La población de la Argentina aumenta, pero los matrimonios
y los hijos disminuyen. A pesar del crecimiento
demográfico, el país envejece. En 1901, con una población
de 5.708.000 habitantes hubo 207.200 nacimientos. En 1962,
con 22.418.000 (según cifras oficiales correspondientes al
primer semestre), el número de nacimientos fue de 477.502.
Es decir, mientras que la población se ha cuadruplicado,
la natalidad se eleva a poco más del doble. En 1901, con
la población actual, habrían nacido 824.000 niños;
aproximadamente 350.000 más que en 1962. Sin embargo,
eso ocurría en la época del tango, en plena efervescencia
antifeminista, cuando el casamiento era un prejuicio para
los jóvenes que leían a Schopenhauer ("El matrimonio es
una celada de la naturaleza") y a Oscar Wilde ("Los
hombres casados son horriblemente aburridos cuando son
buenos maridos y abominablemente presumidos cuando no lo
son"). Desde entonces quedaron acuñadas, y aún están en
uso, las definiciones despectivas de las nupcias: la
gayola, la horca, etc. Sin contar que las exigencias del
hombre eran mayores: la mujer debía reunir la suma de las
virtudes domésticas. La madre preparaba desde niña a su
hija para lograr la tan ansiada proposición matrimonial.
Le enseñaba a cocinar, a coser, a bordar, a economizar en
las compras. Y en las clases pudientes, como virtud
decorativa, a tocar el piano, pintar o recitar. El
amor, tal como es concebido en nuestros días, tenía
importancia secundaria. La esposa debía ser, ante todo,
eximia ama de su casa y buena madre de sus hijos.
Más mujeres que hombres Si los hombres no se casan no
es por falta de mujeres. El equilibrio numérico entre
ambos sexos no podría ser mayor: aproximadamente 11
millones de hombres y 11 millones de mujeres. Y en la
Capital Federal hay más mujeres que hombres; el sexo
fuerte puede darse el lujo de elegir. Pero cada año
"elige" menos. El promedio de la tasa de nupcialidad,
entre 1946 y 1950 fue de 8,4 por mil. La tasa descendió a
6,7 en 1961. En la Capital Federal, en los tres últimos
años, se produjo la siguiente declinación: año 1959,
25.056 casamientos; año 1960, 24.072, y 1961, 23.868.
La disminución de matrimonios trae aparejada la
disminución del número de hijos, pero también hay que
considerar la cantidad de hijos por familia. Los
matrimonios con más de tres hijos son raros. Por lo
general, se llega al tercero cuando los dos primeros son
varones o mujeres, esto es, para formar la pareja. Pero
cuando esta se integra naturalmente los padres se
abstienen de extender la prole. "Los hijos —dicen— son un
problema. No se puede criarlos como antes, a la buena de
Dios. Hay que educarlos y darles un porvenir."
Los
hijos rejuvenecen Medio siglo atrás era cosa corriente
encontrar matrimonios con diez o más hijos. Hoy son objeto
de curiosidad. Ricardo Pueyrredón, director propietario de
Pueyrredón Propaganda (52 años, viejo militante del
radicalismo) es un padre orgulloso de su descendencia:
ocho hijos, tres mujeres y cinco varones. Y ningún
mellizo. Lleva 26 años de casado. —Cuando andaba de
novio con la que hoy es mi esposa, decíamos que íbamos a
llenar la libreta. Pero después del último parto mi esposa
fue sometida a una operación, y lamentablemente no
vinieron más. Hubiésemos querido tener doce, por lo menos.
Al proyectar la casa, ya pensaba en los hijos. En la
mansarda, sobre los dormitorios del primer piso, hizo
construir un ambiente de 13 metros por 5, destinado a
cuarto de juguetes. Y además, encima del garaje, dejó
espacio para edificar más dormitorios. —Los matrimonios
sin hijos envejecen rápidamente. Los hijos les quitan años
a los padres, al obligarlos a comprender los problemas de
la infancia. Pero no vaya a creer que todo es miel. Yo
también protesto porque no me dejan trabajar. Sin embargo,
ahora que mi familia está veraneando en Mar del Plata, el
silencio de la casa me enferma. Necesito oír el ruido de
mis hijos...
