Esta es una historia triste, decididamente sórdida: si
encontró eco entre las páginas de Siete Días —renuente
a hurgar en los oscuros temas policiales— fue tal vez
por el poco envidiable privilegio de poder ponerle
nombre y apellido a un caso, uno de tantos (casi
siempre anónimos) que tienen por escenario la pobreza,
la ciudad hostil y alienada, los sueños de hermosas
adolescentes y el submundo de la medicina. Quizás
también la pobre historia de Myriam Nolmi Arrúa (16),
muerta el domingo 7 de octubre en la sala de terapia
intensiva de un sanatorio porteño —como consecuencia
de un aborto clandestino—, justifique actualizar un
tema que compromete a la sociedad contemporánea, y
cuyos aspectos médicos, jurídicos, religiosos y
económicos lo convierten en uno de los más ríspidos
del tiempo presente.
Sin crueldad, y con el ánimo de contribuir a la
superación de una enquistada desgracia social, Siete
Días ocupó dos semanas en reconstruir la breve vida de
Myriam; hurgó en las oscuras, sospechosas
circunstancias de su muerte, luego de un curetaje
presuntamente realizado por una partera sobre la que
ahora pesa una querella criminal y que —en virtud de
una nueva figura jurídica penal— goza de completa
libertad. La madre, la hermana y algunas compañeras de
Myriam —la joven asistía a los cursos nocturnos del
Liceo Nº 6— reconstruyeren además distintos aspectos
de su biografía y relataron su versión de los
acontecimientos que comenzaron a apurar su muerte, en
la noche del viernes 5.
El abogado Raúl Rascozky —letrado que patrocina a la
madre de Myriam en su querella contra la obstétrica—
explicó las intimidades jurídicas del caso (ver
recuadro) y el médico Domingo J. Olivares (56),
docente de la Facultad de Medicina porteña, experto en
Fertilidad y coautor de un tratado que ilustra sobre
aspectos clínicos, psicológicos, sociales y jurídicos
del aborto, suministró a Siete Días su autorizado
enfoque sobre el caso. Quizás un pensamiento de
Kenneth Vaux— que preside el libro de Olivares— sirva
también para explicar, lúcidamente, la finalidad
recóndita de esta nota: "Tenemos la esperanza de que
este libro sirva para perturbar las conciencias de
quienes todavía sostienen que el problema no existe".
UN INFIERNO PRIVADO
Hacia la medianoche del viernes 5 de octubre, tal vez
caminando con dificultad, Myriam penetró en un
hotelucho de la calle Charcas al 2000, en Buenos
Aires, donde compartía una pieza con su madre y su
hermana. Tal vez devorada por la fiebre —que
insidiosamente comenzaba a adormecer su esbelto
cuerpo— pensó que sus nuevos amigos, los del rutilante
mundo de la televisión, le conseguirían muy pronto
algo mejor que este oscuro alojamiento. Quizá también
habrá alcanzado a comparar la caliente pobreza de su
vida en el Chaco natal, y después en las tierras
coloradas de Misiones— donde había vivido hasta el año
pasado— con las promiscuas soledades de los albergues
porteños. Y habrá pensado —seguro— que algún día su
madre se daría cuenta que hacía mucho que no asistía a
los cursos nocturnos del liceo. Pero lo importante,
ahora, era acostarse, descansar.
"Ese viernes 5 de octubre Myriam llegó al hotel a las
doce de la noche. Dijo que se sentía descompuesta y se
acostó sin comer. A las dos horas comenzó a quejarse,
dijo que le dolía una pierna y que sentía frío, mucho
frío. Estaba muy pálida, recuerdo, con los labios
morados. Creo que tomó algún remedio", refirió su
hermana Liliana (19) a Siete Días.
Myriam piensa que cuando se recupere —porque esto
pasará, muchas chicas han pasado ese trance sin que
les ocurra nada— sacará provecho de su condición de
finalista en un concurso televisivo, en el que alienta
enormes expectativas: será modelo profesional, se
ilusiona, y se acabarán los trabajos duros o dudosos.
"Yo trabajaba en cinco lugares como doméstica —relata
Elcira Cortez (41), la madre de Myriam—. Salía a las
cuatro de la mañana para limpiar unas oficinas que
había conseguido. Myriam insistía en dejar la escuela
—el Liceo Nº 4, en Córdoba y Ayacucho— porque quería
trabajar. Se pasó al turno noche. Empezó a trabajar en
una fábrica de zapatos donde estaba todo el día y no
le pagaban casi nada. Después consiguió una
inmobiliaria: no ganaba más de 10.000 pesos. Así
pasaba de trabajo en trabajo. El último fue en un
atelier; hacía de recepcionista. Atendía a las modelos
que iban a posar. También le pagaban muy poco".
