Carlos Aloé
"Así derrocaron a Perón"
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En vísperas de cumplirse 19 años de los acontecimientos que desencadenaron la caída del segundo gobierno justicialista, el mayor Carlos Aloe rescató los días previos a la renuncia del general Juan Domingo Perón y los hechos más destacados de su carrera militar junto al líder.

La semana pasada, a pedido de un redactor de Siete días, el mayor (RE) Carlos Vicente Aloe (73, ex gobernador de la Pcia. de Buenos Aires durante el segundo gobierno peronista) recordó las jornadas de setiembre de 1955 que culminaron -el 19 de ese mes- con la renuncia del general Juan Domingo Perón a la presidencia de la Nación.
Frente a un grabador, Aloe memoró su larga trayectoria política y militar Junto al caudillo; también describió algunas escenas de su paso por la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral, donde el entonces teniente Perón comandaba una compañía. El viejo político -alto, ágil, de espesa cabellera- no ocultó que una visión retrospectiva de 1955 "será útil para las nuevas generaciones".
En un departamento del barrio Norte y a poco de arribar de su estancia de Rojas (provincia de Buenos Aires), Aloe fue sorprendido mientras corregía un discurso que se aprestaba a pronunciar durante una cena del Club 45. "En él nos reunimos los peronistas de la primera hora", explicó.
Rodeado de fotografías y recuerdos personales de su paso por el ejecutivo bonaerense, el ex gobernador reconoció que los mejores souvenirs los tiene en la estancia. "Allí sí que hay un verdadero museo -dijo-; pero eso, creo, merece otra nota."
Durante la mañana dedicada a Siete Días, Aloe trazó una visión remozada -a 19 años del triunfo de la denominada Revolución Libertadora- de lo que muchos vaticinaron, equivocadamente, como "el fin de una época". Lo que sigue es el testimonio de CVA.

ASI FUERON LAS COSAS
El 16 de setiembre de 1955 se produce lo que no había podido ser exactamente tres meses antes. En junio se pega un golpe contra el gobierno peronista. ¿Cuáles fueron sus causas? Hay que buscarlas en que la administración de Perón no tuvo lo que podríamos definir como un orden "normal". En ella se puso en práctica un orden renovador, revolucionario. En esos nueve años se ejecutaron medidas largamente anheladas por la clase trabajadora: la emancipación de toda fuerza extranjera.
Los intereses afectados durante esos nueve años fueron los que movilizaron los hechos de setiembre. Lo cierto es que en los días previos a esos acontecimientos se sabía que algo andaba mal: la propaganda que se había desatado, los rumores y panfletos que circulaban tendía a mellar la figura del Gobierno.
El 14 de setiembre Perón envió al general Franklin Lucero, entonces ministro de Guerra, a Córdoba. La idea era que visitara las guarniciones de esa provincia y asistiera a un ejercicio de artillería. El 15, el presidente me muestra un telegrama que le había enviado Lucero. Su texto, reservado, informaba que todo era normal y que en Córdoba
no existían posibilidades de levantamiento.
El 16 de setiembre, a la una de la mañana, me despierta el teléfono. Era el mayor Cialcetta que quería saber cómo andaban las cosas en la provincia de Buenos Aires. Yo estaba durmiendo en la residencia de la gobernación, en La Plata, y me sorprendí cuando el mayor me pidió que estuviera atento porque se habían producido movimientos militares en Córdoba. Me levanté y fui hasta el Departamento de Policía Provincial; su jefe me confirmó que la situación bonaerense era normal, pero que en Córdoba había malestar. Ya eran las dos de la mañana de ese agitado día.
El comandante de la Segunda División de Ejército era el general Ferrazzano, el mismo que, durante el gobierno de Héctor J. Cámpora, fue designado jefe de la Policía Federal. Eran las cuatro de la mañana cuando me reuní con él. Consideramos la situación (las fuerzas militares no estaban en La Plata, pues se encontraban haciendo ejercicios en Magdalena). Cuando pedí hablar con el jefe de la base naval de Río Santiago, no pude conseguir comunicación. Ignorábamos qué pasaba en ese destacamento. Al rato, la telefonista me informó que, por lo que podía deducir, el personal de la base se negaba a contestar. Allí me di cuenta de que la Marina estaba sublevada.
Esa mañana ya se pusieron en práctica severas medidas de seguridad y Ferrazzano quedó a cargo de las fuerzas de represión. A eso de las 10 viajé a Buenos Aires, luego de hablar con el mayor Alfredo Renner, ayudante del presidente de la Nación. Cuando llegué a la Casa Rosada me informaron que ya se combatía en La Plata: la lucha era entre las fuerzas de represión y la Marina.
Mi encuentro con Perón duró media hora. Entonces él me impuso de las novedades. Estaba sereno, vestido de militar. Me informó que había fracasado un golpe en Curuzú-Cuatiá, pero admitió que convenía estar atentos. Con él se encontraba el mayor Cialcetta, el coronel Donofrio, jefe de la Casa Militar, y todos los ministros del Poder Ejecutivo. Perón era optimista y no había ninguna tensión en el ambiente: estaba serio, fumando, pero no intranquilo.
Yo volví a La Plata, acompañado por mi custodia y el chofer. Llegué a la hora del almuerzo y me confirmaron que se seguía combatiendo en la ciudad. A las 2 de la tarde llegaron refuerzos militares leales, procedentes de Mercedes y Azul.
Inmediatamente tomé algunas disposiciones políticas, de acuerdo a lo convenido con Perón: se convocó a los legisladores justicialistas, al gabinete provincial y se pidió información a intendentes y comisarios policiales de los partidos bonaerenses.
Mi familia estaba en la estancia que poseo en Rojas y yo opté por montar mi cuartel general en la jefatura de Policía. Esa noche, viajé nuevamente a Buenos Aires y durante 10 minutos, hablé con Perón en su residencia de Plaza Francia. Estaban presentes varios funcionarios del Gobierno y entre todos evaluamos la situación.
En los días siguientes se precipitaron los acontecimientos y poco a poco advertimos que no existían más posibilidades de seguir al frente del gobierno. Y no, precisamente, porque el peronismo no tuviera tropas leales para defenderse. La explicación hay que buscarla en lo que Perón me dijo unos años después, cuando estaba exiliado en Santo Domingo.
En el comedor del hotel La Paz de la capital dominicana, donde Perón estaba alojado, me comentó: "Si yo me quedo, tengo que fusilar mil argentinos". Y tenía razón. Podría haber desencadenado una guerra civil, cosa que no quiso. Prefirió esperar. Y así, a pesar de los agoreros de siempre, logró retornar triunfalmente al país.