Maternidad vacía En la maternidad
Pedro A. Pardo, las camas disponibles denuncian la
disminución de la natalidad. Ocho o nueve años atrás
nacían hasta 12 hijos por día. Ahora, uno o dos; algunos
días más; otros, ninguno. Antes, las dos puérperas —salas
de internación para después del parto— estaban
permanentemente ocupadas. Ahora, de las 80 camas, la mitad
está vacía. —Aquí, en la maternidad, todos los médicos
son prolíficos —comenta la doctora María Esther Catella de
Croce (30 años, casada, enamorada de los niños). El doctor
Teófilo Breide, jefe de Embarazos Patológicos, es padre de
cinco hijos; el doctor Miguel Angel Cirio, jefe de
Puerperio, es padre de seis. Pero la experiencia le ha
enseñado que no ocurre lo mismo con las pacientes :
—Son muchas las mujeres que se presentan para interrumpir
el embarazo, aduciendo problemas económicos y la necesidad
de más habitaciones. Pero por lo general son las que
tienen más de dos o tres hijos. El primero y el segundo
son deseados, excepto en los casos en que la madre haya
quedado traumatizada por el primer embarazo. —¿Cree que
ha disminuido el sentido maternal en la mujer moderna?
—No. Si se limita el nacimiento de hijos es por falta de
vivienda o de dinero. A pesar de su coquetería, a la mujer
de hoy no le preocupa el aspecto estético, porque sabe que
mediante ejercicios adecuados podrá recuperar la línea
después del parto. Otra prueba de la necesidad de ser
madre la constituyen las mujeres que acuden al consultorio
de esterilidad conyugal: —Las pacientes soportan
tratamientos larguísimos y hasta intervenciones
quirúrgicas, con la esperanza de lograr la fecundidad.
Claro está que a veces este deseo responde a exigencias
familiares o a amor propio y no a un auténtico sentido
maternal. El tema del aborto es la faceta opuesta. Aquí
entra en juego el problema educativo. La doctora de Croce
expresa: —Los abortos obedecen a una falla en la
formación moral de la mujer. Creen que no se comete un
crimen porque el hijo que llevan en el vientre no tiene
personalidad. Tampoco la tiene un bebé recién nacido.
Ignoran lo que es la concepción. Si lo supieran,
comprenderían que van a matar a un ser con vida, un ser
que es su propio hijo.
Las villas miseria En el
Hospital de Pediatría Dr. Pedro de Elizalde (Ex Casa Cuna,
Montes de Oca 44) se atiende a millares de niños de las
villas miseria de la zona sur del Gran Buenos Aires. El
drama de esas "villas" está reflejado en cada una de las
madres que traen a curar a sus criaturas. La doctora
pedíatra Nelly Alicia De Fino (soltera, con siete años de
ejercicio en el hospital) se asombra de que las
estadísticas revelen la disminución de la natalidad.
—Habrán disminuido en las clases pudientes. Aquí todas las
madres que vienen tienen más de cuatro hijos. En las
villas miseria abundan las madres con siete u ocho
hijos... —¿Cómo explica usted que los pobres sean más
prolíficos que los ricos? —No creo que se deba a la
convicción religiosa. En la mayoría de los casos es porque
no saben cómo hacer para evitarlos. Las uniones, en las
villas miseria, son casi todas ilegales. Esto no
constituye un impedimento para su atención en el hospital.
Pero cuando tienen que internar a una criatura se les pide
documentos a los padres, para evitar que la dejen
abandonada. Si ello ocurre, se los cita por carta o se
envía a su domicilio a una visitadora del Servicio Social.