En las primeras horas de la madrugada del 6 de
octubre, Myriam padece una sed desesperante: en el
paroxismo de su fiebre, se mezclan los brillantes
spots de los estudios televisivos (cuatro días atrás
era finalista en un concurso para Miss TV) con las
aulas nocturnas de la escuela y la cara de su amigo
Juan Carlos.
LA MIRADA DEL ADIOS
Quizás entre los dolores que ya le invadían el cuerpo
y las piernas. Myriam imaginara, esa madrugada, cómo
sería el departamento de sus sueños, con grandes
tapices y posters, donde podría recibir a los amigos
sin humillaciones. Entonces pidió a su hermana que
buscara en la cartera el número de teléfono de la
"doctora" Pochi, sobrenombre por el que se conoce a la
partera Marta Ester Taborda. "En ese momento, ya
pensábamos acudir a la Asistencia Pública —señala la
madre—. Con los nervios, no nos resultó extraño que
prefiriera llamar a esa doctora, de la que nunca
habíamos oído hablar. Lo doctora Pochi llegó a las 6 y
media de la mañana y muy cariñosamente le dijo: ¿Qué
te pasa, gorda? No seas mimosa que no tenés nada. Le
tomó la presión y después dijo que no había ningún
problema. Póngale hielo que es una apendicitis,
dictaminó".
Ya bien entrada la mañana del sábado 6, las cosas no
mejoraban. Por el contrario, Myriam se esforzó por
tragar un bocado (le han dicho que coma, que está
debilitada por un enérgico régimen de adelgazamiento),
tratando de contener las náuseas y soportando los
dolores que hostigan su cuerpo. ("A la una volvimos a
llamar a la doctora Pochi. Vino y mandó a comprar unos
remedios. Eran dos inyecciones que ella misma le
colocó. Al rato Pochi dijo que quería llevarla a su
casa, que Allí no había muchas comodidades. No nos
opusimos", cuenta Liliana, la hermana.) Sólo a partir
de ese instante la conducta de la "doctora" Pochi
comienza a despertar las sospechas de las acongojadas
habitantes del hotel de Charcas. Cuando, a instancias
de la obstétrica, Myriam trata de levantarse por sus
propios medios, todos se dan cuenta de lo mal que
está: se desploma en el piso. "Se quejaba y decía no
sentir las piernas", dice la mamá. Por fin la partera
llamó a dos colegas en consulta. "Yo oí —añade ahora
la hermana— que hablaban de un derrame interno.
Mencionan la necesidad de traer una ambulancia. Cuando
mamá quiere acompañar a Myriam dentro del vehículo,
Pochi trata de oponerse. En realidad, quiere impedirlo
a toda costa".
Tal vez Myriam no entiende bien ese alarido de la
ambulancia que horada la quietud de esa tarde de
sábado. En las fronteras de la semiconciencia, quizás
soñara todavía con la música beat inflamándole su
bonito cuerpo. "Así llegamos a la Clínica Marini
—memora la madre—. Pochi me mandó a una oficina a dar
los datos. Me pidieron 500 mil pesos para poder
internar a mi hija en la sala de terapia intensiva.
Pochi me dijo que no me hiciera problemas, que esa
suma la pagaría un amigo de Myriam. A las 6 de la
tarde vino el ginecólogo de la clínica y me dijo que
Myriam estaba muy grave, consecuencia de un aborto de
cuatro meses y medio".
Recién enterada del verdadero origen de la dolencia,
la mamá
empezó a entender por qué estaba allí la policía
haciendo preguntas. Preguntas muy distintas, claro, de
las que en ese momento Liliana formulaba a su hermana
en la sala de terapia intensiva: "Me dijo que había
quedado embarazada de Juan Carlos. Le pregunté por qué
no había confiado en mí. Sólo me respondió que el
novio quería mandarla a casa de su madre, en Misiones,
pero que ella se negó".
"Los policías eran tres —cuenta la madre—. Uno de
ellos, señalando a Pochi, me preguntó: ¿Es ésa? Pero
cuando ella notó que la buscaban se metió en la sala
de terapia intensiva. Después salió de allí con un
guardapolvo y dijo que era una ayudante. Cuando me di
cuenta de lo que pasaba, le dije al policía: No se
aleje, agente, porque aquí no hay cosa buena".