"EL LIDER QUE YO CONOCI"
El anciano militar se dispone a enfocar otros recuerdos, quizás más gratos. Le pide al redactor de Siete Días que oprima un timbre adosado a la pared. Al rato, cuando la mucama se hace presente Aloe le ordena que cebe mate. "¿O prefieren café?", pregunta.
Luego, mientras se alisa con una mano la canosa cabellera y ajusta el pañuelo de seda que lleva anudado a su cuello, dice a modo de introducción: "Con mis recuerdos de Perón, usted podría escribir varios libros". Y emprende este monólogo.
Conocí al teniente primero Juan Perón en enero de 1922, el mismo día que ingresé a la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral. El era el encargado de recibir a los nuevos alumnos. Era un hombre fornido, con aspecto de deportista, simpático pero a la vez autoritario. Tenía unos 26 años.
Yo había entrado al Ejército Argentino porque quería volar: entonces la aviación pertenecía a esa arma. La pasión por el vuelo me nació cuando en una estancia de Junín, presencié las demostraciones de Jorge Newbery con su aparato volador, como le decíamos entonces.
La oportunidad de entrar al Ejército me surgió cuando, estando radicado en Mendoza, conocí a un músico cordobés. Nosotros tendríamos 20 años y yo, que era empleado ferroviario, andaba buscando concretar mi vocación castrense. Bueno, cuando le confesé esto al muchacho, me dijo que fuera a la Escuela de Suboficiales. El conocía el asunto porque tenía un hermano que era suboficial piloto. Bueno, abreviando: cuando vino a la provincia una comisión de la Escuela a reclutar aspirantes, me enganché. Renuncié al empleo y me vine para Buenos Aires.
Volviendo a Perón: a poco de ingresar en el Ejército, tuve el honor de que él fuera designado jefe de la compañía donde yo estudiaba.
Por esa circunstancia el contacto fue diario y permanente.
Perón era un gran atleta, un deportista de alma y de espíritu. Ahora que se ha escrito tanto sobre su vida, le voy a decir algo que se ignora o que se conoce poco: él se recibió de profesor de gimnasia en la Asociación Cristiana de Jóvenes.
A él y a mí nos apasionaba el boxeo y gustábamos de intercambiar trompadas sobre el ring. Una vez, según recuerdan muchos, hubo un match entre él y un hermano mío, que hizo época.
Perón era un brillante oficial, pero además de sus dotes militares había en él una gran capacidad humana, un gran sentido de la amistad. Comandaba su compañía sin apelar a la autoridad que emana de la ley y del mando. Su ascendiente sobre nosotros era moral, personal. Recuerdo que muchos de nosotros preferíamos que nos impusieran cinco días de arresto en vez de tener que recibir de Perón una reprimenda. Que él nos diera un café
(no le gustaba poner castigos reglamentarios), era algo terrible. Puedo decir, porque lo conocí siendo aspirante y mantuvimos una relación que duró toda la vida, que siempre manifestó excepcionales cualidades de conductor.
Otro hecho poco conocido del líder es que fue el introductor del básquet en la Escuela de Suboficiales. El y yo jugábamos en el mismo equipo y competimos contra otros equipos muy importantes de la ciudad de Buenos Aires. Para aquella época se organizaban campeonatos municipales de atletismo, en los cuales la Escuela intervino dos veces. El equipo que fue preparado personalmente por el teniente primero Perón ganó ambos campeonatos.
Con todas esas cosas, la actividad deportiva, el estudio y la convivencia cotidiana, fuimos ovillando una amistad. En 1926 Perón asciende a capitán y se enrola en el curso de la Escuela Superior de Guerra. Allí nos separamos por primera vez.
Mientras tanto, yo me recibí de suboficial y quedé como instructor.
A pesar de eso, todavía tenía en la cabeza el berretín de volar. Fue así como, en mi nuevo destino de la Escuela de Comunicaciones, en Palomar, pude hacer algunos vuelitos de contrabando en las máquinas del vecino campo de aviación militar, acompañado por pilotos amigos.
Perón vivía por entonces en el barrio de Palermo, en la calle Godoy Cruz. Era soltero y concurría frecuentemente al cine Park, una sala que estaba frente a Plaza Italia. Algunas veces iba también al cine Serrano. Varias veces fuimos juntos.