El excesivo número de hijos llega a ser un problema tan
grave que a veces no encuentran otra solución —dentro de
su mentalidad— que desembarazarse de ellos. La señora
Celina Garín de Belmonte, domiciliada en Lanús Oeste,
concurre con frecuencia al Hospital de Pediatría Dr. Pedro
de Elizalde. Es madre de ocho hijos y tiene 32 años. La
doctora De Fino es madrina de bautismo de su hija Gladis.
Es otra excepción optimista. Privaciones e incomodidades
de vivienda —dos habitaciones— no la asustan. —¿Cómo se
las arregla para criar a sus ocho hijos? —Con un poco
de maña y de voluntad. No se arregla el que no quiere.
La receta es sencilla y eficaz: sus hijos están limpios y
bien cuidados. El optimismo no alimenta el cuerpo, pero es
necesario para vivir.
La mujer piensa más Dice
Dalmiro Sáenz (37 años, padre de 9 hijos y autor de 4
libros de cuentos, el segundo de los cuales, titulado No,
logró salir airoso en juicio contra la censura) :
—Antes, la mujer se enamoraba del primer hombre con el que
establecía un diálogo, pero olvidaba que en el amor el
diálogo no se ejerce solo con palabras, sino con muchos
otros elementos: la piel, el sentido estético, la
inquietud espiritual, los apetitos, el sexo. Las mujeres
eran educadas para el matrimonio, pero no para el amor, y
ello llevaba al fracaso a muchas parejas. Los colegios
mixtos, la camaradería deportiva o intelectual, la
libertad de movimiento impiden a la mujer encandilarse con
el primer intercambio de palabras. Por eso, tal vez,
piensa más antes de casarse. Además de las causas
obvias —standard económico reducido y escasez de
vivienda—, Sáenz advierte, en la disminución de la
natalidad, una menor dependencia de las leyes de la
Iglesia por parte de la población católica: —Creo que
esto es positivo: la concepción de un hijo es algo
demasiado sagrado como para depender del azar. Es absurdo
e inmoral que una mujer demuestre alegría porque la demora
que la alarmaba se debía a otras causas. Un hijo tiene que
ser la concreción de un definido estado de amor y no la
obediencia ciega a una ley que probablemente la Iglesia
derogue dentro de poco.
La mujer que trabaja Un
organismo donde la burocracia ha sido reemplazada por la
organización y donde los funcionarios pertenecen al sexo
femenino: la Dirección Nacional de la Mujer. La titular,
Marcela G. de Vilchez, casada, dos hijos, entusiasta de la
juventud, responde: —Los matrimonios han disminuido,
pero no por culpa de la juventud. Si no se casan es porque
no pueden. La juventud cree en su capacidad constructiva.
Si se pudiese resolver el problema económico y la falta de
vivienda, los casamientos aumentarían inmediatamente.
—¿ No influye la independencia económica de la mujer?
—Al contrario. Es un incentivo para el matrimonio, puesto
que con la ayuda de la mujer se logra el sostenimiento del
hogar. La sociedad conyugal se ha convertido en una
verdadera sociedad económico-financiera. Los hombres deben
cambiar su actitud frente a los problemas sociales de
nuestra época. —La ausencia del hogar ¿no trae
consecuencias sobre la educación de los hijos? —Si, las
trae, y es un hecho en cierna medida comprobado, pero
sostengo V afirmo categóricamente que la mujer que trabaja
es la que más se preocupa por sus hijos y su hogar. No
llevamos estadísticas, pero a través de nuestras
observaciones y experiencias estamos en condiciones de
afirmar que esas madres no enfrentan el problema de la
delincuencia infantil.
