El encuadernador era príncipe de sangre real

El veredicto del tribunal civil de París reconociendo como hijo legítimo del ex rey Carol de Rumania a Mircea Lambrino, que se gana la vida como encuadernador artístico en la capital francesa, convierte en príncipe al hasta ahora modesto obrero, que sufriera mil dificultades.
Por LORENZO BOCCHI

 

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Mircea Lambrino, hijo primogénito de Carol de Rumania con el pequeño Pablo Felipe, de ocho años. El príncipe Mircea, que, como se sabe, se desempeñaba como encuadernador artístico en París para poder vivir, ha recuperado, gracias a la sentencia del tribunal, un título y parte de la herencia paterna


La señora Zizí Lambrino, esposa morganática del entonces príncipe heredero Carol de Rumania, con el pequeño Mircea. Carol se casó con la princesa Zizí, hermana de un amigo de la infancia, el 3 de agosto de 1918, contra la voluntad de su padre, el rey Fernando, y de la Corte. El casamiento fué anulado y Zizí exiliada

 

 

NO vi a mi padre más que dos veces en mi vida. La primera, en 1925, en París. Yo tenía por entonces cinco años. Mis padres estaban separados desde antes de mi nacimiento. Y ya se hallaban en litigio ante los tribunales. Recuerdo que mi padre —del que mi madre me hablaba muy a menudo me pareció hermosísimo. Me abrazó y besó. Sus labios me cosquilleaban en las mejillas, pero yo no dije nada. Esperaba, sin atreverme a pedirlo, el maravilloso juguete que, según mamá, debía haberme llevado. No recibí nada. Esa noche lloré. También mamá lloró. Para consolarme, al día siguiente me compró un caballito mecánico. Me gustó. No me lo había regalado papá. Volví a verlo veintitrés años después, en Bucarest, con motivo de los funerales de la reina María. Mi padre, con uniforme de gala, marchaba detrás del féretro. Mi madre y yo nos hallábamos en medio de la multitud. Cuando él pasó, mi madre se ocultó el rostro. El no nos vio.
Es Mircea Lambrino quien así habla. Los miembros del Tribunal Civil de París confirmaron hace unas semanas la sentencia por la cual sus colegas de Lisboa, hace dos años, lo reconocieron como hijo legítimo del ex rey Carol de Rumania. Hasta ahora vivió en medio de mil dificultades, de recuerdos, de ambiciones fracasadas y de procesos complicados. En 1953 había perdido al padre y a la madre, en pocos meses. Había perdido también a su esposa, una francesa de origen ruso, que lo había abandonado. No le había quedado más que el hijo Pablo Felipe, que actualmente tiene ocho años. Un hijo y muchas fotografías, muchas cartas de amor, muchas pruebas de un ilustre pasado. Para defenderse en la vida se desempeñaba como encuadernador artístico. Sus clientes podrían llamarlo "alteza". El príncipe Mircea ha vuelto a encontrar un título y el derecho a una parte de la herencia paterna distribuida en Francia, Suiza, Inglaterra y en América.
El drama se había iniciado en la Bucarest de la primera guerra mundial, cuando el "voivoda" (príncipe heredero) Carol había expuesto a su padre Fernando su proyectado casamiento con la hermana de un amigo de la infancia, la princesa Zizí Lambrino. Pasión tumultuosa, compromiso romántico, fuga del regimiento del joven coronel, casamiento en Odesa el 30 de agosto de 1918, dramático regreso a Bucarest, setenta y cinco días de arresto en una fortaleza para el recién casado que había abandonado el comando, residencia forzosa para Zizí, consorte del príncipe heredero no grata para la Corte, iniciando una separación que no terminaría más.
La reina María, la más resentida por ese cambio en los proyectos matrimoniales, obtuvo la anulación de la boda no autorizada. Carol —y no va a ser éste su último desplante— protestó, convocó a los representantes de la prensa, declaró que Zizí era su esposa y que renunciaría al trono antes que separarse de ella. El colérico e indisciplinado príncipe fué enviado en misión diplomática a Egipto, Japón e India. Había que distraerlo. Cuando el 8 de enero de 1920 Zizí Lambrino dio a luz a Mircea, Carol ya estaba dispuesto a someterse a la razón de Estado. Así se lo escribió a la esposa lejana. Y conformó a sus padres, casándose con Elena, la hija del rey de Grecia. La nueva pareja dio origen a Miguel, que nació el 25 de octubre de 1921. Todo el mundo había de conocer el rostro mofletudo de este niño en las interminables series de sellos postales que registrarían las fases de su juventud al mismo tiempo que las de la tormentosa historia de su país.
Los dos hermanos, Mircea y Miguel, no se vieron nunca. Tuvieron dos existencias muy distintas, el uno forzado a vivir en la sombra, gracias a modestos y "oficiosos" subsidios de la Corte de Bucarest, el otro con todos los honores, pero ambos infelices.

