Cuando el sábado pasado se despidieron los presidentes
Alejandro Lanusse y Salvador Allende, comenzó a hablarse
del espíritu de Salta. Los últimos actos de la visita del
mandatario trasandino se vieron oscurecidos por la recaída
en el cólico renal, que comenzó a afectar a su colega
argentino el viernes a la noche y alcanzó posiblemente su
punto más doloroso cuando acompañaba a Allende en una
vuelta por la ciudad de Salta. Pero el problema de salud
del argentino no impidió que el encuentro enmarcado por un
razonable calor popular fuera una buena muestra de como
dos países con estructuras distintas y gobernados con
diferentes posiciones ideológicas habían encontrado —no
siempre en forma fácil- los puntos suficientes como para
iniciar una marcha común en varios campos en que sus
intereses son complementabLes.
Mientras la declaración conjunta de los presidentes
mostraba una cierta frialdad protocolar, en las
conversaciones celebradas por los miembros de las dos
comitivas y en los discursos pronunciados -el de Lanusse
tuvo significativas refirmaciones de política interna— se
notaba mejor el clima de cordialidad imperante.
Se eligió a Salta para el encuentro debido a razones de
seguridad prefiriéndosela a Mendoza porque en esta ciudad
se encuentran muchos chilenos desafectos a la política
allendista y se organizó la agenda con la intención de dar
pie a las dos partes a mantener frecuentes contactos
personales, especialmente al más alto nivel. La
declaración conjunta, documento básico de la reunión, ya
estaba prácticamente cocinada cuando el mandatario
argentino dio la bienvenida a su colega. En cierto modo,
los presidentes y sus respectivos cancilleres -el
argentino Luis María de Pablo Pardo y el chileno Clodomiro
Almeyda- se dedicaron a solidificar las bases para una más
estrecha relación futura especialmente en el campo
económico en el cual los dos países tienen características
simétricas.
El convenio suscripto dos semanas atrás entre el Banco de
la Nación Argentina y el Banco del Estado de Chile para
incrementar el comercio bilateral y la misma Declaración
conjunta, especialmente en la parte que se refiere a
complementaciones, ya marcan un camino en donde no
faltarán dificultades pero, según el juicio de un
funcionario argentino que serán "más fácilmente superables
ahora que hemos encontrado un ancho camino de
posibilidades comunes".
Los primeros pasos. Encarrilado el asunto del Beagle (pág.
9), la confección de la Declaración Conjunta fue un buen
ejemplo de las dificultades que pueden presentarse y, por
sobre todo, de que las mismas pueden superarse en la
medida en que exista la intención de hacerlo.
El gobierno chileno tenía interés en otorgar al documento
un matiz más doctrinario y, en cierto modo, más
independentista con relación a centros de poder
internacionales. Los argentinos más afectos a las reglas
de derecho internacional (a veces en exceso) y más
pragmáticos buscaron hacer más hincapié en los hechos
concretos a realizar. Así fue como se opusieron a incluir
por ejemplo un párrafo donde se aludía a "la libre
determinación de los pueblos" en un contexto que, sin
mencionarla, hacía recordar la situación de Cuba en la
Organización de Estados Americanos y hacía referencias al
tercer mundo.
Trabajando en la misma carilla de la declaración, los
chilenos sugirieron hacer afirmar el apoyo común a las
Naciones Unidas pero los argentinos insistieron que si se
debía mencionar este organismo internacional tenía que
hablarse también de la OEA -un ente que el actual gobierno
chileno detesta particularmente- lo que fue rechazado y
por lo tanto dejó de hablarse de la ONU y la OEA.
Detalles como éstos fueron los que más influyeron para que
la declaración conjunta haya resultado más fría de lo que
esperaban algunos de sus autores en un primer momento.
Pero las diferencias no marcan tanto un desacuerdo en los
objetivos comunes como una diferencia de tiempos. Por
cierto que los chilenos se muestran más interesados que
los argentinos en la solución de problemas tales como las
preferencias dentro de la Asociación Latinoamericana de
Libre Comercio (ALALC), en cuyo marco se realiza el
intercambio argentino-chileno, pero los funcionarios de
Buenos Aires deben demostrar más calma en el tema hasta
que no se articule una política económica fundamental.
