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La estabilidad del Gobierno depende ahora más de los opositores que del propio partido oficialista, donde los enfrentamientos son cada vez más duros: ya hay dos Gobernadores menos (Bidegain y Obregón Cano) y otros dos en capilla (Martínez Baca y Sylvestre Begnis); tampoco cede la ola de violencia (asesinatos, secuestros y bombas); y además surgen protestas estudiantiles, marchas villeras y rebeliones sindicales. Como nadie quiere un golpe militar —ni los militares siquiera—, pero se teme un abrupto vacío de poder que haría peligrar las instituciones, los partidos opositores optaron por rodear al Presidente en defensa del régimen constitucional

HACIA fines de marzo, cuando parecía vislumbrarse un período de tranquilidad en el agitado escenario oficial, los mendocinos volvieron a colocar a su gobernador Alberto Martínez Baca en las primeras páginas de los diarios: ahora, por presuntos negociados cometidos —según las denuncias— en "complicidad con su hijo y en detrimento de las Bodegas Giol". Junto al flamante caso mendocino, Santa Fe parecía acercarse también a la crisis institucional: la Legislatura (controlada en buena parte por un vicegobernador peronista y adversario del gobernador Carlos Sylvestre Begnis), se negaba a aprobar el presupuesto provincial. Una escisión dentro del peronismo, provocada por el sector justicialista partidario de evitar conflictos, ayudó en realidad a complicar la situación. Resultado: dos nuevas provincias al borde de la intervención federal.
No extrañó, en consecuencia, que el Presidente decidiera solicitar a los otros partidos la colaboración. La "compañía" de sus partidarios directos empezaba a dejarlo muy solo.
El asesinato de Rogelio Coria (cuya clave tal vez se dilucide cuando se sepa qué vino a hacer a Buenos Aires) y el atentado contra el ex secretario del Movimiento Justicialista, Juan Manuel Abel Medina, autor de un plan para integrar a la díscola juventud izquierdizante (cuyos nuevos diputados no integran el bloque del Frejuli) al peronismo verticalizado, indican que alguien no quiere ceder posiciones: en la ultraizquierda, o quizás en la derecha del justicialismo. No se sabe exactamente quién es; sí, que perturba la política de Perón.

Las dos manos
Dos décadas atrás, en plena guerra fría, un periodista norteamericano le preguntó a Perón cuál era el signo de la ideología de su Gobierno, si de izquierda o de derecha. "Mire —respondió entonces—, cuando yo tengo que hacer algo uso las dos manos". En otras palabras, que utilizaba el método pendular en su accionar político para lograr un equilibrio que lo favoreciera: apoyar a la derecha si la izquierda aparece demasiado fuerte; debilitar a esa derecha si luego asume un rol demasiado preponderante.
Salvadas las obvias diferencias, este suele ser el método operativo de todos los líderes carismáticos —Charles de Gaulle y Mao Tse-tung. por ejemplo—, no tanto por una cuestión temperamental, sino por la característica multitudinaria —por lo tanto amorfa— de sus movimientos. Por eso, para poder manejarlos, los caudillos requieren ambigüedad; no se asientan sobre una doctrina, sino sobre un equilibrio.
La estrategia pendular, cuyo objetivo es el mantenimiento del equilibrio, se manifestó claramente en los movimientos de Perón en marzo. En este mes se trazaron las líneas cuyo prolongación en el tiempo deberían marcar el sendero institucional de la República; pero nadie ignora que es muy arriesgado predecir en la Argentina cuántas cuadras puede tener un camino. La otra vía de ese mismo camino es la economía, con el Plan Trienal, las actas de concertación, los precios y salarios, la antiinflación. las inversiones y el desarrollo de proyectos promocionales.
Los tropezones que se den en cada una de estas vías paralelas determinarán el resurgimiento o no del Poder Militar como factor principal de la política nacional. Esto no implica, desde luego, que los militares quieran retornar al primer plano ni que los civiles deseen que lo hagan. Todo lo contrario: si estos dos sectores coinciden en algo es que se mantenga el funcionamiento de las actuales instituciones, así luzcan "polleras o pantalones", como graficó hace muy poco Ricardo Balbín. El problema es cómo hacer para fortalecer realmente a esas instituciones, violadas reiteradamente desde que el 6 de setiembre de 1930 perdieran su virginidad jurídica.

