Es una piecita de 36 metros por 9. Tiene sus cosas, claro:
tres niveles, ochenta mesas, trescientos sesenta y dos
asientos; algunas veces están todos ocupados, pera también
se ve gente parada junto a un mostrador, aunque a ellos
les gusta llamarlo barra. Bien presentadla, para que las
paredes no estuviesen muy peladas, colgaron dos colmillos
de elefante, dos cabezas de búfalo, una de oso (record
book international), tres de antílope. No se puede negar
que tiene buena ubicación: Arroyo 866; y Arroyo es, según
Eduardo Mallea, "el codo aristocrático de Buenos Aires".
Un día se quemó, y sería una estupidez decir que, como el
Ave Fénix, renació de sus cenizas. Lamentablemente —porque
la estupidez no resulta aconsejable—, es lo que sucedió.
En 1966 supo ser el lugar más elegante de Buenos Aires. Y
como Mau Mau es un night club caprichoso, indescifrable,
ha decidido volver a la cumbre: allí está, como antes, tal
vez más que antes.
—Perdone, señor: ¿me puede decir por qué viene usted a Mau
Mau?
—No sé, vea. Es como el caballo del carro de lechero,
¿vio?, que va solo, sin necesidad de que le indiquen nada.
El hombre tomó a su pareja y entró.
No sabía por qué, pero allí estaba. Otro hombre, que mide
Im71, pesa 78 kilos, tiene 34 años de edad, nativo de
Libra, hincha de Racing, conoce más profundamente el tema.
Es hijo de José Lata y de Aurora Liste, se llama Alberto y
pocos creerán que su apellido no es Lataliste. Propietario
de Mau Mau con su hermano José, blanqueó dos horas de sus
actividades para analizar —"Sin tapujos, o nada"— la
historia y los fundamentos del éxito en su boliche.
Era imprescindible partir de tres explicaciones: ¿por qué
la gente va a un lugar?, ¿por qué se va de él?, ¿por qué
vuelve? "La gente va a un night club para conocer la
novedad. No le gusta el sistema; no le gusta que le digan
que algo es lo único. También, para atraerla, hay un
trabajo personal, de simpatía, de corrección, de amistad,
de lograr afecto. Pero, de pronto, buscan lo raro: «Che,
se abrió un lugar, ¿vamos a ver?* No crea, como muchos,
que el asunto depende de los amigos que uno tenga. Al
menos, yo, antes, tenía bastantes y buenos: salía mucho.
Cuando abrí Mau Mau tenía 28 años, han pasado seis. En ese
período, la mayoría de los amigos se casó, se fue al
campo, tiene hijos: el sistema de salir todas las noches
no les sienta. Inclusive, nos vemos sólo cada quince días,
muy de tanto en tanto."
Es disperso. Lo sabe: "Cuando me vaya del tema, usted me
trae". Hay que traerlo. "Muy bien, creo que ya están
explicadas las razones por las que alguien va a un lugar;
son las mismas que hacen a la gente abandonarlo y buscar
otro. ¿Por qué vuelve? Me voy a referir a Mau Mau: yo creo
que los otros lugares no le han dado lo que fue a buscar y
esperaba. ¡Ojo!, que no quiero pasar por fanfarrón; pero
vea: Mau Mau se inauguró el 28 de abril de 1966; el 6 de
setiembre se quemó, y el 12 de diciembre lo volvimos a
abrir. Desde entonces, hubo cuarenta y dos night clubs
nuevos; todos invirtieron mucha plata, no creo que hayan
bajado los cuarenta o cincuenta millones. En Rugantino,
dicen que se gastaron 110.000.000 de pesos. El mes pasado,
cerraron tres. Por eso, me interesa que no se crea que yo
subestimo a los demás. Si la gente vuelve, será porque
tenemos algo que no le dieron afuera. Se podría resumir,
diciendo que a los otros les interesa ganar más plata, en
menos tiempo, con más intranquilidad". ¿Más plata? "Pero,
por supuesto. No le quepa la menor duda de que en Buenos
Aires hay, por lo menos, veinte negocios que hacen más
plata que Mau Mau. Es que los otros no le preguntan a la
gente: «Usted ¿quién es?». Dicho de otra manera, aunque
sepan quién es un tipo, porque a lo mejor tiene 100.000
pesos para gastar en una noche, lo dejan entrar. Eso no me
interesa a mí: puede ser que ése no entre, y que el
invitado de honor no tenga un peso en el bolsillo, pero
sabemos que es un señor."
