Wimpi
qué tipo genial...!!!
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ARTHUR GARCIA NUÑEZ, "WIMPI", BOHEMIO IMPENITENTE, RENUNCIO A SU DESTINO DE MEDICO. QUE SIN DUDA HUBIERA CUMPLIDO BRILLANTEMENTE, COMO CUALQUIER COSA QUE SE HUBIESE PROPUESTO. SU VIDA FUE UNA ESTELA LUMINOSA EN LA CUAL REGALO SU TERNURA, SU CULTURA INCONMENSURABLE, SU HUMOR DE CUÑO NADA COMUN. APENAS VIVIO MEDIO SIGLO, PERO LE BASTO PARA COLOCARSE A LA PAR DE LOS MAS GRANDES HUMORISTAS DEL RIO DE LA PLATA.
Texto y dibujos de GENO DIAZ

Pa trabajador, mire, el Arthur García Núñez, que le decían "Wimpi" —solía decirme el viejo Varela—. Más entuavía que el Bonifacio Fierro que supo estar de mensual en lo e' Rosendo Barloco, que le decían "El desorejao" porque tenía él costumbre e'usar las orejas dentro e'la boina. ¡Cómo no!
Yo le creo al viejo Varela, porque te conoció mucho, querido "Wimpi", pero un día me aluné un poco d'a tanto oírlo alegar "que «Wimpi» esto, que «Wimpi» lo otro", y lo agarré y le dije:
—Una sola contra le veo al "Wimpi", don Varela, con su permiso. Esa contra es el apuro. Allá en mi barrio hay un apurado famoso, el Secundino Vilaboa. No terminó de decir el "Dios te salve..." y ya está en el "tu vientre, Jesús. . ." ¿Qué apuro tenía "Wimpi" para irse al otro lado de esta vida que él amó tanto? Dígame, don Varela. . .
El viejo no dijo nada. Sorbió su cimarrón hasta hacer cantar la bombilla y con el dorso de su manaza hábil para injerir tientos se limpió un lagrimón que le retrapaba los bigotes amarilleados por el tabaco fuerte. Se quedó mirando el rescoldo y después de un rato dijo "como quien se desangra":
—Justo lo mejor y más grandote que tenia, le vino a fallar: el corazón...
Y no me dijo más nada y se quedó mirándose para adentro, que es la forma de mirar de los viejos.
Yo te amé, viejo "Wimpi", Te amé como amé a Carlitos "Champlín", a Don Quijote, a Segundo Sombra, a Moreno y Pedernera, a Shirley Temple primero y a Laraine Day después -uno es así de inconstante-, a Borocotó, a. . .
Sucede, "Wimpi", que mi vieja no es nadie, como más de cuatro, como dirías vos. Apenas una rosarina chiquita con la cara como talón de angelito. Pero era muy purrete yo y escuchaba a su lado programas de radio que se llamaban "Papel Picado" o "Cartel Sonoro", donde charlaban conmigo tipos muy piolas, "Wimpi". Tipos muy piolas que se llamaban Mario Luis Moretti (El Practicante de Guardia), Isidro J. Odena o Silvia Guerrico. Y además mi viejo, gallego de La Coruña, que llora oyendo a Gardel, me sentaba en sus rodillas los días lunes, a la sobremesa, y me leía en el "Billiken" las aventuras de Comeúñas y su barra, los hermosos hijos de Borocotó, oriental como vos. Y aquella lejana infancia mía está nimbada por las espirales de humo azul y gris del cigarrillo de mi viejo, y su voz habiéndome de Rompehuesos, de Tiquiflequi, del Lecherito, de Cabeza de trapo, de Pan congrasa o de Sietebarrigas. Minga de psicología sabían mis viejos. Eran laburantes comunes. Nadie, como más de cuatro, pero sabían dónde estaba "la justa". Gracias a ellos aprendí a conocer años después que la verdad estaba en la señorita Lilia, que hoy es abuela; en Oski y César Bruto; en Lino Spilimbergo; en Enrique Villegas; en Juan Mondiola; en Calé.. . ¡y en tantos otros!
Cuando la máquina cero estaba por entrar a saco en mi bocho para sumergirme en el marrón terroso de la milicia, apareciste vos en Buenos Aires. Y yo que venía entrenado para distinguir las cosas que hacen más linda la vida y bien vareado en Mataderos —el barrio más lindo de Buenos Aires— aprendí a amarte como sólo puede amar un adolescente: entregado. Hasta entonces "Wimpi" era para mí nadie más que el sensato compañero de Espaguetti —el subdesarrollo mental lo llamó después Popeye—, que amaba los sandwiches de pavita con pickles y cebollas. Y apareciste tan misteriosamente en esta ciudad que llegué a pensar si no serías una corporización de aquel muñeco creado por Segar, el del bombín ridículo y el jaqué negro. Porque nadie sabía dar noticias tuyas. En tanto tus muñecos alocados, jocundos, exagerados, comenzaron a vivir con la voz que les prestaron Pinocho —el tierno y culto Juan Carlos Mareco— y Pepe Iglesias. Y el viejo Varela empezó a contarnos sus disparatados cuentos en "Noticias Gráficas", y vinieron aquellas historias de circo en "Rico Tipo" y además tu propia voz por radio en aquellos memorables cinco minutos diarios. Mucho nos regalaste desde que apareciste de la mano de Pinocho en radio Mitre por 1945, hasta que nos dejaste aquel 9 de setiembre de 1956.
