Un mar de zozobrasNunca como la semana
pasada el Gobierno Illia sintió llover sobre si un aluvión tan
abrumador de conflictos, ataques e incertidumbres. Nunca,
tampoco, su estabilidad pareció tan frágil, tan a punto de
quebrarse. Nunca como la semana pasada, en fin, sus hombres
vivieron tan pendientes de cada hora que pasaba, y esa confusa,
anhelante espera, ese suspenso, acabaron por trasladarse a buena
parte, sino a toda la población.
Los hechos detonantes fueron
solamente dos. Uno de ellos, de carácter institucional; el otro,
interno.
• El discurso del Comandante en Jefe del Ejército,
general Pascual A. Pistarini, el 29 de mayo, en el que sentó
doctrina y explicitó las críticas del arma al Gobierno (ver Nº
179).
• El relevo del brigadier Hugo Martínez Zuviría de su
cargo de director de la Escuela Nacional de Guerra, el miércoles
1º de junio.
El mensaje de Pistarini fue como un reguero de
pólvora, si bien no encontró desprevenido al Gobierno. En
círculos oficiales se había intuido una dura reacción del
Ejército: hasta tal punto que —ahora se sabe— estaba preparado
el relevo del Comandante en Jefe y su reemplazo por el general
de división Carlos A. Caro, a quien la Casa Rosada juzga más
dúctil y a quien, sin embargo, no consultó sobre el caso.
De
todos modos, el lunes, a las 24 horas de pronunciado el
discurso, el Gobierno advirtió que el relevo de Pistarini o la
aplicación de una sanción no sólo encenderían una hoguera en las
Fuerzas Armadas: carecían de asideros, puesto que el Comandante
en Jefe no había cometido falta disciplinaria alguna. El lunes
por la mañana, el Ministro de Defensa trató el tema en una
conferencia con el Presidente; quedó resuelta, entonces, una
tercera estrategia: diluir el impacto de la alocución.
Por la
noche, Suárez divulgó copias de una declaración suya de 570
palabras en la que califica de "alentadoras" las expresiones de
Pistarini "porque son un reconocimiento importante de la labor
cumplida [por el Gobierno]". Al mismo tiempo, señala
coincidencias entre el mensaje de Pistarini y el que Illia
leyera ante el Parlamento el 1º de mayo, así como con
manifestaciones del Ministerio de Defensa.
La declaración de
Juárez fue recibida por los altos mandos como una mezcla de
burla y agresión. Tuvo otro efecto: aumentar las adhesiones que
a partir del domingo comenzaron a llegar hasta el Comandante en
Jefe, por parte de civiles y militares (entre ellas, la más
inesperada fue la del general retirado Lorio, Comandante en Jefe
en agosto de 1962, cuando Juan Carlos Onganía lanzó su famoso
memorándum en pro de un Ejército legalista y profesional). Un
último efecto: el martes, por radiograma, se resolvió que el
discurso de Pistarini fuera leído en todas las guarniciones.
En los ambientes oficiales se esgrimieron dos opiniones sobre
las declaraciones de Suárez. Para los núcleos más optimistas,
fue un acto de habilidad, "un síntoma de la fuerza del Gobierno
frente a los militares", según dijo a Primera Plana un
legislador. Para otros, inclusive el balbinismo, fue un paso
apresurado, dada la magnitud e importancia que conceden al
mensaje de Pistarini. "El Ministro ha ido demasiado lejos",
admitió un funcionario de la Casa Rosada. El Diputado Antonio
Troccoli, balbinista, hasta se hizo eco de las palabras del
Comandante en Jefe al señalar que el Gobierno debería ejercer su
autoridad de manera más efectiva.
A pesar de que entraña una
defensa del Poder Ejecutivo (aunque sin mencionar a Illia, como
era habitual), los dos documentos emitidos el miércoles por la
Convención Nacional de la UCRP preconizan que el Gobierno se
muestre respetuoso de las Fuerzas Armadas, "propugne su unidad y
jerarquía y asegure una armónica voluntad de realizar para bien
y ventura del pueblo". Hay, también, una reconvención a las
FF.AA.: "Tienen una alta misión que cumplir y ella no debe ser
desnaturalizada con incursiones por el campo deliberativo".
