¿Qué otra cosa podía decir Leopoldo Suárez? Lo repitió el jueves
y el viernes: era "impropio" y "absurdo" pretender que las
Fuerzas Armadas habían formulado un planteo o emplazado al
Gobierno., "Esto configuraría un estado de subversión que, desde
luego, el Poder Ejecutivo no está dispuesto a aceptar, por
razones de dignidad, de ninguna manera". ¿Qué otra cosa podía
decir Eduardo R. Castro Sánchez? Lo repitió el jueves y el
viernes: no existían planteos del Ejército, ni inquietudes, ni
renuncias. Sin embargo, es el propio Secretario de Guerra quien
desde enero presiona al Poder Ejecutivo para que rectifique sus
planes políticos y económicos y aleje la inminencia de una
revolución. Pero la semana pasada, tanto Castro Sánchez como
el Ministro de Defensa desarrollaron un diabólico operativo:
envolver al resto del Ejército en aquellas presiones. No lo
consiguieron, pero confusas noticias y versiones amañadas en
círculos oficiales tendieron a señalar lo contrario, a afirmar
que el Ejército (ya no sólo sus autoridades políticas) consumía
la unidad de sus cuadros en una lucha no castrense por salvar al
Poder Ejecutivo mediante el logro de reformas. Fue un
operativo de desgaste que los argentinos conocieron como "el
documento de los diez puntos". Fue, en fin, otra de las pequeñas
maniobras para sobrevivir que el Gobierno viene practicando
desde que el Comandante en Jefe del Ejército, teniente general
Pascual A. Pistarini, sentara el 29 de mayo, en un discurso
doctrinario, la posición del Ejército y zambullera al PE en una
crisis profunda, decisiva.
Golpes, pero de efecto El
Ejército jamás se mezcló en las actividades de Castro Sánchez
(inspiradas por el Subsecretario de Guerra, general Manuel
Laprida, y su eminencia civil, el doctor Oscar Puiggrós). Salvo
concederle un plazo de silencio público al cabo del cual, si
Castro Sánchez fracasaba, su dimisión sería automática. El plazo
tendió a abreviarse ante el estancamiento del Gobierno: el
discurso del 29 fue una advertencia del fin de la tregua
interna. No extraña que pocos días después, y dado el vacío en
que comenzaban a moverse, Castro Sánchez, Laprida y Suárez
arrancaran del Presidente la primera reunión del gabinete
nacional en casi tres años (ver Nº 181). Esa asamblea iniciada
el viernes 10 y completada el lunes 13 (ocho horas de
deliberaciones, en total), no pagó la expectativa creada: no
podía pagarla, porque su fin era formal, un estruendo para
distraer al país, ganar tiempo y aplazar soluciones y medidas.
El lunes, un comunicado oficial enumeraba las decisiones
adoptadas por el gabinete: nada más que promesas, invitaciones
al diálogo (inclusive del Canciller con el Primado de la
Iglesia, Antonio Caggiano) y a un conciliábulo de Gobernadores;
represión de los sabotajes, paros sorpresivos y huelgas ilegales
en los servicios públicos; pago de haberes a los empleados de la
Administración entre el 1º y 15 de cada mes, y amenazas contra
la libertad. Finalmente, el anuncio de que los acuerdos habrían
de repetirse los martes de las semanas siguientes. Los
cónclaves ministeriales del 10 y 13 habían sido, para un
Presidente aislacionista como Arturo Illia, dos golpes de efecto
con un destinatario exclusivo: las Fuerzas Armadas. Illia,
acusado de no ejercer la autoridad hasta por sus propios
correligionarios, respondía con mínimas concesiones, según su
costumbre, aunque buscando exagerarlas. No obstante, el mismo
lunes la impresión dominante era que las reuniones del gabinete
no servían para superar los problemas de la Argentina, si bien
podían marcar una novedad en la crisis institucional. En la
tarde del viernes 17, el general Castro Sánchez pudo pulsar una
opinión parecida entre los altos mandos del Ejército. Ya
entonces estaba en marcha el operativo envolvente que necesitaba
el Gobierno como contrapartida de su jugada política: porque el
viernes se entregaba la dirección de Teléfonos a un militar, el
coronel (R) Gustavo Eppens, de tendencia colorada, y proseguían
las gestiones para que otro jefe del arma, en actividad o en
retiro, aceptara el cargo de Interventor en Tucumán, A mediados
de semana, fracasaban los ofrecimientos. El procedimiento de
complicar a los militares, implacables críticos del Gobierno, en
tareas afines al Gobierno, es un ardid típicamente radical: a
las 24 horas de su ascenso en ENTel, el coronel Eppens estaba
convertido en el blanco de las protestas de 34.000 usuarios
incomunicados. De algún modo, el blanco era también el Ejército.