Problemas para casarse
Las parejas de jóvenes que quieren casarse tienen que
resolver problemas casi insolubles. Si todavía se casan
es por su espíritu emprendedor. El departamento, los
muebles, la vajilla, el ajuar, la fiesta,, el viaje de
bodas: una verdadera fortuna. Un grupo de jóvenes decidió
crear la U.J.A. (Unión de Jóvenes Argentinos) para —entre
otras finalidades— obtener la concesión de un crédito de
70.000 pesos a toda pareja que quiera contraer enlace. El
proyecto espera en la Cámara de Diputados. Los casados
tuvieron más suerte. En 1934, el doctor Alfredo Palacios
se preocupó por ellos. Creó la ley nº 11.939, que ampara
desde hace 30 años a las obreras y empleadas que van a ser
madres, con un subsidio integrado por aportes tripartitos
de $ 3,20 trimestrales, que deben hacer efectivo el
Estado, el patrono y la afiliada a la Caja de Maternidad e
Infancia. El aporte, que se mantiene desde entonces sin
modificaciones, hoy parece más una broma que una cuota de
seguro social; pero tenía sentido en 1934: la ley
estipulaba que sería un día de sueldo de la afiliada. En
total, la caja otorga actualmente 1.000 pesos, suma que es
elevada a 1.020 por el segundo hijo y a 1.040 por el
tercero. El incentivo no es grande, pero, como dicen las
madres, "el segundo cuesta menos que el primero". La
disminución de subsidios entregados por la caja corrobora
la declinación de la natalidad: 15.717 en 1956 y solo
7.430 en 1963.
El método Ogino y Knaus La
Iglesia se mantiene firme en sus principios. El control de
natalidad, en el lenguaje de sociólogos y médicos
católicos, sigue denominándose "onanismo conyugal". "La
conciencia cristiana —dice Giuseppe de Ninno, profesor de
la Pontificia Universidad Gregoriana, en el libro Cien
problemas de Conciencia, que lleva el Nihil Obstat
eclesiástico— no puede aceptar los medios que constituyen
el objeto de la propaganda pro limitación de los
nacimientos de carácter neomalthusiano: ya sean los que
implican determinados artificios, de variada naturaleza,
capaces de dañar los elementos sexuales o impedir su
natural encuentro, ya sea el onanístico en sentido
estricto, consistente en la interrupción de la unión antes
de su plena realización. La inmoralidad de tales medios,
aun considerados a la luz de la sola ley natural, radica
en el hecho de que los mismos vician intrínsecamente la
esencia del acto sexual, falseándolo e introduciendo en su
dinámica elementos extraños a su naturaleza. El medio es
malo en sí y no puede por lo tanto ser moralmente lícito,
aun cuando el fin a que se dirige sea bueno." La
Iglesia, sin embargo, admite dos medios lícitos para la
limitación, siempre y cuando el motivo "sea moralmente
suficiente y seguro": el tradicional, de la continencia
absoluta, prolongada durante todo el tiempo en que es
rechazada la prole y el de la "continencia periódica",
basado en las conclusiones científicas de Ogino y de
Knaus, el cual limita las uniones a los periódicos
agenésicos de la mujer, es decir, a aquellos "espacios de
tiempo, que se repiten mensualmente, y en los cuales no se
da un óvulo maduro capaz de ser fecundado." Pío XII, en
el Discurso sobre el apostolado de las obstétricas (29 de
octubre de 1951) aclaró los límites del uso del método
Ogino y Knaus: "Si la actuación de aquella teoría —dijo—
no quiere decir otra cosa sino que los cónyuges pueden
hacer uso de su derecho matrimonial aun en los días de
esterilidad natural, no hay nada que oponer: con ello, en
efecto, los casados no impiden ni perjudican en modo
alguno la consumación del acto natural y sus ulteriores
consecuencias naturales. Precisamente en esto la
aplicación de la teoría de que hablamos se distingue
esencialmente del abuso ya señalado, que consiste en la
perversión del acto mismo. Si en cambio va más allá,
permitiendo el acto conyugal exclusivamente en aquellos
días, entonces la conducta de los esposos debe ser
examinada más atentamente". Pero si la exigencia de uno de
los cónyuges de restringir a los días de esterilidad el
derecho matrimonial, de manera que en los restantes días
el otro cónyuge no tendría ni siquiera el derecho de
reclamar el acto, implicaría —según el citado documento
pontificio— "un defecto esencial en el consenso
matrimonial, que llevaría consigo la invalidez del
matrimonio mismo".