Que hubo más calor en otros órdenes lo prueba un caso
conectado también con un párrafo de la declaración.
Los argentinos querían conseguir para las inversiones
argentinas en Chile el mismo trato que recibirán las
provenientes de los países del bloque andino; los
funcionarios chilenos respondieron que debían hacerse en
cualquier mención a las inversiones las salvedades
necesarias para no poner a las argentinas en igual
condición que las que se reservan a las respaldadas por
acuerdos pre-existentes (es decir, el pacto andino). Cómo
en el caso de la ONU y la OEA, también en este punto se
optó por la abstención, pero los dos presidentes acordaron
hacer estudiar más profundamente el asunto y establecer
posteriormente un convenio especial. Mientras tanto, el
presidente Allende prometió que cualquier problema que se
le presente a inversiones argentinas en el ínterin será
resuelto con especial atención, por su parte, cuidando
mantenerlo prácticamente en la categoría deseada por los
argentinos.
A partir de aquí necesitan articularse nuevos hechos.
Entre los prometidos en la declaración se encuentran la
promoción de acuerdos de complementación sectorial y la
concreción de un acuerdo laboral —ya se han intercambiado
proyectos— que resguarde previsionalmente_ a los
trabajadores chilenos que se encuentran en la Patagonia.
Finalizado el encuentro presidencial, cuando los aviones
partían del aeropuerto de El Aybal, se mantenía como tema
principal el de la salud del presidente argentino.
El propio Lanusse, interrogado a su regreso a Buenos
Aires, dijo que su estado era satisfactorio, mientras
reiteraba que está muy satisfecho de los resultados del
encuentro.
ANALISIS - No. 541 - 27 de julio al 2 de agosto de 1971 -
Pág. 8
BEAGLE: ARREGLO
Ideología y realismo
Con la firma del Acuerdo de Arbitraje Respecto a una
Controversia entre la República Argentina y la República
de Chile en la Zona del Canal de Beagle, efectuada el
miércoles pasado, finalizó la primera parte de un largo
camino para solucionar un viejo entuerto. Por medio del
acuerdo se establecen los instrumentos para dilucidar la
controversia sobre la soberanía de las islas Lennox,
Picton y Nueva e islotes anexos situadas en lo que la
Argentina entiende que es el canal de Beagle y Chile
considera que es al sur de la entrada de ese canal (ver
mapa).
La diferencia de puntos de vista se estableció hacia fines
de siglo sin que las conversaciones y negociaciones que se
efectuaron desde entonces arribaran a ningún resultado
positivo. A medida que los esfuerzos se demostraban
infructuosos se unieron dificultades anexas al problema
básico: la controversia se extendió al uso de las aguas
del canal —imprescindible para Ushuaia— y hacia la forma
de arbitrar el diferendo,. Fueron estos dos últimos puntos
los que se solucionaron.
Por medio del acuerdo se establece que el arbitraje
correrá por cuenta del gobierno de la corona británica y
de una corte arbitral constituida por cinco jueces de la
Corte Internacional de La Haya, que deberá trasmitir "su
decisión al gobierno de su Majestad Británica incluyendo
el trazado de la línea del límite en una carta" para que
el gobierno británico forme el fallo definitivo.
De esta manera se llegó a la conciliación de las
posiciones argentina y chilena respecto a árbitro. Queda
satisfecho el deseo trasandino de efectuar el arbitraje
dentro del Tratado General de Arbitraje de 1902, cuyo
artículo 4 colocaba al soberano británico como juez en
caso de diferendos fronterizos, y la preferencia argentina
por un foro jurídico no ligado a un tercer país; en este
caso, un tribunal compuesto por los jueces Hardy C.
Dillard (miembro estadounidense de la Corte), Gerald
Fitzmaurice (británico), André Gros (francés), Charles D.
Oneyeame (nigeriano) y Sture Petren (sueco).
Por cierto que esta conciliación aparenta llevar implícita
una contradicción, es decir, que la corte arbitral y el
gobierno británico actúen como dos instancias. Pero está
dentro del espíritu del acuerdo la confianza de que la
reina de Gran Bretaña aceptará la decisión de un jurado de
indudable capacidad e imparcialidad.