Por otra parte, el Ejecutivo buscó la complicidad de los demás
sectores e instituciones de la vida nacional, derivó hacia ellos
parte de las culpas que le son endilgadas. Ese es el verdadero
fin de los diálogos propuestos o de los ataques desencadenados;
a la misma tesis responde el traslado de la cuestión tucumana al
Congreso. Mientras resulte posible, que sean los legisladores
quienes condenen a los poderes provinciales (ver página 19).
Con todo, obtener el compromiso de los mandos militares era una
aspiración mayor del Gobierno en su tarea de desgaste. Esa tarea
comenzó el domingo 19, cuando El Día, un diario oficialista de
La Plata, publicó el presunto programa de un futuro régimen
revolucionario que sustituirá a Illia. Una copia de ese programa
—que tiene algunas líneas de contacto con las ideas de los
mandos—, tramada en círculos radicales, llegó a la redacción de
El Día enviada por funcionarios del PE. También tocó a El Día
dar estado público al "documento de los diez puntos", el jueves
16. Ilustrativas casualidades. Como es obvio, el programa
revolucionario y el documento de los diez puntos salieron de la
misma fuente y provenían del mismo deseo del Gobierno. Pero esta
segunda historia tuvo sus vaivenes y sus entretelones.
El
discutido ultimátum En la mañana del lunes 13, mientras
deliberaba el gabinete, la Junta Superior de Calificaciones del
Ejército (integrada por Pistarini y los 8 generales de división:
Alsogaray, Iavicoli, Caro, Villegas, Hure, López, Aguirre y
Guido Blanco) se reunía en la Secretaría de Guerra. Si bien se
dedicó entonces a su cometido específico, pronto la
consideración de la actualidad institucional se convirtió en
tema único. Por la tarde, continuó el debate, y con la excepción
de tres generales de división, hubo acuerdo en desechar como
inoperantes los resultados del cónclave ministerial. Castro
Sánchez, enterado, convocó a la Junta para el día siguiente, una
convocatoria política ya que la misión de ese organismo es
asesorar al Secretario de Guerra. El martes, Castro Sánchez
discutió con los escépticos mandos, volvió a defender la validez
de su cruzada ante el PE, pidió una prórroga al plazo concedido,
insistió en la integración de una comisión bipartita dedicada a
estudiar las evoluciones del Gobierno y a decidir, cuándo debía
retirársele el apoyo crítico del arma. Sólo recibió negativas,
opiniones que lo contradijeron. Finalmente, el Secretario
pidió a los mandos le entregaran una síntesis de sus
pensamientos e inquietudes, para transmitirla él al Presidente
Illia. Se trató la difusión de un comunicado para aplacar la
expectativa de la prensa, y Castro Sánchez solicitó que
contuvieran una referencia a la defensa del orden
constitucional. Se zanjó el conflicto cuando los generales
Alsogaray y Villegas redactaron un texto vago. El miércoles,
los generales de división, en el despacho de Iavicoli (jefe del
Estado Mayor), elaboraron la síntesis pedida por Castro Sánchez,
cinco carillas a doble espacio donde se señala el desquicio de
las empresas estatales, la desastrosa conducción económica, los
errores de la política petrolera, la necesidad de acabar con el
comunismo y reestructurar el gabinete y la urgencia en dar una
solución concreta y definitiva al problema peronista "dentro de
la Constitución y las normas democráticas" y de clarificar el
calendario electoral. A las 18, el documento fue entregado a
Pistarini y éste lo puso en manos de Castro Sánchez. El jueves,
los diarios, encabezados por El Día, imaginaban el memorándum de
diez puntos y lo juzgaban un planteo directo al Poder Ejecutivo.