En medio de estas disquisiciones hizo crisis el enfrentamiento
Martínez Zuviría-Suárez (ver Nº 179), motivado por la orden
ministerial de impedir la circulación, en la Escuela de Guerra,
de folletos o libelos que ataquen al Presidente Illia. El martes
31 se divulgaron los términos de una nueva carta de Martínez
Zuviría a Suárez (cuyas líneas adelantara Primera Plana), esta
vez de tono más violento, en la cual el brigadier rechazaba
conceptos de anteriores notas del Ministro.
"La prohibición
dispuesta por V.E. como consecuencia de lo delatado en
procedimiento innoble y subrepticiamente por un funcionario [se
refiere a la denuncia del diplomático radical Oscar Torres
Avalos, que desencadenó el litigio] es propia de procedimientos
dictatoriales, desde que es indecoroso e injusto", expresaba el
brigadier.
Una vez más, el Gobierno debió trazar un balance
de la situación. El Ministro de Defensa, que recibió la carta el
viernes 27, confiaba en silenciar el caso; pero la trascendencia
pública de la misiva lo colocó entre la espada y la pared. En la
tarde del miércoles discutió el problema con Illia: la ausencia
del Secretario de Aeronáutica (está en USA) facilitaba una
medida tajante. El Presidente consintió en que Martínez Zuviría
fuera removido y puesto en disponibilidad. La medida serviría,
de paso, para sondear la posición del arma, otear hasta dónde el
Gobierno tiene margen de maniobra y qué podría suceder si el
mismo remedio se aplicara, por ejemplo, a Pistarini.
Curiosamente, tocó al Subsecretario de Defensa, Hernán Cortés,
comunicar por escrito y con su firma, al brigadier Martínez
Zuviría, la decisión de Suárez. No se redactó el decreto de
rigor. De allí que Martínez Zuviría aprovechara para no darse
por enterado: "Espero el decreto", dijo a un periodista el
jueves 2, al llegar a la Escuela. El jueves se temió un desborde
de la Fuerza Aérea; ese día, el Comandante en Jefe brigadier
Adolfo T. Alvarez, llegaba a Córdoba y expresaba que había "una
absoluta normalidad en el arma". Ya entonces, los mandos de la
Fuerza Aérea habían resuelto tolerar el sacrificio de Martínez
Zuviría: el episodio no justificaba un alzamiento o una
resistencia. Era mejor esperar.
Entre tanto, versiones y
rumores se entrelazaban con las insistentes deliberaciones y
conferencias entre altos jefes militares. El jueves, la zozobra
alcanzó proporciones desmedidas y obligó al Ministro del
Interior, Juan Palmero, a pronunciarse: "No pasa nada. Existe
absoluta tranquilidad en el país", indicó. Las reuniones
militares son el resultado de "entrevistas habituales de
trabajo". No era así. Esas reuniones examinaron con total
franqueza las situaciones planteadas, y en ellas se examinó la
propia estabilidad del régimen.
Pero no bastaban las
garantías recitadas por Palmero: el Gobierno debía contrarrestar
el vaivén militar y el encrespamiento de esas aguas. Los
asesores de Illia encontraron el pretexto: el Presidente debía
promulgar la Ley 16.882, que dispone la erección del complejo El
Chocón-Cerros Colorados, y valía la pena transformar esa rutina
en una ceremonia de propaganda oficialista y en teatro de un
discurso presidencial que devolviera al Ejército (y a las
Fuerzas Armadas) la ola de criticas desatada.
La promulgación
se efectuó el viernes pasado, por la tarde, ante las cámaras y
micrófonos de las emisoras estaduales. Pero los observadores se
empeñaron en mostrar una sugestiva ausencia entre los jefes
militares presentes: la de Pistarini (asistieron, en cambio, sus
pares de la Aeronáutica, Alvarez, y de la Marina, almirante
Benigno Varela). El doctor Illia, con palabras aparentemente
improvisadas, contestó al mensaje de Pistarini del domingo 29.
