MAYO 7, 1954
Caída de Dien Bien Phu

 

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El capitán Capeyron, frente a sus soldados, ensaya una mueca de superioridad y proclama; "¡Que los derrotistas corran a ocultarse bajo sus catres! Los Viets deben tener uno o dos cañones. La mayor parte de las veces sus obuses no estallan". Da media docena de pasos, mira las colinas circundantes: "Esto parece una burla", fanfarronea. Un rato después, a las cinco de la tarde del 11 de marzo de 1954, un tiro de artillería hinca la tierra del campo de aterrizaje cercano, en Dien Bien Phu, al Norte de la Indochina francesa. "Habrá que arreglarlo —resigna Capeyron—; no hay de qué preocuparse."
Ocultos entre los pliegues de la llamada Colina Verde, a cuatro kilómetros, los artilleros del Vietminh parecen enfurecerse. Al tercer disparo desmienten al jovial capitán: un Packet, detenido algunos días antes con un motor descompuesto, es alcanzado de pleno como por un latigazo y se desploma con su doble cola apuntando hacia las colinas. Las sirenas de alarma se incrustan en todos los rincones, rompen los sedentarios preparativos de la guarnición que se eriza en sus puestos de combate. Esa noche, mientras los rescoldos del avión incendiado todavía resplandecen, los soldados ya saben que no existen motivos para conservar la calma. Ni siquiera el silencio, que merodea más allá de los alambrados.
Entretanto, a lo largo del invisible laberinto que las fuerzas viet ciñen alrededor del bastión enemigo, los comisarios políticos leen la proclama de Vo Nguyen Giap, comandante en jefe del Ejército del Pueblo de Vietnam: "La hora de la gloria ha llegado —dice—. Cuerpos militares y combatientes de todas las unidades, de todas las armas: ¡adelante para merecer el banderín victorioso del Presidente Ho!" Y agrega: "Sabréis antes de mañana si será Francia o el Vietminh quien va a gobernar nuestro pueblo".
En algo, al menos, Giap se equivocaba: tendrían que pasar casi dos meses de violencia apenas interrumpida y casi 12.000 muertes, para que, en esa enorme hoya flanqueada de montañas, los franceses recibieran el empellón definitivo. Fue el 7 de mayo, hace quince años, cuando perdieron Indochina, tras la batalla de Dien Bien Phu.
Desde 1883, al completar su hegemonía en la península, Francia pudo gozar, sin demasiados sobresaltos, de un cómodo status de metrópoli. Recién después de la Primera Guerra Mundial comienzan a crecer los movimientos nacionalistas indochinos, aunque con metas difusas y, muchas veces, hasta enconados entre sí. En 1941 se consolidan en un frente, la Liga por la Independencia de Vietnam (Vietnam Doc Lap Dong Minh; abreviado: Vietminh), bajo la presidencia de un sólido militante comunista educado en Francia: Nguyen Ai-quoc, rebautizado Ho Chi Minh ("El que lleva la luz").
En 1945, cuando Japón capitula, el Vietminh toma Hanoi y, previa renuncia del Emperador Bao Dai, funda la República Democrática de Vietnam. Los franceses la reconocen a regañadientes: temen no poder controlar la situación y están deseosos de expulsar a los chinos que vigilan las regiones ubicadas al Norte del Paralelo 16º, tal como lo estipulan los acuerdos de posguerra. Mientras dura su estadía, los chinos proporcionan ayuda militar a los guerrilleros del Vietminh, que no abandonan su proyecto de liquidar el colonialismo francés.
A fines de 1946, la situación es tan comprometida que los franceses ensayan una trampa sutil: envían a Paul Mus, un versado en cuestiones históricas y culturales vietnamitas a conferenciar en secreto con Ho Chi Minh. Las condiciones del arreglo no son mezquinas; hay, sí, una cláusula inflexible: el Vietminh debe entregar a todos los especialistas extranjeros que tiene entre sus fuerzas (la mayoría son desertores de la Legión Extranjera). El gambito ofrecido por los franceses pretende generar una sola —pero crucial— desventaja: privado de sus asesores, aunque obtenga momentáneamente algunos logros, a Ho le resultará imposible entrenar a sus tropas en el uso de las armas extranjeras de que dispone. Después, no será difícil derrotarlo.