No había, en efecto, "cosa buena". Hay una larga
vigilia en la sala de espera, interrumpida por los
partes sistemáticamente tranquilizadores de las
enfermeras y por la sorpresiva visita de un joven que
le tiende un rollo de billetes: "Tome, señora, esto le
manda Julio". Pero la madre de Myriam rechazó el
dinero. "Algo más tarde —evoca la compungida mujer— me
dejaron entrar a verla. Le pregunté por qué había
hecho eso, si no estaba arrepentida. La pobrecita
estaba más linda que nunca. Me dijo: Mami, lo único
que me importa es tu perdón. Y me miró con una mirada
muy dulce. Tenía ojos verdes".
No sospechó la madre que era la última vez que la veía
con vida. Horas después, Myriam Nolmi Arrúa ingresaba
en el sopor del coma. A las 8 de la noche del domingo
7 de octubre deshabitada de sueños y esperanzas se
moría irremediablemente. Pasaba a convertirse en
víctima de una muerte pequeña y absurda que en el
mejor de los casos podría llamarse suicidio. El
entierro lo costearon con los aportes de una unidad
básica de algunos amigos y de la cooperadora del Liceo
Nº 6. Su diario íntimo recoge la juvenil, maternal
fantasía de su embarazo, como una única pertenencia:
"Por fin voy a tener algo mío", escribió.
EL PROBLEMA EN CIFRAS
Quizás estos trágicos, cotidianos episodios no
tendrían lugar de mediar una clara información sexual,
impartida al despuntar la pubertad. Claro que,
también, el problema del aborto se entronca con
profundas raíces socioeconómicas. Así, por ejemplo,
los países de mayor desarrollo (mayor producto bruto
interno, mayor tasa de alfabetización, mayor tasa de
empleo, mayor grado de urbatización, de
industrialización, y menor tasa de mortalidad
infantil) poseen una menor tasa de fecundidad y, lo
que es equivalente, un mayor control de la natalidad.
Por el contrario, en los países no desarrollados,
prácticamente no existe la anticoncepción y el aborto
provocado es un problema mínimo. Entre ambos extremos
se hallan los países sub o semidesarrollados, que
muestran una curva descendente de fecundidad: allí,
justamente, es donde el control de la natalidad se
realiza, en un gran porcentaje, mediante el aborto.
En la Argentina no se dispone de estadísticas
oficiales acerca de la real magnitud del problema.
Hay, sí, algunas investigaciones privadas que
abordaren el tema en áreas reducidas, y que muestran
una realidad significativa.
En líneas generales, los grandes centros urbanos del
país proponen un cuadro sensiblemente parecido al de
los países desarrollados. Claro que, en virtud de las
migraciones internas, las villas de emergencia
esparcidas en las ciudades y suburbios reproducen las
pautas culturales de su lugar de origen. "Son pautas
de vida que no condenan el concubinato, la
promiscuidad y que tampoco regulen la natalidad
—explica el doctor Domingo Olivares—. No existe en la
mayoría de las mujeres de esas villas voluntad de
limitar el número de hijos. Hemos asistido, por
ejemplo, a mujeres de 30 años, con diez hijos, que por
primera vez habían acudido al aborto, procedimiento
que, con anterioridad, desconocían. O sea que, en esos
núcleos, prácticamente no existe anticoncepción y
abortos; esto último sirve para desmentir lo que es
una suposición generalizada".
El doctor Olivares advierte también que la mayoría de
la población urbana con pautas culturales
correspondientes a un relativo progreso social,
sienten la necesidad de mantener una familia poco
numerosa y practican el control de la natalidad con
una fuerte participación del aborto.
En este sentido, es sumamente elocuente la poco
conocida investigación realizada por Olivares sobre
703 empleados de un hospital del Gran Buenos Aires. De
las conclusiones se desprende que: el 86 % de la
población encuestada mantiene relaciones sexuales; las
mujeres solteras que confesaron sus relaciones
sexuales tenían instrucción universitaria o
secundaria; las que negaron tales relaciones sólo
tenían instrucción primaria. También se comprobó que
existe un aborto cada dos partos. El 85,9 por ciento
de las personas con experiencia sexual han practicado
alguna forma de control de la natalidad en el 39,3 por
ciento de los casos, esa forma ha sido el aborto. El
aborto provocado se registra más entre los
universitarios y se estima que, en este nivel, es más
técnico y pasa inadvertido, mientras que en el nivel
de cultura primaria, siendo proporcionalmente menos
frecuente, sería el más notorio, ya que en virtud de
prácticas poco cuidadosas es el que acarrea peores
consecuencias.
