Facundo Cabral
Yo soy de aquí y no de allá
Volver al índice
del sitio
FACUNDO CABRAL SE FUE A RECORRER EL MUNDO CON SU GUITARRA, SUS SANDALIAS, SU CAMISA DE TRABAJO Y SUS POEMAS CANTADOS POR LOS CUALES APENAS LE PAGABAN $ 5.000 POR NOCHE. VUELVE UN AÑO DESPUES CON CONTRATOS MILLONARIOS, EL OPERA PARA EL SOLO, GIRAS PROGRAMADAS Y EL EXITO GRANDE.

La misma camisa, el mismo pantalón y las mismas sandalias de hace un año, cuando se fue de Buenos Aires. Sólo que hace un año ese pantalón, esa camisa y esas sandalias se justificaban: Facundo Cabral (ex Indio Gasparino), cantor y no cantante según su propia definición, rebelde y agresivo, compositor de temas de protesta y de otros donde aflora lo mejor de su condición de poeta, guitarra al hombro, barba y pelo enrulado, mirada displicente y bolsillos vacíos, recorría pequeños reductos de Buenos Aires tratando —algunas veces en vano— de que alguien entendiera lo que él componía. No ganaba mucho. A veces trabajaba sólo por la comida. Otras veces ni por eso.
Pero sucede que un día ese mismo Facundo Cabral, que ahora tiene 35 años, decidió irse. Caminar. Conocer. Aprender.
No lo llevaba ni el deseo del éxito o de la popularidad o del dinero. No había tampoco revancha, desafío o resentimiento en esa ida. Se fue no más, como un acto mecánico, casi inconsciente. Y le fue bien. Muy bien ("Hice ruido y la pegué" —serán sus palabras.) En España, Venezuela o México empezaron entonces a pagarle sumas millonarias por cada actuación. Ya no eran más los dos o tres "raros" y constantes trasnochadores que lo escuchaban. Ahora eran los mejores hoteles, las mejores boites, los anfiteatros con veinte, quizás treinta mil jóvenes y no tan jóvenes que agradecían sus cosas. Sus viejos long-plays —largo tiempo apilados en las empresas discográficas— comenzaron a sacudirse el polvo y a circular entre un público que de pronto descubría "algo" en ese payador de gesto hosco, mirada franca y temas distintos.
¿Había cambiado el público o era Facundo Cabral el que había cambiado? Ahora, después de ese largo año, está otra vez en Buenos Aires. Será figura en la televisión, dará recitales en el teatro Opera, se le abrirán otras puertas. Seguro.
Sin embargo la camisa, el pantalón ("Me lo compró mi madre cuando me fui porque no tenía con qué viajar") y sus sandalias siguen siendo las mismas. Exactamente las mismas. ¿Pose? ¿Rebeldía? ¿Autenticidad?
Este es un buen momento para responder a todas estas preguntas. Por eso, sentado en un sillón del Hotel Brístol, de Buenos Aires ("No quiso parar ni en el Sheraton ni en el Plaza ni en el Alvear" nos dirá su representante), Facundo Cabral, 35 años, se entregó a este diálogo —a veces monólogo— en un intento por radiografiarse. Por decir quién es y qué quiere. Qué le pasó, y por qué le pasó. En otras palabras, por explicar si este Facundo Cabral es un hombre nuevo, o es el mismo que hace un año se fue de Buenos Aires.

"NO SOY UN CANTOR MASIVO"
—Vamos a comenzar por donde se debe, Facundo. ¿Por qué te fuiste?
—Un día, en Buenos Aires, fui al teatro a ver a un tipo que se llama Marcel Marceau. ¿Lo conocés? Es el que hace mímica. Bueno, ese tipo me trastornó la vida. Recuerdo que yo vivía en una pensión frente al Maipo. Cuando ese día llegué de vuelta a la pensión empecé a romper todas las cosas. "Caramba, me dije (en realidad la expresión exacta es otra), este tipo me dio algo distinto. Me hizo sentir un montón de cosas. ¿Qué hago entonces yo arriba de un escenario?