Si era un planteo —y no lo era; sus redactores pusieron especial
énfasis en destacar que era un asesoramiento requerido por el
Secretario—, su origen revestía una originalidad en la materia:
lo promovía el Gobierno, y no al revés, como solía ser hábito.
No obstante, ciertos observadores militares creen advertir que
los generales de división se dejaron arrastrar a una trampa.
Desde luego, no podían negarse a prestar el asesoramiento
reclamado, pero pese a las desmentidas del Secretario y del
Ministro de Defensa, quedó flotando la sensación de que, en el
fondo, presionaban al Ejecutivo. Entre los altos mandos, en
cambio, el memorándum se interpreta como un gesto hábil, una
nueva (¿o última?) prueba de la elasticidad del Ejército en sus
relaciones con el poder político, de cómo trata de agotar todas
las instancias. Sectores vinculados con estos cuadros
superiores, entendieron que el documento era un ultimátum:
porque el miércoles, Pistarini llamaba a los generales a una
segunda reunión para el viernes 24, a fin de analizar el curso
de los acontecimientos y "ratificar o rectificar" la actitud
adoptada el miércoles 15. Pistarini decidía, además, informar a
las otras dos Fuerzas, con el objeto de desarrollar una acción
coordinada. ¿Por qué un ultimátum? Nueve días son un plazo
exiguo; en tan breve lapso parece imposible practicar los
cambios sugeridos a Castro Sánchez por la cúspide del arma. La
asamblea del viernes 24 prolongaría así, según algunos
informantes, hechos de relevancia, y empaparía de novedades la
semana que corre entre el lunes 27 y el viernes l9 de julio. Tal
vez por eso, Leopoldo Suárez convocó a una conferencia a los
tres Secretarios y los 3 Comandantes en Jefe, que se realizará
el jueves 23. Se hablaba, inclusive, de reeditarla con el Primer
Magistrado.
Un aliado que parte Toda la semana pasada
estuvo bordada de episodios militares, especialmente el
miércoles y el jueves. El 15, los tres Comandantes en Jefe
almorzaron en la Secretaría de Guerra; Castro Sánchez deliberó
con el Secretario de Marina, almirante Manuel Pita, y Pita con
el Ministro de Defensa. Ese día se celebró un importante
cónclave de los 28 brigadieres de la Aeronáutica, presididos por
el Secretario, Mario Romanelli. Romanelli informó de su gira
por los Estados Unidos y de la necesidad de dar inmediato
destino a Hugo Martínez Zuviría; en seguida, derramó su euforia
por las reuniones del gabinete nacional, abriendo así una
encrespada polémica que culminó cuando el Secretario preguntó a
sus pares qué dirían a la prensa. El propuso entregar un
comunicado donde se explicara que el Consejo de Brigadieres
había tratado el mantenimiento del orden constitucional;
opiniones contrarias llovieron sobre Romanelli y, según
testigos, se habría producido el siguiente diálogo: Un
brigadier. — ¿Cómo podemos hablar de mantenimiento del orden, si
en este país no hay orden? Secretario. — Usted propicia el
golpe, entonces. Brigadier. — Yo propicio que esta situación
se acabe. Una compulsa a los 28 asistentes, inclusive los de
los cuerpos auxiliares, mostró un compacto frente crítico al
Gobierno, excepto en los casos del propio Romanelli, el
Subsecretario Amílcar San Juan, y Rafael Valls. Al concluir la
reunión, los mandos solicitaron a Romanelli que, si emitía un
comunicado, fijara en él su posición personal pero que no
tergiversara las ideas expuestas en ese instante. El
Secretario, luego de entrevistarse el jueves con Leopoldo
Suárez, recurrió al expediente del trascendido oficial para
expresar que si bien la Fuerza Aérea reconoce los problemas que
sufre el país, cree en las salidas legales. Una ola de ira
surgió entre los brigadieres al divulgarse el trascendido: no
era lo que se había pactado el día anterior. El miércoles,
por la noche, 25 oficiales superiores del Ejército,
pertenecientes a unidades de importancia, se congregaban en
algún sitio de Buenos Aires para intercambiar opiniones sobre la
situación general del país. Hubo coincidencia en que las Fuerzas