"No se marcha en el país —arengó—, y esto lo he dicho muchas
veces, con expresiones verbalistas y huecas que no se ajustan a
la verdad del enfoque ni de la solución de los problemas
nacionales." El Gobierno "no lo llamará [al pueblo] ni lo
concitará para los debates estériles, para las divergencias,
sino para enfrentarlo a la verdad". Cualquier otro camino que no
sea el de la Constitución "es malsano".
"Cuando hablamos a
las argentinas y a los argentinos destacando la necesidad de la
estabilidad constitucional no nos queremos defender nosotros
como Gobierno, para durar. Nosotros no estamos acostumbrados a
este tipo de permanencia; somos hombres de lucha en uno u otro
lugar. No renegamos de la misma y tenemos las suficientes
fuerzas para seguir combatiendo... No estamos gobernando para
una parcialidad ni para un partido político, sino que lo estamos
haciendo para todos los argentinos. Ello nos obliga a ser
mesurados, equilibrados, sensatos y reflexivos. Esto tendrá que
comprenderlo el pueblo en todos los niveles."
Luego, durante
dos horas, Illia conversó con el Secretario de Guerra, general
Eduardo Castro Sánchez, y el Subsecretario, general Manuel
Laprida. Ambos militares volvieron a exponerle la ya
desesperante urgencia de rectificaciones a la política oficial
para frenar el inexorable avance de una rebelión.
Illia jugó
entonces una carta que escondía desde hace cinco meses para
utilizarla en el momento preciso: la intervención a Tucumán
(donde el caos crece; ver pág. 19), solicitada con insistencia
por las Fuerzas Armadas. "Palmero ya tiene listo el proyecto,
así que ahora lo enviaremos al Congreso". Para perfeccionar la
medida se acordó ofrecer a un militar el cargo de Interventor.
Si el Parlamento sanciona la iniciativa, lo cual es probable,
Illia habrá dotado a Castro Sánchez de un triunfo; a su vez, la
intervención le permitiría saltear, si llega hasta esa fecha,
las elecciones de 1967, que pondría a la provincia en manos del
peronismo. Pero los adversarios de Castro Sánchez no parecían
dispuestos a entusiasmarse ni a detener su ofensiva.
A la
misma hora, los brigadieres de la Aeronáutica, presididos por
Alvarez, clausuraban un segundo debate sobre el caso Martínez
Zuviría, quien a la mañana habíase despedido de sus
colaboradores en la Escuela. Una vez más, encontraron en Rafael
Valls al único jefe que proclama su respaldo total a Illia. Al
cabo de la asamblea, Alvarez radiogramó a las bases el
reconocimiento de los brigadieres por la conducta del ex
director.
El sábado se inició una pausa en todos los frentes
y el Ejército se anotaba una victoria sentimental: miembros de
su Servicio de Informaciones entregaron a Pistarini el sable
corvo de San Martin, recuperado en la Capital luego de una ardua
investigación
(había sido robado por segunda vez en agosto de
1965).
Todos los fuegos el fuego
Numerosos sectores del Ejército explican el discurso de
Pistarini como la señal de partida de acontecimientos
trascendentales. Hay quienes lo interpretan como el aglutinante
que requería el Ejército para fusionar definitivamente a los
mandos altos y medios y encaminarlos hacia un solo objetivo: la
toma del poder.
Con el fin de disipar los intensos debates
provocados por el mensaje, Pistarini reunió al Estado Mayor el
jueves por la mañana y se entrevistó por la tarde con Castro
Sánchez. Antes, había estado en contacto con los Comandantes de
la Aeronáutica y la Marina, y con Juan Carlos Onganía. La
conferencia con el Secretario fue decisiva y definitoria: en
ella, Pistarini trasmitió el sentir de los mandos, que estiman
totalmente fracasada su cruzada de apoyo-presión a Illia y su
procedimiento de la "gradación" (o escalation, un término que la
guerra de Vietnam ha puesto de moda). Los mandos, en suma, creen
llegado ya el tiempo de que Castro Sánchez cumpla con la palabra
empeñada ante ellos el 30 de marzo: el fracaso entrañaría su
renuncia y la del general Laprida.
