El secretario general de la central obrera pidió una
licencia de 15 días y le dieron 180. Su lugar fue ocupado por
Casildo Herreras, la pieza que Lorenzo Miguel movió para
recuperar influencia gremial frente al Gobierno. Pero se
trataría sólo de una alianza circunstancial entre metalúrgicos y
textiles.
CUANDO en la tarde del 26 de diciembre
último al hacerse cargo de la secretaría general de los
mercantiles, Florencio Carranza afirmó que "la lucha de los
trabajadores argentinos excede las conquistas sectoriales para
ingresar en la etapa de la conquista del poder político", quedó
desnudada una estrategia sindical. Casi un mes más tarde —el 22 de enero— se produjo
una nueva vuelta de tuerca: el Consejo Directivo de la CGT
concedió a su secretario general Segundo Bienvenido Palma una
licencia —no solicitada— de seis meses, sustituyéndolo por
Casildo Herreras. De nada valió que Palma se desgañitara
afirmando que sólo requería unas semanas para resolver su
problema de salud (flebitis) y que su gremio —la UOCRA—
publicara solicitadas aclaratorias. Menos efecto produjeron aún
las palabras del propio Ministro de Trabajo, José Otero, quien
paralelamente a la decisión de la CGT manifestó al periodismo:
"El compañero Palma no tiene la menor intención de alejarse del
cargo". La decisión del cambio —eufemísticamente denominado
licencia— quedó firme, y Herreras inició un espectacular periplo
de declaraciones. Como en los buenos tiempos de la CGT de los
años 50, cuando los titulares de la central obrera compartían el
balcón histórico, tronó contra "el imperialismo y la
oligarquía". Ahora bien: ¿por qué fue relevado Palma? La
respuesta tiene para muchos la claridad del vidrio. La presencia
del líder de los albañiles había llegado a obstruir el avance
del poder político-gremial de Lorenzo Miguel y,
consiguientemente, la acción concertada de las 62 y la CGT. Una
táctica hecha de dilaciones y silencios quitaba poder de presión
frente a la política del Gobierno. Si bien representaba una
mayor colaboración para las 62 que la que, en su hora, pudo
prestar Adelino Romero, no dejaba por ello de limitar la
expansión del poder gremial, postergando críticas a la gestión
económica y, en buena medida, concordando en demasía con la
línea del ministerio de Bienestar Social. Inicialmente la
táctica de Lorenzo Miguel habría sido la de ir forzando en forma
progresiva las decisiones de Palma. Uno de sus logros fue la
organización de homenajes al Ejército, con motivo de las bajas
sufridas por el accionar subversivo. Pero en otro orden de cosas
(problemas previsionales, movilizaciones, etc.) habría chocado
con una visible resistencia pasiva, las más de las veces
encubierta por la enfermedad de Palma y sus reiteradas
ausencias. Para poder superar esa situación no le habría
quedado finalmente a Miguel otro camino que el de la alianza con
el textil Herreras, un dirigente con vuelo propio. Sumados el
capital político de uno y otro en el seno de la CGT, era viable
la salida —llamada licencia— de Palma y el cambio de línea.
Desde el 25 de mayo de 1973 se han dado varios tiempos en la
CGT. El de Rucci, un hombre poco afecto a las sutilezas y a las
esperas; el de Romero, un prudente, sujeto a la verticalidad y
fuera de la órbita de influencia de la poderosa UOM; el de
Palma, un ex aliado del execrado Rogelio Coria, de estilo
cansino y enigmático. Ahora comienza el tiempo de Herreras, un
lúcido líder de los textiles, con un juego propio que nunca deja
de transparentar en sus declaraciones. Cualquiera que repase
la historia del movimiento obrero advertirá la presencia de dos
grandes bloques: el metalúrgico y el antimetalúrgico. En otros
tiempos sus encarnaciones pudieron ser Vandor y Alonso; hoy,
pese a la eventual alianza, son sin duda Lorenzo Miguel y
Casildo Herreras sus exponentes. Que las circunstancias —y la
necesidad táctica— hayan pospuesto enfrentamientos, no invalida
el hecho de sus respectivas aspiraciones al predominio. Frente a
esa realidad de fondo, cabe un interrogante: ¿será Herreras el
hombre indicado para viabilizar los objetivos de las 62,
alentados por Miguel? Mientras se busque la respuesta, será
conveniente meditar estos conceptos —casi un programa— vertidos
por Herreras el 22 de enero: "El mundo del futuro indica la
preeminencia de las entidades naturales, es decir aquellas que
aglutinan a los hombres por sus actividades e intereses comunes
y no por una ideología que sólo ha servido para sectarizar y
dividir. No hay nada que avale el carácter permanente e
inmutable de la sociedad política". Pero, volviendo al
principio, si se ponen en relación estas palabras con las de
Florencio Carranza ("la etapa de la conquista del poder
político") se tendrá la clave de algo más relevante que un mero
cambio de hombres en la CGT. Revista Redacción febrero
de1975
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