DESTRONADO POR SU PROPIO PADRE
Miguel, a quien todos llamaron en seguida afectuosamente Minaitza (Miguelito), había recibido el nombre augural del antepasado que, a fines del siglo XVI había logrado reunir en un solo cetro Valaquia, Moldavia y Transilvania. El 20 de julio de 1927 todas las campanas de Rumania doblaron a duelo. El anciano rey Fernando había muerto. Debió sucederle su hijo Carol, pero el príncipe hereditario, siguiendo uno de esos arranques que lo caracterizaban, prefirió el exilio dorado y la libertad del corazón. Magda Lupesco, con la que debía casarse muchos años después en un cuarto de hotel de Río de Janeiro, cuando ya los médicos la habían desahuciado, había comenzado a hacer hablar de ella. Miguel fué rey a los seis años. Un rey prodigio, un rey triste, como son tristes todos los niños prodigios, cualquiera sea su especialidad.
Tres años después, la corona que le pesaba en la cabeza le fué arrebatada por un inesperado usurpador, su padre, al que le había vuelto el gusto por reinar. El usurpador se llamó Carol II, los sellos postales rumanos cambiaron de retrato una vez más, Miguel se 
convirtió en gran "voivoda" de Alba Julia, y su madre, la reina Elena, se marchó al exilio. Los rumanos se conmovieron ante el espectáculo de aquel niño arrojado del trono por su padre y separado de su madre. Miguel siguió siendo el rey en sus corazones. Cuando Hitler comenzó a hacer geopolítica y turismo de uniforme, Carol II se creyó obligado a intervenir en política. No acertó una. Después de haber soportado el ultimátum de Moscú por la anexión a la U.R.S.S. de Besarabia y haber depositado el poder en manos del "conductor" local Antonescu, recibió la prevista compensación de éste: fué obligado a abdicar. A los diecinueve años Miguel volvió a ser rey. En plena ocupación alemana, con una situación irremediablemente comprometida, sólo era rey de nombre. Pero todo el mundo sabía que el joven soberano estaba a favor de la causa justa.
Radio Moscú, Radio Londres, la Voz de América no se equivocaban cuando en sus transmisiones de propaganda invitaban al pueblo rumano a estrechar filas alrededor del rey.

DOS HERMANOS QUE NO SE CONOCEN
El 23 de agosto de 1944 las tropas soviéticas cruzan las fronteras. Miguel anuncia por radiotelefonía que Rumania ha reanudado sus tradicionales alianzas. Pero con el ejército rojo avanza el comunismo. Los nuevos jefes políticos como Giorghiu y Ana Pauker se sirven de la profunda adhesión popular al rey Miguel para consolidar sus posiciones. El 30 de diciembre de 1947 el soberano recibe en su residencia de Sinaia el ultimátum del gobierno. Se lo intima a regresar inmediatamente a Bucarest. El palacio está cercado. Se le presenta una proclama de abdicación ya lista. Sólo falta la firma. Esa misma noche Miguel abandona su país en ferrocarril.
El ex rey se casó, poco después, en Atenas, con Ana de Borbón Parma. La había conocido en Londres, en ocasión del casamiento de Isabel con el duque de Edimburgo. La pareja, que vive ahora en una residencia sobre el lago de Lemán, en Suiza, tiene tres hijas: Margarita, Elena e Irma. Miguel ha aceptado el ofrecimiento de un magnate norteamericano de la aviación, William Lear. Desde comienzos del año pasado dirige una escuela de vuelo con comando automático organizada en Ginebra por la sociedad norteamericana.
A la espera del reparto de la herencia de Carol, los dos hermanos que no se conocen y que luchan a fuerza de procesos, continúan trabajando: Miguel en sus "hangars" llenos de aeroplanos en el aeropuerto de Cointrin, Mircea alrededor de sus preciosas encuadernaciones, en una habitación de Auteuil, uno de los barrios distinguidos de París.

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1957