Pero el Secretario
interesó a Pistarini en una nueva táctica urdida por él y
Laprida después del mensaje de plaza San Martin: constituir un
organismo especial, con militares progubiernistas y
antigubernistas, a quienes se encargaría la exacta valuación de
la política oficial ante los conflictos y crisis actuales, para
resolver entonces si sus planteos (y subsiguiente apoyo) a Illia
debían cesar o podían gozar de una mayor tregua de los mandos.
Ese organismo, además, serviría como punta de lanza para un más
vasto plan: reunificar al Ejército.
Pistarini rechazó, en
principio, el ofrecimiento del Secretario, aunque decidió
consultarlo. El viernes, los altos mandos transmitían a Castro
Sánchez su asentimiento a la reunificación. "Pero esa unidad del
Ejército —aclararon— está por encima de hombres, partidos y
poderes, y nunca servirá para perpetuar o ayudar a nadie." Era
el hundimiento práctico de la iniciativa: de allí que entre
jueves y viernes se acentuaran las versiones de una inminente
dimisión de Castro Sánchez.
"La estabilidad del Gobierno no
puede depender solamente de usted", dijo Pistarini al
Secretario, el 2. ¿Está en peligro, entonces, esa estabilidad?
Quienes conocen las deliberaciones militares no sólo descuentan
que está en peligro: ponen topes para el desenlace (antes del 30
de junio) y circulan listas de futuros Ministros del Gobierno
que reemplace a Illia. Uno de los integrantes de esas listas, un
general retirado, abandonó su alto cargo en una empresa privada.
Crónica reveló que ese próximo Gobierno cuenta también con un
plan contenido en siete carpetas y resumible en diez puntos
básicos. Las felicitaciones abundan para algunas figuras civiles
y militares, presuntos integrantes de un nuevo régimen: los
generales Señorans, Cordini y Repetto, los doctores José
Martínez de Hoz y Nicanor Costa Méndez. El Embajador de USA, uno
de los más prominentes defensores de Illia, se muestra ya menos
seguro de la continuidad de las autoridades actuales. "Sólo
falta fijar una fecha —confió un general en actividad-una
verdadera revolución nacional. Por eso Onganía aceptó
encabezarla."
Entre tanto, fuentes oficiales ponían al día
una estimación de diciembre de 1965 (Ver Nº 165) sobre las
distintas posiciones —en favor o en contra de esa toma del
poder— dentro de las FF. AA. Todo indica que el Ejército
desempeñará el papel ejecutor, con el respaldo, que no
necesariamente significa acción directa de las otras armas.
Estas serían las posiciones en el Ejército, a nivel de generales
con mando de tropas:
Revolucionarios — Alsogaray, Trimarco,
Von Stecher y Cáceres Monié, del Primer Cuerpo; Tomás Sánchez de
Bustamante, Sánchez Lahoz y Ceretti, del Segundo Cuerpo; Hure,
Martínez Zuviría, Delfor Otero y Caballero, del Tercer Cuerpo;
Villegas, Manuel Otero y Julio Aguirre, del Quinto Cuerpo.
Iavícoli, Koenig, Mario Fonseca, Lanusse, López Meyer, Chescota
y López Aufranc, del Estado Mayor. Adolfo C. López, Guglialmelli
(línea Frigerio, se subraya), Herrera, González, Roberto Fonseca
y Wingard, de Institutos Militares.
Dudosos, con tendencia
revolucionarla: Toscano, Marini.
Dudosos — Caro, Giró Tapper,
Montes, Aguilar, Robinson, Aguirre.
Legalistas — Mario
Laprida, Aguilar Benítez, del Campo.
En la Aeronáutica, salvo
Valls, los brigadieres son antigubernistas. Y en la Marina,
salvo el capitán Jorge Duyós, hay predominio revolucionario
entre los oficiales de alta graduación.
Parlamento
El secreto de una reyerta—¡Usted es
un trotskista!
—¡Y
usted, un papanatas!
El primer epíteto, del Diputado nacional
Eduardo Solari (UCRP, Entre Ríos), fue casi privado, se perdió
en el intenso vocerío. Pero su destinatario, el rechoncho médico
santiagueño Abraham Abdulajad (peronista), lo contestó lívido de
ira, casi de pie ante su pupitre.
