Plástica
Luis Alberto Wells
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En 1961 integra la muestra "Arte destructivo" —promotora de una polémica antológica en el ambiente plástico del país—, comienza a trascender; tiene 22 años, acompaña a Greco, Pucciarelli, participa en el movimiento informalista.
Luis Alberto Wells, porteño (Premio Di Tella, Premio de Ridder, Premio Ver y Estimar, Segunda Bienal de Arte Joven - París), luego de fulgurar por Buenos Aires, en 1966 se marcha a Londres; después de una temporada, regresa a América, pero al Norte. Allí, hace diez días, recibió a Horacio Safons, enviado de PRIMERA PLANA.


—¿Qué hizo desde que viajó?
—Estuve casi un año en Londres, que es el tiempo que dura la beca del British Council; hice investigaciones en plástico. Trabajé un tiempo, no mucho. Luego vine directamente para aquí, como turista.
—Gran Bretaña, ¿no le interesó?
—No. En absoluto.
—Pero, ¿trabajó bien?
—Con muchas dificultades. El chauvinismo inglés es terrible. Mucho peor que aquí. Directamente no se puede trabajar. Es decir, trabajar para ganar dinero. Por otra parte, tienen todo organizado de manera que los ingleses se beneficien muchísimo. En el colegio donde estaba, que es el mejor de Europa, el curso dura tres años (incluso primero hay que ir a otro). Una vez que se ingresa, se cumple ese período y, al terminar, se organiza una gran exposición allí mismo. Vienen de todos lados, cualquier tipo de gente y funcionarios, directores de museo, en fin, todos los que pueden tener interés en lo que se produce allí. Se encuentran así con las últimas experiencias e investigaciones hechas en el colegio, que es de lo más selecto. Los alumnos que se aceptan son muy pocos. En escultura, por ejemplo, en los tres cursos no habría más de 20 estudiantes y cada uno tenía su propio taller.
—¿Es un colegio estatal?
—No estoy seguro, creo que sí. De cualquier manera hay que pagar para entrar. Si lo dejan, claro. Yo tenía un taller con dos escultores más, un taller inmenso, con todas las posibilidades técnicas: máquinas para trabajar metal, soldaduras, plásticos. Cuando quería hacer algo, llenaba un papel, una orden por tantos litros de resina o por el material que necesitara. Bueno, todo eso es magnífico. Pero de ahí viene luego la frustración. Se tiene tanto que, cuando de pronto se acaba, uno se queda peor, porque ya conoce lo que es disponer de cualquier cosa.
—Al terminar la beca, ¿no se ocupan de nada más?
—De nada. Además, todavía es peor si uno es extranjero. Bien. Terminé entonces mi beca y me vine aquí, a Nueva York. Estuve tratando de conseguir trabajo, porque es muy difícil en publicidad, a pesar de que yo tengo mucha experiencia. Doce años de publicitario en Buenos Aires, seis de los cuales me desempeñé como director de arte. Sin embargo, no podía conseguir nada, era muy difícil.
—¿Por qué? ¿Tenía visa de turista?
—No, no exactamente. Eso me inhibía para buscar trabajos más importantes, pero es otra la cuestión. Una vez fui a una cita, appointment, como dicen aquí. Llevé mi curriculum, mis trabajos. Tenía todo mezclado, lo que había hecho en publicidad y lo que había hecho en plástica, exposiciones, etc. Como se hace en Buenos Aires, donde uno dice que es artista plástico y ese dato sirve, es afín. Pero el fulano de acá, cuando vio eso me dijo: "¡Ah no! ¿Usted me va a decir que hizo esas exposiciones y que al mismo tiempo trabajó en publicidad?" Y no quiso siquiera ver la carpeta. Ese es uno de los detalles. Bueno, al fin conseguí trabajo para ir tirando, hasta que empecé a trabajar en Shop 2.
—¿Cómo fue?
—Tomé contacto con la firma, que es una productora de artefactos de luz, a través del Contemporary Artcraft Museum. Shop 2 quería hacer una serie de esculturas, repetir miles de cada modelo, es decir, múltiples. Hice unas cuantas para ellos, quedaron conformes y así me inicié en diseño. Una disciplina que me fue interesando cada vez más, y en lo que estoy ahora.