Armadas deberían entrar en acción, de manera directa y a la
brevedad, y se convino en informar de lo conversado a los
mandos. El jueves, por otra parte, Romanelli fue huésped de
Castro Sánchez y Pita. Pero la conferencia terminó abruptamente,
cuando el Secretario de Guerra se fue a su quinta en San Martín
para festejar su 48º cumpleaños. El 16, ante un nuevo
aniversario del movimiento de 1955, Pita aprovechó para lanzar
una declaración legalista. El viernes, mientras Castro
Sánchez informaba que aún no había elevado a Suárez el documento
de los generales de división, otra semana de intensas
deliberaciones se cerraba para las Fuerzas Armadas. Sin embargo,
el país entero estaba deliberando (ver página 11). El Gobierno
seguía trazando estrategias para mantener su estabilidad, y un
militar retirado, el general Héctor Solanas Pacheco, remitía al
Secretario de Guerra una carta condenatoria por su oficialista
comunicado del 19 de abril. El jefe de la Democracia Cristiana,
José Allende, posible visitante de Arturo Illia, expresaba por
radio: "Cuando los factores civiles del país no llenan
cumplidamente la misión que les corresponde en la coyuntura
histórica que se vive, es lógico que otras estructuras de poder,
como son las Fuerzas Armadas, sientan la necesidad de tener
presencia en el vacío de la República, que todo el mundo
advierte". Lejos de los estudios de esa radio, en el Círculo
Militar de Olivos, el teniente general (R) Juan Carlos Onganía
participaba de un banquete con sus compañeros de la "promoción
60" del Colegio Militar. Era otra de sus contadas apariciones
públicas desde que en noviembre de 1965 abandonó la Comandancia
en Jefe. Otro abandono se había prestado, el jueves, a
sugestivas interpretaciones: el Embajador de los Estados Unidos,
Edwin Martin, uno de los más firmes protectores de Arturo Illia,
regresaba a su país por cinco semanas. En esferas diplomáticas
se supuso que el viaje respondía a un plan de Washington para
mantener alejado al comprometido Martin en momentos que pueden
albergar sorpresas en la política argentina. Un episodio
ocurrido el viernes, en Ezeiza, tuvo desfavorable repercusión
entre los militares. Seis funcionarios del gobierno cubano,
llegados para una conferencia de Ministros de Educación, se
negaron a mostrar el contenido de sus valijas. A las cuatro
horas, una orden de la Casa Rosada les facilitó el ingreso sin
cumplir ese requisito.
El ignoto futuro ¿Qué hará el
Gobierno en los próximos días? El Presidente ensayó una
respuesta el sábado 11 de junio, al colocar la piedra basal del
nuevo puente Pueyrredón: "No daremos, no digo un paso atrás, un
paso al costado, porque marcharemos rectamente y nadie podrá
decir que este Gobierno lo ha humillado, perseguido o
ultrajado... Cuando alguien me ha hablado de que debemos cambiar
las estructuras de la vida nacional, yo le digo a ese señor:
¿Cuál es su plan para cambiar las estructuras de la vida de la
Nación? Tenga la bondad de presentármelo porque tal vez lo
podamos incorporar a lo que nosotros estamos haciendo. Pero
ninguno me presenta un plan". El ex Ministro Álvaro Alsogaray se
sintió aludido y envió una carta a Illia; pero Illia se dirigía
a sus objetores militares. En el transcurso de la semana,
obtuvo una declaración antigolpista de La Fraternidad y
gestionaba un documento similar de la CGT (la central obrera se
indignó contra un funcionario del Gobierno, el director general
de Asociaciones Profesionales, y este hecho hizo temer que se
obstruyera el diálogo con el Ministerio de Trabajo). En círculos
oficiales, apagados ya los estruendos de la primera reunión del
gabinete, se pronosticaban renuncias ministeriales y su
aceptación, en julio. Otra labor del Gobierno consistió en
desalentar a un sector de la UCRP y a los militares que lo
apoyan, sobre una inmediata proscripción del peronismo. Su
tesis: esa medida debe tomarse al filo de las elecciones, para
impedir que un frente organizado con tiempo desbarate las
posibilidades del radicalismo en la provincia de Buenos Aires.