—¿Cómo sabías que no le dabas vos lo mismo a tu público? ¿Que no le hacías sentir algo diferente?
—Porque yo era muy agresivo. Porque el público me silbaba y yo perdía el control. Porque llegué a decir sobre un escenario cosas que ahora me llenan de vergüenza, porque siempre creí que estaba enojado con el mundo, cuando en realidad estaba enojado conmigo mismo. Porque un día llegué a gritar, frente a una sala repleta de público: "Yo a ustedes los odio. Por mí pueden irse al diablo (acá tampoco la expresión es precisamente ésa). Ustedes lo que están esperando es que aparezca la vedette. Nada más. Entonces lo mejor que yo podría hacer ahora es dejar de cantar y sentarme al lado de ustedes a esperar a la vedette". Y así lo hice. Cuando terminó el espectáculo, y me fui a casa, no me sentía tan mal. Empecé a darme cuenta entonces de que me estaba curando. En otro momento hubiera reaccionado con mucha más violencia. Pero pensé que tantas personas juntas no podían estar equivocadas. Que el equivocado tenía que ser yo.
—¿Por qué equivocado?
—Porque yo no soy —y quizá nunca llegue a ser— un cantante masivo. Mi público es una minoría. Una minoría que está buscando lo mismo que yo: llegar a ser un hombre. Para ese público y para mi, sólo existe una vedette: la vida. Porque la dignidad, la justicia, la igualdad no son más que hijas menores de esa única vedette que se llama vida. Todos los tipos que hacen cosas, que son inquietos, que no se quedan, son mi público. Yo podría ir ahora a cantar en una cancha de fútbol. Pero sería un fracaso. Hay mucho público que no tiene interés en lo que yo hago. Por lo menos acá. Estoy un poco cansado de que me hablen de las mayorías. ¿Qué es el pueblo, o la canción del pueblo? Yo no lo sé. Hay mucha gente que no hace nada, que se queda sentada, cómoda, que no hace ningún esfuerzo por mejorar, por progresar. Bueno, esa gente no es mi público. Yo soy un cantor, no un cantante.
—¿Y cuál es la diferencia?
—Cantor es el que tiene por qué. Cantante es el que tiene con qué. Yo siempre grabé o actué solo con mi guitarra. Porque lo que me importaba era decir cosas. Lo mío se acerca mucho a lo que hace un payador. Por eso Atahualpa Yupanqui es para mi el hijo dilecto, el heredero directo de los payadores. Y en homenaje a él, por toda la admiración que le tenga, es que el único tema que canto, y que no es mío, es "Los ejes de mi carreta". Es como un homenaje a Atahualpa, ¿sabés? En lo mío lo importante es, también, la idea. En cambio en los cantantes no. Los cantantes me producen un gran placer estético al oírlos. ¡Caramba! Un Sinatra o un Tonny Bennet me produce un gran gozo. Pero no es el mismo que siento escuchando a Atahualpa, a Mercedes o a Néstor Feria, ese excelente cantante de milongas sureñas. Lo que los identifica a todos ellos es la honestidad ante sí mismos. Y la autenticidad. Yo no digo que los otros no sean auténticos u honestos. Sólo digo que es algo diferente.
—Si lo que vos hacés es auténtico, y es honesto, ¿por qué sólo lo entiende una minoría?
—Porque a la mayoría no le interesa pensar. Porque se sienten bien como están, sin sobresaltos, sin inquietudes. Antes había mucha gente que me reprochaba: "Pero, Facundo, ¿cómo te olvidás del pueblo, y aceptas cantar en un café concert?" ¿Pero sabés lo que pasa? Que esa minoría de "café concert", como la llamaban, es la que siempre me dio de comer. Se abría un reducto, y me llamaban. Entonces comía. La colonia judía inventaba fiestas para darme trabajo, para darme de comer. ¿Sabés cuánto me pagaban a mí en la televisión? Me pagaban nada más que 5.000 pesos de los de antes por actuación. Ellos decían que era un viático porque les daba vergüenza decir que era otra cosa. El cachet máximo que llegué a ganar en televisión fueron $ 15.000. Y el cachet máximo que me pagaron en mi vida me lo pagó Susana Rinaldi el verano anterior en Mar del Plata. Me llamó para actuar en Magoya y me preguntó cuánto quería por noche. "Dame lo que quieras —le dije—, dame 15.000." Ella, entonces, me dio 25.000.