—¿Trabaja bien, con posibilidades?
—No puedo quejarme, no obstante que ahora el mercado norteamericano no está en su mejor momento, pero no tengo problemas personales.
—¿Firma todos sus diseños?
—Sí, no me interesa trabajar para otros. Tomo mi profesión muy en serio.
—¿Sigue trabajando en escultura?
—No. No creo más en la escultura.
—Sin embargo, de acuerdo con sus diseños actuales, estas lámparas son una extensión de la escultura, antes que una negación.
—Sí, es exacto. Ese es mi planteo.
—¿Piensa volver a la Argentina?
—Puede ser. No sé si a la Argentina, pero de aquí pienso irme, dentro de dos años, o en cualquier momento. Quiero tener hijos y no creo que los pudiera educar aquí.
—Las condiciones de trabajo, ¿han sido más positivas que en la Argentina?
—Es difícil contestar esa pregunta. En la Argentina no he tenido experiencia de diseño y, además, no sé si existe mercado para absorber. Incluso aquí, en los Estados Unidos, que parece ser un país moderno, es totalmente conservador. A tal punto, que todo esto cuesta mucho hacerlo, la gente no lo acepta. Hay sólo tres ciudades: Nueva York, Los Ángeles y San Francisco, donde el diseño moderno tiene importancia. En el resto del país, no. En estos momentos, el lugar ideal para el diseño es Italia.
—Si la Argentina le ofreciera algo interesante en diseño, ¿volvería?
—Seguro. Pero es muy difícil que eso suceda. Estuve hace poco, para las fiestas de fin de año, y no he visto mucho. Sé que están trabajando en plástico, pero por lo general son copias de lo que se hace aquí, en Inglaterra o en Italia.
—No crea. El CIDI suele exhibir una línea de diseños argentinos muy originales. No sé hasta qué punto pueden ser copia. En la última muestra de Exempla, Argentina sacó premios y USA no fue siquiera invitada.
—Sí, claro. Básicamente hay buenos diseñadores. Acá tampoco hay buen diseño, pero existen excelentes diseñadores. Sucede que el mercado no permite que se desarrollen. Tengo muchas ganas de volver a Buenos Aires, pero está ese fantasma de regresar y tener que trabajar en publicidad, una profesión que odio.
—¿Pensó en algún otro país?
—Siempre me gustó Brasil; pero ahí, lógicamente, no voy a ir.
—¿Mantiene sus contactos con museos, galerías y centros de arte porteños?
—No. Hace tiempo que dejé de hacer cosas para museos y galerías. Corté con todo eso. Creo que se mandó algo para una bienal en Colombia, pero no sé tampoco si fue una selección hecha en la Argentina. No me interesa participar en las bienales. Creo que voy a volver, de alguna forma, a hacer arte. Pero todavía no encontré lo que quiero hacer. Eso sí, estoy convencido de algo: lo que hacía era profundamente antisocial. El diseño me satisface en mayor grado.
—La diferencia no es mucha. Un televisor, una lámpara de éstas, son prohibitivas para mucha gente.
—No, estas dos lámparas, que fueron premiadas, tienen un precio muy reducido. Las diseñé, precisamente, pensando en que fueran baratas. Utilicé materiales comunes. El tubo, por ejemplo, es un caño de desagüe de piletas comunes. Sale muy barato. Es bronce cromado y se hacen millones de estos caños, no hay que modificarlos casi para nada. Está al alcance de cualquier bolsillo. Claro, no del gusto.
—A eso vamos. ¿Que gente usa esto? ¿Es la misma que usa el cuadro?
—Sí, es siempre la misma élite.
—Sucede lo mismo con el grabado, barato, pero no hay una política de difusión, una didáctica.
—Eso se ve claro aquí. Las grandes fábricas producen modelos de lámparas que son una porquería, pero hacen 50.000.000, las meten por todos lados y ¿qué pasa?, la gente va y compra eso. Es así. ¿Usted cree que en Buenos Aires las cosas van a ser distintas?
3/VIII/71 • PRIMERA PLANA Nº 444 • 47

Más sobre Luis Alberto Wells: http://www.fundacionkonex.org/b936-luis-alberto-wells

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