Mus y el líder vietnamita se encuentran en una choza cercana al Puente de los Rápidos, en la jungla, al Norte de Hanoi. Ho no está mal predispuesto: una botella de champaña francés, puesta a enfriar en un recipiente con hielo, en un rincón, indica que casi descontaba la posibilidad de una coincidencia. Al final, cuando Mus expone la cláusula clave, se yergue lentamente, clava sus ojos pequeños en el emisario francés y remata el encuentro: "Señor profesor —dice—, usted ha vivido entre nosotros y nos conoce muy bien. Sabe perfectamente que si yo aceptara esa condición quedaría ante mi pueblo como un cobarde. No me dejan otra salida honrosa que seguir la lucha". El rostro del jefe vuelve a tornarse inescrutable, estrecha la mano a su interlocutor, con ademán grave, y se pierde en la espesura. Volverá a salir de ella ocho años más tarde, como vencedor de la contienda de Indochina; el 19 de diciembre de 1946, clausuradas las negociaciones, el Vietminh se lanza al combate.
Durante seis años, las tropas francesas sostienen una lucha sin frentes, que desconcierta a los estrategos: "Sus características son inimaginables para aquellos que no tomaron parte en ella", memora Henri Navarre, ex comandante del Ejército colonial. El mismo Navarre, que asume el mando en mayo de 1953, intenta un nuevo gag para acabar con un conflicto que amenaza desangrar a los franceses: recurre a la llamada "guerra de posiciones" o campos atrincherados. Se trata de eludir la guerra de movimientos —donde los Vietminh son casi imbatilbles— y concentrar fortificaciones en puntos estratégicos.
Como los guerrilleros amenazan extenderse hacia la frontera Norte de Laos, Navarre decide realizar la primera experiencia en Dien Bien Phu, una llanura de 16 kilómetros de largo por 9 de ancho, rodeada de montañas. Es, además, la, zona más rica de la Alta Región —la mayor productora de arroz—, cuenta con un aeródromo, que puede ser ampliado, y su posición, a 300 kilómetros del borde chino, crea al Vietminh serios problemas de aprovisionamiento. No es, sin embargo, lo que más entusiasma a Navarre: su deseo secreto es atraer en masa a las fuerzas enemigas y destruirlas.
A principios de 1954, en Dien Bien Phu, los franceses reúnen doce batallones, doce tanques M-24, dos grupos de artillería de 105 mm., una batería de 105 mm., cuatro compañías de morteros y seis aviones de caza. AI despuntar marzo, cuentan con víveres para nueve días y munición para siete.
El campo atrincherado comprende ocho sectores, todos bautizados con nombres de mujer: Eliane, Huguette, Anne Marie, Dominique y Claudine forman la posición central. Hacia el Norte y Nordeste, a dos y tres kilómetros, Gabrielle y Béatrice protegen un extremo de la pista de aterrizaje; el otro lo defiende Isabelle, siete kilómetros al Sur. Cada centro está rodeado de alambre de púa de sesenta metros —en total, la fortificación consume tres mil toneladas de alambre—, donde se encajan casamatas con lanzallamas, napalm y ametralladoras. 
El 4 de marzo, Navarre visita los principales puntos de defensa e interroga a los comandantes de las unidades. Las respuestas son unánimes: nadie imagina que el Vietminh pueda mellar las barreras. Él ya no está tan convencido y le propone al coronel De Castries, Comandante de Dien Bien Phu, instalar un nuevo centro entre Claudine e Isabelle. "Pueden no venir —replica De Castries—, y es necesario empujarlos a atacar para terminar más rápido."
El 10 de marzo a la noche se interceptan mensajes del Vietminh: el ataque tendrá lugar en la noche entre el 13 y el 14. Se enteran, también, que los 30 mil hombres que rodean a Dien Bien Phu cuentan con cuarenta cañones, cien ametralladoras antiaéreas y una cantidad indeterminada, pero cuantiosa, de morteros pesados. Los ofensores —que llegaban desde centenares de kilómetros a través de la selva— han instalado camuflada su artillería bajo túneles, en las colinas que rodean la fortaleza.
El 12 de marzo, un comando viet se infiltra en lia pista de aviación, coloca explosivos y hasta se permite dejar un recuerdo: dos carteles con mensajes para los soldados. "Dien Bien Phu será vuestra tumba", dice uno; el otro representa, torpemente, al general Navarre empujando a sus tropas hacia unos puñales.