"¡Salga afuera si es
hombre!", se obligó a retrucar Solari. Al instante, Abdulajad
brincó desde su asiento hasta el pasillo divisor de ambas
bancadas, mientras sus puños volaban hacia el colega. Pero ya
otros Diputados se interponían para separarlos: nunca imaginaron
que el incidente habría de repetirse y alcanzar proporciones
desusadas.
La última semana parlamentaria, iniciada con la
aprobación de la llamada Ley de Transformación Agraria (una
prórroga más de la Ley de arrendamientos), naufragó el miércoles
l9 en una refriega a puñetazos y puntapiés que no conoce
antecedentes en los anales del Congreso, y que ese día, en medio
de constantes alarmas sobre la estabilidad del Gobierno,
conmovió a la opinión pública.
El huracán sopló a partir de
unas palabras del Diputado Carlos Alberto Carmelo Cottonaro,
médico cordobés que milita en el bando isabelista. Se
desarrollaba en la sala baja un homenaje al 25 de Mayo de 1810 y
el acto, por la sucesión de discursos, prometía ser monótono.
"Hemos vivido una parábola de gobiernos de índole popular y
otros de puro tinte conservador —dijo Cottonaro—. Y también
hemos tenido figuras señeras que jalonan etapas de grandes
construcciones del más puro argentinismo: San Martín, Rosas y
Perón."
Donde mueren las palabrasEsa
trilogía no era novedad en labios peronistas. Sin embargo,
desató reacciones. "¡Que se teste lo referido a Rosas y Perón
del Diario de Sesiones!", exclamó Luis Amura (ex demo-cristiano,
luego udelpista y hoy camarada de ruta de la UCRP). Lo
acompañaron, con toda clase de expresiones, sus amigos Roberto
Garófalo y Héctor Musitani, oficialistas. El sosegado presidente
de la Cámara, Arturo Mor Roig, debió recurrir a la estridencia
de las campanas para refrenar la grita. Apenas se oyó, desde
luego, cuando Cottonaro pretendió terminar condenando "al
comunismo metido en las Universidades" y a "los yanquis que
quieren convertir a la Argentina en un nuevo Vietnam".
"Estos
grupos quieren restaurar el esclavismo", opinó el caudillo
radical Reinaldo Elena, refiriéndose a los resistas. "¡Vaya a
preguntarle a los catamarqueños!", le respondieron los
peronistas. Entonces, los airados Abdulajad y Solari prolongaron
el match de fondo. "Usted es un sirviente de la UCRP", enrostró
al Diputado Amura su par Carlos Risso (jefe del bloque
isabelista). "¡Y usted, de Isabel Perón!", replicó el antiguo
aramburista. No terminó de decirlo: el cordobés Risso lo derribó
al suelo con dos trompadas en el pecho y en el mentón.
Un
segundo más tarde, el recinto era un pandemonio. Cuarenta
legisladores combatían o trataban de imponer el orden. En la
tremolina, se destacó una voz angustiada: "Don Reinaldo,
¡cuidado con su infarto!" Mor Roig suspendió la sesión, mientras
Amura, aún groggy, apostrofaba: "Ustedes buscan el golpe de
Estado". "Y usted busca una Embajada", replicó un peronista. El
Diputado Isidro Fernández, oficialista, se retiró cojeando: con
poca fortuna había interceptado un puntapié que Elena destinaba
al belicoso Risso. "Esto pasa por no haber votado mi proyecto
prohibiendo el boxeo", se mofó el demoprogresista Eduardo de
Cara. El diminuto Luis Antón se paseaba entre las bancas
exhibiendo, en la cintura, un revólver empavonado. La reyerta
duró diez minutos.
Cottonaro habló sin el acuerdo previo que
se establece en la reunión de presidentes de bloques: la bancada
isabelista no participa de ellas desde que Mor Roig se niega a
aceptar el título de "bloque peronista" y cita a su conductor
con memorándum dirigidos a "Risso y otros". De allí que la
agresividad repentina de este sector permitiera tejer, a las
pocas horas de la reprochable escaramuza, tres explicaciones
aceptables:
• El isabelismo intenta forzar su reconocimiento
parlamentario por parte de Mor Roig. Hasta que no lo consiga,
obstruirá sin descanso las sesiones. Lo del miércoles habría
sido un botón de muestra.