También desde esferas vinculadas con el Poder Ejecutivo se
repitió la noticia (o el rumor) de que el Gobierno, para aplacar
el creciente malestar de las Fuerzas Armadas, relevaría al
teniente general Pistarini; otra versión sostiene que se pasaría
a retiro a Pistarini y a los 8 generales de división que están
en el país. Fuentes informadas sostienen que la semana pasada se
negociaron desplazamientos en la cúspide militar: contra la
salida de los Ministros Palmero, Zavala Ortiz y Leopoldo Suárez,
el retiro de Alsogaray, Villegas y Pistarini. No hubo acuerdo.
Otra propuesta frustrada habría sido el alejamiento de Castro
Sánchez y Pistarini, y el reemplazo del segundo por el general
Caro. También en busca de resguardos ante un posible desborde
constitucional, retornaba a Madrid el Embajador Juan Gauna, con
la misión de arrancar a Juan D. Perón declaraciones
antigolpistas. La noticia no pudo confirmarse, pero se insiste
en que la iniciativa surgió de una reunión de Gauna con los
Ministros Palmero y Zavala Ortiz.
Una cena El
miércoles pasado, por la noche, en una casa del barrio Norte, se
sentaron a la misma mesa el Secretario de Guerra, general Castro
Sánchez y el ex Presidente Arturo Frondizi (había otros
invitados). El Secretario formuló una defensa de la legalidad y
explicó que, a pesar de los inconvenientes que encuentra en su
gestión, espera obtener del Poder Ejecutivo rectificaciones a su
línea política. Frondizi se tituló antigolpista, aunque
volvió a esgrimir sus argumentos: se trata de que el país logre
su desarrollo y salga del pantano en que se encuentra, no
importa quien realice esa tarea. Castro Sánchez negó que
estuviera a punto de estallar un movimiento militar contra el
Gobierno, y se adjudicó la tarea de haber logrado imponer el
orden dentro del Ejército. "Yo interpreto el sentir de los
mandos", dijo. Hacia el fin de la charla, ofreció a Frondizi
orquestarle una entrevista con el Presidente Illia.
Prensa extranjera: ¿Subversiva? EL Poder Ejecutivo sostiene
que la Argentina no está en crisis y quiere que el país cierre
los ojos a las innumerables evidencias que prueban lo contrario.
A quienes no cierran los ojos, como en el caso de cuatro
publicaciones nacionales, los ataca públicamente, busca
anularlos, Sin embargo, la prensa extranjera —que cuenta con
corresponsales propios o enviados especiales y una obvia
independencia de juicio— coincidía, la semana pasada, en que la
crisis existe, y criticaba al Poder Ejecutivo, ¿Será acusada,
por eso, de instigar a la rebelión?
• Le Monde, París, 9
de junio — "El gobierno Illia, presionado desde la izquierda,
emplazado por los jefes del Ejército, trata incómodamente de
sobrevivir hasta las próximas elecciones generales." • The
Times, Londres, 14 de junio — "Las conspiraciones y conflictos
laborales en la Argentina, y la perspectiva de un régimen
militar de indefinida duración en Brasil, demuestran que ambos
países buscan todavía la estabilidad política... El reverso de
la moneda [brasileña] se encuentra en la Argentina, donde hay un
gobierno constitucionalmente electo que carece de fuerza para
resolver los graves problemas económicos que lo acosan... De un
año a esta parte hay rumores de un inminente golpe de las
Fuerzas Armadas. Como los gobernantes brasileños, algunos
militares argentinos han dicho que aunque no creen en el régimen
militar, creen sí en la solución de los problemas económicos.
Quizá actúen. Si lo hacen, alegarán que el Gobierno militar es
el menor de los males." • Ya, Madrid, 14 de junio — "El
Presidente argentino se encuentra entre la espada y la pared. De
una parte, trata de hallar solución a la crisis en sucesivas
reuniones del gabinete de ministros. De otra parte, los altos
mandos militares discuten con el teniente general Pistarini la
posibilidad de tomar cartas en la crisis política. El muro lo
forman los conflictos de índole económica, política (avance del
peronismo) y docente (huelgas estudiantiles). Illia negocia una
coalición con las fuerzas políticas no peronistas, a fin de
poner fuera de la ley al peronismo y... seguir tirando. ¿Pero
hasta cuándo." • Correo, Lima, 15 de junio — "Las Fuerzas
Armadas de la república del Plata están dando señales de
agitación, descontento, resistencia a la autoridad y, en
general, psicología prerrevolucionaria, de tal naturaleza que
justifican el temor de que el gobierno de don Arturo Illia corra
la misma suerte que el gobierno de don Arturo Frondizi...
