Después de catorce horas de trabajo, en la madrugada del
lunes pasado Alejandro Romay dictó a un grabador su
autobiografía exclusivamente para EXTRA. Sin testigos y en
la intimidad de su casa. Cuarenta años de empresario de un
empresario de cuarenta años. La meta: el "Nirvana".
ME llamo Argentino Alejandro Saúl Romay, y más simplemente
Alejandro Romay. Nací en Tucumán hace cuarenta y un años,
en enero de 1927; astrológicamente soy capricorniano, y
quien me conoce bien sabe que soy capaz de envestir pero
igualmente capaz de razonar, características éstas de mi
signo. Estoy casado hace dieciséis años con Leonor (Lita)
Bossio. Tengo tres hijos. Mirta (14 años), Omar (12 años)
y Viviana (8 años). Viviana, la menor, es lo más parecido
a un avión a chorro con polleras que conozco. Mis dos
hijos mayores, Mirta y Omar estudian en colegios
particulares pero me han planteado "muy seriamente" su
deseo de seguir estudiando en colegios públicos. Vivo en
un piso sexto de la Avenida Libertador y Sinclair. Tengo
la "manía" de comprar muebles viejos. Algunos dicen que
soy buen comprador de antigüedades.
Tengo también una quinta en el camino a San Justo en el
Km. 22 y varias empresas. Pero no nací rico. Mi padre
tenía su negocio de ropa para hombres en la calle 24 de
Noviembre allá en Tucumán, negocio que había levantado con
el esfuerzo de toda su vida, ya que llegó como inmigrante
desde Esmirna, Turquía, a los doce años. Lentamente fue
escalando una posición. Sin embargo mi infancia fue muy
dura y muy difícil. La depresión del año 30 llevó a mi
padre a la ruina y cambió por completo el panorama
familiar. Conservo dos imágenes de mi padre, la primera,
sonriente en la puerta del negocio atendiendo a sus amigos
y clientes, mientras yo Jugaba en la vereda. Tendría tres
años. La segunda: sereno, dignísimo cuando alguien
—mientras él atendía su puesto de vendedor de frutas— le
dice: "Qué abajo se ha venido don Saúl". Mi padre le
contestó: "Al contrario. Dar de comer a siete hijos hace
muy grande a un hombre".
Tuve varios empleos mientras estudiaba: fui cadete en una
ropería, mandadero en el Mercado Nuevo de la calle Las
Heras; vendedor de lotería; empleado en una juguetería.
Cuando tenía trece años, la familia decidió trasladarse a
Buenos Aires. Como conocían mi ansiedad por ser químico
sacarotécnico, se reunieron todos y resolvieron que uno
cuando menos, debía estudiar. El elegido fui yo. Ingresé
como interno en el Colegio de Agricultura y Sacarotecnia,
dependiente de la Universidad de Tucumán. Mi viejo
profesor Alvares, cuando en las clases de práctica de
laboratorio me oía hablar permanentemente, me decía: "Esto
es tarea para introvertidos. Usted no tiene nada que ver
con la química". Dos años después la vida le dio la razón.
Un día, algunos estudiantes decidimos, a última hora,
formar una lista y presentarnos a elecciones
estudiantiles. Pedimos un espacio a LV7 Radio Tucumán para
hacer oír nuestra "proclama". Al llegar allí, dado que el
tiempo urgía, decidieron que, conociendo yo como conocía
el espíritu del grupo debía improvisar. Así lo hice; y al
salir, don Avelino Muñoz, pionero de la radiotelefonía
argentina y dueño de LV7, me preguntó si quería ser
locutor de su informativo, ofreciéndome cuarenta pesos de
sueldo. Yo pagaba treinta pesos en el internado del
Colegio. El ofrecimiento de don Avelino me deslumbró. Mis
hermanos ya no tendrían que girarme los treinta pesos para
que yo estudiara. Dos días después debuté en el turno
nocturno de LV7 y comenzó, paralelamente a mis estudios,
mi carrera de locutor, que continuó después en LV12 "Radio
Aconquija" y que abandoné cuando me recibí. Enseguida fui
contratado por el ingeniero Cinalli para el Ingenio
"Esperanza". Antes había estado practicando en el Ingenio
"Concepción" con el ingeniero Paz. No sé si era feliz en
ese trabajo. Tal vez no tenia tiempo para pensarlo. La
industria necesitaba modernizarse y todos los de mi
carnada bregábamos para que los ingenios fermentaran la
melaza (que se tiraba al campo), y la convirtieran en
alcoholes y sus múltiples derivados; para que aprovecharan
el bagazo convirtiéndolo en papel y en madera aglomerada.