El 13, las tropas del Vietminh atacan. Después de un bombardeo intenso, los comandos de dinamiteros cargan sobre Béatrice, la primera presa. Uno a uno, bajo las ráfagas de ametralladoras, colocan sus largas cañas de bambú y encienden las mechas; cada estallido abre un rumbo de cuatro metros cuadrados. Las salvas de cañones de 105 mm. —entretanto— no cejan: el teniente coronel Gaucher, que ha perdido los brazos y sangra a chorros, pide a su ayudante: "Sécame el cuerpo y dame de beber". Ciento cincuenta heridos gimen a su alrededor. Horas más tarde, el jefe del batallón, Le hong Duc, planta sobre Béatrice el banderín rojo con la estrella de oro de la victoria, confiada a su unidad por el tío Ho. "Nosotros habíamos observado todo y estudiado minuciosamente el terreno varias noches antes del ataque y sobre maquetas —confió años más tarde Le hong Duc a un periodista francés—. Nos aproximábamos para cortar los alambrados y sacar las minas. Nuestras bases de partida estaban ubicadas justo a 200 metros de Béatrice y la artillería de ustedes no acertó jamás. Eso nos ha sorprendido."
El coronel Charles Piroth, jefe de la artillería francesa, no soporta el fracaso: se cuela, llorando, en su refugio, desprende la granada que lleva siempre colgada del cinturón, le arranca el seguro con los dientes y la aprieta contra su pecho. Un telegrama parte para Hanoi: "Coronel Piroth muerto en el campo del honor".
Al mismo tiempo, el Vietminh embiste contra Gabrielle, al Norte de la posición principal. Dos horas después de lanzado el asalto, a las diez de la noche, se retira. Pero el 15 de marzo, Gabrielle cae también. Tres días más tarde, Anne Marie, defendida por tropas nativas de segundo orden, es abandonada por la guarnición que se refugia en Huguette. Isabelle, alejada del grupo principal de trincheras, queda aislada. Su única posibilidad de abastecimiento se reduce a la aviación; la dependencia es nefasta porque muchos aparatos están inutilizados. El cerco se estrecha y hasta los heridos leves salen a contener los ataques a la bayoneta que lanza, diariamente, el Vietminh.
A partir del 5 de abril, los indochinos suspenden sus ataques en masa; ellos también se desangran, sólo aventuran acciones nocturnas, más efectivas y menos riesgosas. El 1º de mayo el Vietminh lanza, por fin, un ataque en toda la línea: durante esa noche la infantería invade, en oleadas, las trincheras y casamatas. Ya se lucha cuerpo a cuerpo.
El 2 de mayo, los aviones franceses arrojan una compañía de paracaidistas, el último refuerzo. Es inútil. Sus camaradas los reciben ya sin alegría. Entre el 3 y el 6, los defensores tienen un respiro. No les sirve de mucho: exhaustos como están, no pueden llevar un contraataque; sólo esperar. Giap se apresta, entretanto, para dar el golpe definitivo.
Al amanecer del 7 de mayo, después de martillar durante horas las posiciones enemigas, la infantería del Vietminh desborda las trincheras. Nadie puede resistir. La guarnición baja los brazos. Un pelotón de la vanguardia indochina entra en el refugio de De Castries, quien los atiende de pie, sin armas, con los puños de la camisa arremangados. Se cambia de ropa, se acomoda con pulcritud las condecoraciones y espera el final: lo fusilan en el acto.
Isabelle no ha caído aún porque nadie se ocupó de avasallarla. El coronel Lalande intenta escapar: "Vamos a tratar de abrirnos paso en una irrupción en masa", transmite al Comando de Hanoi. Media hora después, con la voz quebrada, se resigna: "Irrupción imposible. No podré volver a comunicarme con ustedes". A la una de la mañana, un grupo de guerrilleros se aproxima agitando un paño blanco: "Déjennos pasar —dicen, en francés, a los soldados— queremos ver a su jefe". Lalande comprende que está todo perdido y se entrega mansamente. Dien Bien Phu, después de 57 días de lucha encarnizada, había caído. 

PRIMERA PLANA
13 de mayo de 1969