Infortunadamente, el gobierno de Illia, aunque de título limpio,
parece atacado de parálisis. A diferencia de Frondizi, Illia no
sabe lo que hay que hacer ni lo que hay que enderezar." • Le
Monde, París, 15 de junio — "Para salvarse, el gobierno de Illia
hizo importantes concesiones a los jefes de las Fuerzas Armadas.
Por lo demás, la suerte del presidente Illia estaría ya
determinada si las Fuerzas Armadas no se hallasen tan divididas.
La Marina preferiría permanecer en la legalidad. La Aeronáutica
estaría vacilante. En el Ejército, la mayoría de los generales
sería favorable a una acción inmediata, mientras que otros
desearían contemporizar." • Diario de Noticias, Río de
Janeiro, 16 de junio — "Un golpe en la Argentina, posible para
unos y probable para otros, pero que nadie se atreve a calificar
de inevitable, sería una catástrofe para otros países, y para
América latina sería un retroceso más." • La Prensa, Lima, 16
de junio — Una caricatura muestra a un grupo de militares frente
a un grupo de civiles, entre los cuales se halla el Presidente
Illia. Un militar dice: "Daremos el golpe de inmediato". Illia
responde: "No, todavía no, esperen un poco." • Newsweek,
Nueva York, 20 de junio — En un extenso artículo sobre América
latina, escrito luego de un viaje por México, Venezuela, Brasil,
Argentina y Chile, el jefe de Redacción Robert Christopher
expresa: "En la Argentina, por ejemplo, Edwing M. Martin, el
hábil Embajador norteamericano, se esfuerza por impedir un golpe
militar contra el actual régimen, alegando que los Estados
Unidos «han respaldado tradicionalmente... a los gobiernos
elegidos en procesos constitucionales democráticos». Hay dos
fallas en este argumento: una, que la constitucionalidad del
presente Gobierno argentino es altamente cuestionable; otra, que
un régimen militar podría, en realidad, preparar el camino para
la restauración de algo más próximo a un verdadero gobierno
representativo en la Argentina. Pero, sea como fuere, me parece
sumamente discutible que el Gobierno de los Estados Unidos posea
la sabiduría necesaria como para juzgar los problemas internos
de la Argentina o los de las otras diecinueve naciones de
América latina".
OTRO ATAQUE A LA LIBERTAD DE PRENSA
El martes 14, el Ministro de Educación y Justicia entregó a los
periodistas el texto de una denuncia contra las revistas Primera
Plana, Atlántida, Confirmado e Imagen y contra los columnistas
Mariano Grondona (de Primera Plana) y Mariano Montemayor (de
Confirmado), por eventuales actos de instigación a la rebeldía.
El carácter público de la imputación ministerial obliga a
analizar también públicamente sus fundamentos. Aunque el
lenguaje de la denuncia es por demás confuso, y aunque de ella
no surgen claramente quiénes son los imputados, aparentemente el
Ministro incrimina a Primera Plana y al columnista Grondona por
participar en "la creación de un clima psicológico propicio" a
la instigación directa que, en este caso, estaría consumada por
un artículo de Montemayor. Las afirmaciones del martes 14
tienden a crear la imagen de una gran confabulación en la que
cada revista (o cada columnista) se habría reservado un especial
cometido, confiando por fin a Montemayor la ejecución directa
del supuesto delito. Esto crea la improbable figura jurídica de
la "instigación preparatoria de la instigación", en la cual,
según el Ministro, habrían incurrido Primera Plana y Grondona.