Otra encuesta, realizada sobre 10.607 mujeres que
acudieron a Centros de Planificación Familiar {del
bonaerense Policlínico Mariano Castex y otros
dependientes de la Asociación Argentina de Protección
Familiar), confirma idénticas particularidades
sociológicas. Es decir, coincide con el
En este sentido, es sumamente elocuente la poco
conocida investigación realizada por Olivares sobre
703 empleados de un hospital del Gran Buenos Aires. De
las conclusiones se desprende que: el 86 % de la
población encuestada mantiene relaciones sexuales; las
mujeres solteras que confesaron sus relaciones
sexuales tenían instrucción universitaria o
secundaria; las que negaron tales relaciones sólo
tenían instrucción primaria. También se comprobó que
existe un aborto cada dos partos. El 85,9 por ciento
de las personas con experiencia sexual han practicado
alguna forma de control de la natalidad en el 39,3 por
ciento de los casos, esa forma ha sido el aborto. El
aborto provocado se registra más entre los
universitarios y se estima que, en este nivel, es más
técnico y pasa inadvertido, mientras que en el nivel
de cultura primaria, siendo proporcionalmente menos
frecuente, sería el más notorio, ya que en virtud de
prácticas poco cuidadosas es el que acarrea peores
consecuencias.
Otra encuesta, realizada sobre 10.607 mujeres que
acudieron a Centros de Planificación Familiar (del
bonaerense Policlínico Mariano Castex y otros
dependientes de la Asociación Argentina de Protección
Familiar), confirma idénticas particularidades
sociológicas. Es decir, coincide con el
criterio general de que el aborto se da, en mayor
medida, en los niveles medios; el proletariado
superior ha adoptado las pautas de comportamiento del
nivel medio. El subproletariado tiene otros intereses
y no le preocupa el control de la natalidad; como se
dijo, no aborta ni usa anticonceptivos.
Claro que, como informa el doctor Olivares, "al margen
de la Argentina y Uruguay, que exhiben realidades
peculiares, Chile es el país latinoamericano donde el
problema del aborto ha merecido la mayor atención por
parte de los estudiosos. Allí, de cada cien embarazos,
12 terminan en aborto espontáneo y 25 en aborto
provocado. Un tercio de las camas de las maternidades
están destinadas a atender las complicaciones de estas
prácticas".
Obviamente, muchas opiniones se vuelcan hacia una
solución de fondo del problema: es decir, la
institucionalización legal de aborto, para eliminar
así las riesgosas y condenables prácticas
clandestinas. "Creo que debe reformarse el Código
Penal —expresó el abogado Rascozky (ver recuadro)—
para eliminar una enfermedad que es pandémica. En
general, los abortos son practicados por curanderas y
practiconas, figuras que traen el recuerdo de las
brujas del Medievo".
Daniel Plá
ABOGADO RASCOZKY: LAS PRUEBAS DEL CASO
Siete Días entrevistó al abogado, psicosociólogo y
criminólogo Raúl Rascozky (foto; 62, tres hijos),
letrado demandante en el caso protagonizado por Myriam
Nolmi Arrúa. Lo que sigue es una síntesis de la
conversación:
—¿Cómo llegó usted a ocuparse de este asunto?
—*Me vinieron a ver de una unidad básica peronista
para querellar a la partera. La madre vino con mucho
odio, puesto en evidencia en Tribunales cuando llamó
"asesina" a la procesada. Esta última niega la
autoría, alegando que la víctima fue a verla por un
problema ginecológico pero que ella no intervino.
Claro que no pudo explicar por qué en el departamento
donde habitaba con su madre tenía una camilla e
instrumental en pésimas condiciones de higiene, hecho
que pudo comprobar la Policía Federal. Tampoco pudo
explicar por qué se obligó con el sanatorio por cerca
de 900 mil pesos. Sin embargo, reconoció la receta que
extendió a la víctima. Por supuesto que la prueba más
acabada es la suministrada por la joven fallecida,
quien declaró que se le había practicado un aborto.
—¿Por qué razón la partera está en libertad?
—En virtud de una nueva figura jurídica, denominada
eximición de prisión, por cuyo efecto se ordenó el
depósito de 2000 pesos ley. Yo apelé, alegando que por
la naturaleza del caso (que costó la vida a un ser
humano) el monto fijado debe considerarse exiguo.
—¿Y qué puede pasar?
—Que la Cámara confirme o revoque la decisión del
juez. Es decir, que se aumente la suma fijada o que no
se haga lugar al recurso de eximición de prisión.
—¿Cómo se encuentra el proceso actualmente?
—No hay conformidad con los dictámenes de los médicos
forenses. La primera autopsia comprueba grandes
desgarramientos que ocasionaron la muerte de "Myriam.
Pero se pide una ampliación del dictamen para que se
explique con minuciosidad todo el proceso al que fue
sometida la menor fallecida.
Revista Siete Días Ilustrados
10.12.1973