ELECCIONES INTERNAS
RADICALISMO
1972
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REPORTAJE AL CANDIDATO RADICAL A LA PRESIDENCIA DE LA REPUBLICA
RICARDO BALBIN: NO HAY DOS SIN TRES
O LA TERCERA ES LA VENCIDA

Horas después de su consagración, el veterano caudillo desgranó ante Siete Días sus opiniones sobre la decisiva coyuntura política que vive el país y explicó qué haría desde el gobierno en caso de resultar elegido presidente.

Hace pocas semanas, su sonrisa llenó las calles de Buenos Aires, en afiches murales cuyo epígrafe lo auguraba como solución para el país. Durante ese lapso pasaron muchas cosas en la Argentina, pero una de ellas lo tuvo como protagonista principal: dirimió la candidatura a presidente de la Nación con uno de sus "hijos políticos", el abogado de Chascomús Raúl Alfonsín. A los 63 años de edad, el doctor Ricardo Balbín triunfó en esa competencia por menos de treinta mil votos —una cifra imprecisa al cierre de esta edición— y fue proclamado candidato a la presidencia por el partido Unión Cívica Radical, en fórmula compartida con el cordobés Eduardo Gamond.
Pero este encumbramiento no es nuevo en la vida del abogado platense. Ducho en lides políticas, Balbín aspiró a la primera magistratura en 1952 —acompañado por Arturo Frondizi— y en 1958 —con el doctor Santiago Del Castillo—. Aunque derrotado una y otra vez (por Perón y Frondizi, respectivamente), las huestes radicales han vuelto a preferirlo como conductor del partido y como hombre capaz, desde la Casa Rosada, de encauzar al país en la estabilidad democrática. Una hipótesis que se develará después del 11 de marzo, pero que ya sirvió de base —al día siguiente de ser proclamado, el lunes 27— para enhebrar el diálogo con un redactor de Siete Días.
—Doctor Balbín, ¿la tercera será la vencida?
—No sé. Hay quien dice que no hay dos sin tres. O que la tercera es la vencida. Son dos maneras de decir.
—¿Y cuál cree que es la aplicable a su caso?
—Ninguna. Es como si fuera de nuevo, nada más.
—¿Qué sintió cuando fue proclamado candidato presidencial?
—Bueno, usted le asignará falsa modestia a lo que le voy a decir, pero es una cosa natural en mí: tomo a los acontecimientos como vienen, cualquiera sea su importancia y su significado. Es como si estuviera cumpliendo con deberes. Así que estas cosas no me producen otras sensaciones.
—¿Sabía usted que ganaba?
—Sí, estaba seguro.
—¿Y en qué basaba su confianza?
—Razones que uno tiene: como conocer al partido, conocer a sus hombres... Sabía que era un momento difícil, pero confiaba en que el radicalismo iba a votar como lo hizo.
—En caso de ser elegido presidente, en marzo, ¿cuáles son los puntos prioritarios a desarrollar en función de gobierno?
—Ya hemos dado pruebas cada vez que el radicalismo ha llegado al gobierno: el respeto a los derechos de todos, la seguridad del país —que va determinando la realización de cada uno en plenitud— y, naturalmente, un proceso acelerado de producción que necesita la República para resolver sus problemas vitales. Además, y lo hemos dicho mucho antes del 66, tenemos que aprender a convivir, a coincidir y a comprender que los modos políticos marchan parejos con las nuevas estructuras y los modos de cambio, tanto económicos como sociales. Creemos que una política de ese tono va a fortalecer la institucionalidad del futuro. También hay que lograr básicas coincidencias con los sectores populares para que se asegure lo que yo denomino la gran colaboración del Congreso, que es una herramienta vital para la pacificación y el desarrollo.
—¿Usted cree que es positiva la última reforma constitucional de facto —realizada por el actual gobierno— y que, como se dice, acelerará los procedimientos en el futuro parlamento?
—Bueno, creo que eso es un inconveniente, porque acá se han llenado bastante de palabras: que el pasado no volvía, que lo del 63 no se repetía y que era necesario que las mayorías respaldaran al gobierno. Pero el régimen electoral que eligieron parecería ser todo lo contrario. Se busca la elección presidencial por la doble vuelta (el ballotage), pero se deja consumada la elección de diputados en la primera vuelta. Así, puede ocurrir que en la segunda salga un presidente que en la primera no ganó la mayoría parlamentaria. Máxime por cuanto han adoptado el sistema proporcional, que a nuestro juicio es otro error. Hubiéramos deseado el sistema de la Ley Sáenz Peña, modificado en los guarismos.