• La agresividad es el instrumento
para negociar la permanencia en la Argentina de Isabel Perón, ya
que el Gobierno estaría dispuesto a producir su expulsión del
país.
• Juan Domingo Perón, que la semana pasada dio orden de
favorecer el golpe de Estado, tenía informes del estallido de un
movimiento militar precisamente para el miércoles.
Esta
última interpretación fue la que más tentaba a los observadores
políticos: sabían que dos días antes de la batahola del
Congreso, Isabel, en una reunión del Comando Delegado, exhortó a
los legisladores que le responden a adoptar una actitud más
combativa. Los efectos de este sermón se advirtieron el viernes
3, cuando los integrantes del bloque peronista presentaron un
proyecto de juicio político al Presidente y a 6 de sus 8
Ministros. Motivos: el vacío de poder, el desgobierno, el avance
de la tuberculosis, el problema de los contratos petroleros.
Conviene advertir una coincidencia implícita en la iniciativa
peronista; según sus autores, Arturo Illia carece de autoridad
para ejercer su mandato. Es el mismo cargo formulado el 29 de
mayo por el Comandante en Jefe del Ejército. Al parecer, los
isabelistas se apuran a sumarse a un eventual golpe, no sea que
lleguen después de Vandor.
Perón y el golpe
En la última semana de mayo llegó a Buenos Aires una carta de
Juan D. Perón que fue publicada el 26, en forma de artículo y
con la firma "Descartes", por el semanario Retorno, que dirige
Raúl Jassen, un ex aliancista y hoy portavoz de Jorge Antonio.
Se supone que Perón escribió esas líneas luego de entrevistarse
con el general Adolfo Cándido López, cuya estada en Madrid
("para cobrar una herencia", reza el pedido de licencia
correspondiente) ha sido descripta como un sondeo al ex
Presidente encargado por los altos mandos del Ejército. El
general López regresó a la Argentina el pasado miércoles l9.
En su carta, Perón ahorra a los militares la culpa del golpe de
Estado que terminó con él y su régimen en 1955, aunque los
Gobiernos
de "Aramburu, Frondizi, Guido y finalmente éste que
soportamos, han sido consecuencia o han obrado bajo la tutela y
dirección de los militares". Para el ex Presidente, un "golpe
militar en frío, después de lo que venimos presenciando desde
hace tantos años, es difícil. En cambio, el mismo golpe militar
como consecuencia de una situación caótica puede llegar a ser
inobjetable tanto desde el punto de vista interno como
internacional, pero preocupa la idea de algunos jefes en el
sentido de realizar una acción exclusivamente militar que dé
nacimiento a un gobierno de fuerza, porque en la República
Argentina ya nadie podrá gobernar sin el concurso del pueblo y,
para fracasar en el Gobierno, es preferible no llegar a él si
como en esta ocasión se trata de la 'última oportunidad'".
Perón niega las versiones sobre pactos: "El peronismo no hace
pactos políticos que sabe que son inocuos porque las situaciones
son las que deciden. Ante el rumor de un golpe de Estado, el
peronismo tiene una conducta de expectación".
Perón estima
que las soluciones que los militares pongan en práctica seguirán
"caminos similares" a los de 1943: es un consejo para que los
actuales mandos trabajen en forma coordinada, inclusive a partir
de una labor de logia, con el fin de impedir salidas
individuales. Así se evitarán los errores del comienzo, que "no
podrán ser corregidos en el curso de los acontecimientos". Su
juicio de que "ya nadie podrá gobernar sin el concurso del
pueblo' deberá entenderse como un ofrecimiento del peronismo
para respaldar a un futuro régimen castrense. Pero el ex
Presidente deja a salvo su responsabilidad al declarar que "no
hay pactos": tiene que precaverse del posible fracaso de un
golpe o de que no estalle.
Revista Primera Plana
7 de
junio de 1966