrió con todo el rigor las consecuencias del clima porteño.
Además de las lógicas corridas y el apuro, el viaje de Plácido trajo aparejada una serie de complicados itinerarios que finalmente lograron en una semana lo que no había sido posible en siete años. Domingo vino dos veces a Buenos Aires en menos de una semana; en el ínterin fue a Monaco y tomó parte de un concierto organizado por UNICEF. Su retorno a Buenos Aires coincidió, además, con la exhibición de la ópera "Tosca", en Conciertorama, filmación de la que también participó su hijo Plácido cubriendo el papel de pastor.
El contacto de Domingo con la música comenzó de muy pequeño, ya que su padre, Plácido Domingo, aragonés, y su madre, Pepita Embil, de procedencia vasca, eran conocidos cantantes de zarzuela. La familia se trasladó a México, donde Domingo inició sus estudios de piano y vivió durante muchos años. Inicialmente su vocación parecía inclinarse hacia la dirección orquestal, hasta que descubrió que su futuro estaba en el canto. Sus primeras incursiones en la zarzuela se, produjeron cuando tenía solamente 16 años. Cantaba por entonces como barítono, más que nada porque en el género español, esa tesitura es muy aguda. Pero con su ingreso a la ópera, a los 18 años de edad, se terminó la duda. Nacía un tenor que pronto iba a destacarse en el terreno internacional y sería comparado con los más grandes representantes de su cuerda en este siglo, como Caruso y Gigli.
Precisamente los discos de Enrico Caruso le sirvieron como aprendizaje en sus primeros años y siguieron siendo para él un frecuente elemento de consulta. Curiosamente, Domingo nunca efectuó estudios sistemáticos de canto y fue más bien un autodidacto. "Fue importante la intuición en un medio ambiente que me familiarizó desde pequeño con la vida del escenario", dice. También valora notablemente la ayuda de su mujer, Marta Ornelas, que lo acompaña en su segunda visita a Buenos Aires, y que también fuera cantante. "El tiempo que cantamos juntos fue fundamental para mi evolución", afirma. Domingo no olvida que su mujer abandonó el canto por sus tres hijos y colaboró notablemente en su carrera. En realidad, el tenor español pasa la mayoría de sus ratos libres con su familia, ya sea en su casa o en el lugar donde esté actuando. A pesar de ser uno de los cantantes más activos de la actualidad, Domingo reconoce que vive una vida familiar feliz y destierra de alguna manera el preconcepto que existe en el sentido de que para una figura de fama mundial su carrera y su familia son prácticamente incompatibles.
"El cantante debe sacarle el jugo a cada frase; no basta solamente con cantar sino que es imprescindible saber expresar", opina mientras recuerda a dos personas que también colaboraron en su formación. Se trata de los barítonos Carlo Morelli, chileno, que le brindó una importante orientación en el aspecto interpretativo, y Franco Iglesias, mexicano, con quien Domingo comprendió la importancia de la buena respiración y el correcto apoyo. "En esta profesión muy agitada debemos mantener un nivel muy alto. Podemos tener funciones buenas, muy buenas y extraordinarias, pero un artista que es muy esperado en un lugar no puede darse el lujo de dar funciones malas, señala. Si el cantante nota que no está al ciento por ciento de su capacidad física y vocal es preferible cancelar".
Plácido Domingo respira música por todos sus poros; se siente ante todo un músico y después un cantante. De todos modos, la elección
se inclinó unánimemente hacia el canto; el tiempo le indicó que no estuvo tan desacertado. "Yo soy de escenario —dice—, necesito interpretar un personaje, por eso casi no hago recitales", explica. Sin embargo, su inclinación por la ópera no le impide participar esporádicamente en conciertos sinfónico-corales y encarar obras como el "Réquiem", de Verdi, el "Elías", de Mendelssohn, y el oratorio "La Creación", de Haydn. Desde hace cuatro años sube tres o cuatro veces al podio para dar vida a su otra vocación: dirigir la orquesta. Una actividad que también lo apasiona a su manera, porque no duda en afirmar que "la sensación que uno tiene en el podio es inenarrable; cuando estoy frente a la masa orquestal me gusta más dirigir". El día que deje de cantar seguramente abrazará esta nueva función, que lo mantendrá en contacto con la música por el resto de sus días. Domingo también gusta mucho de la música popular; no es raro oírlo tararear un bolero o un tango.
Confiesa que tiene en proyecto la grabación de dos larga duración, -uno dedicado a la canción mexicana y otro al tango, acompañado por Daniel Barenboim en piano. Domingo ha grabado ya un disco, con un repertorio muy ecléctico, representado por temas como "Granada", "Amapola", "Because" y "Mattinata", entre otros. "Cuando un cantante lírico interpreta obras populares, debe tratar de mantener un equilibrio que satisfaga tanto a los amantes de la ópera como al oyente que gusta de la música popular".
La carrera de Domingo está jalonada por varios récords, producidos además de su capacidad vocal por su temprana incursión en el género. Con la primera representación de "La Fanciulla del West", en Buenos Aires, cumplió su actuación número 1.400, cifra que prueba una intensa actividad. Su repertorio se compone de ochenta títulos operísticos, y con la grabación de "Rigoletto" serán cincuenta las óperas completas que habrá llevado al disco.