CON PERON, EN LA ARGENTINA
—¿Puede hablar de su entrevista con Perón?
—Puedo decirlo todo, sí, todo. No hay nada oculto y los propósitos son claros. Dicha entrevista fue consecuencia de una decisión del Comité Nacional y la Comisión de Asuntos Políticos del partido. Yo
hice la consulta y por unanimidad se decidió que asistiera. Si yo había hablado con sus representantes en el país, lógico era suponer que podría hablar con el mandante, si es que está radicado ya en la Argentina.
—¿Y qué sintió íntimamente?
—Y... un encuentro natural.
—Pero no era encontrarse con cualquier ciudadano. Se trata de un hombre que ha sido su adversario, su enemigo.
—Exacto, pero como yo ya me había habituado en el pensamiento antes de que llegara —muchos años antes, en el sentido de bajar un velo sobre el pasado para pensar en el futuro—, lo tomé así, como futuro y no como pasado. Fue una conversación tranquila.
—Políticamente, ¿cómo lo encontró?
—Pienso que más madurado. Más reposado en sus juicios. Buen razonador. Pero lo fundamental es que sus expresiones coinciden con las nuestras en el sentido de que es indispensable trabajar por la institucionalización y fortalecer la pacificación argentina.
—Esos son los puntos de acuerdo, digamos.
—Los nortes precisos, las coincidencias.
—Bien, ¿y cuáles son los puntos de no coincidencia?
—De eso no hablamos. Cada partido tiene sus propios modos, ideas y plataformas. Nosotros tenemos ya la nuestra. Y, además, el justicialismo ha dado su programa de gobierno. No es tan detallado como el nuestro, pero constituye una declaración. De modo que no buscamos acercarnos como aliados electorales. Lo que sí deseamos —y a esto yo no renuncio— es a ver cómo podemos asegurar no sólo el proceso de marzo, sino la estabilidad futura. Yo dije ya que no estamos trabajando para hacer un presidente 73, sino que trabajamos para que puedan sucederse muchos presidentes constitucionales.
—¿Y usted cree que la cláusula del 25 de agosto puede cambiarse?
—No lo sé, no podría decirle. Pero nosotros hemos opinado antes sobre ella y dijimos que era un inconveniente en el proceso.
—Suponiendo que se la quitara y que Perón optara por presentar su candidatura, ¿usted cree que sería un factor irritativo o considera viable tal candidatura?
—Bueno, acá habría que juzgar posibles intenciones de terceros; es decir, los actos del gobierno. Pero para nosotros no existiría ningún inconveniente. No tenemos el derecho de vetar ni de elegir los candidatos de otros partidos.
—¿Y qué sentiría usted si, de pronto, se encuentra en 1973 con Perón presidente?
—Si los propósitos que enuncia son los auténticos, nada. Pero si no lo son, sería... lamentable.
—¿Usted tiene fe?
—Tengo que tenerla, necesariamente. No es una simple frase la que con frecuencia digo: que mido la lealtad de los demás a través de la que pongo yo. Y yo pongo toda mi lealtad al servicio de la pacificación nacional.
—Sí, pero usted ha reiterado que otras veces la puso y no siempre los resultados fueron como usted los pensó.
—Es cierto, pero la idea no está derrotada. La prueba está que a pesar de todo lo que pasó, cada día nos acercamos más a esta posibilidad. Y si no es en este turno, será en el otro. Lástima que vamos a pasar días dolorosos si no se entiende lo de hoy.
—¿Y qué pasará, "sí no se entiende lo de hoy"?
—Bueno, yo creo que el país entra en el caos. Las fuerzas populares no resistirían. Viviríamos necesariamente un estado gendarme, una dictadura fuerte. Y éstas duran un tiempo, pero no todo el tiempo. Y creo que el país no ha entrado antes en el caos por la responsabilidad y serenidad de los partidos.
—Usted ha dicho, en reiteradas ocasiones, que ha sido importante
el papel de los partidos, y ha reivindicado y reivindica el rol que jugó La Hora del Pueblo. ¿Pero, de qué manera piensa que influyeron otros hechos también reiterados, como el cordobazo, el tucumanazo, el mendozazo?
—Han sido exteriorizaciones de protesta trasformadas en actos de violencia. Algunos justificados, lógicos, en virtud de no haber sido escuchados y de no haberse atendido las angustias. Soportaban violencias, porque yo no tengo ninguna duda de que la violencia de arriba engendra la de abajo. Y creo además que la injusticia genera la violencia. Por eso digo que la justicia termina con ella; el estado de derecho termina con la subversión.
—¿Usted cree que es el único camino?
—El estado de derecho, de justicia, ubica en su pequeño límite a la subversión dentro del país. Porque hay que observar que cuando en la Argentina — y en todos los países donde impera la concepción democrática—, la guerrilla no entra, no se practica. Eso mismo lo dijo Guevara.