Hoy pienso que si en aquellos años el Gobierno no hubiese
subvencionado la industria y la hubiese dirigió
racionalmente, oyéndonos a los que clamábamos en el
desierto, quizá Tucumán habría seguido siendo la zona más
rica del país. Quizá ya entonces tenía condición de
empresario. Imaginaba cosas. Y hasta soñaba con mi propio
Ingenio a los diecinueve años; Pero abandoné Tucumán.
En aquel entonces el Ministerio de Hacienda estaba
nombrando inspectores en el interior para la industria
azucarera. Las designaciones se hacían en la Capital
Federal. Era una buena oportunidad para visitar a mi
familia, y de paso, intentar el puesto. La cosecha había
terminado. Eran meses de receso y mis ex compañeros de
LV7 y LV12, Caram y Martoni, me recomendaron a Eduardo
Rudy que por aquel entonces era Jefe de Locutores de Radio
Rivadavia, aconsejándome que por un tiempo aprovechara la
oportunidad de trabajar como locutor para poder pagar mis
gastos en la Capital, hasta que pudiera conseguir el
puesto que esperaba. De allí en más, todo fue vertiginoso.
Tres
meses más tarde estaba en Radio Argentina; seis meses
después me incorporaba a Radio El Mundo. En el ínterin,
fui locutor de Radio Belgrano, pasando a ser luego locutor
exclusivo de Molinos. Me jactaba de ser un buen locutor,
hasta que un día me ocurrió algo que se ha convertido en
anécdota y que me vinculó emocionalmente a Wimpi. El
petizo genial llegó a Buenos Aires. Pepe Iglesias le dio
la oportunidad de escribirle los libretos. Wimpi temblaba
como hoja el día de su debut. Me preguntó: "¿Usted cree
que triunfaré?". Con una pedantería digna de mis 22 años,
le respondí: "Eso es tan difícil como que yo haga un
furcio". Minutos después comenzaba el programa y nunca
nadie se trabucó metiéndose en un jardín como en el que yo
me metí sin encontrar salida, mientras el "gusano loco",
saltaba de alegría en la sala de control, a los gritos de:
"Se equivocó, se equivocó". Aquel día perdí mi vanidad
para siempre. Nunca más le di lugar a mi ego para que me
traicionara. De todas maneras, aquel furcio incomparable,
me dio la enorme satisfacción de haberle dado una alegría
a un hombre al que sigo queriendo como entonces a pesar de
su ausencia.
Tengo muchos más amigos de los que mi profesión me
permite. No creo tener enemigos. Los que me discuten, es
porque no me conocen o han oído cosas sin saber de dónde
vienen ni qué representan. Esto es natural. En mi
provincia, todos son parientes míos y me hace mucha gracia
cuando vuelve un artista del interior y me dice: "Estuve
con su primo o con su hermano". No creo haber dejado en mi
camino gente disconforme; bastaría con preguntarle a todos
mis compañeros de la Facultad; a los de la radio, a los de
los ingenios que todavía vienen a visitarme, a los
autores, artistas y productores que pasaron por Canal 9 y
Radio Libertad, a los que despedí y a los que renunciaron,
si han quedado disconformes después de haberme conocido.
Sin embargo hay gente que me discute y es razonable que
así sea. Nunca me trataron, no me conocen, no tuvieron
nada que ver conmigo. Lo cierto es que a veces me siento
como aquel payaso de circo que tiene que poner la cara
para que alguien se divierta arrojándole pelotas. Pero
vuelvo a lo de mi puesto de inspector en el interior: los
acontecimientos se precipitaron de tal manera, que cuando
iba a iniciarse la cosecha me mandaron telegramas para que
volviera a ingenio. Pero yo tenía ilusiones comprometidas
y decidí quedarme. Mi sueldo aquí era de veinte pesos y
ser jefe de laboratorio en un ingenio me reportaba algo
así como cuatrocientos pesos. No tiene importancia el
sueldo a que renuncié, sino a toda una vida de estudio y
preparación. Pero nunca me he detenido a pensar en lo que
dejo atrás, Siempre me asalta una ilusión nueva, y como
soy fervoroso, me dedico a ella íntegramente. Así renuncié
un día a la radiotelefonía por segunda vez, cuando
Humberto Gerola me invitó a asociarme con él en su fábrica
de aceites como gerente. Siendo gerente de "La Malagueña",
monté audiciones para difundir la música nuestra, incluso
organicé la primera revista técnico-discográfica argentina
sobre tango y folklore, que llegó a tener un gran suceso
de venta. Todo era una manera de afirmar mi vocación por
la difusión de los valores nacionales. Cuando la
Revolución Libertadora decidió terminar con la cadenas
oficiales y en ocasión de licitar varias emisoras,
entusiasmé a Humberto Gerola para que nos presentáramos
por Radio Libertad. Recibimos de manos del propio
Presidente Aramburu y del Poder Ejecutivo en pleno
—distinción que sólo se hizo con Radio Libertad y que me
llena de orgullo—, la licencia de esa emisora, que servía
como depósito de todas las recomendaciones del anterior
gobierno y que estaba ubicada en un cuarto del tercer piso
de Radio El Mundo.