Canalizar el peronismo
Por ello, la principal misión política que el propio Perón y la mayor parte de la oposición —en rigor, todos excepto los sectores más radicalizados— impusieron sobre sus hombros es el fortalecimiento de la institucionalización, que exige el encuadramiento del más importante factor de perturbación del proceso: el oficialismo. Después de haber visto a un Presidente de la República que durante la mayor parte del tiempo de su mandato fue en realidad el jefe de la oposición (Héctor J. Cámpora), y a un jefe de la oposición que se desespera cada vez que ve peligrar al jefe del Ejecutivo (Ricardo Balbín) los argentinos tienen motivos para sentirse algo confundidos. De allí que no puedan siempre percibir con claridad la dolorosa transición que vive el justicialismo.
De partido clandestino o semi-clandestino (según las épocas) se hizo oficialista; cobertura principal de los enemigos del Establishment, devino en la principal expresión política del mismo. Obviamente, también el Establishment sufrió cambios: la fusión entre la Unión Industrial Argentina y la Confederación General de la Industria es un buen ejemplo de ello.
Este nuevo rol del peronismo, basado en un New Deal con todos los sectores económico-sociales — incluyendo los que le fueron adversos en 1946-55—, determinó el desfasaje de quienes pensaron seria, y equívocamente, en la posibilidad de que podría instaurarse un régimen socialista a través de Perón y su movimiento. Ellos constituyeron el sector más activo de la rama política. Tal como se encuentran ahora las posiciones, el peronismo real está compuesto por una poderosa rama gremial y una relativamente débil pero más flexible rama política verticalizada; esta situación hace que su estructura estrictamente política se apoye en el no-peronismo: el radicalismo y el "arco de centroizquierda", los conservadores, los empresarios (por ahora unidos) y las Fuerzas Armadas; además, claro, de sus socios del Frejuli.
No se trata del apoyo por la negativo que puede recibir, por ejemplo, en Gran Bretaña el Partido Conservador del Partido Laborista (si usted no es laborista debe ser conservador; claro que si opta por los liberales el sistema corre el riesgo de irse al diablo, como sucedió en las recientes elecciones) sino de un apoyo positivo tan fuerte que a veces quienes lo dan se confunden con el oficialismo. Es sintomático que los políticos más hábiles del peronismo no sean peronistas: Vicente Solano Lima, Juan Antonio Allende y el coronel Vicente Damasco.
Esta situación atípica tiene un riesgo: al estar todos los sectores integrados, los grupos ultraizquierdistas capitalizan el descontento y se fortalecen: así es como se mantiene actuante la guerrilla a pesar de todo, y cómo aparecen brotes de rebeldía gremial (casos Acindar y Banco Nación). Estos riesgos son peligrosamente potencializados por los problemas internos del peronismo. El catalizador del nuevo proceso fue el caso Córdoba.