Solo la remotísima posibilidad de que la decisión de los
cinco jueces contraríe posiciones tradicionales británicas
sobre derecho o política internacional o que, en caso de
fallo dividido 3 a 2, una de las partes discuta la
decisión y cree una situación tal que obligue a una
revisión de la decisión de la corte por el gobierno de
Londres, impedirá a la soberana estampar su firma. De
todos modos, se trata de posibilidades que por el momento
solo tienen interés académico: el propio acuerdo de
arbitraje descarta tácitamente la intervención de
cualquiera de las partes en los momentos que irán desde la
redacción de la decisión de los jueces hasta el fallo
real.
Asimismo la Argentina estaría inhibida de salir de esos
carriles y si Chile lo hace, ello sería una maniobra
política motivada por una mala situación dentro del marco
de las relaciones entre los dos países. Algo imprevisible
dentro del espíritu de Salta (pág. 8) que dará forma a
las relaciones argentino-chilenas por unos cuantos años.
La costa húmeda. Por lo demás, y reforzando el espíritu de
Salta en este importante punto, también los dos
cancilleres firmaron las notas reversales por las cuales
se regularán las maniobras de practicaje y pilotaje en la
zona del canal de Beagle hasta que se arbitre la solución
definitiva.
De esta forma queda eliminada la absurda tesis Fagalde
sobre "la costa seca". Esta seudo-doctrina surgió en 1908
cuando el periodista chileno Alberto Fagalde pergeñó su
muy personal interpretación del artículo 3 del Tratado de
Límites de 1881. Allí se decía que la frontera entre los
dos países se hará en base a una línea que, partiendo del
Cabo del Espíritu Santo se prolongará hasta tocar en el
Canal de Beagle.
Fagalde sostuvo que la expresión "hasta tocar" implicaba
tocar la costa sin continuar en el agua. Como es obvio,
nadie tomó nunca en serio esta interpretación, pero
algunos escollos en las relaciones argentino-chilenas y
—quizás lo más importante— la dinámica de absurdos que
suelen generar las situaciones confusas hizo que comenzara
a ser aplicada por autoridades chilenas, creando diversos
incidentes a la navegación de todas las banderas en la
zona, afectando derechos argentinos de pesca y amenazando
potencialmente el acceso a Tierra del Fuego y su capital.
Este virtual enfrentamiento limitado de soberanías fue si
no promovido, sí aprovechado por el entonces canciller
chileno Gabriel Valdez y sus asesores que deseaban
realizar un gran operativo diplomático para capitalizarlo
en su mercado interno. La idea era obligar a la Argentina
a aceptar el árbitro británico en vez de acudir al foro de
La Haya, como deseaba el Palacio San Martín.
¿Por qué la insistencia argentina en la Corte
Internacional? Dos motivos: la Argentina tiene su propio
diferendo con Gran Bretaña por las islas Malvinas (donde
recién ahora se avizora un arreglo) y considera que es más
afín con el status alcanzado por los dos países que sus
problemas sean arbitrados dentro de un marco de derecho
internacional antes que por una tercera potencia.
Claro qué no fue éste el pensamiento de los diplomáticos
argentinos en 1915, cuando concluyeron con sus colegas
chilenos un protocolo de arbitraje designando árbitro al
rey británico. Pero la primera guerra mundial hizo que
este protocolo quedara en agua de borrajas debido a los
problemas inmediatos del gobierno británico y la posición
argentina comenzó a moverse hacia su actual preferencia
por una solución enmarcada en el derecho internacional. En
1938 se suscribió un convenio entre los dos países
nombrando como árbitro al procurador general de Estados
Unidos, Homer Cummings, pero su muerte hizo también
imposible su concreción.
Después de otros intentos fallidos y largas negociaciones,
funcionarios y chilenos suscribieron protocolos para
arreglar la cuestión del Beagle y las de otros puntos
fronterizos, acordándose someter el diferendo a la Corte
Internacional de Justicia de La Haya. Pero el Congreso
chileno, influenciado por un antiargentinismo nutrido con
resabios de la oposición que suscitó en su opinión pública
la política peronista, no aprobó esos protocolos.