Lo único que teníamos era la onda. Fue necesario hacerlo
todo: crear una imagen, darle una personalidad, lograr una
posición en el mercado. Fue fácil; nuestros informativos.
"La voz de la argentinidad", aprendieron a ser los
primeros en la información y en la noticia. Nuestro
programa se estructuró en base a los elementos con que
contaba el país: en deportes Fioravanti, Borocotó, Luis
Elías Sojit, Ulises Barrera; en teatro: Lola Membrives,
Narciso Ibáñez Menta, Jorge Salcedo, Eduardo Rudy; en
música, lanzando a la "nueva ola", con Raúl Lavié, Palito
Ortega, Violeta Rivas. Fue una auténtica revolución.
Tomamos por sorpresa a la radiotelefonía oficial y al
quinto año, Radio Libertad era, según los informes de los
institutos de investigación, la emisora de mayor "ratings"
en todos los niveles. Fue la radio la que me llevó a la
televisión. Mi prestigio había crecido. La primera oferta
que tuve fue de Monseñor Alumni, quien me recomendó a los
Padres Provinciales para que me hiciera cargo de Canal 11.
Después de largas discusiones, comprendí que allí no había
destino para la Iglesia de acuerdo a la licencia acordada.
Un grupo de accionistas había logrado definitivamente la
mayoría. Yo no estaba dispuesto a traicionar a Monseñor
Alumni y a los Padres Provinciales. Renuncié a esa
oportunidad. De todos modos el destino me tenía señalada
la televisión. Siete meses después, Enzo Ardigó me llamó
para decirme que había un paquete de acciones de Canal 9
en disponibilidad. Si se actuaba con rapidez, podía tomar
la mayoría antes que se la entregaran a la NBC. Se dice
que yo no compré acciones sino deudas. Y así fue. Me
sirvieron un postre con una bomba adentro. Cuando todos
esperaban la explosión digerí la "torta". De todos modos,
ellos también son ahora amigos míos. La cosa les hace
gracia y a mí, filosóficamente, también. Canal 9, para mí,
significa la oportunidad. Para el país, la prueba de su
capacidad creacional inmanente. Cuando llegué a Canal 9,
nadie se atrevía a programar más de un cincuenta por
ciento de material nacional. Hoy, la televisión argentina,
tiene el ochenta y cinco por ciento de esa programación.
Mi actitud moral como empresario es creer en mi país;
creer en los hombres de mi país. Llevado al terreno de mi
negocio, creer en nuestros artistas, nuestros músicos,
nuestros cantantes, nuestros autores, nuestros
comentaristas. Creer, siempre creer. Hay algo que me
sostiene en esta fe particular: muchas veces he tomado
artistas fracasados en otros canales, para verlos triunfar
enseguida en nuestra empresa. Amparados por ese éxito, los
he visto después alejarse de nosotros para volver a
fracasar. Entonces se dice que son imágenes falsas
inventadas por Canal 9. No es cierto: es porque no creen
en ellos, porque no saben ubicarlos en lo que son capaces
de dar, porque no conocen a nuestro pueblo. Y de eso sí me
enorgullezco: yo conozco al pueblo al que pertenezco, y el
pueblo nunca es una masa informe. Es un conjunto
heterogéneo de seres humanos, con sus conflictos, sus
esperanzas, sus ideales. Sentirlos en particular y
colectivamente, ésa es la misión de quien debe conducir un
medio de expresión. La única forma de competir y de hacer
una televisión de avanzada, es crear laboratorios o
centros de investigación para analizar con sentido de
mercado las necesidades cambiantes de la población. Por
eso un día compré el Teatro El Nacional y dado que no pude
lograr que me entregaran mi propia sala, urgido por la
necesidad de creación a nivel de conocimientos directos,
comprometí el Teatro Odeón. Puse a prueba una pieza de
Arthur Miller. Comprobé enseguida que la aceptación de los
espectadores daba un mentís rotundo a quienes afirman que
con programas cómicos o teatros intrascendentes sólo se
puede conseguir "rating".