REMEMBRANZAS Y AUTOCRITICAS
—En 1963, la administración radical produjo un golpe de efecto —la anulación de los contratos petroleros— a poco de llegar al gobierno. ¿Tiene usted algún golpe similar, entre sus primeras medidas, si llega a la presidencia?
—No es un golpe de efecto, sino una acción postergada —interrumpida—: lograr el poder de decisión para el país. Hay muchas medidas que tomar y que comenzaron con el gobierno del doctor Illia. Decidir el rumbo del país, trae como consecuencia la nacionalización de los depósitos, el ahorro dirigido hacia lo nacional, la severidad en el comercio exterior, el manejo de la exportación con espíritu nacional, que no significa sólo que la divisa vaya al Estado, sino también que el precio del producto vaya directamente al productor. Es decir, una defensa integral. Hay que quitar los escollos de quienes aprovechan o desvirtúan el cumplimiento de las prioridades nacionales.
—Pero usted seguramente no desconoce que en el orden internacional también, y especialmente, existen presiones. ¿Cree que la Argentina está en condiciones de llegar a ese tipo de política que usted menciona?
—Mire: las presiones de afuera tienen éxito cuando hay quienes entregan adentro.
—¿Y usted cree que en la Argentina no hay quienes entregan?
—Hasta ahora creo que ha habido, pero en el futuro estoy seguro que serán exterminados.
—Volviendo atrás, no me contestó cuál sería su primera medida de gobierno.
—Bueno, primero hay que llegar al gobierno.
—Supongamos que llegue.
—Son supuestos. ¿Por qué no me deja darle la primicia ese mismo día?
—Observando la experiencia. recogida en el periodo 63-66, ¿qué es lo que hay que retomar y qué descartar de aquel gobierno radical?
—Hay que desechar las posibilidades de volver a entrar en el terreno de lo irregular, de lo anticonstitucional, del desconocimiento de las instituciones. Si se recobra esto tendremos lo que llamo el factor seguridad.
—No entendió la pregunta o fue mal expresada, doctor. La pregunta es: ¿qué es lo que cree que hay que descartar o retomar de aquella experiencia? Le pido una autocrítica.
—Sí, tal vez no haber hecho conocer con oportunidad la obra de gobierno, sin que esto signifique hacer propaganda gubernamental. No haber sabido trascender los actos del gobierno. No informar. Si durante el gobierno del doctor Illia se hubiera facilitado un conocimiento cabal de lo que se hacía, yo creo que no hubiera prosperado la falsa imagen que se hizo del gobierno. No se defendió.