Todas las tardes, al finalizar la jornada de clase, él nos formaba en el patio. Allí, reunido ante toda la compañía, nos daba verdaderas cátedras de moral. Precisamente por esa época, redactó el capítulo sobre moral militar del Manual del Aspirante.
Cuando salió publicado, me regaló un ejemplar dedicado. Recuerdo que decía: "Al cabo Carlos Aloé: Educar el alma es el bien supremo". Lo guardé como una reliquia. Cuando mi hijo se recibió de subteniente, se lo entregué en custodia.
En esa época, Perón nos hablaba, incipientemente, de justicia social. Algo que nosotros, lo digo francamente, no entendíamos muy bien. Para poner en práctica algunas de sus teorías, él fundó en nuestra compañía una caja de ahorros, donde nosotros depositábamos 10 pesos mensuales. Luego, a fin de año, podíamos salir de licencia con ese pequeño capital.
También, cuando el teniente Perón estaba de oficial de servicio y comprobaba que alguien no podía salir de franco por falta de fondos, de su propio bolsillo sacaba unos pesos para que el hombre no se tuviera que quedar dentro del cuartel. "No los quiero ver aquí cuando están de franco -decía, tendiendo unos billetes-; tengan. Cuando puedan me lo devuelven."
Cuando se abrieron los cursos de la Escuela de Aviación Militar, me anoté. Por ese entonces yo realizaba tareas administrativas en la Escuela de Suboficiales y mi pase se hacía difícil: mis superiores estaban muy contentos con mi trabajo.
El 6 de setiembre de 1930 se produce la revolución de Uriburu contra Hipólito Yrigoyen; la Escuela de Aviación, donde yo estaba, marchó desde Campo de Mayo a Buenos Aires. Encontré entonces al capitán Perón, que se incorporó a la columna en la calle Cabildo.
Esa noche, con Perón, estuvimos frente a la Casa Rosada, en plena calle, observando la marcha de los acontecimientos. En esa oportunidad, un civil, el doctor Diego Luis Molinari, concurrió a pedirle a Perón protección militar para su casa que, según dijo, corría peligro de ser saqueada.
Después de ese día, y porque se habían frustrado mis esperanzas de ser aviador militar, resolví alejarme del Ejército. Sin embargo, me presenté a un examen para ser ascendido a subteniente. Luego, por supuesto, tuve que hacer un curso, cuyo examen final contemplaba dictar una conferencia sobre organización militar.
En esas circunstancias volví a verlo a Perón. Era en el año 1933 y él ya estaba casado con Aurelia Tizón, su primera esposa. Como él tenía que ver a oficiales paraguayos que llegaban por ferrocarril, lo acompañé hasta la Chacarita. En el camino, de memoria, me indicó la bibliografía para la conferencia. Tenía una memoria excepcional.
Lo cierto es que yo, y muchos como yo, en ningún momento adivinamos el futuro político que tendría Perón. Ni por las tapas. De todas maneras, puedo asegurarle que existían serias sospechas de que se trataba de un ser fuera de serie. Por eso mismo, cualquier cosa que nos diera, firmada de su puño y letra, la conservábamos como recuerdo.
Cuando Perón regresó de Chile, donde había sido agregado militar, comenzó su carrera política.
Después de la revolución del 4 de junio de 1943, el coronel Perón me designó como una especie de oficial de enlace, entre él y otros oficiales. Cuando lo nombraron ministro de Guerra, secretario de Trabajo y vicepresidente de la Nación, comenzó a aplicar lo que aprendió en su permanencia en Europa.
En 1944 fui designado secretario general de la intervención del gobierno de la provincia de Buenos Aires, junto con el general Ramón Alvariños, titular de Gobierno. Por ese entonces, todas las mañanas, antes de viajar a La Plata, pasaba por la calle Posadas, donde Perón había instalado su cuartel político. En esos momentos, el rol de Evita era más de esposa que de compañera política. Hasta que llegó el 17 de octubre de 1945. Después de esa fecha, Perón comienza de lleno su campaña política.
Lo demás es historia conocida. Los días de su gobierno, el golpe del 55, su exilio y triunfal retorno al país... A veces, me detengo a recorrer estos acontecimientos y me parece que todo es un sueño.
Revista Siete Días Ilustrados
16.09.1974

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Carlos Aloé
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Perón y Carlos Aloé
Perón y Carlos Aloé

Carlos Aloé
Carlos Aloé con un cronista de la revista