Coletazos de febrero
Nadie duda que en sus primeras etapas todo fue increíblemente mal manejado: sólo la buena voluntad de los radicales, el buen sentido de algunos legisladores oficialistas y la resignación de Ricardo Obregón Cano y Atilio López permitieron que el Gobierno superara un embrollo que parecía armado por la (ahora inexistente) oposición para hacerlo caer. Dentro de esta línea de sentido común se designó un interventor "por encima de las facciones", el profesor Duilio Brunello, amigo de Gelbard y de López Rega.
Sin embargo, ello no impidió que apareciera en la cumbre del Ejecutivo un nuevo vacío de poder: había triunfado el sector derechista del oficialismo y todo el episodio cordobés impresionó como si Perón hubiera perdido el control de los acontecimientos. Era evidente que el viejo líder había utilizado su "mano derecha" para eliminar el camporismo; pero en el caso Córdoba pareció quedar prisionero. Fue entonces cuando se decidió a emplear "la otra mano".
Primero el secretario general de la Presidencia, Vicente Solano Lima —cuyo papel parecía disminuido en los últimos tiempos—, comenzó a dialogar con los políticos de otros partidos y a hacer comentarios pesimistas sobre el futuro institucional. El vacío pareció acrecentarse; en realidad, los políticos sabían a qué iba todo eso: a una reunión multipartidaria —radicales, socialistas, comunistas, etcétera— con Perón, pero organizada por Lima y Balbín, para revertir cualquier proceso de erosión sufrido por el Presidente. Fue sugestivo que a ese encuentro del 21 de marzo no asistieran representantes de la derecha. Se quiso aurolear el acontecimiento con un tinte centroizquierdista que ahora no posee el oficialismo.
Por otro lado se iniciaron fintas, a cargo del secretario militar y de gobierno de la Presidencia, coronel Damasco, con el objeto de aparentar un reacercamiento entre el Gobierno y la Juventud Peronista, en una apertura a la izquierda juvenil, que seguramente no fructificarán; el Presidente recibió a los altos mandos de las fuerzas armadas, obteniendo las máximas seguridades de lealtad militar a las instituciones. El vacío se había cubierto; las torpezas del proceso cordobés estaban ya olvidadas.
Sin embargo, sigue faltando lo principal: disciplina a todos los sectores del peronismo. Se le atribuye a Perón la idea de una progresiva modificación de los cuadros dirigentes en los sindicatos. El medio a utilizar serían las agregadurías obreras en las embajadas argentinas, preferentemente las de América latina. Su instrumentación se iniciará probablemente después que se complete en la Cancillería la "purificación" arbitraria del servicio exterior; según se afirma, el propio Perón habría pedido a los sindicatos la confección de ternas de "dirigentes de primera línea" para tales puestos.

La Universidad, la juventud
Si bien no parece probable que el oficialismo asuma una posición más blanda con la problematizada juventud, es evidente en cambio que desea mejorar sus relaciones con los universitarios. A Perón le importa menos perder unos cuantos jóvenes de su movimiento que tener una mala relación con los jóvenes radicales, comunistas y socialistas, cuyo principal campo de acción y expresión es la Universidad.
Así, después de haber armado una Ley Universitaria con la aprobación —con reserva, por supuesto— de los radicales y de otros partidos, el Gobierno colocó a su principal contacto con los no peronistas, Vicente Solano Lima, en el cargo de rector normalizador. El veterano comodín también fue quien más énfasis puso en recomendar flexibilidad al tratar los problemas internos del peronismo, especialmente los relativos a la juventud.
Por ello extrañó que la Federación Universitaria por la Liberación Nacional, Buenos Aires (FULNBA), rechazara públicamente su designación al frente de la Universidad. La respuesta posiblemente se encuentre en lo que se señaló ya antes: siendo la JUP la corriente predominante en FULNBA, posiblemente ataque a Lima para evitar "un arreglo" entre el Gobierno y los jóvenes no peronistas. Por lo pronto, la decisión de Lima de incluir a radicales en el plantel de decanos —medida obviamente aprobada por Perón— ya anunciaba un acuerdo multipartidario; a su vez, la confirmación de Ernesto Villanueva como secretario general de la Universidad lo extendía de hecho a la misma Juventud Universitaria Peronista. El nuevo rector había logrado descolocar las argumentaciones de los activistas de todos los sectores.
REDACCION
abril 1974

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Argentina 1974
Bancarios rumbo al celular, Córdoba intervenida (jura Brunello), estudiantes fuera de la facultad: todo el poder a Perón. Rogelio Coria asesinado, un villero muerto en Plaza Mayo y Abal Medina baleado: más sangre derramada.