EL FUTURO Y ALGUNOS HOMBRES
—En caso de ser elegido presidente, ¿cómo piensa encarar las relaciones con las Fuerzas Armadas?
—Las normales y naturales que tienen que tenerse. Yo creo que respetándonos mutuamente, dejando que cada fuerza cumpla el rol que le corresponde, vamos a andar bien. Además, yo suscribo la idea de que deben participar en el gabinete, en condiciones de ministros, como fue siempre.
—Las Fuerzas Armadas se hallan en el ejercicio del poder; ¿cómo cree que será su retirada, aun cuando participen a nivel ministerial?
—No, no hay que hablar de retiradas ni de derrotas sino del reencauzamiento del país. Le puedo asegurar que no soy un enfermo de optimismo, pero...
—A veces lo parece, doctor.
—Sí, por algunas observaciones. Pero es que también las Fuerzas Armadas desean tener un presidente con autoridad. Fíjese lo que le estoy diciendo.
—¿Lo desean unánimemente?
—Unánimemente. En todas partes hay gente que piensa de una u otra manera, pero así como el país quiere tener un presidente, las Fuerzas Armadas también quieren tenerlo. Caso contrario no habría proceso y se desencadenaría en el país alguna circunstancia en la que cada uno tendría que asumir distintas responsabilidades
—¿Y usted considera esa eventualidad?
—Estoy casi seguro que no va a llegar. Pero le aseguro que tengo el ánimo preparado, por si llega, para saber dónde está el deber que tengo que cumplir.
—¿Podría usted responder sintéticamente lo que le sugiere cada
uno de los nombres que le daré a continuación? ¿Puede ser?
—Puede ser, si no son muy difíciles.
—No, son muy fáciles. Perón, por ejemplo.
—Un hombre que conoce el país por lo que hizo y un hombre al que el país quiere verlo prestando, como él dice, el último servicio a la República hasta garantizar su paz y su seguridad.
—¿Lanusse?
—Un general.
—¿Manrique?
—Eh, Manrique... Es una circunstancia del país.
—¿Alfonsín? —Un valor.
—¿Onganía? —Un general frustrado.
—¿Levingston? —Otro general frustrado.
—¿Balbín?
—Un hombre honrado.
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ALFONSIN: PORTEÑOS A MEDIO CAMINO
"Debemos reconocer que fuimos derrotados". Con esas palabras Raúl Alfonsín (45, seis hijos, un nieto) inició el lunes 27 la conferencia de prensa en la que el Movimiento Renovación y Cambio del radicalismo admitió la victoria del mítico Ricardo 'Chino' Balbín en las elecciones partidarias que lo ungieron como candidato a presidente de la Nación. Ojeroso, demacrado, jugueteando nervioso con un cigarrillo interminable, Alfonsín era la imagen del agotamiento.
A la mañana siguiente, empero, parecía otro hombre. Recién afeitado y sonriente recibió a Siete Días en la casa de su madre, en Buenos Aires, a una cuadra de Callao y Santa Fe. Una discreta remera celeste reemplazaba al traje y corbata de rigor: un símbolo, quizás, de que su campaña había ya culminado. Claro que bastó con que el reportaje se internara por senderos espinosos para que "el hombre de reserva" —como lo llaman sus correligionarios— abandonara su asiento y comenzara a caminar, dando enormes zancadas, por toda la habitación.
—¿Cómo valora el número de sufragios obtenidos por su fórmula?
—Antes de la elección nosotros creíamos que podíamos ganar. De todos modos, 15 mil votos de ventaja para nuestros adversarios sobre 300 mil votantes indican que realizamos una buena elección en casi todos los distritos, considerando que nuestros dirigentes debieron luchar contra la experiencia de hombres más avezados.
—¿Por qué piensa que fue derrotado?
—Bueno, no sé. Básicamente por la Capital Federal. En el resto del país vencimos por alrededor de 6 mil votos, que no fueron suficientes para neutralizar la oposición de los más importantes dirigentes porteños. En Capital, nuestro esfuerzo estaba destinado a que el afiliado tomara su determinación por su propia voluntad; en ese sentido, el alto grado de abstencionismo indica que muchos correligionarios se quedaron a mitad de camino. Esto quiere decir que por una parte querían votarnos, pero por otra no querían sufragar en contra de sus dirigentes.
—¿A qué atribuye el apoyo de los sectores unionistas —tradicionales adversarios del balbinismo— a su adversario? Porque los votos del unionismo fueron decisivos ...
—Prefiero no analizar eso. El doctor Balbín es ya candidato del partido y lo que importa es señalar que el radicalismo ha dado un ejemplo al país, ejerciendo la democracia interna en su seno de la misma forma que la reclama para el país.
—Pero usted aludió recién a la influencia de los dirigentes de las parroquias porteñas sobre la voluntad del afiliado. No se trata de un hecho que pueda tomarse como modelo democrático.
—Bueno, esos son los problemas de la democracia en todos lados.
—Algunos sectores de su movimiento llegan a calificar a Balbín de oficialista, insistiendo en su vinculación con el ministro Mor Roig. ¿Apoyarán ustedes a Balbín en las elecciones generales de marzo?
—Nosotros trabajaremos por el radicalismo. Hemos ido a una elección, lo que implica subordinación a la voluntad de los afiliados. En consecuencia, haremos todo lo posible para que el radicalismo triunfe en los próximos comicios generales. Y por otra parte, lucharemos para afirmar la línea del radicalismo histórico para instaurar una auténtica democracia social.
—¿Eso quiere decir que Balbín no se inscribe en la línea del radicalismo histórico?
—Yo hablo de lo mío.
—Pero si Balbín llegara a presidente de la Nación, ¿gobernaría de acuerdo a los postulados de la renovación?
—La convención del partido ya sancionó la plataforma radical, que será defendida por todo afiliado que acceda a cargos públicos.
—Hay núcleos que apoyaron su candidatura y que no parecen tan bien dispuestos como usted a apuntalar a Balbín. ¿Qué opina de ellos?
—Esa posibilidad no existe. Tenga la seguridad de que vamos q trabajar todos unidos. Además tenemos candidatos a diputados, gobernadores, legisladores provinciales . . .
—Según versiones no desdeñables, Juan Perón sería partidario de un gabinete de coalición. ¿Debería ¡a UCR participar de él?
—Nosotros hemos dicho reiteradas veces que la UCR debe concurrir a los comicios generales con su propia fórmula. Ello no implica sectarismos de ninguna especie. Deseamos trabajar en común con todos los sectores populares.
—¿Incluso en un gabinete de coalición?
—Varias veces hemos afirmado que el radicalismo podía llamar a
colaborar en su gobierno a otros sectores, con la única limitación de que trabajen por la liberación nacional. No hablemos de gabinetes de coalición.
—¿Incluye dentro de esos sectores a la mesa de trabajo que ha integrado el justicialismo con otros partidos?
—Ya le dije que queremos trabajar con todos los sectores populares. No veo la posibilidad de llegar a ningún acuerdo entre quienes están al servicio del statu quo y quienes quieren producir el cambio para terminar con los privilegios y las injusticias. Nos faltan datos para conocer las reales intenciones de todos los núcleos que trabajan en la mesa que usted menciona.
—¿Considera usted que la mayoría de esos grupos —o al menos los más importantes— están al servicio del statu quo?
—Le reitero que me faltan datos.
—En algún momento se rumoreó que usted era un posible candidato de acuerdo entre las Fuerzas Armadas y Perón. ¿Aceptaría usted ser candidato en esa circunstancia si la Convención Radical lo acordara?
—Es la primera información que tengo. Nunca se habló de semejante cosa. Yo he sido candidato dentro de la UCR y no he triunfado. En consecuencia mi candidato es el elegido por los afiliados.
—En el caso que sea necesaria una segunda vuelta para designar al presidente de la Nación, ¿apoyaría usted una alianza entre el radicalismo y otra tuerza política?
—El radicalismo no va a cambiar su fórmula.
—¿Cómo costeó su campaña dentro de la UCR?
—El costo fue muy bajo y se hizo con el aporte de dirigentes y simpatizantes en un esfuerzo que debemos agradecer.
—Le formulo la pregunta porque se comenta que hacendados bonaerenses partidarios suyos le pidieron —antes de aportar fondos— explicaciones sobre sus postulados de reforma agraria ...
—No se me hizo ninguna pregunta. Además, yo siempre mantengo mis postulados en todos los aspectos, incluso en lo relativo a la reforma agraria.
—¿Cuáles son sus diferencias con la fórmula que postuló al doctor Balbín?
—La plataforma aprobada, por el partido tiene objetivos máximos y mínimos. Nosotros planteábamos los objetivos máximos.
—Sintéticamente, ¿cuál es su opinión sobre Lanusse, Perón, Manrique, Balbín y Alfonsín?
—No deseo formular apreciaciones de tipo personal.
—Para terminar, ¿cree que habrá elecciones libres en marzo?
—Sí, porque el pueblo las reclama.
OSCAR MUIÑO