—Vos, que te definís como un cantor. Un cantor sólo con su guitarra. ¿Por qué grabaste tu último long play acompañado, por la enorme orquesta de Waldo de los Ríos? ¿Eso significa un cambio?
—Para mí eso fue un lujo. Le tengo una tremenda admiración y respeto como músico y como ser humano. Waldo es el primero que hizo folklore orquestado —y orquestado en serio— en el mundo.
Grabé ese disco con él casi exclusivamente por mi gusto, para mi satisfacción. Ya te dije. Fue un lujo.

"YA NO ME INTERESAN LAS CANCIONES DE PROTESTA"
—Vos antes eras agresivo, y componías canciones de protesta. Ahora ya no sos una cosa ni hacés la otra. ¿A qué se debe el cambio?
—Si, es cierto. Yo fui uno de los primeros en hacer canciones de protesta. Hace 10 años te hubiera dicho: "La canción tiene que estar comprometida con la realidad". Ahora yo no sé qué es la realidad. Ya no sé si yo soy yo, o lo que pienso que soy. Antes cantaba, "La culpa es del silencio" y perdía tres preciosos minutos hablando de un tipo que no me gustaba, en vez de hablar de Tandil, o de mi madre, o de mi alma. O cantaba, por ejemplo, "Dale, dale, Federico", donde le contaba a un señor, irónicamente, cómo era su vida, y el señor era tan masoquista que me aplaudía. Un día estaba en un café concert cantando esa canción y de pronto me sentí mal, me sentí estúpido. Ahí mismo decidí guardar mi guitarra y no cantar más esas cosas. Ya había empezado el cambio en mí. Si seguía cantando esas cosas de protesta era por inercia. No es que esté en contra de la protesta. Pero dejo que la hagan otros. Eso ya no tiene sentido para mí. Ya no quise seguir hablando de lo peor, aunque hablar de lo peor me hubiera traído mucho éxito. Decidí hablar de lo mejor, decidí llegar a ser un hombre que valga la pena, un hombre útil. Yo sabía que con eso me perjudicaba. ¿Y sabés lo que pasó? Que quizá empezó al principio a haber menos público. Pero era un público que me lo agradecía mejor. Ahora al público le propongo cosas. Un día se me cruzó en la vida un Buda, un Zoroastro, y se me cambiaron las cosas. En México, sobre un escenario, le conté a la gente que me sentía feliz. Le dije también por qué me sentía feliz. Y me bajé de ese mismo escenario llorando. Te lo juro, llorando por e| agradecimiento del público. Por primera vez, por primera, ¿eh?, me sentía útil, compartí lo que me regaló la vida. Por eso te digo que lo que me está pasando no es un éxito. Lo que me está pasando es una buena relación humana: le hago escuchar al público lo que quiere escuchar, lo que está ansioso por escuchar. Si yo en mis canciones no recordara a Tandil, o no hablara del buen sol, del pan casero, de las flores o del mar, no tendría por qué cantar.
—¿Nunca más volverás a cantar alguna de esas viejas canciones de protesta?
—Mi actitud, ahora, es de amor ante la gente. Y no quiero hacer concesiones. Yo sé que si ahora vuelvo a hacer esas canciones de protesta el público me ovacionaría. Pero eso sería muy fácil. Esta noche, vas a ver, actúo en San Lorenzo. Y voy a hacer una de esas canciones de crítica. Vas a ver también, que el público me va a ovacionar. Pero ya no quiero más eso. Ya no quiero compartir con el público más lo que a mí me gusta que lo que me parece positivo.
—Entre tus temas actuales hay uno que se llama "Pobrecito mi patrón", y que en una de sus partes dice: "Pobrecito mi patrón,/ piensa que el pobre soy yo" o "Más que el oro es la pobreza/ lo más caro en la existencia". ¿Cómo
debe entenderse ese tema? ¿Es o no de protesta?