Yo bebía con deleite tus charlas radiales. Todavía hoy leo tus escritos en voz alta, imitando tu voz, tus cadencias, esa forma tan musical e inigualada que tenías de arrastrar las vocales cuando nos decías "y entooonces, el elefaaante, amiiigos.. ." con tu voz esmeradamente lijada a fuerza de fasos y gin puro. Pero lo hago para mí solo. Es decir, cuando quedo a solas con vos y con otros tantos fantasmas queridos: Calé, Florentino, Billy Kerosene, Borocotó, Ianiro, Cotta.
Por suerte tu magnífica prosa quedó conservada en libros que atesoro: "El Gusano Loco" y "Los cuentos del viejo Varela", los únicos que tu profunda timidez y tu exagerada autocrítica permitieron publicar en vida. Y "Ventana a la calle", "La taza de tilo" y "Cartas de animales", salvamento póstumo de un injusto anonimato realizado por gente que te admira.
Algunos te imitan, otros saquean descaradamente tus creaciones. Miguel Gila me decía no hace mucho: "A mí no me molestan los que copian: me molestan los que crean". Yo sé que a tu natural bonhomía le repugnaría hablar de esto. ¡Pah! Con los que te imitan sucede lo mismo que con esas esculturas perfectas que reproducen la imagen del hombre —del Tipo por decirlo en tu idioma—. La parte de afuera es perfecta, pero la de adentro, la de las achuras y la pensadora, sólo la pudo hacer hasta ahora Dios. Y a Tata Dios en tu caso se le fue la mano, "Wimpi".
La primera edición de "El Gusano Loco", dedicado: "Para Caracol, mi mujer, criatura admirable", va acompañada de una radiografía de tu cráneo, y debajo escribiste:
"No hay que hacerse mala sangre: la máquina de tomar radiografías es una máquina fotográfica que adelanta. Pero así como hay muchos que se ponen tristes cuando ven su retrato de algunos años antes, uno ofrece con alegre ternura su retrato de algunos años después." ¡Qué cruel anticipación adivinamos hoy en esas palabras! La fabulosa aventura de vivir que se llamó "Wimpi" sobreviviría solamente tres años aquella broma. ¿Eras alto, tirabas a petisón? ¿A quién le importa? Eras "Wimpi". Tras mucho indagar averigüé malamente —desmentime si falto a la verdad— que naciste en Montevideo en 1905, que tus padres se divorciaron y te viniste con tu madre a esta bendita ciudad. Que cursaste tu bachillerato en el Mariano Moreno y que hiciste algunos años en la Facultad de Medicina. Pero de pronto decidiste largar y te fuiste al Chaco.
Y yo aplaudo tu decisión. ¿Cómo concebirte con chapa en la puerta? Y mucho menos con una chapa que anunciara: "Arthur García Núñez - Médico". Yo en tu casa natal colocaría una chapa que dijese: "Aquí nació "Wimpi". Tipo". Y nos haríamos de risa hasta los garrones los dos juntos. Porque si algo me enseñaste, fue el reírme de la boba solemnidad de los pretendidos eruditos. Vos que nunca presumiste de culto (uno no es nadie como más de cuatro) y citabas como si tal cosa a Rober H. Lowle y su "Antropología Cultural"; al padre Sbarbi y su "Gran Diccionario de Refranes de la Lengua Española"; a Warburton y su "Teatrise on the History, Laws and Customs of the Island of Guernesey"; a Voguels y su "Untsrsuchungen uber Mandeville"; al padre Bernabé Cobo y su "Historia del Nuevo Mundo"; al padre Joseph de Acosta y su "Historia Natural de las Indias"; a R. W. Gerard y su "Unregting Cells"; a Alex Hedlicka y su artículo en el "Journal of the American Medical Association, 1942"; a Javier Maistre y su "Viaje alrededor de mí cuarto"; a "La Biblia" toda; a Parmelee Prentice y "El Hombre en la Historia", y no sigo la lista porque no tengo ningún derecho de abrumar al lector ni a los seudo eruditos que tanto pululan y que presumen porque alguna vez leyeron citada una frase de Séneca, la memorízaron, y te la encajan cada vez que les viene a tiro. Tu actitud no tenía nada que ver con la huera presunción del pedante, sino con aquella dinámica interior que te hacia indagar así en los libros como en la vida, con avidez de sabueso, por entera fidelidad a ese que inscribiste como uno de tus lemas en "El Gusano Loco":

HOMO SUM: HUMANI NIHIL A ME ALIENUM PUTO. (Terencio). Que quiere decir textualmente: "Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno".