"Recientemente surgió un nuevo campo de acción, que es la ópera televisada, que permite acercar el género a las casas. De esta manera, un público que quizá nunca se interesó por la ópera comience a hacerlo y es muy probable que pronto lo encuentre en el teatro", dice Domingo. Para llevar un registro exacto de sus actividades el cantante escribe una especie de diario, donde anota el número de función que cumple cada día, el número de veces que ha interpretado la ópera que le toca en suerte, cuántas representaciones cumple en ese año y cuántas en la ciudad donde se encuentra. "La ópera que más veces canté es Tosca", la hice en 132 oportunidades," señala.
Domingo define a su voz como, lírico-dramática y considera que está llegando a la mejor edad del tenor, que es entre los 38 años, su edad actual, y los 45. Para mantenerse en buen estado son fundamentales el sueño y la alimentación. "Es tan importante tener en perfectas condiciones el estómago como la propia garganta; es más, a veces se puede cantar con una ligera afección en el órgano vocal pero nunca se puede hacerlo con un dolor de estómago, que resta apoyo al cantante", explica. "Salvo excepciones, los últimos dos años me he rehusado a cantar con un solo día de descanso entre función y función; dos días son lo menos que necesita un cantante". Lo ideal son cuatro días: uno para descansar, el otro para llevar la vida normal, el tercero, como preparación para la próxima función y el cuarto para volver a cantar. Claro que todo depende de la obra, ya que en el caso de "Tosca", aclara, dos días alcanzan.
"Prefiero hacer un repertorio amplio y cambiar seguido de ópera", dice. En Europa existe la costumbre de que en un mismo teatro se pueden escuchar varias representaciones distintas en pocos días, que no es habitual en el Teatro Colón. "El otro día, en Viena, en menos de una semana canté Fanciullas y Lucías", dice Domingo. A esta altura de su carrera el tenor español elige su repertorio libremente, lo que no quiere decir que no toma en consideración ideas nuevas o sugerencias para que cante obras en las que no había reparado. "Dentro de la ópera me gustan los personajes en los que se conjugan la parte vocal y la dramática, como Otello, Andrea Chenier, Manon Lescaut, y Tosca, entre otras". Su contacto con la ópera moderna fue muy escaso pero significativo, especialmente para los argentinos, ya que participó del estreno, en 1966, de la ópera "Don Rodrigo", de Alberto Ginastera. Dos años más tarde se consagraba definitivamente en el campo internacional. En el Metropolitan Opera House reemplazó a Franco Corelli en el papel de Maurizio en "Adriana Lecouvreur", con gran éxito de crítica y público. Actualmente dos compositores, Moreno Torroba y Giancarlo Menotti, están terminando de componer sendas óperas por encargo suyo. La del compositor español se titula "El Poeta" y será estrenada en junio próximo en Madrid, y la de Menotti se basa en la vida de Goya, previéndose su primera representación para 1982. La sorpresiva pero esperada presencia de Plácido Domingo sobre el escenario del Teatro Colón hizo
que se viviera un clima de fiesta, solamente comparable al de las grandes veladas. En la tarde del debut no cabía un alfiler en las instalaciones del teatro y el entusiasmo del público contagió a los artistas. "Fue una locura colectiva. Después del segundo acto todos aplaudieron de pie", recuerda. El entusiasmo se traslado al escenario, donde Domingo y sus compañeros, la excelente soprano norteamericana Arlene Sounders, Gian Piero Mastromei y el resto del elenco, agradecían los gestos de aprobación y cariño manifestados por el público. Sin embargo, muchos comentaron que hubieran preferido verlo en otra ópera de mayor participación, con más arias. "La Fanciulla del West" tiene un argumento pasable y una música preciosa, por lo tanto creo que la elección fue correcta", dice Domingo.
Desde su llegada al Colón se ganó la simpatía del personal del teatro por su amabilidad y sencillez. El propio Cassellato-Lamberti tuvo palabras de elogio para con su colega: "Cuando una persona ama a su profesión, su carácter se modela positivamente y Plácido Domingo es un hombre apasionado por lo que hace" A pesar de su breve estadía tuvo tiempo para estar con sus amigos, atender muchas solicitudes, escuchar a alumnos del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y hasta para hablar de fútbol, un tema por el que manifiesta el más vivo interés. A pesar de ser madrileño se declara simpatizante del Barcelona, su lugar de residencia. "Este año con el danés Simmonsen, el austríaco Krankl y un juvenil Carrasco, de grandes condiciones, creo que no nos para nadie", afirma. Lamenta no poder verlo en acción a Maradona, de quien tanto se habla en Europa.
Plácido Domingo tiene actuaciones previstas hasta 1985. Quizá vuelva a Buenos Aires en 1981; "Lo ideal sería poder venir cada dos años", dice. Una muestra más de que el público argentino y el Teatro Colón constituyen para él una auténtica atracción. Por eso es seguro que los argentinos no tendrán que volver a esperar otros siete años para verlo cantar. Y quizás dirigir una orquesta.