El domingo 26 de diciembre, durante unas seis horas de la
tarde, la capital de la Argentina y el Gran Buenos Aires
ingresaron en la tabla de apagones de 1965, todavía
encabezada por los Estados Unidos. El país tuvo así su
cuota propia de misterio en este reguero de fenómenos en
los que se ha querido ver desde la mano de los espías
internacionales hasta la de criaturas de otros mundos. A
fines de semana no se había proporcionado explicación
oficial sobre las causas del siniestro.
Entre tanto, la ciudad de Buenos Aires era invadida por
los detritus y el humo que esos detritus —quemados por los
vecinos— despedían. Un panorama poco navideño. El
vespertino La Razón, quizá con la prosa de su Jefe de
Redacción, Félix H. Laíño, pintó ese panorama en un suelto
de primera página titulado "Buenos Aires está triste".
Según La Razón, "vivimos sobre ascuas"; pero nadie debió
de vivir más sobre ascuas, la semana pasada, que el
Intendente Francisco Rabanal.
El 22 de diciembre, el gremio municipal se sublevó contra
su vetusto y deteriorado líder, Francisco Pérez Leirós; el
conflicto estalló en el Hospital Muñiz y se extendió
pronto a otras dependencias de la Comuna, ante el anuncio
de que no sería pagado el aguinaldo. El 23, los camiones
Neptuno, de la Policía, y los gases lacrimógenos,
espantaron una manifestación de empleadas municipales
(entre ellas, gran cantidad de enfermeras uniformadas).
Rabanal prometió que al día siguiente cobraría el
aguinaldo el 80 por ciento del personal de la Comuna, pero
los huelguistas denunciaron que esa cifra apenas alcanzó a
la mitad y mantuvieron el conflicto.
Las exigencias postergadas se sumaron al planteo; por
ejemplo, un aumento de sueldos del 30 por ciento, del 1º
de agosto al 31 de diciembre de 1965, y otro 30 por ciento
a partir de enero de 1966. No hubo acuerdo. Rabanal y
Pérez Leirós procuraron movilizar a gente adicta, pagando
horas extras y contratando a personas ajenas del gremio.
El miércoles, la Policía salió a recoger los desperdicios
que inundaban las calles, y Rabanal decretó cesantear a
los huelguistas; pero no por eso el conflicto cesó: al
contrario, nuevas huestes se unieron al paro.
Entre tanto, cundía el desaliento en los gremios llamados
Independientes (pro-oficialistas y opuestos a la
conducción peronista de la CGT). El miércoles por la
noche, los Empleados de Comercio decretaron el estado de
alerta al saber que el Senado no consideraría las reformas
a la Ley 11.729, que cuentan con la sanción positiva de la
Cámara de Diputados y que los Independientes planearon en
combinación con amigos del gobierno, para obtener una
clamorosa bandera en su puja con la CGT.
Como es sabido, este enfriamiento en las relaciones con el
Poder Ejecutivo, y la política salarial (15 por ciento)
defendida por el gobierno, suavizaron levemente el
distanciamiento entre los Independientes y la CGT e
hicieron prever eventuales reconciliaciones aunque sólo
fuera en el plano de la pura lucha gremial. Más aún:
ciertos líderes del sector hicieron circular la versión de
que esta semana, al reunirse la mesa directiva del
nucleamiento, se debatiría la conveniencia de participar
en las deliberaciones del Congreso de la CGT, citado para
fines de enero (20, 21 y 22). Los observadores estimaron
que podría tratarse de una maniobra de los Independientes
para atemorizar a la Casa Rosada, que quedaría entonces
despojada de su único apoyo sindical.
Sin embargo, los gráficos —que militan en el sector
Independiente— estuvieron el jueves en la propia CGT,
luego de larga ausencia. Ese episodio coincidía con la
propuesta efectuada por el mismo gremio (la Federación
Argentina de Trabajadores de Imprenta) a todas las
organizaciones sindicales, para realizar un paro general
de 24 horas como protesta contra la política oficial de
salarios. De producirse ese paro, quizás el Presidente
Illia se arrepienta de las tarjetas de fin de año que
envió a José Alonso (CGT) y a Armando March
(Independientes).
Es posible, también, que rememore las enigmáticas y duras
frases que pronunció el domingo 26 de diciembre, en
Burzaco, en otra etapa de su incansable procesión por las
provincias, destinada a convencer a los electores de las
bondades de su gobierno. "Construir es edificar —dijo
entonces Illia—, y quien construye y trabaja, habla poco y
habla bien. El que habla mucho quiere soliviantar el
espíritu de nuestro pueblo; solamente persigue el
desorden, la discordia y la destrucción, que son negativos
totalmente para la paz y el progreso de la República."
El Ministro del Interior, por su parte, aprovechó la
semana para incurrir en el ya gastado método radical de
echar las culpas a todos menos a sí mismos y de glorificar
a la Administración Illia con una soberbia digna de mejor
causa y que ni los mayores contratiempos consiguen
amainar. Si antes de viajar a Roma —recitó a los
periodistas— era optimista respecto de los planes del
Gobierno, visto el país a la distancia se siente ahora con
mayor optimismo "pues marchamos por la buena senda". Ni
siquiera el rumoreado retorno de Perón inquieta al PE, una
opinión que el Gobierno repitió a fines de 1964, para
luego pedir al mariscal Castelo Branco que detuviera en
Río al pasajero de un avión español.
Revista Primera Plana
04.01.1966
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Illia (Presidente) y Rabanal (Intendente de la Cdad.
Bs.As.) según Flax
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