Poco sé de tus tiempos de Montevideo. Sé poco de demasiadas cosas, "Wimpi", ya lo sé. Pero supe que fuiste redactor de "El Imparcial" y de "El Plata". Averigüé de tus largas correrías por la vieja calle Ejido, la del vino amistoso. Allí donde una noche sentiste que la copa cordial y los corazones amigos te daban todo aquello que te bastaba, y entonces regalaste integra una herencia que acababas de recibir a quien la necesitaba más que vos. Así eras. Me puse a escribirte y dio la casualidad que me encontrara por esos días con dos orientales —maravillosos tipos ambos— que te conocieron y con quienes hablamos de vos: Fabio Zerpa y Juan Carlos Mareco. Yo sé que vos te reirías por esto de la casualidad. Una vez nos dijiste: "El tipo no se pega donde tiene lastimado; sucede a menudo que tenia lastimado donde se pegó". La cosa es que charlé acerca tuyo con Fabio, que a las largas de la vida vino a descubrir la belleza del andar a pie, despreciando el automóvil neurotizante, como a vos te gustaba. Vuelvo a citarte: "Mucho mejor que haber llegado a andar tan ligero, habría sido el aprender a haber andado como la gente". Fabio me habló de vos con admiración, respeto y profundo cariño. Y luego "Pinocho" Mareco, uno de los mejores embajadores que la tierra charrúa nos mandó —en compensación les enviamos ahora a ustedes a Luisito Artime—, que fue tu hermano de quince años de trabajar codo con codo fabricando los hilarantes muñecos que nos hicieron tan felices. Habló de vos, de "Caracol", de tu enorme ternura, de tu amor a la gente y a la vida, de tu fabulosa erudición, de tu humildad, de tu timidez que te hizo destruir los originales de lo que hubiera sido sin duda un gran libro tuyo: "El Tipo", víctima de tu exacerbada autocrítica. Y en un momento de confusión mutua en la admiración por tu obra de titán, me confesó con emocionante sinceridad:
"Todo mi humor es «wimpismo» puro, Geno. Fue mucho tiempo el que trabajé al lado de un creador enorme como él. Me dejó su sello, felizmente. No tenés más que recordar para ejemplo el funebrero aquel del «azul, quedó. . .!> Sus juegos de palabras, las citas eruditas volviéndolas absurdas, el humor tomado de las fuentes populares y el recuerdo invalorable de su hermanada amistad, todo eso me ha quedado de «Wimpi», gracias a Dios."
Siempre quisiste viajar a Europa. No se te dio. Conocer Roma hubiera colmado tu vida. No pudo ser. Pero me contó Mareco que cuando algún amigo estaba en vísperas de viajar a la ciudad de las siete colinas, le ofrecías una guía precisa y minuciosa, calle por calle, palacio por palacio, monumento por monumento, de cómo llegar a la mejor y más barata "trattoría". Con indicación exacta del vino que expendía, claro está. Sólo los tontos necesitan ir hasta un sitio, fotografiarlo y luego comenzar a verlo cuando proyectan las diapositivas de vuelta al hogar.
Vos no tuviste necesidad de moverte de tu sillón para viajar por tos lejanos países, por la Historia, y lo que es más difícil, por el corazón del Hombre. Perdón, del Tipo. Una vez lo dijiste de esta manera:
"¡Cómo se apoyan los ojos, y de qué descanso disfrutan, en esas cosas que vemos todos los días! ¡Y con qué fervor rezaría uno, sí supiera rezar, para que a todas ellas les fuera siempre bien: que no se marchitara la rosa que está en el florero, que el florero no se rompiera nunca ni se desgastara el sillón que tantas veces nos abrió los brazos para recoger nuestro cansancio!"

Otra vez dijiste:

"El cómico, al reír, se burla".
"El satírico, al reír, se venga".
"El humorista, al sonreír, compadece. Es el único que mantiene intacta, adentro, la gracia de una ternura".

Sin proponértelo habías dejado cifrado para siempre, "Wimpi", tu mejor retrato.

Hermano "Wimpi": que así en el Cielo como en la Tierra, estés gozando de una envinada rondacatonga con tus muñecos inmortales: Rocantro, El Mono Idiota, El Viejo Lobo de Mar, Verecundo Dornaleche, Policarpo Mendoño, Perponio Soria, Ulpiano Marincho y los otros. Y que siempre te acompañe aquel cuzco mitológico que se llamó Pucheto. Hasta más vernos, hermano.