Para avalar sus afirmaciones, el doctor Carlos Aleonada Aramburú
señala algunos textos en los que Primera Plana da cuenta del
clima político e institucional de la Argentina: "Quedaba así
reconocida la existencia de dos posiciones antagónicas dentro
del arma (Ejército): la de sus autoridades políticas, embarcadas
en una ardua y a veces lírica defensa del Presidente, y la de
sus cuadros superiores, empeñados en una firme actitud crítica,
capaz de desembocar, según muchos de ellos, en la toma del
poder" (Nº 179, página 12). "Numerosos sectores del Ejército
explican el discurso de Pistarini como la señal de partida de
acontecimientos trascendentales. Hay quienes lo interpretan como
el aglutinante que requería el Ejército para fusionar
definitivamente a los mandos altos y medios y encaminarlos hacia
un solo objetivo: la toma del poder" (Nº 180, página 13). El
pasaje en que el Ministro cita a Grondona dice así, por otra
parte: "Es de hacer notar que en esta misma revista aparece, en
la página 11, un artículo que firma el señor Mariano Grondona
titulado «La dictadura», en el cual se hacen reflexiones acerca
de las relaciones entre dictadura y tiranía, que curiosamente
aparecen como manifestaciones del general Onganía en el número
de junio de 1966 de la revista Atlántida, en un artículo en el
cual se sindica a este general como jefe del gobierno que se
instauraría luego del golpe de Estado". La lectura de los
textos que anteceden no permite sino verificar una norma
habitual de Primera Plana: la de dar a conocer toda la verdad
(sea o no agradable, ortodoxa o heterodoxa) a sus lectores. En
cuanto a la mención del artículo de Grondona (Nº 179), la culpa
parece derivarse del hecho "curioso" de que el teniente general
Onganía haya ensayado una distinción semejante, según la revista
Atlántida. ¿Esto significa que el general Onganía leyó el
artículo de Grondona y acepta sus distinciones? ¿O que, por el
contrario, Grondona recogió la distinción del ex Comandante en
Jefe? ¿O, por fin, que el redactor de Atlántida está influido
por Grondona o bien influye sobre él? Es ante estas disyuntivas
cuando asoma la perplejidad. ¿Donde está, en efecto, la
instigación? ¿E instigación a qué? Quizá pueda presumirse que
el Ministro, conmocionado por el clima político que vive la
Argentina, confundió "informaciones" y "opiniones" con
"instigación"; que se dejó llevar por la pasión política o por
una imaginación demasiado fervorosa. Ningún hombre sensato
podría creer en el montaje de esta extraña confabulación entre
periodistas y militares. Los periodistas de Primera Plana
informan; también opinan. Pero la realidad está más allá de
ellos, inconmovible, permanente. Y es la realidad la que muestra
a generales, almirantes y brigadieres reunidos, al Gobierno
presionado, al golpe comentado en todos los ámbitos nacionales e
internacionales. El periodismo no ha creado ni inventado esta
situación. Culpar al periodismo por su existencia es como
golpear al médico que anuncia una enfermedad: un acto tan
gratuito como inútil. Al Gobierno le quedaban otros caminos
más sencillos y amplios que el de esta denuncia: la reunión de
gabinete que la precedió dejó como saldo una repentina vocación
por el diálogo con todos los sectores de la vida nacional. Es
sintomático que la prensa haya sido excluida de ese diálogo: el
Presidente lleva Casi tres años en el Poder sin convocar a una
sola conferencia periodística, sin conceder reportajes que no
sean circunstanciales (a excepción de los que obtuvieron algunos
corresponsales extranjeros), lo que configura una manera de
fomentar la búsqueda de información a través de confidentes. Al
cerrar las fuentes de toda noticia que no sea la de los
comunicados oficiales, el Gobierno parece haberse inclinado
antes por un silencio hostil que por una relación franca. Esa
actitud no podía culminar en una ruptura o en un mero
enfriamiento da relaciones, puesto que las relaciones con la
prensa fueron nulas o apenas formales, desde octubre de 1963;
tampoco en una aceptación de las críticas que la prensa le
formulaba, porque si las había tolerado hasta ahora (aun
atenuando esa tolerancia con presiones económicas, con protestas
entre dientes), no parecía dispuesto a oírlas. El único desahogo
posible iba a ser, pues, esta denuncia ministerial.