Parecería como si los detalles formales no fuesen la única
diferenciación de Mau Mau. Quizá recorriendo su biografía
aparezcan indicios esclarecedores, como en cualquier
crónica policial que se precie. En 1965, Alberto era un
joven, poseía una floreciente agencia de publicidad,
profesión nada estática o monótona. Pero su vida
cambiaría: le contaron que en la avenida del Libertador,
muy cerca de la General Paz, en Vicente López, estaban
construyendo un night club. Fue a verlo, lo pensó un poco,
se puso de acuerdo con José Luis Fernández Bobadilla, y lo
compraron "en tres millones de pesos, pero a pagar".
Quince días más tarde se inauguraba; fue un suceso: "Una
cosa de locos, sin explicación alguna; estaba lleno todos
los días. No tengo la menor idea del porqué". Al mes y
medio, lo vendieron "en ocho millones, un negoción;
realmente un negoción".
Los amigos lo asediaron: "Che, ¿por qué no abrís otro
boliche?" Era la época en la que Zum Zum atraía al gran
mundo. Whisky a Go-go y, especialmente, Gong competían
fieramente por ubicarse al topé de la noche. "Yo pensaba:
hay que hacer un night club redituable, administrarlo
seriamente para que la gente se divierta." Consultó con
arquitectos; Lataliste buscaba a alguien que interpretara
su idea. "Pero lo que vos querés no es un night club", le
respondían. Nunca había viajado a Europa; sin antecedentes
serios, pugnaba por la obsesión: "Quiero un living donde
la gente pueda recibir amigos, para tomar una copa, o
bailar, o conversar con una mujer". Pero tenía,
únicamente, 3.400.000 pesos. Hasta que los arquitectos
Saavedra y Bruzzoni dieron en la tecla. Alberto reúne a
Marcelo Fernández Criado, a Enrique Bencich, a Evaristo
Palacio, a Fernández Bobadilla y a su hermano José. Cuando
el monstruo está listo, se cursan cuatrocientas
inaugurales invitaciones. "Ningún militar, toda gente
civil de un nivel social clase media-alta", recuerda.
Su amigo Guillermo Willie Divito lo visitó; al irse,
dejaba un juicio tan desalentador como equivocado: "No
seas loco, con esto te fundís". A partir de entonces,
Lataliste viaja unas veinte veces a Europa. "Durante
cuatro años, Mau Mau es imbatible. Comienza a venir gente
de las galas del Colón. El smoking, que estaba out,
reaparece acá. Me doy cuenta de que esto se va para
arriba." ¿Quiénes y a qué vienen? "Serían muchas las
respuestas, me inclino por una: vienen amigos a conversar.
La entrada de hombres solos está prohibida, aunque no
tengo ningún problema en confesar que hay excepciones."
Enumera la lista de unos treinta privilegiados; allí están
Luis Robirosa ("Un pingazo"), Eduardo Ayerza, Emilio Jorge
Santamarina de Alvear, Armando Ramos Ruiz ("Porque son
amigos míos").
Alberto Lataliste no cree en play boys argentinos: "El
play boy gasta mucho dinero en apariencias, en confort, en
demostrar que es el primero. Además, es un hombre de edad.