Los "antibebé" Ante esta
situación —rechazo o inconveniencia de los hijos— no podía
dejar de florecer la industria de los anticonceptivos. La
población no católica ignora en su gran mayoría el método
Ogino y Knaus y se inclina por el uso de otros medios más
eficaces y menos riesgosos: el antiguo "profiláctico" y
los nuevos productos que se expenden en las farmacias en
variedad suficiente como para satisfacer todas las
exigencias estéticas. Ejemplo, una simple píldora diaria,
ingerida durante 20 días al mes, anula todo peligro de
embarazo, sin que ello provoque la esterilidad. En
Alemania Occidental, su país de origen, estas píldoras son
conocidas popularmente con el nombre de "antibebé". Dicha
especialidad debe ser prescripta exclusivamente por el
médico para la prevención del embarazo, pero es usada
indiscriminadamente por el público, v algunos
farmacéuticos hasta la recomiendan aleccionados por el
éxito. La venta de anticonceptivos ha dejado de ser un
secreto. Los clientes solicitan v el farmacéutico se
"habitúa" a venderlos sin exigir la entrega de la receta.
Por otra parte, la receta de un médico es fácil de
conseguir. Y con la receta —devuelta y, salvo excepciones,
sin el correspondiente sellado— puede comprarse en
distintos comercios toda la cantidad que se desee del
mismo producto, que circula con certificado de "venta
autorizada por el Ministerio de Asistencia Social y Salud
Pública". Pero este organismo mal puede controlar la
obligatoriedad de expendio bajo receta, ya que solo cuenta
con 14 inspectores. Las especialidades anticonceptivas,
bajo el velo de una aparente clandestinidad, y no obstante
hallarse fiscalizada su propaganda, alcanzaron en los
últimos tiempos amplia aceptación por parte de quienes no
pueden (razones económicas) o no quieren (motivos
personales) tener hijos. La maternidad, en la mujer
moderna, contra lo que creía Nietzsche, "no resuelve todos
los problemas". Los hijos, en el matrimonio del siglo xx,
dejaron de ser una consecuencia natural para convertirse
en una decisión voluntaria. La fórmula "contigo pan y
cebolla", que antaño solucionaba todo, ha perdido
vigencia. Para casarse es necesario un sinnúmero de
comodidades "imprescindibles" que incluyen el televisor,
la heladera, el lavarropas, la cocina a gas, la licuadora,
cine todas las semanas y cenas periódicas fuera del hogar.
La escasez de vivienda y la falta de dinero son reales,
pero el hombre y la mujer modernos las utilizan como
cortina de humo para justificar otra realidad más honda,
que es la concepción egoísta del matrimonio, en el que los
hijos traen alegrías, pero también preocupaciones, y,
consiguientemente, una menor independencia de la pareja.
Revista Panorama Ed. Abril, Av. Leandro N. Alem 884 (La
publicación de la revista será continuada por Panorama
S.A. en formación, cuando esté completada la constitución
de esta sociedad, por cuya cuenta actúa Editorial Abril
S.A.) 04/1964
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Pie de fotos: -La doctora de Croce, de la Maternidad
Pardo, e las salas ya no se oye el coro de los berridos
de los bebés -Marcela G. de Vilchez, titular de la
Dirección de la Mujer, madres y esposas plantean allí
sus problemas -La señora de Belmonte, madre de ocho
hijos, conoce el secreto para alimentarlos. El más
pequeño, en la camilla, es revisado por la doctora De
Fino, del hospital Pedro De Elizalde -Ricardo
Pueyrredón, un padre feliz, ocho hijos y la nostalgia de
los que no vinieron -El escritor Dalmiro Sáenz, padre
de nueve hijos: un calendario vivo que registra los años
de matrimonio. En sus cuentos, los personajes opinan
como su autor, y muchas veces sus conflictos nacen de
una falta de preparación para el amor. Pero no son tan
prolíficos. |
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