—No, no es de protesta. Tampoco es una crítica o una subestimación. Es sólo un punto de vista mío frente a la sociedad. Antes le cantaba a todo el mundo. Ahora me canto sólo a mí con respecto de las cosas y las personas. Si el público entiende este tema como de protesta, ya es una cuestión del público. Yo no tengo la culpa si fabriqué un Cadillac y la gente cree que es un barco. Si ésa es una canción de protesta, yo soy Frank Sinatra.

"ME VOY A VIVIR A PARIS"
—De aquí en más, ¿qué vas a hacer?
—Mirá, si yo fuera un tipo lógico, cuerdo, ahora me quedaría en España. Porque en España me va muy bien, y porque por primera vez en mi vida veo un peso. Pero no, no lo haré. Iré a España sólo una vez al año.
—Entonces, ¿te vas a quedar en la Argentina?
—No. Me voy a ir a vivir a Francia. A París. Y en París voy a seguir un curso de dos años en la Sorbona sobre budismo Zen. Es decir que voy a volver a estudiar. Hasta ahora el budismo Zen es lo más inteligente que encontré. El hombre tiene que aspirar a parecerse a Cristo. Esa es la verdad. Ya sé que a mí me falta mucho. Pero lo intentaré.
—¿Pensás actuar también en París?
—Sí, y quizá tenga que empezar de cero. Y quizá fracase. Pero no puedo dejar de intentarlo. No puedo dejar de hacerlo.
—¿Qué es lo primero que hiciste cuando llegaste ahora a Buenos Aires?
—Ir a la calle Florida a ver a las mujeres argentinas, que son las mejores del mundo, y ver a mis amigos. Desde que llegué me encontré como con 45.000 amigos. ¿Y sabés una cosa? Les encontré a todos en el mismo lugar, en el mismo bar, hablando de los mismos temas de siempre y con las escasas inquietudes de siempre. Yo me di cuenta que mi destino no es ése. Que mi destino es caminar. Qué querés que te diga. Yo conocí el museo del Louvre, el museo del Prado, la plaza de San Marcos, todas las cosas buenas que hicieron los hombres. ¿Cómo no voy a querer, entonces, ser mejor? ¿Cómo no voy a querer seguir caminando de frente al sol, siempre de frente al sol?
—Facundo, ¿estás resentido? Quiero decir. ¿Te duele que recién ahora te descubran acá?
—No, no estoy resentido. Ahora soy absolutamente un tipo de voluntad. Y quiero hacer cosas. Claro que también me gustaría triunfar en mi país. ¿Y sabés por qué? Para no defraudar a Paco Bermúdez, que es también el representante de Raphael, y que fue uno de los pocos que confió en mí, junto con Raúl Villarino. No quiero defraudar a esa gente, ¿sabés? Pero yo canté allá en el extranjero casi las mismas canciones que ya cantaba acá. Sólo que acá no me escuchaba nadie. Mirá, hace más o menos cinco años el Veco Rota, que estaba en Odeon, me dijo: "Facundo, vamos a nacer un long play, y quizá dos". Yo le dije que era una locura, que conmigo no pasaba nada, que no se iba a vender ninguno. No me hizo caso y lo hicimos. Tal como yo se lo había dicho, no se vendió ninguno. "No importa, Facundo —me consoló—, yo lo hice para tener el placer de escucharlo cómodamente en mi casa con mi familia" Después de eso me voy a Venezuela, me voy a México, me voy a España, empiezo a golpear, a insistir y también empiezo a sonar. Entonces Odeón se apresura a sacar antes que nadie, del olvido, ese viejo disco mío. Si no hubiera ocurrido eso, antes me hubieran pagado para que no cantara más, para que Rota no se tentara y me diera la oportunidad de otro long play. Y en ese long play estaban ya "No soy de aquí ni soy de allá" y "La señora de Juan Fernández". Yo, a veces, en el Teatro del Centro llegué a cantar dos horas para un solo espectador. Uno solo, ¿te das cuenta? Ese espectador único con el tiempo llegó a ser un gran amigo mío: es el psicólogo Fernando Tasende. Y ahora, cuando llegué de vuelta a mi país, me sentí muy bien. ¿Sabés por qué? Porque me sentí igual de contento que cuando llego a cualquier otra parte. Quiere decir que ahora soy un tipo sano. Y cada vez más mi vida estará en otros lados. Cada vez voy a tratar de vivir en forma más religiosa, que es, en última instancia, nada más que comprender. Mi raíz seguirá siendo nacional. Yo me siento más argentino que nadie. Cuando en España no tengo nada que hacer me voy a ver a Cafrune, que está actuando allá. Pero no me quedaré acá. Voy a seguir caminando.