La
cara de la justicia El agobiador acopio de datos jurídicos en
que el Ministro incurrió al formular su denuncia obliga a
recorrer, siquiera brevemente, la figura penal de "instigación a
cometer delitos", El Código Penal, en su artículo 209,
sanciona al que "públicamente instigare a cometer un delito
determinado contra una persona o institución". En este caso, el
delito Instigado sería el de rebelión; por el derrocamiento de
las autoridades constituidas, mediante alzamiento armado, o como
dice el Código en su artículo 226, por "deponer alguno de los
poderes públicos del Gobierno Nacional". La instigación
supone ciertas condiciones esenciales: 1) Debe dirigirse a
producir un hecho determinado, concreto, singular, y no puede
ser una exhortación más o menos vaga y genérica. 2) Supone en el
autor la intención real, deliberada, consciente, de lograr el
efecto buscado y, por lo tanto, la posibilidad razonable de que
su prédica lleve a los instigados a cometer el delito. 3) Esta
intención (según el maestro Cerrara, a quien el Ministro cita en
su denuncia) tiene que ser "seria", esto es, debe configurar un
acto adecuado a su objeto y verdaderamente querido por el autor
en sus efectos y consecuencias. 4) La instigación, por fin, debe
aparecer objetivamente como tal, tiene que mostrar en su
expresión pública los rasgos inequívocos de la exhortación
ten-diente a mover la voluntad de aquellos que obrarán de
acuerdo con los deseos del instigador. Algunos fallos de la
Justicia argentina pueden reforzar el concepto jurídico de este
delito: "Es menester que objetivamente se incite a realizar
una acción, un hecho material que constituya delito" (La Lev, t.
20, pág. 514). "No debe confundirse la instigación con la
simple propaganda de ideas" (Jurisprudencia Argentina, t. 39,
pag. 882). Esta última cita, por fin, pone en la pista de un
aspecto importante de la cuestión: bajo el pretexto de perseguir
a la instigación, un Gobierno puede caer en la tentación de
pugnar contra ideas o informaciones con las que no concuerda.
Detrás de una acción por instigación pus-de darse, entonces, un
atentado contra la libertad de pensamiento y expresión. No
puede suponerse que el Ministro de Justicia, versado en Derecho,
haya creído que su denuncia contra Primera Plana y contra
Mariano Grondona tenga la más ligera posibilidad judicial de
prosperar, a menos que el apasionamiento político lo haya
convencido de lo contrario. Pero el doctor Alconada Aramburú,
luego de cumplir con sus deberes de funcionario público a través
de la simple denuncia, convocó a una conferencia de prensa y
pregonó su temeraria imputación utilizando todos los medios de
publicidad a los que tiene acceso por su encumbrada Posición.
Esa publicidad no corresponde con la intención de hacer
justicia: implica una acusación pública y directa, sin
posibilidad de fácil réplica. Y es ahí donde la actitud
ministerial adquiere su verdadera dimensión: la de un ataque
ilegítimo contra el derecho de informar y de pensar. Es el mismo
viejo fenómeno de la intolerancia que, por cobijarse en un
respeto aparente a las vías judiciales, resulta todavía más
censurable: atacando de soslayo, el Ministro asume el carácter
de simple "denunciante", como un transeúnte que recorre la
ciudad, advierte un hecho sospechoso, informa sobre él a la
autoridad, y se lava las manos. Es, en definitiva, un nuevo
acto de intimidación. Es la confesión oficial de que entre los
centenares de publicaciones que hablan de golpe y analizan sus
consecuencias, algunas y sólo algunas reciben el anatema del
Gobierno. Es indicar con el dedo lo que el Gobierno no tolera,
esquivando luego las consecuencias de esta intolerancia con el
lavatorio de las manos. Por eso la defensa de Primera Plana
será pública, como el ataque infligido. Esa actitud es coherente
con su antigua voluntad de no callar, de no mentir, de no
disfrazar, de cumplir con su misión sin rencores ni
apasionamientos. Alguien tiene que dar testimonio de lo que
pasa. A veces, los protagonistas se irritan por ese testimonio y
golpean ciegamente al que lo brindó. A menudo, estos golpes son
solapados e inoperantes; a menudo, también, decisivos, mortales.
Pero la realidad no se modifica, aunque los testigos enmudezcan.
Sólo que entonces nadie la comunica o la descifra. En el fondo
de todo ataque a la libertad de prensa alienta la pretensión de
cambiar los hechos embistiendo a quienes los señalan. Los
acusadores rompen mil espejos, sin llegar a romper lo que en
ellos se refleja. PRIMERA PLANA 21 de Junio de 1966
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