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LOS VOTOS: ¿DE DONDE SALIERON?
Algunos políticos suelen aplicar un viejo aforismo: "Los enemigos de mis enemigos, son mis amigos". Y los recientes comicios internos de la Unión Cívica Radical no hacen sino reafirmar la vigencia de ese álgebra que provoca —acaso con justeza— la perplejidad del hombre común.
Así, la Capital Federal —un lugar tradicionalmente "difícil" para el balbinismo— se transformó en esta oportunidad en la llave maestra del triunfo del viejo líder. Es que Julián Sancerni Jiménez, llamado el "dueño de los votos" de las parroquias porteñas, militó siempre en el unionismo, una corriente conciliadora del partido, heredera de Marcelo de Alvear. Contra ella combatió tenazmente el yrigoyenismo, en cuyas filas se enorgullecía de actuar Balbín. Pero el deterioro del unionismo y la aparición de una línea renovadora encarnada por Raúl Alfonsín hizo que Sancerni Jiménez optara —según algunos analistas— por "el mal menor", votando al candidato más reposado, olvidando antiguas diferencias.
En las antípodas, las nuevas camadas de boinas blancas, nucleadas
en la Juventud Radical Revolucionaria, se inclinaron en los últimos meses hacia posiciones de Izquierda, similares a las del radicalismo chileno que, como se sabe, integra el gobierno de la Unidad Popular. Para los jóvenes, Alfonsín no era la figura ideal. No obstante, creyeron que su eventual triunfo provocaría un reacomodamiento de fuerzas dentro del partido, donde la JRR aparecería como nuevo polo de Izquierda. Su objetivo fue conseguido sólo en parte: el unionismo padeció una sensible pérdida de influencia, y los sectores más ferozmente antiperonistas fueron neutralizados, pero Balbín —su opositor fundamental— continúa a la cabeza del aparato partidario.
El balbinismo, con prudencia, minimizó sus diferencias ideológicas con los renovadores, una actitud que Alfonsín aceptó tácitamente, negándose a marcar distingos programáticos tal como la juventud esperaba. Es que la línea separatoria entre ambos candidatos quizás sea mucho menos profunda que la que ostentan algunos de sus respectivos apoyos. Porque desde el unionismo, las juventudes radicales que elevaron la figura de Alfonsín son vistas como casi bolcheviques; para aquéllas, a su vez, las huestes de Sancerni Jiménez defenderían privilegios reaccionarios.
De todos modos, no faltaron las sorpresas; entre ellas figura el apoyo de Roberto Cabiche —miembro del Encuentro Nacional de los Argentinos y sindicado como hombre del ex presidente Arturo Illia— a Ricardo Balbín. Una actitud llamativa, máxime si se repara en la simpatía evidenciada más de una vez por dirigentes del ENA hacia el caudillo renovador.
A mediados de semana —mientras un cónclave de las juventudes radicales barajaba entre otras la posibilidad de negar su apoyo a Balbín en las elecciones de marzo— Siete Días requirió las opiniones de los dirigentes que, sin responder Incondicionalmente a Balbín o a Alfonsín, votaron por uno u otro en los recientes comicios. Lo que sigue es una síntesis de esos diálogos.