—¿Qué hiciste, o qué hacés con el dinero que ganaste?
—Todo lo que gano se lo mando a mi madre, Sara, que vive en Tandil. Y no lo hago por ser buen tipo sino por sacarme el dinero de encima. El dinero me molesta, no me sirve para nada. Yo vivo con nada. Fijate, el pasaje, la estada, la comida, me la paga el que me contrata. Yo no necesito nada. ¿Sabés lo que hace mi madre con el dinero? Lo guarda en el Banco. Ya sé que no sirve para nada. Pero ella es feliz así. Pero con esto del dinero me di cuenta de una cosa más bella aún: no sólo que a mí no me interesa sino que tampoco le interesa a mi familia. Un hermano sigue trabajando en el Banco. El otro es bombero. A mi madre le compré una casa nueva. Cuando seguí ganando, le dije: "Vieja, tirá esa casa y cómprate otra mejor". ¿Sabés lo que me dijo ella: "No..., ¿por qué? Si ésta está bien". Eso es sabiduría. Sí, la plata me la quiero sacar de encima porque no sirve para nada. ¿Pero sabés por qué no dejo de cobrar? Porque si vos no cobrás te manosean. Porque si yo no cobro no podría cantar "Pobrecito mi patrón". En España gano 70.000 pesetas por actuar en una gala (show). Son más o menos 1.500 dólares. Es la primera vez en mi vida que veo un peso después de 15 años de estar en esto. Te lo juro. Pero ya te lo dije, no sirve para nada. Por eso tengo mí misma camisa, mi mismo pantalón, mis mismas sandalias. . .
—¿Alguna vez pensaste en casarte?
—No, no me casaría, pero viviría con una mujer. El casamiento me haría sentir atado. ¿Hijos? Si, eso sí que me gustaría tener, pero todavía no me los merezco. Yo no sería un buen padre, porque me gustan todas las mujeres, y haría sufrir a la madre. Y porque si mi hijo me preguntara un día: "Papá, ¿qué es la verdad?", yo no sabría qué contestarle. Por lo menos ahora no puedo hacerlo.
—Tres cosas, sueltas. Facundo, que quieras comentar. . .
—Una gran alegría: mi madre viajará desde Tandil para ver mí recital en el Opera. Ella hace un buen tiempo que se está haciendo un vestido para eso. Para ella eso es muy, pero muy importante. Es como actuar en el Colón, ¿sabés? Una conclusión: no creo en la publicidad, en la promoción ni en los promotores. Creo, sí, que la oportunidad tiene que dársela uno mismo. ¿Y sabés cómo? Andando, golpeando, insistiendo. Y por último: que todavía hay una sola cosa que me saca de quicio: la mediocridad.
Corrientes, y Florida, y todos los bares, todos los mozos, todas las esquinas y todos los amigos de un Buenos Aires que hoy lo recibe por la puerta grande, sienten ahora, al abrazarlo, que este Facundo Cabral no ha cambiado. Que no ha cambiado, por lo menos, en lo que a ellos les importa.
Porque, como él dice, es muy cierto que solamente lo barato se compra con el dinero.
RENEE SALLAS
Fotos: RICARDO ALFIERI (h.)
Revista Gente y la Actualidad
08.03.1973

Ir Arriba

 

Facundo Cabral
Facundo Cabral
Facundo Cabral
Facundo Cabral