El embajador Antonio Borges Leal Castello Branco, reemplazante
interino del ministro de Relaciones Exteriores del Brasil, Vasco
Leitáo da Cunha, había recibido las siguientes escuetas
instrucciones del canciller: "A Perón hay que negarle el uso del
territorio brasileño, sea como huésped, turista o pasajero en
tránsito." Si bien los brasileños se han mostrado tibios con
los políticos extranjeros asilados en su suelo (George Bidault
vive en el interior del Estado de San Pablo, en Campiñas; y el
capitán portugués Henrique Galváo, el famoso raptor del Santa
Alaría, en San Pablo), no se miran con buenos ojos las
actividades de Lionel Brizóla y "Jango" Goulart en Montevideo.
"Hoy por ti, mañana por mí", tal vez. O los brasileños
comprendieron perfectamente los temores que provoca ese
fantasmal Perón que durante todo el año pasado iba y venía,
según las alucinaciones de sus adeptos. A pesar de los
rumores que entre noviembre y diciembre colmaron los canales de
las agencias noticiosas internacionales, ninguno de los
pasajeros de cierto vuelo regular de Iberia del martes 1° de
diciembre —ni la tripulación— sabia que Perón estaría a bordo.
La noticia llegó a Río a las 4.30 del miércoles. A las 7.35
el DC 8, rojo y blanco, descendió en el aeropuerto del Galeao.
La zona había sido despejada poco antes. Un pelotón de policías
de la Aeronáutica cercó el avión. Se permitió que los 43
pasajeros de la clase turista abandonaran el aparato. La cabina
de primera había permanecido cerrada durante todo el viaje.
Jorge Lampreia, jefe de protocolo de Itamaraty y el teniente
coronel Jorge Moassab subieron al avión. Lampreia dijo al
"extraño" pasajero: —Señor Perón, su viaje ha llegado a su
fin. —Conozco muy bien la ley internacional. Estoy a bordo de
un avión con la bandera española. Por lo tanto, bajo la
protección del gobierno español. Y usted, señor, no puede
interrumpir mi viaje. —Yo también conozco la ley
internacional. El suyo no es un caso de protección de soberanía,
ya que está viajando en una línea comercial. Después de ocho
minutos de discusión, Perón y sus acompañantes accedieron a
desembarcar. Perón salió a la luz carioca como un porteño de
clase media que va a pasar un fin de semana en el campo: saco
marrón claro, pantalones oscuros, corbata marrón claro, pelo
tirante y cuidadosamente teñido de negro azulado. Descendió por
la escalerilla. No había canelones ni se oyeron aplausos. Unos
pocos cientos de espectadores ocasionales observaron la escena:
al acercarse al fin de la escalerilla, Perón pareció darse
cuenta de que unos cuarenta miembros de la policía del
aeropuerto lo miraban (con curiosidad). Levantó entonces el
brazo. Nadie respondió. Perón había aceptado ser "huésped de
la base". En el casino de oficiales del Galeao se le sirvió el
almuerzo. ("No tengo ganas de comer"). Pero los ad láterem no
hicieron cumplidos. Corrían mientras tanto los rumores, las
comunicaciones, los llamados telefónicos. El vuelo de Iberia
estaba previsto para las 22.15. Trescientos curiosos y unos
setenta fotógrafos nacionales y extranjeros merodeaban por el
aeropuerto. Aunque la vigilancia había sido muy severa
durante el día, la policía aeronáutica compensó algunos excesos
de violencia contra la prensa, pocos momentos antes, con la
preparación de un show único en el mundo. Amigos del
espectáculo, los cariocas dispusieron la pasarela para una
vedette singular: grandes faros iluminaron la escalerilla. Pero
la vedette no subió con los brazos en alto, no se dio vuelta
para sonreír, ni siquiera cuando uno de los fotógrafos se lo
pidió a gritos. Cuando ya emprendía el regreso, una mujer de
tapado rojo palmeó el brazo del "ex": Delia Degliuomini de
Parodi había sido uno de los engranajes más activos del retorno.
El comienzo. El martes a la noche, en Madrid, Perón se había
despedido de sus colaboradores. Luego cenó con Isabelita y
Delia, huésped de los Perón desde su llegada a Madrid, Jorge
Antonio y el inspector Ángel Serrano, a cargo del destacamento
de escolta de Perón desde dos años atrás. Lo que sigue es una
historia que, a pesar de las semanas transcurridas, todavía es
inédita. Aquel martes, Serrano hizo la última ronda de la noche.
Fuera de la villa, un grupo de periodistas y disimulados agentes
de inteligencia del gobierno argentino. El inspector saludó con
la mano a su segundo, el detective Celso Galván, que hacía la
guardia desde un sedan negro, del otro lado de la calle. No
había nada extraño. Serrano se dirigió en su coche hacia la
ciudad. Dos horas más tarde, poco antes de medianoche, apareció
el Mercedes de Jorge Antonio. Salía del garaje y se detuvo
frente a la puerta exterior. Una figura femenina, envuelta en un
detonante tapado rojo, subió al vehículo y se sentó junto a
Jorge Antonio, que manejaba. El asiento trasero iba vacío.
Antes de entrar en el camino principal que va de El Pardo a
Madrid el Mercedes se detuvo. Delia bajó y corrió a abrir el
baúl del coche. De allí surgió un hombre con abrigo de piel de
camello, que apresuradamente se introdujo en el automóvil y se
sentó en el asiento trasero, junto a la mujer de rojo. Perón
daba el primer paso de la "operación retorno". La infidencia
de un oficial de tránsito de Iberia "levantó la perdiz" y
mantuvo en zarandeos y especulaciones a la prensa. La
cooperación de las autoridades españolas ayudó a mantener la
cortina de humo sobre los primeros movimientos de los "retornistas".
Aun estando Perón ya en viaje a Brasil, las autoridades y los
funcionarios de Iberia insistían testarudamente: "Perón no
viaja". Una hora antes del aterrizaje en Río de Janeiro, el
Ministerio de Relaciones Exteriores español emitía este sucinto
comunicado: "El general Perón ha salido de España rumbo a
Sudamérica." Comenzaba el breve interludio carioca. En total,
el retorno duró 16 horas y 23 minutos. Revista Panorama febrero de 1965
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Delia de Parodi, Perón (al centro con portafolios), Vandor e
Iturbe descienden en la última etapa del frustrado retorno:
Rio de Janeiro. La actitud brasileña dio un final imprevisto
al viaje del ex dictador argentino |
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