JULIAN SANCERNI JIMENEZ (68, un hijo, presidente del sector Unidad de la Capital Federal): "Balbín ganó por ser la figura más representativa del radicalismo. La ciencia política determina que, cuando se trata de pronunciamientos de este tipo, la norma consiste en optar por el Número Uno. Por eso yo lo apoyé. Por supuesto, eso no significa desmerecer a Alfonsín, un político de extraordinario valor que emula a Balbín y que libró una encarnizada batalla electoral. El radicalismo triunfará en las elecciones de marzo y reiterará la necesidad de una coalición para gobernar el país. Y aunque la UCR no esté en el gobierno, igual gobernará desde las cámaras de representantes".

LEOPOLDO MOREAU (26, fundador y dirigente de la Juventud Radical Revolucionaria): "El triunfo de Balbín abre una etapa crítica en el radicalismo, no sólo porque —injusta o justamente— la imagen de Balbín no es la que conviene al radicalismo, sino porque constituye un retroceso desde el punto de vista programático e ideológico. Para nosotros, esta fue una lucha interna que tuvo su acento en diferencias políticas, estratégicas y tácticas. Estas diferencias pretendieron ser disimuladas por el balbinismo, pero existen a juicio de la juventud, aunque algunos militantes del movimiento renovador no lo quieran manifestar".

ROBERTO CABICHE (49, tres hijos, dirigente radical y secretario general del Encuentro Nacional de los Argentinos): "El bajísimo porcentaje de votantes evidencia que la estructura partidaria no da respuestas a las preocupaciones de los afiliados. Yo voté (lo hice por Balbín), pero el conjunto de los afiliados se abstuvo. La derecha triunfadora se aleja cada vez más de las masas. Hay quienes creen que Alfonsín representa a un sector de izquierda, pero no es así. Las bases radicales permanecen a la expectativa y se orientarán junto a las corrientes populares".

AQUILES FORTUNIO (31, convencional nacional por la Capital Federal, piloto de la Juventud Radical moderada): "Ni Balbín ni Alfonsín tienen ideas distintas. Alfonsín es el discípulo dilecto de Balbín y está hecho a su imagen y semejanza. Si no fuera por la tradición federalista del partido, me gustaría mucho que Raúl fuera candidato a vicepresidente"

Revista Siete Días Ilustrados
01.12.1972

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