Así nació el "Teatro de Myriam de Urquijo" que nos ha dado
tantas satisfacciones. Eso me obliga a avanzar en la
materia. Tanto es así que acabo de comprar el "Teatro
Argentino" para darle un carácter permanente a la
investigación. Las empresas de avanzada subsistirán en la
medida que puedan crear y para crear, necesariamente,
deben recurrir a las distintas formas del marketing. Una
de ellas, es la experimentación a través del teatro. No
importa que se pierda dinero en una obra que, felizmente,
no ha sido el caso de "El precio". Lo que importa es saber
cómo vibra y siente el público.
A veces me preguntan si gano siempre mucho dinero. No. No
siempre. Cuando ganamos, invertimos una parte para
experimentar, aunque ahora no hemos logrado retener la
propiedad de la idea creacional. En la actualidad tenemos
programas de tres y cuatro años que son los que arrojan
ganancias. Creemos que con las medidas que estamos
tomando, nuestras ideas y nuestro trabajo, podrán ser
mantenidos sin el peligro de la piratería que en este
negocio es muy fuerte. El resto de las ganancias lo
invertimos en edificar nuevos estudios y en tecnificar,
renovando el parque de equipos, para darle al Canal una
absoluta independencia en lo económico, y en lo
programático, liberándolo del peligro de las diferencias
de cambio. También me preguntan si es cierto que Canal 9
no tiene capital extranjero. Antes deseo contestarlo.
Quiero dejar claramente aclarado que la única solución
para los países en vías de desarrollo es el aporte de
capital internacional. La fórmula clásica de nacionalizar
condena al país al cierre de sus fronteras y a la
incomunicación con el progreso y las técnicas más
avanzadas. El capital dirigido a prioridades es
beneficioso siempre. Lo que ocurre es que nuestra Ley de
Radiodifusión es sabia por cuanto dice que ningún
extranjero podrá tener, por vía directa o indirecta
intereses en medios de expresión. Que el país sea de
tendencia liberal dirigida a impedir los monopolios es una
necesidad indiscutible. Que sus medios de expresión estén
al servicio del país a través de argentinos bien probados,
tampoco se puede discutir. En los EE.UU., donde tienen un
buen sistema de radio y de televisión, que nosotros, en
cierta forma imitamos, se contempla rígidamente ,esa
disposición. La razón está dada porque a la hora del
peligro, todas las enemistades internas desaparecen y el
sentido nacional ocupa el primer puesto. Por encima de
nuestras diferencias filosóficas, religiosas o económicas,
está probado que el ser nacional responde siempre en forma
colectiva. Son muy pocos los casos de cipayos. No vale la
pena pensar en ellos ni en su eventual infiltración. Por
todo esto, precisamente, es que respetando, como respeto,
el capital internacional al que hay que darle todas las
garantías necesarias para su desenvolvimiento, jamás se le
debe permitir su injerencia en los medios de expresión. Yo
nunca tuve actitud política, porque desde los quince años
trabajo para la radiotelefonía y la televisión. Conozco y
valoro el principio que dice que un hombre de la
información debe ser objetivo y veraz. No puedo negar que
como argentino, y a pesar de haberme hecho en una escuela
que me inhibió siempre de las actividades políticas, mi
pensamiento ha estado por encima de ideologías y de
banderías, al servicio del bien supremo del país.
En cuarenta años he sido locutor, disc-jockey,
comentarista, director de una radio, director de un canal,
empresario, productor de teatro, escritor y periodista;
creo que la única fórmula para realizar una labor tan
intensa es tener una vocación bien definida y entregarse a
ella con toda pasión, ya que todos los trabajos que he
enumerado pertenecen a una misma actividad con distintos
matices. Quizá pueda pensarse que un hombre que vive tan
intensamente debe odiar con la misma intensidad vital,
pero yo creo que los hombres que viven muy intensamente no
tienen tiempo de odiar. En mi caso particular, intento
arribar al Nirvana, el lugar que los yogas denominan como
sede de la infinita felicidad. Creo que de alguna manera
soy un teólogo, ya que me he dedicado al estudio profundo
de la filosofía de las religiones. Creo que también en
alguna medida soy un filósofo. Pero por sobre todo me
considero un hombre enamorado profundamente de una
institución: la familia. Mi gran amor es mi esposa. Mi
gran amor son mis hijos.
Revista Extra
octubre de 1968
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