P.D.: Con tu permiso voy a transcribir para deleite y conocimiento de los lectores algunos párrafos tuyos. No lo quiero hacer sin recordar que estas cosas las decías por radio, en Buenos Aires, en época nada fáciles de transitar. Prueba de que para un auténtico creador nunca hay vallas ni cerrojos suficientemente fuertes, ni gerentes de programación sordos.



Fragmentos de escritos de Wimpi

-La cigüeña es una de las aves más crueles y depredadoras que se conocen. Come de todo. La cigüeña más sobria es presa de tentación desesperada ante un pajarito, una lagartija, una culebra. Y cuando, tentada por la culebra, la lagartija o el pajarito, baja la cigüeña a atraparlos, y en vez de dejar al niño en la casa de donde lo encargaron lo deja en la primera que encuentra a tiro. . . mandan a la muchacha al Buen Pastor. . .
-Antes el tipo escribía con una pluma de ganso, y era muy fácil que le saliera "La Divina Comedia". Hoy escribe a máquina, y es muy difícil que no le salga una gansada.
-El tipo no está dentro de nada de cuanto lo rodea. Tira, apenas, su pensamiento, como una tangente, contra el borde de las cosas, en vez de metérselas adentro y circularlas como una sangre. De esa manera, lejos de humanizar las cosas, se va cosificando él cada día más.
-El que desdeñó la llamita segura que el fósforo le brindaba para lanzarse a los mismos azares prehistóricos en que se debatían los postulantes de la chispita problemática, agregó un nuevo ejemplo comprobatorio de que el tipo entra al porvenir reculando.
-Antes, el tipo normal tenía su ropa y, como motivo de envanecimiento personal, el reloj de oro con cadena y una medalla colgada en el medio, que casi siempre había sido del padre. Hoy tiene encendedor, reloj pulsera, sujetacorbata, boquilla con filtro, portafolio, insignia, estilográfica y agenda. Y debe muñir a su familia de licuadora, heladera eléctrica, vitaminas, máquina de coser portátil, combinado, entradas para el cine, máquina de lavar, queso fresco, revista y pagar en cuotas el resto. Por eso es que al tipo le viene faltando tiempo para ganar lo que le permita adquirir todo eso.
—Conozco el camino como la palma de la mano —dice el tipo. Y cuando va a hacer el mandado tiene que irle preguntando a todos los vigilantes.
¡Y es que nadie se conoce la palma de la mano!
Si al tipo le dijeran de pronto:
—A ver: dibújese la palma de la mano sin mirársela. .. le saldría una milanesa. O el mapa de las Islas Malvinas..


LA PROVOCACION
Cuando Luciano, el hijo del gringo Archento, empezó a querer ir sacándole la Gregoria a Verecundo Dornaleche, Verecundo Dornaleche lo fue a buscar para provocarlo.
Encontró a Luciano recostado a un horcón, a la entrada de los ramos generales "La Unión del Monte", que supieron ser de Coralio Riopedre, pero que la viuda de Riopedre, doña Anuncia, los vendió por poco y nada cuando perdió al marido en un bueno de truco. Lo encontró ahí Verecundo a Luciano y le dijo:
—Aquí yega un hombre que no pricisa yevar e'ladera a la giñebra pa ir abriéndose paso.
Y Luciano, nada: callado y pitando contra el horcón.
Entonces se le acercó un poco más Verecundo y va y le dice — mirándolo fijo—, le dijo, dice, echando mano a la cintura, ya:
—Yo cuando me dicido no priciso que me apadrine la caña: peleo en corto, de topada a topada, y cuando se abaja la polvadera hay un muerto en el suelo conmigo parado al lao...
Y Luciano ni una palabra. Pitando, no más, contra el horcón.
Siguió acercándosele Verecundo Dornaleche —que ya se podía decir que estaban pegados el uno al otro— y echando mano otra vez, le dijo, dice:
—¡Al que me peina de raya yo sé peinarlo de rulos! ¡Nadie haberá nunca que amague pisarme el poncho y le siga el resueyo! ¡Yo supe curtir a lonja a loj maj' atrevido! Y a ujté, pa que sepa, le doy doj puñalada'e ventaja y lo peleo atándome una mano y acostao boca abajo...
Y entonces Luciano —el hijo del gringo Archento— apagó el cigarro contra el horcón, se guardó el pucho en el bolsillo de la blusa —sin apuro él— ¡¡y le encajó una patada a Verecundo Dornaleche que, como ya era anochecido, tuvieron que ir con un farol a campiarlo entre el maizal!!

Geno Díaz
Revista Gente y la Actualidad
08.04.1971

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Wimpi
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Wimpi

Wimpi segun Geno Díaz
Wimpi según Geno Díaz