Acá, la gente mayor está en otra cosa. Tampoco hay
fortunas tan sólidas como en Europa. Yo vi, en Saint
Tropez, a un hombre gastar 3.000 dólares en una noche. O a
un portugués, en L'Escale, dar una comida para ciento
cincuenta personas. Pero nada excepcional: como algo de
todos los días. Por eso, allá, en Europa, todavía se
acuerdan con asombro de Jorge Atucha, de los Cavanagh, de
Macoco Alzaga Unzué, porque hacían eso cuando en Europa
pasaban necesidades. Nuestro dinero era fuerte, entonces.
Nadie tiene, ahora, en la Argentina, la euforia de otros
tiempos. Sí, la situación económica del país se nota, aun
en la gente que viene acá".
Cuarenta y seis empleados —desde mozos hasta personal
administrativo— hacen marchar a Mau Mau. Entre ellos,
Julio Fraga, un portero tan agradable para los habitués,
como despreciado por quienes escuchan el sospechoso:
"Perdón, señor, no hay lugar". Libertad Leblanc llegó,
apenas, hasta la entrada: "Tenía un escote muy
escandaloso". Hay unas diez o quince personas qué tienen
especialmente prohibida la entrada. "Digamos que por no
adaptarse al criterio de la administración." ¿Cuál es ese
criterio, en síntesis?: "Que un señor y una señora, o
señorita, puedan conversar y bailar cómodamente, a gusto,
sin desagrados de ninguna especie". Tendrán que pagar
1.000 pesos por cualquier copa, desde la primera hasta la
última. Nunca, sino en especiales ocasiones, verán bailar
o beber a Lataliste, "porque éste es mi trabajo. Sólo
bailé... a ver: con Carmen Sevilla, con Lola Falana, con
Sarah Vanderbilt".
Este porteño que vive solo, en la avenida Alvear, desde
hace cuatro años; que estudió hasta el segundo curso
industrial en el Colegio Lasalle y en el Instituto de
Mecánica Especializada; que vendió libros, tierras; que
fue mecánico de automóviles; que, a los 21 años, recibió,
como regalo, un auto último modelo de Geofinca SA, porque
ya era secretario general en una empresa de 350 empleados;
que pasó su vida "vendiendo y arreglando", sabe que "la
gente va adonde va la gente". ¿Y por qué va a algún lado
la gente? "Yo debo pensar que ése es el gran interrogante
del éxito en el mundo." No cree que haya quienes la
traigan y la lleven: "Si no hay líderes en la política,
¿usted cree que va a haberlos en la noche? ; no, ni lo
piense".
Mau Mau sigue igual que antes, y esto tiene doble sentido.
"No le cambiamos nada, pero está top, top: como en 1966.
Antes, venían por el lugar; la gente se comentaba: «Fui a
Mau Mau. Andá, porque es de locos». Ahora, no sé cuál es
la razón. ¿Los negocios?: eso se dice siempre. Vea, no
creo que en la noche se haga ningún negocio que tenga
visos de seriedad; ni aquí, ni en ninguna parte." Él, sin
embargo, iniciará otro: Mau Mau en Marbella se abrirá el
12 de julio próximo. ¿Su socio?: el príncipe Adolfo de
Hohenlohe, ex marido de Ira von Fürstenberg. ¿Otro?: Luis
Miguel Dominguín, "con quien tenemos inversiones en
España".
Pronto, a su pasión por los pur sang —tiene cuatro, en
sociedad; los compró asesorado por Arturo Bullrich, Julio
Penna, Ignacio Bebe Correa— agregará otro berretín: un
restaurante, The Horses, en Junín y Quintana, especie de
club privado inglés. Es posible que todas estas cosas
hayan sucedido porque a Alberto Lata, a quien casi todos
conocen por Lataliste, le aburre "la gente que no está en
la onda". Pero, por favor, que nadie ose preguntarle qué
significa; sería cuestión de nunca acabar. De todas
maneras, no se entendería demasiado, porque Lataliste dirá
algo así: "Es una cosa que a todos les preocupa, que
algunos consiguen y otros no, que no tiene demasiada
relación con el dinero que haya en el banco, pero tampoco
se puede intentar estando en la miseria".
Revista Primera Plana
08.06.1971
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