En la declaración conjunta argentino-chilena del 6 de
noviembre de 1964 los dos países reiteraron la necesidad
de poner fin a la controversia mediante un procedimiento
judicial en La Haya, pero, solo fue otra buena intención
fallida.
Juego de ajedrez. Así estaban las cosas cuando comenzaron
a ocurrir en 1966 los problemas en el canal de Beagle.
Después de algunas agrias disputas diplomáticas, el
canciller Valdez decidió que su país solicitara
unilateralmente el arbitraje de la corona británica
invocando el Tratado General de Arbitraje de 1902.
En el Palacio San Martín se vivió esa actitud como el
rompimiento de una ley del juego; esto es, que en el otro
lado se había hecho trampa. El gobierno de Londres, por su
parte, estaba —como todos los gobiernos del mundo— con
demasiados problemas como para intentar terciar en otro en
el que era ajeno. Ello facilitó la habilidad de los
funcionarios argentinos que cumplieron con éxito su misión
de probar que el Tratado de Arbitraje no autoriza a una de
las partes a acudir unilateralmente al árbitro.
En 1969 la cancillería chilena comenzó a conversar con la
argentina para negociar la forma de acordar la solución
definitiva al asunto, pero cuando el año pasado
negociadores argentinos, chilenos y británicos
coincidieron en la fórmula que, con pocas modificaciones,
se firmó la semana pasada, el canciller Valdez —cuya
gestión tocaba a su fin-rechazó el acuerdo y consiguió que
el nuevo presidente, Salvador Allende, le confiara la
conducción del asunto por un tiempo.
Una entrevista más o menos informal de Valdez con el
subsecretario José María Ruda realizada en Buenos Aires no
modificó la posición argentina, entonces más endurecida
debido a la desconfianza que tenía el ex presidente
Roberto Marcelo Levingston hacia el gobierno recién
instaurado en Santiago. Además, el Foreign Office de
Londres dejó traslucir a las dos partes su desagrado por
los intentos de modificar el acuerdo logrado en principio
y sugirió que argentinos y chilenos llegaran a un acuerdo
por su cuenta.
Para entonces el presidente Allende ya estaba convencido
de la necesidad de hacer a un lado a Valdez para conseguir
una buena relación con la Argentina, pieza fundamental de
su política exterior. Además de las ventajas económicas
que puede ofrecerle a su país (el intercambio entre las
dos naciones bordea los 200 millones de dólares, el más
alto entre dos países latinoamericanos), le permite mayor
maniobrabilidad en el campo internacional donde debe hacer
frente a la desconfianza de EE.UU. y la abierta antipatía
de Brasil, dos países con los que Chile solía tener
mejores relaciones que con la Argentina y le ayuda
indirectamente a estabilizar su frente interno.
Por eso Allende tomó el teléfono en diciembre pasado para
hablar con Levingston sobre el Beagle e impulsó la máquina
para lograr una solución. Pero en Buenos Aires se necesitó
que el nuevo Presidente Alejandro Lanusse enterrara el
anacrónico concepto de "fronteras ideológicas" para que el
canciller Luis María de Pablo Pardo, el subsecretario
Ruda, y el consejero legal Julio Barboza, anudasen con sus
colegas chilenos el puente hacia la solución final.
Posibilidades. A partir de aquí el problema ya está
encarrilado en reglas de juego inalterables. La Corte
Arbitral elegirá su sede posiblemente entre Ginebra,
Bruselas y Estrasburgo. Tanto Londres como La Haya están
descartadas: estas capitales traen a colación la posición
de cada una de las partes sobre sus árbitros preferidos.
La Argentina y Chile acreditarán ante la Corte sus
agentes, que presentarán sus respectivos argumentos en
inglés y francés en un trámite de duración presumiblemente
larga. Algunos observadores apresurados apuestan que habrá
un fallo salomónico, pero todo intento de prejuzgar las
decisiones de los jueces es una aberración jurídica.
Lo más importante es que argentino; y chilenos demostraron
que saben ponerse de acuerdo y aceptar el destino que
tienen que afrontar en común dentro del cono sur.
ANALISIS - No. 541 - 27 de julio al 2 de agosto de 1971 -
pág. 9 y 10
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